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mostraron los enemigos alrededor de la ciudad, muy galanes con plumería y arcos, macanas, rodelas y lanzas arrojadizas, armados de todas armas; y era tanta la multitud de ellos, que media legua alrededor de la ciudad por cada parte la teniah rodeada y cercada, que no se veian sino indios enemigos, embijados y desnudos, que parecíanse al diablo, de quien traian la guisa y forma, tanto que ponian espanto; y llegados entró un escuadron de doscientos indios de guerra en la ciudad, todos mancebos dispuestos, á reconocer, qué no osaban á entrar de golpe, temiendo no les viniese algun daño de las casas; reconocieron, pues, toda la casería de la ciudad con tanta brevedad, por ser las casas de cuenta tan pocas, que se volvieron á juntar con la otra gente que estaba alrededor, y habiéndose juntado, comenzó un gran rumor y murmullo, andando la palabra de unos en otros que causaba temor oirlos, y luego por escuadrones entraron bailando y cantando mil canciones al demonio, pidiéndole favor, y hicieron su paseo por la ciudad, y lo primero que hicieron fué entrar en la iglesia y arrancar las imágenes, y sacaron algunas de ellas puestas en la trasera, arrastrándolas y profanándolas, y luego quemaron la iglesia y toda la ciudad, y concluso con lo que hallaron, parecióles seria cosa fácil de hacer lo mismo en la casa fuerte, y así arremetieron á ella con tanto ímpetu y tan recio, que se entendió la postrasen á empellones.

Recibieron los nuestros muy bien este combate, defendiendo cada uno su estancia, saeteras y barbacanas, y los hicieron retirar, y mandó el capitan y gobernador Oñate que no hiciesen mudanza, sino que se estuviesen quedos y los dejasen desflemar en su furia primera, y que hubiese silencio hasta que él otra cosa mandase; y estando en estos combates, en una de las puertas que se guar daban, un indio que en el cuerpo parecia gigante arremetió á la puerta valerosísimamente y se entró en la casa fuerte, poniéndose á fuerzas con todos, y las guardas cerraron las puertas, no le que riendo matar de lástima; al ruido que habia salió Beatriz Hernandez á ver á su marido que era capitan de la guardia de la puerta por donde el indio habia entrado, y comenzó á reñirlos á todos, estando el indio peleando con ellos, diciendo que la dejasen á ella con el indio; riéronse de ella, y estando en esto, el indio arremetió á ella y ella á él echando la mano á su terciado, y le dió una

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cuchillada en la cabeza, que cual otro Goliath dió con él en el suelo, y poniéndole el pié en el cuello, le dió dos estocadas con que lo mató; y luego dijo á su marido que con él se habia de haber hecho aquello por haber dado entrada á los enemigos, y que mirase lo que hacia, porque nó era tiempo de descuidarse un punto:. y así acudia ella á todos los combates como si fuera varon, y siempré se hallaba al lado del gobernador en cualquiera ocasion, porque de verdad fué muy valerosa en todas ocasiones, y muy estimada, hasta que murió.

Andando, pues, las cosas muy sangrientas en el combate, fueron á disparar una escopeta, y no dió fuego la pólvora, que estaba húmeda ; y viendo el gobernador que la pólvora no daba fuego ni estaba buena, llamó á un Pedro Sanchez, herrero, que vino con el capitan Muncibay, gran fanfarron y que presumia de gran polvo rista y artillero, y mandóle refinase aquella pólvora; y luego el Pedro Sanchez la comenzó á refinar en un comal al fuego, debajo de una cubierta de paja, y quemó la pólvora la cubierta que esta ba en la casa fuerte, que FuÉ mayor tribulacion para los cercados, con el fuego y con la prísa que habia para apagarle. Los enemigos se alentaron más viéndolos atribulados, y comenzaron con mas furia á batir y querer ganar la casa fuerte. Fué un caso temerario en tal tiempo con que se dobló la pena en todos; pero al fin se remedió y apagó el fuego: y éstando en esto, los enemigos acome tieron por la espalda de la casa y empezaron á descimentar la pared con tantas veras, por bajo de las barbacanas, que derribaron el un lienzo sin que se lo pudiesen impedir, por no jugar la artiHería á causa de estar el artillero ocupado en refinar la pólvora; y entonces el gobernador Oñate, acometiendo á los enemigos, y viendo la falta, pareciéndole que otro barril de pólvora que estaba allf al sol estaria mejor, mandó á Pedro Sanchez que luego entrase y armase los tiros de la artillería de las troneras y los disparase hácia aquel lienzo que iban ganando; y al cabo de rato, viendo que no acababa de disparar, y que ya los enemigos publicaban victoria, fué el gobernador á la tronera y dijo al artillero Pedro Sanchez, que cómo no disparaba : « Señor, héme cortado; no acierto; entonces arremetió á él y dijo: « Vuestro rajar y cortar nos tiene puestos en este aprieto: mirad que los indios minan la casa y se

