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LVIII.

Hemos concluido. No nos hemos propuesto en esta obra seguir las fases diversas de la revolucion de Méjico, y apreciar sus últimas derivaciones. Consignemos, sin embargo, que no tardaron en anularse todas las garantías del plan de Iguala. Frustrada la monarquía por la ambicion de Itúrbide, vinieron despues las leyes de espulsion de los españoles y de proscripcion para el clero. No valió á los primeros acogerse á las leyes del país, nacionalizarse, haber ayudado á la independencia ó estar proscritos en su antigua patria por traidores: todos ellos fueron tratados como enemigos, con refinada mala fé y con bárbara crueldad. En el destierro y en la proscripcion de su patria natal y de su patria adoptiva murieron Negrete y Echávarri, aquel en Francia y éste en los Estados Unidos, sin que recordara la república los grandes servicios que prestaron primero á la independencia contra España, y despues al sistema triunfante contra Itúrbide. Las tripulaciones del navio Asia y del bergantin Constante, que se sublevaron en alta mar contra sus jefes, y dirigiendo el rumbo á las costas de Méjico, vendieron los buques, la patria y la honra por un puñado de oro, espulsadas fueron tambien, sin que ablandaran al Congreso mejicano las lágrimas con que espusieron el peligro de caer eu las vengadoras

manos de España. Acusados los españoles de ser los autores de todas las convulsiones por que pasaba Méjico «como si todo lo pudieran los que no podian protejerse á sí mismos,» segun dice un escritor americano, ya decretaba el Congreso «que ningun español por nacimiento podia ejercer cargo ni empleo eclesiástico, civil ó militar, de nombramiento de los poderes generales; » ya se disponia por el mismo que fueran espulsados todos los españoles capitulados, á cuya clase pertenecia aquel gran número de soldados, á quienes se quiso retener á toda costa, y que despues tuvieron que salir, dejando abandonados á su familia y á sus hijos, siendo arrancados á viva fuerza de sus hogares y empujados con brutal violencia hasta los buques que los llevaron á centenares á los Estados-Unidos, y á centenares murieron de hambre á poco tiempo, llenando los cementerios de Nueva Orleans: ya servian de rehenes en las luchas civiles, amenazados de ser fusilados á toda hora; ya se ocupaban sus rentas ó se confiscaban sus bienes (porque de apropiarse de éstos ó de sustituirlos en los empleos solo trataban los criollos, que así han procedido y procederán cuando sean fuertes en todas las colonias, ténganlo bien entendido los es pañoles de Ultramar) y hasta los ricos que escapaban de Méjico por milagro, llevándose sus capitales, y con ellos la industria que fertilizaba el país, se vieron mas de una vez en peligro, víctimas de la codicia y de la maldad de los capitanes de los buques en que se embarcaban, entre los cuales hubo uno que fué condenado á pena capital en los Estados-Unidos por el asesinato que intentó de los pasajeros, y el robo que llevó á cabo de sus equipajes, El escritor español

que sintiera removerse y palpitar aun en su pecho la ira de la patria, pudiera decir que bien vengada quedó España con el fin que tuvieron tantos desdichados de la infamía ó cobardia que muchos cometieron al abandonar su bandera ó al no morir abrazados á ella cuando Itúrbide dió su grito de rebelion: limitémonos nosotros á consignar, templada la indignacion por el tiempo y por la simpatía hacia el infortunio, que el misérrimo espectáculo que, proclamada la república, ofrecieron los españoles que desertaron ó no defendieron la bandera de la patria, nos confirma en nuestra firme creencia de que, en el encadenamiento rigoroso de los sucesos humanos, hay una lógica nflexible que hace las veces de Providencia, que no deja en caso alguno, trátese de indivíduos ó de naciones, el heroismo ó la virtud sin premio, y las faltas ó los crímenes sin expiacion.

