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XXIII.

Seria injusto desconocer el singular tino y consumada habilidad que desplegó Itúrbide, ora como militar, ora como político, desde que inició su campaña.

Halagando siempre á los españoles y depositando en los que se le unian la confianza mas absoluta, queria poner de su lado un elemento tan vital para sus miras ulteriores. Buscando á los insurgentes, á quienes antes habia combatido, como meros auxiliares y manteniéndolos siempre á cierta distancia, seguia protestando contra los horrores de la brutal insurreccion del cura Hidalgo y se captaba las simpatías de los hombres de órden, de las gentes acomodadas ó ricas. No le importaba aventurarse á celebrar una conferencia á solas y lejos de sus fuerzas con el general español Cruz que mandaba en Guadalajara, porque confiaba en su hidalguía, y además era para él de grande importancia asegurarse de su apoyo, ó si tanto no, conseguia paralizar su accion, haciéndole comprender que su resistencia nada podia contra la revolucion ya tan pujante, cosa que consiguió, porque Cruz desde entonces, bien que no entrara en los proyectos de Itúrbide y le propusiera una suspension de hostilidades para entenderse con el virey, permaneció en una inaccion absoluta, que se comprende, mas no justifica,

porque no hay general de ordinario, por bravo y pundonoroso que se le suponga, que cuando llega una situacion desesperada, como la en que consideraba Cruz á España entonces, se crea obligado á dar la vida por la honra.

Cuando capituló Valladolid, Itúrbide empeñó su palabra de honor de que la guarnicion saldria con los honores de guerra, dirigiéndose con las armas al punto que eligiese y facilitándonle los fondos y auxilios necesarios para el viaje. En una alocucion que publicó decia que todos los europeos que quisieran separarse de sus banderas voluntariamente y seguir la de la independencia, serian incorporados con el mayor gusto á su ejército ó dedicarse á la ocupacion que tuviesen por conveniente, y que á los que quisieran regresar á España, se les darian sus alcances y se les facilitaria trasporte, aunque su mas vivo deseo era <que ni uno solo saliese del país, en prueba de lo cual habia pasado con ascenso á los cuerpos independientes á todos los que se habian querido presentar. >>

Esta moderacion de Itúrbide en medio de sus triunfos, este lenguaje lisonjero con el vencido, era hijo del cálculo, es cierto, porque Itúrbide queria unir á su suerte á los españoles, pero no honraba menos al vencedor. Si Itúrbide hubiera vejado, perseguido, maltratado á los españoles, como lo hicieron los antiguos insurgentes, no habria terminado tan rápida y tan felizmente su campaña. Toleran los hombres el daño alguna vez, pero lo que no perdonan nunca es la humillacion, es el insulto, es la vileza cuando se junta al daño.

La prevision, oportunidad y rapidez con que dis

puso y concertó sus tropas para cortar á Bracho que venia en auxilio de Querétaro conduciendo un convoy de barras de plata que habia de pasar á Méjico, son admirables, aunque no tanto como la insigne torpeza de Apodaca de enviar este tardío refuerzo cuando todas las fuerzas de Itúrbide acampaban por los contornos de Querétaro, y como el singular descuido de no haber embarcado en Tampico aquel depósito. Bracho se vió rodeado de fuerzas muy superiores y tuvo que rendirse, dándose el triste y conmovedor espectáculo de que muchos soldados, viéndose vencidos sin combatir, rompieran sus fusiles antes que entregarlos y alguno de ellos prorumpiera en quejas tan sentidas al entregarlo que, al saberlo Itúrbide, formara empeño de tomarlo á su servicio, con lo que daba pruebas de conocer bien el corazon humano y se hacia con un amigo leal para todos los trances de su vida, porque el ánimo altivo y generoso que no se abate ante el infortunio, nunca olvida al que lo honra y levanta en esas horas de angustia suprema.

