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paron de Méjico para ayudar á la revolucion en las tierras del Sur. Por cierto que Itúrbide destacó á un jefe militar con un piquete de dragones para aprehenderlos, y habiéndolos alcanzado, los dejó escapar de nuevo, cohechado por diez onzas y algunas alhajas que le dieron los fugitivos. ¡Tales eran los jefes y oficiales que habia prosperado Itúrbide, y tales los elementos con que pensó cimentar su imperio y combatir las futuras revoluciones que necesariamente habian de estallar!

Varia fué la suerte de las armas para los de uno y otro partido, pues si bien al principio Santa Ana sorprendió las tropas imperiales que habia en San Juan del Rio, fué derrotado despues cuando pretendió entrar en Jalapa, como lo fueron tambien Guerrero y Bravo cuando quisieron dar frente al brigadier Armijo, leal entonces con Itúrbide, como lo habia sido hasta los últimos momentos con los españoles, y ya la insurreccion no ostentaba triunfante su bandera mas que sobre los muros de Veracruz, sitiada por las tropas que mandaba el capitan general de la provincia, Echávarri, en quien tenia plena confianza el emperador, cuando las logias masónicas, que en honor de la verdad no habian provocado el movimiento, resolvieron aprovecharle, dirigiendo con grande habilidad todo su inmenso y oculto poder contra el trono de Itúrbide.

LII.

Proponíanse los masones no alarmar con su proyecto á los parciales de Itúrbide en el ejército, por lo cual hablaban hipócritamente de su respeto al emperador, prescindian de la república, esperando lá salvacion de la reunion de un nuevo Congreso, como Itúrbide hablaba en el plan de Iguala tan lisongeramente de los españoles, queria por emperador á Fernando VII ó alguno de sus hermanos, y esperaba tambien la salud de la patria del Congreso mejicano, todo con el fin de atraerse los elementos leales á España y debilitar las resistencias que temia encontrar. Haciendo los masones activamente esta propaganda, destacando discretos emisarios cerca del general Echávarri y de los brigadieres Cortazar, Lobato y demás jefes del ejército sitiador, la mayor parte novicios en las lógias y dóciles á las órdenes de sus superiores, empleando el mismo recurso cerca de Santa Ana para que no persistiese en proclamar la república, los sitiadores que no tenian fuerzas bastantes para tomar la plaza, y temian pasar por la mengua de una retirada, los sitiados sin medios para hacer levantar el sitio por medio de la fuerza y que mucho menos la tenian para propagar con ella la revolucion, todos, en fin, cubriendo su egoismo, su flojedad, su infamia ó su ambicion con el lujoso manto del patriotismo, que

á veces sirve para esconder tantas vilezas, porque suponian á la patria en peligro por sus comunes disensiones, y porque faltaba la representacion nacional, acordaron firmar un acta en que, protestando de que el ejército no atentaria nunca contra la persona del emperador, se acordaba la convocacion de un Congreso, cuyos fallos sostendria todo el ejército, siendo el primero en dar el ejemplo de obediencia.

Este proyecto, en virtud del cual vinieron á fraternizar sitiados y sitiadores, se llamó el plan de Casa Mata, por el lugar en que se dió á luz; como el proyecto de Iturbide se llamó el plan de Iguala por la misma razon. Cuando de él tuvo conocimiento el em perador, se entregó á las mas violentas demostraciones de su despecho. «Se me quiere imponer por la fuerza,› decia á sus amigos de la Junta instituyente, y <yo haré ver que no se ha debilitado el brazo que conquistó la independencia de este país: se ha sorprendido á parte del ejército, yo lo desengañaré.» Pero en vez de tomar alguna medida enérgica, viril, á la altura de aquellos momentos terribles para él, se contentó con enviar una comision para que conferenciase con los jefes militares que habian suscrito el plan de Casa Mata, cabalmente cuando el fuego de la insurreccion cundia por todas partes, cuando el marqués de Vivanco, que mandaba en Puebla, se declaraba por dicho plan y cuando tambien se pronunciaban por él todas las diputaciones provinciales, halagadas por los rebeldes, y que con el vuelo que entonces tomaron vinieron á constituir la base de la futura república federal.

Itúrbide dirigia los cargos mas acerbos contra

que

Echávarri, á quien habia tratado como á un hijo, y ahora le pagaba con tanta ingratitud cuando era uno de los españoles que destinaba á que formasen el vínculo de union y fraternidad entre España y Méjico; pero ¿cómo no recordaba Itúrbide que tambien él habia sido el niño mimado, el Benjamin del virey Apodaca, y que encargado de un mando igual al de Echávarri, habia vuelto las armas que se le confiaron para apagar la insurreccion en contra de su cándido favorecedor?

Itúrbide tronaba contra los españoles, suponia que la revolucion se debia á sus intrigas y manejos contra la independencia, halagaba á los soldados, decíales que él los habia defendido cuando el Congreso los llamaba «carga pesada é insoportable, asesinos pagados;» queria evitar por todos los medios la desercion, fatigaba la prensa con los elogios que se tributaba á sí mismo, emborrachaba á los léperos para que lo victoreasen, queria que se creyese que la causa de la independencia era su causa personal, la causa de su familia y de su imperio; pero sus enemigos se multiplicaban, ponian en ridículo sus pomposas proclamas, fijaban en las esquinas á modo de bando un impreso que decia: «Manda nuestro emperador que ninguno lo obedezca,» recordando la fórmula de su juramento; la desercion en su campo era mayor aun que cuando Itúrbide sitiaba á Méjico en tiempo de Novella, los regimientos enteros desertaban de su lado, y todo, todo se hacia con la protesta de que nada se intentaba contra la persona del emperador y que se queria lo mismo que este, porque tambien Itúrbide habia pedido el restablecimiento del Congreso. Fernando VII,

por el plan de Iguala, proclamado emperador, fué de esa manera despojado de sus Estados. Así Itúrbide, por el plan de Casa Mata, tan respetado como emperador, se vió obligado á abdicar su corona. En poco mas de un año tuvo lugar esta coincidencia histórica que se presentó á los ojos de muchos como espiacion providencial,

LIII.

Nada consiguieron los comisionados enviados por Itúrbide para tratar con los jefes militares que firmaron el plan de Casa Mata, Antes por el contrario, volvieron á Méjico sin el mas caracterizado, el teniente general Negrete, gran personaje del imperio y decano del Consejo de Estado, que se quedó entre los sublevados; de modo que habiendo hecho anunciar Itúrbide, para evitar torcidas interpretaciones, que este general habia quedado en Puebla por asuntos de la comision que presidia, Negrete publicó un manifiesto en que declaraba haber dado cuenta al emperador de todo lo ejecutado y que, cumplidos de esta manera sus deberes como hombre de Estado, los que tenia como ciudadano, lo habian decidido á adherirse al plan de Casa Mata, seguro de que la causa que el ejército defendia era la mas justa, y de que, cuando el Estado se ve agitado por convulsiones que amenazan una guerra civil, el ciudadano no puede ser neu

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