Y lo que ocurrió á los españoles que favorecieron la independencia, ocurrió tambien al clero que la alentó y acaloró por sustraerse á las medidas reformadoras de los revolucionarios españoles. Atacada fué la jurisdiccion de la Iglesia en el modo de proveer los curatos; menoscabadas se vieron sus rentas, pues se dispuso que el pago de los diezmos quedase á la libre conciencia de los fieles sin obligacion alguna civil; los bienes eclesiásticos y las fundaciones piadosas fueron objeto varias veces de las ávidas intrusiones del poder; los institutos monásticos, vistos con recelo por los republicanos, vinieron al suelo; se secularizó la enseñanza; fueron estrañados muchos obispos; confundidos con los españoles salian los frailes de las ciudades, y los misioneros de la California, que habian

constituido ya en aquellos desiertos poblaciones florecientes, llevados eran á las playas para ser embarcados por los feroces sicarios de aquel Ramos Arispe, eclesiástico tambien, y que, cuando estaba en España al principio de la revolucion de las Cabezas de San Juan, tanto influyó en el nombramiento de O'Donojú y en la conducta de nuestro gobierno con aquella importantísima colonia.

Así, pues, monarquía, union de mejicanos y españoles, integridad de la fé, esplendor del culto, todas, todas las garantías del plan de Iguala desaparecieron bien pronto como sueños de una noche de verano, dejando en cambio la realidad de la república. ¿Qué es lo que ha sido la república para Méjico? Digámoslo rápidamente, como final de nuestro libro, para que la triste y dolorosa esperiencia de Nueva España sirva de enseñanza á la España antigua, hoy que tantos apóstoles tiene entre nosotros la repúbli– ca, ora federal, ora unitaria, y ya que así la unitaria como la federal han dado en Méjico tantos y tantos frutos de perdicion.

Al proclamarse la república, Méjico, contando con las provincias de Yucatan y de Chiapas, tenia una estension territorial de 216.012 leguas cuadradas, , y á pesar de que los mejicanos se hacian la ilusion de que los Estados-Unidos habian de ayudarles al proclamar y al sostener instituciones políticas iguales, fundando este cándido optimismo en las calorosas felicitaciones que al principio de su revolucion les dirigió la gran república, lo cierto es que, despues de una guerra sangrienta y desdichada, por el tratado paz que se celebró á 2 de Febrero de 1848 en la

de

villa de Guadalupe, hubieron de cederse las proyincias de Tejas, de Nuevo Méjico y alta California, en totalidad, y una porcion considerable de los Estados de Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, esto es, una estension de territorio de 109.944 leguas cuadradas, con mas otras 1.938 como indemnizacion de una suma de quince millones de pesos, de modo que vino á perder Méjico mas de la mitad de su territorio.

Tenemos por indudable que España habria podido ofrecer mas resistencia á la ambicion de los Estados Unidos; pero, aun prescindiendo de esto, si al realizarse la independencia de Méjico se hubiera establecido la monarquía bajo las bases del plan de Iguala, si allí se hubiese levantado una monarquía, como el imperio del Brasil, con elementos europeos, reforzando su poblacion indígena con el contingente de españoles que anualmente iba á Méjico, y con parte de los europeos que enriquecen la poblacion yankee, si allí hubiera surgido una potente representacion de la raza latina en América, en frente de la anglo-sajona que la aniquila y absorbe, si allí, con tiempo, con oportunidad, en la hora precisa se hubiera hecho lo que, tarde quizás, y en malas condiciones sin duda, quiso hacer la Europa, ó en nombre de la Europa alguno ó algunos de sus soberanos, al proteger al valeroso é infortunado Maximiliano, se habria evitado la horrible mutilacion de territorio de que hemos hecho mencion. Se proclamó la república, se aflojaron todos los resortes de la autoridad, desapareció el ejército, cada Estado se consideraba independiente, abrió sus fauces el coloso vecino y se fué devorando á Tejas, á California, al Nuevo Méjico, á Tamaulipas, á

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