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tral sin hacer traicion á la sociedad á que pertenece No cabia, pues, hacerse ilusiones sobre la ausencia de Negrete; y esta defeccion quitó ya hasta la última esperanza á Itúrbide que se desató en toda clase de injurias contra aquel. ¡Ah! Quien faltó al general Cruz, quien faltó al conde del Venadito, quien fué traidor á su patria, como lo fué Negrete, ¿podia ni debia inspirar confianza á Itúrbide? Bien dice este en sus memorias publicadas en Europa despues de su abdicacion, que el amor propio le habia hecho creer que poseia cualidades capaces de fijar la inconstancia y la infidelidad de Negrete, por mas que al fin se convenciera de que era uno de esos caractéres tornadizos que se pliegan sin dificultad á todas las circunstancias.

Itúrbide, reducido á la mayor estremidad, meditó sobre su situacion, y tomó, sea dicho en justicia, el acuerdo mas patriótico.

Podia haber renunciado al título de emperador y ponerse al frente del ejército, en el que le quedaban aun bastantes simpatías, para dirigir el movimiento revolucionario en favor de su persona, conservando la autoridad suprema con uno ó con otro nombre, segun dice en las citadas memorias. No lo hizo, segun manifiesta, porque le eran insoportables los negocios públicos y le abrumaba el peso de sus deberes, aunque los hombres que llegan á la altura de Itúrbide, y acaso sin llegar á tanta elevacion, no tienen mas retirada que el patíbulo ó la anulacion y la oscuridad en lo que les queda de vida; ó lo que es lo mismo, su muerte civil, la anticipacion de su muerte. Si: los hombres que ocupan el trono ó aun meramente sus gradas, si al bajar de la altura conservan por milagro la vida,

pueden hacer lo que Cárlos V en Yuste, celebrar vivos sus propios funerales, ó no preocuparse mas que de asuntos domésticos, como con gran sentido práctico lo está haciendo, ha muchos años, nuestro duque de la Victoria.

Podia haber convocado un nuevo Congreso; pero al estado á que habian llegado las cosas, pidiendo tiempo la ejecucion de esta medida, divididos los ánimos respecto al método electoral, tirando las diputaciones provinciales al federalismo, amenazando la anarquía, habria sido hacer imposible todo gobierno y disolver el poder público, sin esperar que en la nueva Asamblea tuviera Itúrbide gran número de prosélitos, apoderados como estaban sus enemigos de las provincias.

Decidióse por el restablecimiento del antiguo Con greso y así lo hizo público en decreto de 4 de Marzo. Tres dias despues se reunieron en junta particular hasta cincuenta y ocho diputados, quienes acordaron que podia procederse á la celebracion de sesiones, aunque sin dictar ley alguna hasta que se reuniese el número reglamentario. Quizás acarició Itúrbide la loca esperanza de establecer corrientes de inteligencia con la Asamblea, y así la halagó en el discurso que pronunciara en su nueva instalacion; pero los términos vagos en que se encerró el presidente al contestarle y la frialdad con que le recibieron los diputados, le debieron desengañar bien pronto. De todos modos, el mismo Congreso poca autoridad tenia si la Junta nacida de la última revolucion, instalada en Puebla, no se allanaba á reconocerle; cosa que hizo al fin, aunque declarando que respetaria su autoridad cuando el Congreso se reuniera en un punto neutral ó li–

bre de la influencia iturbidesca, de cuyo gobierno no queria admitir comunicacion alguna, fundándose en que era ministro de la Guerra Sotarriba, que habia mandado disolver el Congreso, cuando en la Junta revolucionaria de Puebla bullia y se agitaba en primer término¡ eternas y miserables inconsecuencias de partido!-el brigadier Cortazar, que disputó encarnizadamente la honra de disolverle por la fuerza.

