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Luego que el adelantado pasó fué marchando á la ciudad, que estaba tres leguas de allí, y á media legua antes de llegar á ella encontró al capitan y gobernador Cristóbal de Oñate que le salia á recibir con los pocos españoles que en la ciudad habia; y habiendo llegado el adelantado y gobernador se abrazaron y se saludaron como personas tales, y quedándose un poco atrás ambos, cada uno fué tratando de sus cosas, muy contentos de verse juntos en tal ocasion dos capitanes los mas famosos que habia habido en la Nueva España desde que la entró á ganar el marques del Valle; y habiendo llegado á la ciudad llevaron al adelantado D. Pedro de Alvarado á las casas del capitan Juan del Camino que estaba casado con una señora deuda del adelantado, llamada Magdalena de Alvarado; allí fué hospedado y regalado de toda la villa, que con su entrada y gente se le habia aliviado la pena de la ruina que esperaban, teniendo por cierto que con aquel socorro se allanaria todo; y habiendo descansado allí algun tiempo, el gobernador Cristóbal de Oñate se juntó con el adelantado y se trató de la guerra y de los sucesos pasados, y cuán encendidas iban las cosas del reino en guerras y rebeliones; y habiendo oido el adelantado las cosas pasadas y visto las presentes, y en cuán mala parte estaba fundada la ciudad, dijo; «Señor gobernador, á mí me parece no se dilate el castigo de estos traidores enemigos, que es vergüenza que cuatro indios gatillos hayan dado tanto tronido que alboroten dos reinos con menos gente que con la que traigo basta á sujetarlos, porque he arruinado muchas mas máquinas de enemigos, y es mengua que para estos sea menester mas socorro; no hay que esperar mas. >>

Habia llegado á la ciudad á doce de Junio del año de mil quinientos cuarenta y uno, y como tenia probadas sus fuerzas con indios mexicanos, de Guatemala y otras provincias, parecióle mengua del valor español aguardar la fuerza del ejército del virey que se juntaba, á quien Cristóbal de Oñate habia dado aviso, y así le pareció ganar para sí la gloria y triunfo sin aguardar socorro, sin podérselo estorbar los capitanes y vecinos de la ciudad de Guadalajara, ni persouras graves que en su compañia traia, como eran D. Luis de Castilla y Juan Mendez de Sotomayor, antes les dijo: «Yo me determino salir de esta ciudad para el dia de Sr. Santiago

solo con mi gente, sin que vaya ningun vecino de la ciudad á la guerra, ni soldado de ella; quédense con el señor gobernador, que yo basto con ella para allanarlo todo, porque qué gente es esta para temerla; porque la causa de estar los indios tan victoriosos y atrevidos ha sido la causa el poco ánimo que han tenido los españoles en los encuentros.» Dió pena al gobernador Cristóbal de Oñate el oir semejantes baldones al adelantado, y de ver cuán engañado estaba él y su gente en lo que decian, porque el mas mínimo de los soldados y vecinos que la ciudad tenia era mas valeroso que los que el adelantado traia, porque eran bisoños; y así el gobernador Oñate le dijo: «Señor adelantado, no hay que tratarse de eso; todos hacen el deber en su casa; V. S. no conoce la tierra, que es áspera, y vale mas un indio de los de por acá, que mil de los que por allá se han conquistado; y en lo que toca á los soldados, los de acá son bonísimos; no quiero tratar de los que V. S. trae. Dice que con brevedad quiere allanar la tierra; pero para allanarla dése órden de lo que se ha de hacer, y vamos, que yo deseo harto la brevedad; pero repare V. S. en que son las aguas y la mayor fuerza de ellas, hay pantanos, y no sé lo que será; espere V. S. á S. Miguel, que entonces cesarán las aguas ; » á que respondió el adelantado: que él habia de ir, que así convenia para concluir aquella empresa, y luego embarcarse para su viaje, y que cuatro dias bastaban para allanar la tierra; que todo era burlería. Hubo demandas y respuestas sobre el caso, y al fin salió determinado que el adelantado fuese con su gente, y no otro ninguno de la ciudad; y ya determinado á salir para ir al peñol de Nochistlan, le dijo el gobernador: «Señor adelantado, mucho me pesa dejar ir á V. S. solo: yo prometo á V. S. que se ha de ver en trabajos, porque es el tiempo lodoso, y los indios malos y soberbios; no suceda algun caso extraño. Espere socorro de México, y todos juntos en buen tiempo haremos la pacificacion llana y sin riesgo. »