muestran ya; acabad, dad fuego; » á que respondió: «Señor, no acierto; entonces Oñate arremetió y pegó fuego á la artillería, y del primer tiro no quedó indio en la calle que no lo llevó, hasta que la pelota se envaró en los muertos, con que desaparecieron los indios de la calle, y quedó la casa libre, sin que osasen llegar mas á ella.

Fué la batería tan grande, que causaba horror y gran espanto, y viendo que los llevaban ganados, todos estaban temblando, hasta que el buen Oñate los desvió con el estrago que hizo con el tiro que disparó, siendo parte su buen ánimo para sacarlos de aquel aprieto; y luego armado con su espada y rodela acudió á ver los alojamientos y estancias y las partes do hallaba flaqueza, á proveer de todo, peleando en la defensa que parecia un leon, animando á sus capitanes y soldados para que peleasen como buenos españoles, pues ya los enemigos se habian apartado de la casa fuerte. Así que los enemigos se desviaron sosegó la batería, y el llanto de mujeres y niños era tan grande que espantaba, y mandó el capitan y gobernador que callasen, porque era animar mas á los enemigos, y que esperaban en Dios y en su Madre bendita que presto se daria fin á aquel negocio, pues era causa suya; y así que cesó el llanto de las mujeres, dieron tan grande rociada de flechería, que no se podia andar por el patio y plaza; y llegándose algunas mujeres á las ventanas llorando á ver la gente, fué tanta la desvergüenza de los indios ladinos, que les decian: «Callad, mujeres; ¿porqué llorais? que siendo mujeres no os hemos de matar, sino solamente acabarémos á esos barbudos de vuestros maridos casarémos con vosotras; » y hubo mujer que de solo oir estas palabras se quiso echar de una ventana á pelear con ellos, y lo hiciera si no se lo estorbaran; y visto que no la dejaban, de pura rabia volvió la trasera y alzó las faldas, diciendo: « Perros, besadme aquí, que no os veréis en ese espejo, sino en este ; » y cuando lo estaba diciendo le arrojaron una flecha que le clavó las faldas con el tejado, en las vigas del techo por estar bajo. Seria casi medio dia cuando sucedió esto, y cansados los enemigos de batir la plaza, muchos de ellos se pusieron por las calles á la sombra, y un capitanejo subido en una pared dijo en lengua mexicana: «Llorad bien, barbudos cristianos, hasta que comamos y descansemos,