Cuando se supo en Méjico que la Junta de Puebla habia resuelto «que el ejército y la Junta reconocerian como legítimo el Congreso disuelto ilegítimamente, y subsistente en derecho si se completaba el número competente de diputados para hacer leyes, y lo obedecerian tan luego como lo viesen obrar con absoluta libertad,» Itúrbide pidió que se reuniera la Asamblea en sesion estraordinaria, y por medio del ministro de Justicia presentó la abdicacion en una nota escrita toda de su letra, ofreciendo salir del país en breve plazo y no pidiendo otra cosa sino que el Congreso mandase pagar las deudas que habia contraido para los gastos de su casa. Todavía la abdicacion se presentó de una manera mas formal tres dias despues, en la sesion del 20 de Marzo, en nota dirigida por el secretario de Itúrbide al ministerio y por los ministros trascrita al Congreso, acordando este que pasara á una comision; pero como no habia el número suficiente de diputados y los sucesos se precipitaban, dispuso la Asamblea que dos indivíduos de su seno, el brigadier Herrera y D. Cayetano Ibarra, propusieran á los jefes del ejército «libertador» la celebracion de una entrevista con Itúrbide, idea en que este convenia; pero los jefes militares, á quienes de

bia ser naturalmente desagradable esta entrevista con el que habian jurado como emperador, cuando no temerosos de su influencia sobre el mismo ejército, acordaron que mientras el Congreso resolvia sobre las cuestiones pendientes, el emperador eligiese para su residencia el pueblo de Tulancingo ó alguna de las tres villas de Jalapa, Córdoba ú Orizaba, llevando como escolta quinientos hombres municionados á sesenta cartuchos por plaza. Esta contestacion irritó sobremanera á Itúrbide, mucho mas cuando se le exigia la respuesta en el término perentorio de doce horas: sus parciales ponian el grito en el cielo; el emperador hablaba ya de resistir con la fuerza toda agresion; á punto estuvieron de venir á las manos las escasas tropas imperiales con las tropas libertadoras, y se hubieran roto las hostilidades si Gomez Pedraza, que mandaba las primeras, no hubiese firmado un convenio con los jefes militares del bando opuesto, compuesto de estos tres artículos: 1.° El ejército libertador se obligaba á reconocer á Itúrbide con el carácter con que le considerase el Congreso cuando estuviese reunido legalmente y en la plenitud de su libertad; 2.oItúrbide saldria en el término de tres dias con su familia para Tulancingo, escoltado por el general Bravo, como aquel habia pedido; 3.° las tropas que habian permanecido fieles al emperador en Méjico y Tacubaya debian ser tratadas como si perteneciesen al ejército libertador.

Las tropas revolucionarias tomaron posesion de la capital, en cuyas infimas clases tenia gran partido Itúrbide, con lo que muchos diputados, alejado todo temor de violencia, se presentaron en el Congreso, y

ya

el 29 de Marzo declararon solemnemente su instalacion legal, procediendo á la eleccion del poder ejecutivo que se compuso de tres indivíduos y resultaron ser-consecuencia fatal de revoluciones que son hijas de un pronunciamiento militar-los generales Negrete, Bravo y Victoria por 72, 57 y 54 votos. Consignemos, sin embargo, de pasada, que en los primeros dias de esta revolucion los generales Negrete, Echávarri y Vivanco renunciaron sus empleos, reduciéndose al grado de coroneles, y que los jefes y oficiales de todos los cuerpos del ejército libertador renunciaron á todo premio para que no se creyese que habian tomado parte en la revolucion por medrar en su carrera, cediendo además la tercera parte de su sueldo, mientras exigiesen esta disminucion los apuros del Tesoro. Quizás sabian de antemano que el Congreso no habia de aceptar su abnegacion; acaso se adelantaban con ella para que lo que, andando el tiempo, habia de ser sacrificio impuesto por la penuria del Estado, fuese entonces rasgo delicado y generoso de virtud que agradeciese el país; pero aun así y todo, ¡qué diferencia entre los revolucionarios que derribaron á Itúrbide y otros militares revolucionarios anteriores y posteriores á Itúrbide, dándose premios exorbitantes por servicios imaginarios, hacién– dolos retroceder á las olvidadas fechas de su rebelion para cobrar cantidades mayores y persiguiendo con verdadero encarnizamiento los fondos públicos hasta en sus escondrijos mas reservados!

Pero, prescindiendo de esta triste consideracion sobre un mal inherente á todas las revoluciones militares, hablemos ya de la sesion en que fué aceptada la

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