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en persona á hacerlo por estar tan ocupado en la guerra. Llegó á Zapotlan Villareal, donde halló al adelantado D. Pedro de Alvarado muy bien armado con su lanza en la mano y en un caballo muy hermoso alzó la visera, y estribando en la lanza en el suelo, parado en los estribos, dijo: «Señor adelantado, V. S. tome estas cartas que son del capitan y gobernador Cristóbal de Oñate, y vienen escritas con sangre y lágrimas de afligidos y muertos: de parte suya y de la de S. M., y de Dios primeramente, requiero á V. S. dé socorro á aqueste reino y aquella ciudad, porque si V. S. no lo socorre con brevedad se perderá todo. » Á que respondió el adelantado, tomando las cartas: «Harélo yo, hidalgo, de mil amores, que á eso vengo; idos á descansar.» Mandó luego le diesen recado para su persona y caballo, y tomó las cartas y leyóselas á todos, las cuales decian el aprieto en que estaban los vecinos de la ciudad de Guadalajara, y que pues era tan gran servidor de S. M., que en esta ocasion lo habia de mostrar mas, y que le suplicaban por amor de Dios con toda brevedad los fuese á socorrer con su persona y soldados, caballos y arcabuces, porque estaban cercados en partes que si no fuesen socorridos no se podrian defender de infinidad de indios guerreros que estaban en unas fuerzas y peñoles que se dice en el Mixton, los cuales habian muerto muchos españoles de los que tenian en su compañía, y temian no les acabasen de desbaratar, significando en la carta muchos trabajos y lástimas, y decian mas, que de salir los indios victoriosos quedaria en gran riesgo la Nueva España.

Habiendo leido la carta el adelantado, dijo: «Negocio es grave; conviene se acuda á él con las veras que tal caso requiere; » y llamando á Villareal, «Tened estas cartas, caballero, y dádselas al señor gobernador, y decidle á Su Señoría que le beso las manos, que no tenga temor de cosa alguna, que yo voy á servirle y ayudarle con mi persona y armada, y que primero me faltará la vida que yo falte, y en especial en tal ocasion, y que esta causa es mia, y á eso he venido yo y todos estos señores soldados (á los cuales tenia allí con prevencion, dejando cincuenta en guarda de la armada), y andad con Dios, que así se lo escribo ya, y yo seré allá tan presto como vos. » Luego al punto nombró un capitan con cincuenta soldados para el pueblo de Autlan, para que desde allí

acudiesen al socorro de la villa de la Purificacion y diesen favor al capitan Juan Fernandez de Hijar; en Zapotlan puso otro con otros cincuenta hombres para que acudiesen al socorro, si fuese menester, de los vecinos de Colima y provincia de Ávalos, que era vecina á la Galicia; fué luego á Etzatlan y puso otro capitan con otros veinticinco españoles, y en la laguna de Chapala, siete leguas del valle de Tonalá, puso otro capitan con otros veinticinco: y habiendo puesto todas las fronteras, se quedó con solos cien soldados escogidos y los mas de á caballo, ballesteros y arcabuceros, y al capitan Diego López de Zúñiga, que es á quien envió á Etzatlan, encomendó acudiese á la defensa de Tequila, por estar aquella gente de mala data; y dejando dispuesto lo necesario para cualquier acaecimiento, partió para la ciudad de Guadalajara que estaba á la otra banda del Rio Grande en el puesto de Tlacotlan, y habiendo llegado al rio le acudieron caciques de Tonalá y Tlajomulco.

CAPÍTULO XXXII.

En el que se trata de lo que hizo el gobernador Oñate despues que despachó á México á pedir socorro al virey D. Antonio de Mendoza, y á Zapotlan al adelantado D. Pedro de Alvarado.