que luego os sacarémos de ahí, y nos pagaréis los que nos matásteis en la pared ; » á que no les respondieron cosa los nuestros, sino que estuvieron muy callados. Sacaron mucha comida los indios de las despensas de las casas que robaron; y traida, dijo el capitanejo que se habia subido en la pared : « Comamos y descansemos, pues estos españoles barbudos ya son nuestros; ¿no los veis llorar que son unas gallinas?» y comenzaron á comer muy sosegados, y en medio de la comida volvieron á hablar y echar suertes sobre en las mujeres que á cada cacique habia de caber, repartiendo todas las mozas, y dijo un cacique de Xuchipila llamado D. Juan: ¿Pues qué hemos de hacer de las viejas?» y respondió otro diciendo: «< Hacerlas que tejan y hilen y nos hagan bragas; y si no quieren, matarlas y echarlas en esas barrancas para que las coman auras, y matar á los niños porque despues no nos den guerra como sus padres, y despues que estemos hartos de las mozas las darémos á los mozuelos para que se aprovechen de ellas.» Muy de reposo estaban en estas cuentas, y los nuestros con gran sentimiento de oirlos, y las mujeres como flacas lloraban, entendiendo se habian de ver en lo que los enemigos decian, segun las victorias que habian tenido. Pero antes que se acabase la comida y plática, el gobernador Oñate, viendo el reposo con que los enemigos estaban, llamó toda la gente de á caballo, y les mandó que se armasen, porque era ya tiempo y llegada la hora de Dios para pelear y vencer ó ser vencidos, que de su parte tenian á Dios, pues peleaban por su fe. Dícese que tuvo revelacion de este hecho, por la victoria que se siguió, donde peleó Santiago, S. Miguel y los ángeles, como en el capítulo siguiente se verá.

CAPÍTULO XXXIV.

Toma resolucion el gobernador contra los españoles por cobardes.

Habiendo visto la determinacion del gobernador, les pareció á algunos de los capitanes y soldados que no convenia que se hiciese porque no sucediese al revés de lo que pensaban: oyéndolo el dicho gobernador les dijo qué cobardía era aquella, y que cuando no qui

puer

siesen salir abriria el fuerte para que entrasen los enemigos y los acabasen como á cobardes y traidores á su Dios y rey; y con esta sofrenada se pusieron todos en arma para salir á la batalla, y él se armó y subió en su caballo, y mandó que se hiciesen tres cuadrillas, y que en cada una fuesen diez soldados, llevando por capitan á Juan de Muncibay, que era buen hombre de á caballo, y que saliesen por una puerta y volviesen á entrar por otra, y que luego los otros saliesen mas adelante ganando tierra y matando cuantos hallasen; y luego mandó que los soldados de á pié guardasen las estancias que tenian y la casa fuerte, y á los de las tas y sus capitanes guardasen las puertas para que con el tropel de los caballos no entrasen los enemigos, y que no dejasen salir soldados de los de á pié, y mandó al capitan Diego Vazquez guardase á las mujeres con diez soldados. Despues de esto el Br. Estrada les predicó un sermon en que les trató de la victoria que los ángeles tuvieron en el cielo contra Lucifer, cuyos ministros eran aquellos indios: que se esforzasen, porque S. Miguel les ayudaria y el Sr. Santiago, patron de España y de los españoles, y que de parte de Dios les aseguraba la victoria y sabia habian de vencer, pues estaban confesados y dispuestos, y que hiciesen como cabaHeros esforzados, y tendrian ante Dios gran premio por pelear en su causa, por haber quemado su iglesia, profanando sus imágenes, y haber cometido tantos sacrilegios y muertes de cristianos; que ya era llegada la hora, que estuviesen ciertos de la victoria, porque aquel dia era de mercedes por ser dia del arcángel S. Miguel, que seria con ellos; y tan gran sermon les hizo como él los sabia hacer, con que todos derramaron muy copiosas lágrimas, y habiendo acabado les echó la bendicion, diciendo: « Dios Todopoderoso y los ángeles sean con todos; ea, caballeros, ánimo; » y se entró do las mujeres y niños estaban, y el P. Alonso Martin se puso delante de un Cristo de rodillas cantando las letanías y salmos, pidiendo á Nuestro Señor la victoria, haciendo esta peticion con muchas lágrimas, y luego entraron algunos á despedirse de sus mujeres é hijos; y habiendo salido, subieron en sus caballos, y puestos en órden como estaba mandado, dijo el gobernador: «Ea, señores, ya es tiempo; salgan los diez de á caballo; » y se disparó un tiro que llevó toda la gente de la calle, y salieron los diez de á caballo

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