Recogió tanta pena y enojo el adelantado, que no curó de razones, y respondió con decir: « Ya está la suerte echada, yo me encomiendo á Dios. » Despidióse de todos y tomó su camino para el peñol y pueblo de Nochistlan, animando su gente y diciéndoles hiciesen su deber, que no les estaba bien llevar á los de la ciudad; y todos blasonaron que haria cada uno mas que el Cid y Roldan;

y

y despues que se fueron, temeroso el gobernador Cristóbal de Oñate de la ruina en que habian de parar por el mal gobierno que vió, conocerlo todo, mandó luego aderezar veinticinco hombres de á caballo y él con ellos, y dejando el recado que le pareció necesario en la ciudad, comenzó á caminar por lo alto de Xuchipila y las montañas de Nochistlan, y se fué á poner enfrente del peñol en lo alto, para desde allí avistar y ver lo que pasaba; y así llegado al puesto, que era en una mesa alta redonda donde la ciudad solia estar cuando se fundó la primera vez, porque desde allí se veia muy bien el combate del peñol, sin que fuesen sentidos de los del adelantado, llegó D. Pedro de Alvarado á reconocer la entrada en el pueblo y peñol de Nochistlan, y hallóla cerrada con siete albarradas muy fuertes, y queriéndola entrar salieron á defenderla mas de diez mil indios y sus mujeres, y con flechas, dardos y piedras resistieron y pelearon con tanta fuerza y ferocidad, que al primer encuentro que tiraron quitaron la vida á veinte españoles,

y al instante los hicieron pedazos y los echaron por el aire sus cuerpos, retirando algo á D. Pedro de Alvarado y á su gente, el cual volvió á acometer á las albarradas, y le mataron otros diez, sin que lo pudiese remediar; y viendo que porfiaba á entrarlos, fué ;y tanta la gente que salió de tropel de los enemigos á campo abierto, que le fué fuerza retirarse porque el tiempo era lluvioso, la tierra empantanada y cenagosa y llena de cardones y magueyales, y no eran señores de los caballos porque se atascaban, ni aun los soldados de á pié podian andar por el gran lodo, y así le fué forzoso el irse retirando antes que le acabasen la gente, viendo los tiempos contrarios, y con mucho esfuerzo y valor fué sacando su campo; y viendo los enemigos que se salia para retirarse, salió casi la mas gente de las albarradas á dar sobre él, y haciéndoles rostro se fué retirando de ellos, y le siguieron mas de tres leguas, teniéndoles bien afligidos. Apeóse del caballo, y como valeroso capitan, á pié con los peones peleaba con su espada y rodela, haciéndoles rostro. Los de á caballo harto hacian en buscar tierra enjuta por no se atollar, y por no poder caminar por lo pedregoso y cenagoso, y aquí le mataron un español llamado Juan de Cárdenas y al caballo en que iba, y en pudiendo hacian sus arremetidas; y yendo peleando los enemigos con el adelantado y su gente, los embarran

caron y dieron con ellos en una quebrada entre el pueblo de Yahualica y Acatic; y ya que el combate iba cesando y los enemigos se volvian, el adelantado mandó á sus soldados de á pié y á cabaHo marcharan sin fatiga, porque ya los enemigos se sosegaban y retiraban para sus peñoles.