Luego que el gobernador Cristóbal de Oñate despachó á pedir los socorros que quedan referidos, mandó llamar al capitan Miguel de Ibarra para que con ciertos soldados fuese á ver y á visitar el valle de Teocaltiche y Nochistlan y á todos aquellos pueblos, como encomendero que era de ellos, y hallólos todos alzados y despoblados, y tan soberbios que se admiró, y envió á decir á los caciques que le diesen de comer; á que le respondieron que lo trajesen de Castilla de sus tierras, porque ellos no sembraban para unos per ros barbudos, y que se volviesen á España porque aquella tierra era suya y de sus antepasados, y que si no queria irse sino comer, fuesen á Nochistlan, que allí se lo darian. El capitan Miguel de Ibarra les volvió á enviar á decir, que más queria que fuesen amigos, que comer; que se dejasen de guerra, porque él no les queria matar ni guerrear, sino tenerlos por hijos y hermanos, porque si

quisiera acabarlos en su mano estaba, que aunque eran pocos bastaban para ellos; ademas que en México tenian muchos españoles sus parientes, que si quisieran los enviarian á llamar y los acabarian; pero que tenia atencion á que no eran cristianos, y su venida no era sino para que conociesen á Dios, y que fuesen sus amigos, y así se lo tenia mandado el emperador y rey de España, y que el no consumirlos era temiendo á Dios que los castigaria por ello; que les rogaba dejasen las armas. Á esta razon respondieron con grande risa: «Si tan valientes sois, cómo os fué en el Mixton con los de Xuchipila, que hicísteis como mujeres; dónde están esos vuestros parientes mexicanos, cómo no vienen á vengaros; dejaos de eso, idos, que presto iremos á vuestro pueblo y os acabaremos, y traeremos á vuestros hijos y mujeres, y nos amancebaremos con ellas; andad, gallinas, cobardes. »

Vista esta respuesta por el capitan Ibarra, determinó dejarles, y al tiempo de partirse les dijo: «Quedaos, hijos, que algun dia lo lloraréis;» y á la despedida dieron á los españoles una rociada de flechería, diciendo: «Tomad comida. » Esto pasó en Teocaltiche, y habiendo salido de allí, fué el capitan Miguel de Ibarra al pueblo de Nochistlan, cuatro leguas de distancia, que era mejor gente, y en todos aquellos pueblos de alrededor no hallaron persona alguna, sino todo despoblado. Llegado al pueblo de Nochistlan, que entonces estaba poblado en el peñol, al tiempo que subió á lo alto para entrar en él, halló siete albarradas reforzadas de mas de dos varas de ancho y un estado de alto, no teniendo antes sino una albarrada por cerco, que todo lo demas eran rocas tajadas é inexpugnables, y mas de diez mil hombres de guerra muy emplumados á su usanza; entonces llamó á grandes voces á los caciques, que el uno se llamaba D. Francisco y era cascan de nacion, y el otro se llamaba D. Diego y era zacateco; el D. Francisco llegó á hablar á Ibarra y le dijo: «Señor, ¿á qué vienes? ¿quieres que te maten estos á tí y á esos soldados, como hicieron los de Xuchipila? Yo muy llano estoy á servirte, y porque soy amigo de los españoles me ha querido matar mi gente y vasallos, y me tienen por sospechoso quien anda en esto es D. Diego el cacique zacateco; creédmelo, y que si me muestro contrario á vosotros, es por cumplir con ellos, y que no me maten. » Entonces dicho Ibarra

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les dijo: «Pues llamad á D. Diego, que quiero verle y hablarle; » y habiéndole llamado D. Francisco, le dijo Miguel de Ibarra: «D. Diego, ¿para qué andais con estas revueltas? dejaos de ellas y vivid en paz, pues no os han hecho agravio los españoles para que tan enemigos os mostréis de ellos. » El indio respondió: « Sois unos perros bellacos, y mas lo es D. Francisco que me llamó; andad, idos, porque aquí os haremos pedazos; » y entonces dió voces á todo el pueblo, y salió con mucha gritería toda la gente disparando infinitas flechas. Visto por Miguel de Ibarra, se fué retirando á media rienda con los pocos soldados que llevaba, hasta que se vió libre de ellos, y se volvió á la villa y contó al gobernador lo que pasaba; y habiéndolo oido, le dijo el gobernador lo bien que habia hecho en retirarse, que era menester mas gente para castigarlos, y que presto habria remedio, porque Juan de Villareal habia vuelto con nuevas que D. Pedro de Alvarado venia y que traia cien soldados, y que estaba entendido estaba ya en el valle de Tonalá, y le esperaba por horas; que Dios habia de ser servido de remediarlos; que estuviesen apercibidos, así para los enemigos como para recibir al adelantado.

