Imágenes de páginas
PDF
EPUB

y

fecho de su conducta.» Así Itárbide iba gastando su inmensa popularidad, demostrando su ligereza y haciéndose incompatible con la Asamblea. Esta por su parte, atendiendo á que estuviera provisto el ejército manifestando su satisfaccion á la regencia y á las tropas por lo fácilmente que habian dominado el intento de los españoles, de bien poca importancia por cierto, acordó no dejar al lado de Itúrbide como regentes mas que á Yañez, contra quien aquel tal ódio abrigaba, reemplazando al obispo de Puebla, á Bárcena y á Velazquez de Leon, que eran amigos suyos, con el conde de las Heras, con D. Nicolás Bravo, y con el doctor D. Miguel Valentin, cura de Huatmala, de la completa confianza de los diputados, á quienes apresuradamente se dió posesion de sus cargos.

Itúrbide no podia ya hacerse ilusiones. El Congreso se dirigia contra él, le nombraba aquellos compañeros de regencia como fiscales, y si no le destituia claramente era porque temia su influencia en el ejército, por lo que buscaba el modo indirecto de conseguir su anulacion. Tal fué la introduccion de un artículo en el reglamento de la regencia prohibiendo á sus indivíduos tener mando de tropas, medida análoga á la que tomó el Parlamento largo de Inglaterra cuando quiso arrancar á Cromwell el mando de sus soldados, declarando incompatible el cargo de diputado, cuyo carácter tenia, con el mando militar que desempeñaba.

XLII.

Llegados á este punto, bueno será consignar que el partido republicano, imperceptible en el comienzo de la revolucion, tímido en su iniciativa y cuyo voto pesaba poco en el Congreso, empezaba ya á tomar aliento y á ser una grave amenaza para Itúrbide y para los monárquicos. Ya sus diputados decian que la Asamblea no debia sujetarse al plan de Iguala, jurado por todos, sino quedar en libertad de elegir la forma de gobierno que considerase mejor; ya llamaban á voz en grito tirano á Fernando VII, que era el candidato preferente para el trono vacante; y ya, por último, un regimiento de caballería, por cierto el mandado por Nicolás Bravo, entonces regente, dirigiendo al Congreso una felicitacion y hablando en nombre de Méjico, decia: «La América del Septentrion detesta á los monarcas, porque los conoce;> añadiendo <que debia adoptarse en ella el sistema de las repúblicas de Colombia, Chile y Buenos Aires.» Algunos monárquicos se opusieron á la continuacion de la lectura de este documento; resistiéronlo los republicanos porque decian que estando en libertad de publicar lo que quisiesen los monárquicos, en igual libertad debian quedar ellos; y como estaban las tribunas llenas de gente para apoyar aquella lectura, recibieron con grandes

murmullos la protesta de los monárquicos, así como con ruidosos aplausos la insercion en el acta de aquel documento que consideraron como un triunfo del par

tido.

Pero cuando se supo en Méjico que el rey y las Córtes españolas rechazaban el plan de Iguala, que aquel y estas habian desaprobado la conducta de O'Donojú y sus tratos de Córdoba, cuando de esta manera se frustró la esperanza de constituir una monarquía séria que enlazase el pasado de Méjico con su presente y con su porvenir, los republicanos adelantaron mucho camino, porque, aparte de las fuerzas que les habian dado la interinidad en que hasta entonces habian vivido, las torpezas contínuas y la tortuosa ambicion de Itúrbide, que no dió el menor paso para hacer posible la monarquía con un príncipe español, que decia ser su deseo, podian contar en adelante para destruir al generalísimo con unos auxiliares activos, inteligentes, resueltos, aquellos monárquicos que no renunciaban á la esperanza de constituir el reino bajo las bases de Iguala y que odiaban tanto mas á Itúrbide, cuanto que consideraban que él era el obstáculo fijo, constante, tenaz que impedia la realizacion de sus nobles propósitos.

En cambio, si los republicanos reclutaban indirectamente estos poderosos auxiliares que nunca habian de figurar entre los futuros cortesanos de Itúrbide y que por despecho iban á frustrar la monarquía, los que querian adornar con la púrpura y ceñir con la diadema imperial al generalísimo, reforzaron tambien sus huestes con muchas gentes que querian la monarquía á toda costa, y ya por desgracia no encon

traban otro camino para establecerla que agruparse en torno de Itúrbide.

XLIII.

Los campos, pues, estaban deslindados, los combatientes dispuestos, y. la batalla próxima á darse. ¿Con qué motivo se dió? Ya lo hemos dicho: trataba el Congreso de aprobar un reglamento para la regencia, en virtud del cual ninguno de sus indivíduos podia tener mando de tropas, medida que se dirigia contra Itúrbide, regente, que era á la par generalisimo de tierra y mar; y como Iturbide no se quería dejar arrancar esta formidable arma de sus manos, creyendo la ocasion propicia, dejó obrar á sus partidarios, y apoyado en un motin, en que la tropa de los cuarteles fué secundada por las turbas de las calles, subió al trono.

Era la noche del 18 de Mayo. El regimiento de Celaya, que habia mandado Itúrbide como coronel, debia tomar la iniciativa. Un sargento llamado Pio Marcha, despues de la hora de retreta, hizo levantar á algunos soldados, y con ellos salió á la calle gritando: ¡Viva Agustin I! Las tropas de los demás cuarteles repitieron el grito y siguieron igual ejemplo. El coronel Ribero, ayudante de Itúrbide, penetró en el teatro, y allí hizo á la concurrencia proclamar al generalísimo. La plebe envilecida y degradada

de Méjico, aquella que halagaba y se atraia Itúrbide á la usanza de los Césares del bajo Imperio, se precipitó por calles y plazas, aclamándole con entusiasmo y obligando á todos los vecinos á que iluminasen sus casas. Los soldados sacaron la artillería, y algunos paisanos subieron á las torres de las iglesias, y entre los tiros de fusil, y los ruidos de los cohetes, y el estampido del cañon, y el repique de las campanas, fué Itúrbide aclamado emperador.

Entretanto que estas demostraciones tenian lugar al aire libre, el generalísimo, llamaba á su casa á los indivíduos de la regencia y á varios generales y diputados, al presidente del Congreso y á algunas de las personas notables de la capital, casi todos amigos y comensales. Manifestóse sorprendido y pidió que se le aconsejase. La sorpresa era natural, porque los ambiciosos no renuncian á la hipocresía, ni aun entre cómplices; y el consejo fué el que era de esperar de los que, en su mayor parte, tenian enlazado entonces sus intereses al interés de Itúrbide. Le dijeron que cediese á la voluntad general, y aceptase la corona. Itúrbide se resignó, suponemos que con cierta alegría interior, bien que nada de esto digan las crónicas, y se convino en que se convocaria al Congreso á las siete de la mañana próxima para darle cuenta de lo ocurrido. Los generales, jefes y oficiales suscribieron una exposicion al Congreso manifestando que todos los cuerpos de infantería y caballería que habia en la capital habian proclamado á Itúrbide emperador de la América mejicana, y que este grito habia sido repetido con ruidoso entusiasmo por el pueblo. Verdad es que para que no se dijese que la fuerza queria violentar

« AnteriorContinuar »