Iba el adelantado á pié con ellos en retaguardia, y uno de los de á caballo que se llamaba Baltasar de Montoya, natural de Sevilla, y era escribano de D. Pedro de Alvarado, que despues murió de ciento y cinco años, llevaba el caballo cansado, y subiendo una cuesta le dió con las espuelas, haciendo fuerza para adelantarse, en tanta manera que le hacia perder pié; el adelantado le dijo: «Sosegaos, Montoya, que los indios nos han dejado; » pero como el miedo es gigante y le habia ocupado, no atendió á las razones que le dijo, sino á huir; y como iba hablando con él el capitan, diciéndole que se reportase, que porqué se daba prisa á picar y huir, se le fueron al caballo los piés, y fué rodando el caballo, y de un encuentro se llevó por delante al adelantado, siendo tal el golpe que le dió en los pechos, que se los hizo pedazos, y le llevó rodando por la cuesta abajo hasta un arroyuelo, adonde estando caido acudió toda la gente al reparo y le hallaron sin sentido; y procurando alzarlo, diéronle agua con que volvió en sí, y echaba sangre por la boca á borbosadas, y dijo: «Esto merece quien trae consigo tales hombres como Montoya. » Era tan grande el dolor que le afligia, que apenas podia hablar; y preguntándole D. Luis de Castilla qué le dolia, respondió: «El alma: llévenme á do confiese y la cure con la resina de la penitencia, y la lave con la Sangre preciosa de nuestro Redentor. » Causaba mucha lástima á todos, y luego aderezaron un pavés y le llevaron al pueblo de Atenguillo, que era cuatro leguas de adonde le sucedió el caso, que fué á veinticuatro de Junio del año de mil quinientos cuarenta y uno, dia del glorioso precursor S. Juan Bautista, donde llegaron á dormir, para ir otro dia á Guadalajara ; y en el tiempo que esto pasaba, viendo el gobernador Cristóbal de Oñate que á tales lances habia llegado el adelantado y su gente, y que lo llevaban de corrida, salió tomando lo alto para salir al encuentro á su defensa; y cuando salió al pueblo de Yahualica alcanzó algunos soldados á pié, y les preguntó adónde quedaba el adelantado? los cua

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les le dijeron lo que habia pasado en el combate, y que le habian muerto treinta soldados, y la desgracia sucedida, y como había pasado adelante é iba mortal; y entonces el gobernador sintió mucho el suceso, se dió prisa á caminar con los suyos, y á la oracion llegó al pueblo de Atenguillo; halló los soldados que le habían quedado, y al adelantado muy fatigado, y todos bien afligidos del caso; y habiéndose visto entrambos se enternecieron, y el gober nador Oñate le dijo: «Señor adelantado, al alma me llega que V. S. se haya puesto en tanto riesgo y en tal extremo de perder la vida, pues como hombre tan experimentado en la guerra dije á V. S. no fuese á este castigo, por ser el tiempo contrario y favorable á los enemigos, y es muy diferente gente esta de la que V. S. ha conquistado; » á que respondió el adelantado: «Ya es hecho: qué remedio hay? curar el alma es lo que conviene; y muy enternecido dijo: «Quien no cree á buena madre crea á mala madrastra. Yo tuve la culpa en no tomar consejo de quien conocia la gente y tierra, y mi desventura fué traer un soldado tan cobarde y vil como Montoya, con quien me he visto en muchos peligros por salvarle, hasta que con su caballo y poco ánimo me ha muerto. Sea Dios loado; yo me siento muy fatigado y mortal; conviene que con la brevedad posible me lleven á la ciudad para ordenar mi alma. » Preguntábale el gobernador que qué sentia, dónde fué el golpe, y que qué le dolia; y echando sangre por la boca decia: «Aquí y el alma; » con tantas ansias que quebraba el corazon á todos de ver un caso tan sin pensar. Luego el gobernador Oñate mandó meterlo en su pavés y llevarlo á la ciudad, que distaba de allí cuatro leguas llanas: y él se adelantó por la posta, y dijo al Br. D. Bartolomé de Estrada, que era cura y vicario de la ciudad, saliese á encontrar al adelantado y lo confesase, porque venia muy al cabo; y luego el Br. Estrada salió con seis de á caballo, y á una legua que anduvo encontró con el adelantado que venia con grandes ansias de muerte, y habiendo llegado le dijo: «V. S. sea muy bien venido, que me pesa de verle en tal extremo; y entonces el adelantado le dijo: «Señor, sea bien llegado para remedio de una alma tan pecadora; ya no se perderá con el favor de la divina misericordia; » y sin mas razones mandó parar el pavés, y debajo de unos pinos se confesó muy devotamente, con muchos gemidos y

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