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ELOGIO

DEL

CARDENAL JIMENEZ DE CISNEROS.

SEÑORES :

En esta solemnidad académica que por segunda vez celebra el Instituto del Cardenal Cisneros desde que el Gobierno de S. M. se dignó engalanarlo con tan honroso título, sin que pretenda abarcar, como en la anterior, los hechos más culminantes de su vida, que bajo múltiples aspectos hacen de nuestro excelso Titular una de las más grandiosas figuras de que España puede envanecerse (*); con todo, no puedo excusarme, puesto que honrar su memoria es el objeto primordial de esta fiesta, de entresacar algunas de sus alabanzas, y tejiendo con ellas una guirnalda, depositarla ante la marmorea estatua que en mitad de este augusto recinto se levanta grave y majestuosa, escogiendo entre todos sus actos los que nos autorizan á considerarle como uno de los más consumados políticos y hombres

(*) En términos no mén expresivos ha dicho lo mismo recientemente D. Cárlos Navarro Rodri. go: «El nombre de Cisneros pasa de un siglo á otro como la más pura, como la más bella, como la más o santa de nuestras glorias.) (EL CARDENAL CISNEROS. – Estudio biográfico.-Pág. 221; Madrid, 1869.)

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Esta política, de la cual en tanto que fué la reinante de España hasta la conclusion del siglo xvii, no fueron bastantes para retraer á la Casa de Austria, ni los menoscabos de materiales intereses, ni los mayores contratiempos, ni áun las fuerzas de una gran parte de Europa, coaligadas para contrarestarla; esta política consistia, Señores, en completar, por lo que toca á su situacion interior, aquella triple unidad, de territorio, de religion y de raza, que fué el ideal de Isabel la Católica, llevando la de raza á los últimos límites con la expulsion de los moriscos D. Felipe III, cuando áun España se halla en el zenit de su prosperidad, á principios del siglo XVII; y en cuanto al exterior, llenar una gran mision providencial, implantando el estandarte de su fe á donde quiera llegaban sus armas victoriosas; dándose la mano españoles y portugueses —que para esto se confunden por algun tiempo en una sola nacionalidad;—propagando, lo mismo por las inmensas comarcas del Nuevo Continente, que por las Indias Orientales y la Oceanía, aquella fe y civilizacion cristianas que habian conservado ambos países en toda su pureza despues de sacarlas triunfantes, tras lucha de algunos siglos, de la civilizacion muelle y afeminada de los árabes, á la cual por algunos escritores modernos se ha querido dar una excesiva importancia; siendo un hecho muy notable que estos dos pueblos son los únicos que supieron mantener incólumes sus creencias contra las innovaciones de la reforma protestante; que para resistir á sus contínuos embates, diríase que dispuso Dios, en sus insondables arcanos, que, igualmente victoriosa y vencida, conservára nuestra España, en Nápoles, en el Milanesado, y sobre todo en Flandes, varios puestos avanzados, hasta que vino á arrebatarlos a nuestra dominacion el tratado de Utrecht más bien

que

la fuerza de las armas. Ahora bien, de aquella vasta monarquía-que, más o menos mermada, más bien por los tratados, como acabamos de indicar, que por las derrotas, subsiste en posesion de una gran parte de su territorio hasta principios de este mismo siglo— quienes echaron los cimientos fueron los Reyes Católicos; pero ademas de compartir con ellos el gran Cisneros la gloria de haber dejado á su muerte en vías de una gran prosperidad á nuestra patria, realizada la union de Aragon y Castilla, é iniciada aquella serie de gigantescas expediciones que habian de afianzar por tanto tiempo nuestro poder en América ; á Cisneros es debido principalmente el que, agostados en flor los supremos esfuerzos hechos por aquellos Reyes, no volviese á caer España en la postracion y abatimiento en que yaciera toda ella, fraccionada y dividida, en el reinado del último de los Enriques.

Cisneros, Señores, es nombrado confesor de la magnánima Isabel en el mismo año 1492, en que los eternos enemigos de nuestra fe son desalojados de su último baluarte; y el que no sólo habia vivido hasta entonces muy apartado del bullicio de la Corte, sino hasta de toda humana sociedad en la Órden que habia abrazado de la Observancia de San Francisco, haciendo en solitaria choza la vida más áspera y penitente, continúa siendo el humilde fraile que, acompañado de un religioso de su Órden, mendiga el albergue y el preciso sustento en los largos viajes que emprende en servicio de la religion y por mandato de sus Superiores y de sus Reyes, hasta que por fin se necesita un Breve del Papa para que acepte el Arzobispado de Toledo; y sobre todo, desde la época de su elevacion á tan alta dignidad, vistiendo siempre el tosco sayal bajo la púrpura y el armiño, es el principal Consejero de su Reina, cooperando eficazmente á la ejecucion de sus planes. - Vedle, sino, conjurando los conflictos que en sus mismos principios comprometian nuestro dominio en las primeras islas conquistadas por Colon al otro lado de los mares, enviando allá sabios y celosos religiosos de su Órden, que convierten á muchos de aquellos salvajes al cristianismo, é inauguran aquel sistema de colonizacion, que áun hoy sigue practicándose en las islas Filipinas, al cual se debe sobre todo que, asimilándose los indígenas, a la vez que en religion, á los usos y costumbres de la metrópoli, y domada en gran parte la fiereza de los conquistadores, quedáran definitivamente incorporados á la corona de España al cabo de ciņcuenta años, formando provincias y

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