Formalizado el sitio de Querétaro, Itúrbide interceptó una carta del virey dirigida al brigadier Luaces que mandaba en la plaza, que contenia términos ambiguos muy propios de quien, considerando que debia sucumbir Querétaro, queria descargar la responsabilidad de sobre sus hombros y cargarla sobre los del pobre Luaces, cosa muy corriente en la milicia que los jefes carguen las faltas ó las desdichas sobre los subalternos y les usurpen por igual razon sus aciertos y sus fortunas, y aprovechando aquella oportunidad, Itúrbide dirigió la carta á Luaces, acompañándola de notas un tanto cáusticas á propósito para mover el

ánimo de Luaces contra el virey y disponerle á la capitulacion á que necesariamente tenia que venir no habiendo recibido ningun refuerzo, por mas que con oportunidad y con urgencia los habia pedido.

Cuando entró en Querétaro y supo que Luaces estaba postrado en cama, Itúrbide, por la noche, sin mas acompañamiento que el de un ayudante, se dirigió al convento en que aquel habitaba, y cuando el centinela del regimiento de Zaragoza, uno de los mas brillantes cuerpos que España envió, preguntó «¿quién vive?» contestó al momento: «Itúrbide;» prueba de confianza en la lealtad española que halagó á los soldados de la guardia, quienes, llenos de curiosidad, se precipitaron á su entrada y le dieron muestras de tanta admiracion como respeto.

En este mismo Querétaro publicó Itúrbide un bando en que, parodiando á los vireyes, que por hacer ostentacion de ilustre alcurnia, desenterraban los apellidos de sus antepasados, daba á conocer á las gentes toda su genealogía en estos términos: «D. Agustin de Itúrbide y Aramburu, Arregui, Carrillo y Villaseñor, primer jefe del ejército imperial mejicano de las Tres Garantías.» Pueril vanidad que indica chico corazon y no muy grande inteligencia. En ciertas posiciones, los apellidos no valen, valen los hechos. Bolivar en la América del Sur, Washington en los Estados-Unidos, Napoleon en Europa no fascinaban á nadie con su abolengo: fascinaban con su valor ó con su virtud ó con su génio. La ilustracion de los abuelos sirve á las medianías para levantarse á poca costa, ó á los tribunos del pueblo que vienen de la aristocracia, porque instintivamente infunden mayor respeto

en las muchedumbres que los suponen mas desinteresados viendo que al parecer descienden hasta las clases desheredadas, como ocurrió en los Gracos, como en Mirabeau, como en Lafayette y tantos otros; pero cuando se aspira al poder sumo ó al primer puesto, es casi accesorio ó nulo lo que nos dieron nuestros padres, es lo principal lo que los mismos hombres se dan y dan á los demas con su virtud, con su valor, con su carácter y con su génio.

Por cierto que Itúrbide en este mismo bando echaba en cara al gobierno español las providencias duras y crueles á que apeló para cobrar las contribuciones que consideró indispensables para acabar la última guerra, olvidándose sin duda de que ninguno como él en Guanajuato desplegó tanta severidad y esplotó en provecho propio aquella mina, y aboliendo entonces muchos impuestos para captarse popularidad—cuando despues como gobierno tuvo que restablecerlos en parte, y porque no los restableció del todo tuvo que apelar á empréstitos que arruinaron completamente á la nacion-dispuso que solo se cobrara una contribucion general espontánea, como si dijéramos un empréstito voluntario, de los que tantos hemos visto en España, que estuvo muy lejos de producir los lisonjeros resultados que se prometia, porque es preciso desengañarse, en todos los países el patriotismo se entiende de ordinario de la misma manera, estrepitoso y vocinglero siempre, menos cuando llega la hora de los sacrificios pecuniarios.

Concluiremos este capítulo haciendo notar la única falta verdaderamente grave que cometió Itúrbide en la campaña político militar que tocaba ya á su fin,

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