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En que se trata cómo el adelantado D. Pedro de Alvarado llegó á la ciudad de Guadalajara con sus soldados, y de algunas cosas que fueron sucediendo.

Ya queda visto el valeroso ánimo y buena voluntad con que el adelantado D. Pedro de Alvarado procuró acudir al socorro de los españoles del Nuevo Reino de la Galicia contra la conspiracion general de los indios, por cuya prevencion dejó presidiados los dichos, y cómo llegó al Rio Grande, y allí le acudieron los indios caciques de Tonalá y Tlajomulco con gente de guerra para asistirle y pasar los soldados de su campo, por haberles conservado el padre Fr. Antonio de Segovia con sus pláticas en la amistad de los españoles y doctrina cristiana que les habia enseñado, que fué harto bien del reino tenerlos siempre por amigos. Allí, pues, los caciques y se

ñores de Tonalá le recibieron muy bien y dieron lo necesario: preguntóles el adelantado D. Pedro de Alvarado, si eran tambien ellos de los alzados, porque él venia á socorrer á los españoles y á vengarlos de las matanzas que habian hecho en ellos; á que respondieron que nunca ellos tal intento tuvieron, que los cascanes eran los alzados, que ellos siempre habian defendido á los españoles, y que por haberlo hecho así en lo del Mixton les habian muerto cantidad de gente con los españoles que allí murieron: á que les respondió el adelantado aconsejándoles estuviesen firmes en tener lealtad con los españoles, porque si no lo hacian así, él los castigaria muy bien; y ellos le prometieron guardar lealtad y socorrerles en todo en sus tierras siempre; y habiendo oido estas razones el adelantado se alegró mucho y les mandó dar algunos géneros de ropa de las de los españoles, con que quedaron muy amigos; y luego les pidió le diesen indios y gente para pasar el Rio Grande y barranca para ir á la ciudad de Guadalajara que estaba de la otra parte, y ya habia dado aviso al gobernador Cristóbal de Oñate de su llegada, desde el Rio Grande donde se junta otro rio que llaman Temacapulli, que viene desde Zacatecas; y habiendo sabido el gobernador Oñate de su venida, envió gente y españoles y al capitan Juan del Camino para que le fuesen á dar el parabien de su llegada y le viniesen sirviendo; y habiendo llegado Juan del Camino al rio con todo el regalo posible, halló al adelantado pasándolo, que iba grande por ser tiempo de aguas, y así que pasó, Juan del Camino le besó las manos de su parte y del gobernador, y le recibió el adelantado muy gustoso, y más cuando supo estaban vivos los de la ciudad, porque segun se habia dicho, entendió eran muertos todos, y así venia á la ligera con sus españoles á socorrerlos y acudir á la necesidad presente, y que mas gente dejaba en las fronteras de doscientos soldados, para si fuesen necesarios en algun tiempo, y que él daba palabra de no desamparar el reino hasta dejarle pacífico ó perder la vida, pues le habia guardado para aquella ocasion, y llevando otra DERROTA por la mar, sin pensarlo aportar donde se hallaban, y que él daba gracias a Dios por aquella aventura, pues le traia para remediar tanta necesidad, lo cual era mucha ganancia para él, así por el mérito que tendria ante Dios, como para S. M. el Emperador Cárlos V, cuyo capitan era.

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