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y fueron rompiendo por enfrente de la iglesia hasta la esquina de Miguel de Ibarra, y de allí volvieron y se entraron por la otra puerta de la esquina, y luego salió otra cuadrilla y fueron abriendo hasta la casa de Juan Sanchez de Olea y plaza grande, y al volver cayó del caballo Francisco de Orozco por haber tropezado en unas vigas que estaban en un caño de agua, y viéndolo caido le echaron mano los indios y le hicieron tajadas, y el caballo disparó entre los enemigos. Dió harta pena su muerte porque era un hombre honradísimo, de muchas gracias y de mucha estima; y vista la desgracia por el gobernador, dijo desde una ventana: «Hé, caballeros, vamos todos los de á caballo; » y él cogió su caballo, y al salir dijo á todos: «Santiago sea con nosotros;» y en un instante dieron en los enemigos con tan gran tropel y tan recio, que matando é hiriendo no quedó enemigo en la ciudad que no alcanzasen, y que se dijo peleó Santiago, S. Miguel y los ángeles; y luego salieron todos los soldados de á pié y no dejaron indio en pié que encontraron; y Romero, que era uno de los de á caballo, pareciéndole que quedaba la ciudad sola, como tenia hijos y mujer, volvió á la ciudad, y pasando por su casa hallóla quemada, y fuése por la calle abajo, y dió vuelta hácia la casa de Hernan Florez, y mirando la calle arriba vió en una loma que estaba sobre la casa fuerte mas de dos mil indios cascanes que se venian á meter en ella y querian coger el caballo de Orozco, que solo andaba entre ellos escaramuceando; y visto por Cristóbal, fué corriendo á la casa fuerte á avisar disparasen la artillería hacia donde estaba aquella gente, y él pasó adelante y se metió entre los enemigos, y comenzó á pelear y lanzar indios, y dió una lanzada á un capitan de ellos, y al sacar la lanza se le tronchó en la espaldilla, quedando. la mitad con una punta como astilla, y con ella mató á mas de ciento de ellos y les quitó el caballo de Orozco; y viendo los enemigos el destrozo que hacia, se fueron huyendo y los venció; y al estruendo de la artillería, que la oyó el gobernador, vino Diego Vazquez mientras Romero peleaba con los indios, y le llamaba á grandes voces: «Vuelta, señor capitan, que los enemigos se nos entran en la ciudad por la parte de las barrancas ; » y fueron Ro mero y el gobernador al socorro, y no encontraron los enemigos en la ciudad, ni otra persona que Romero que venia con ellos con el

caballo de Orozco ensillado y enfrenado, que habia vencido á los dos mil indios y echádolos fuera; y era tanta la multitud de gente que murió de los enemigos, que las calles y plazas estaban llenas de cuerpos, y corrian arroyos de sangre; con que mandó el gobernador tocar á recoger, y á las dos de la tarde se juntó el campo, y halló que fueron mas de cincuenta mil indios los que vinieron sobre la ciudad, que fué cosa de admiracion.

Duró la batalla tres horas, y murieron mas de quince mil indios, y de los nuestros no faltó mas de uno, que fué Orozco; y así que llegó y se recogió el campo, todos se fueron por la ciudad á ver sus casas, y hallan en ellas muy gran suma de indios escondidos en los hornos y aposentos; y preguntándoles que á qué se habian quedado, dijeron que de miedo, porque cuando quemaron la iglesia salió de en medio de ella un hombre en un caballo blanco con una capa colorada y cruz en la mano izquierda, y en los pechos otra cruz, y con una espada desenvainada en la mano derecha echando fuego, y que llevaba consigo mucha gente de pelea, y que cuando salieron los españoles del fuerte á pelear á caballo, vieron que aquel hombre con su gente andaba entre ellos peleando y los quemaban y cegaban, y que con este temor se escondieron en aquellas casas, y no pudiendo salir ni ir atras ni adelante por el temor que le tenian, y que muchos quedaron como perláticos, y otros mudos. Este milagro representan cada año los indios en los pueblos de la Galicia. Siempre se entendió ser obra del cielo, segun la gente que allí se venció y mató, porque fuera imposible el vencer tantos enemigos, si no fuera con el ayuda de Dios, de Santiago y de los ángeles, que en tales ocasiones se acuerda de los suyos, lo cual se confirmó con lo que dijeron los indios enemigos que hallaron en las casas. Mandó el gobernador juntar á todos aquellos indios, que era mucha cantidad, junto á un árbol grande que llamaban zapote que estaba en medio de la plaza, y allí mandó hacer justicia de ellos. Cortaron á unos las narices, á otros las orejas, y manos, y un pié, y luego les curaban con aceite hirviendo las heridas; ahorcaron é hicieron esclavos á otros, y á los que salieron ciegos y mancos de haber visto la santa vision de Santiago, muy bien hostigados los enviaron á sus tierras; y fué tal castigo, que hasta el dia de hoy jamas volvieron á la ciudad.

Fué esta una de las maravillosas batallas que hubo en la Nueva España y Galicia, y más milagrosa haber vencido tantos enemigos con tan poca gente; pero si No fueron ayudados del favor divino fuera imposible vencer, y si los enemigos salieran con la victoria no quedara cosa en la Nueva España, segun iban de pujantes: sea Dios bendito en todo. Así que se venció la batalla y fueron echados los enemigos de la ciudad, el gobernador Cristóbal de Oñate y los soldados y vecinos cogiendo una cruz y el estandarte fueron con los sacerdotes que allí habia á la iglesia cantando el Te Deum laudamus y letanía en procesion de la casa fuerte á un altar que fuera de la iglesia se habia aderezado para este efecto, por estar la iglesia quemada, dando mil alabanzas al Señor por la merced tan singular que su Divina Majestad les habia hecho en librarlos de tanta multitud de enemigos, siendo ellos tan pocos. Iban todos armados, que no se descuidaban un punto, y llegados al altar se dijeron las vísperas muy solemnes, las cuales acabadas, se volvieron á la casa fuerte y pusieron su pendon en una esquina, y todos se fueron á comer, porque aquel dia no habian comido ni tenido siquiera una hora de reposo, por acudir al reparo y defensa de tanta fuerza de enemigos; y despues de haber descansado y comido toda la gente, como á las cinco de la tarde, víspera de Sr. S. Miguel, mandó el gobernador que todos se armasen y subiesen en sus caballos, y dentro de la plaza de la casa fuerte y estando juntos mandó hacer alarde y halló toda su gente, si no es Francisco de Orozco, que le mataron, como queda dicho, y trajeron allí su caballo ensillado y enfrenado. Hubo muchos que deseaban tener el caballo por ser bueno, y quien mas lo deseaba era Cristóbal Romero, el cual le quitó y ganó á los enemigos; pero el gobernador mandó llamar á Diego de Orozco su hermano, que era un hombre muy femenino, aunque de buen rostro, y le dió el caballo y armas y encomienda De los pueblos de su hermano, que eran los de Mesquituta y Moyagua, diciéndole queria ver si imitaba á su hermano en el esfuerzo y valentía, y el Diego de Orozco se lo prometió, diciendo que aunque el cuerpo era pequeño, el corazon era muy grande para servir à Dios y al rey, y así lo mostró en todas las ocasiones que se ofrecieron, con mucho esfuerzo y valor.

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Hecho esto y hecha la lista y alarde, dijo el gobernador: «Se

ñores capitanes, caballeros, hijosdalgo: ya Vds. han visto en el aprieto que hoy nos vimos; gracias sean dadas á Dios y á su bendita Madre, Reina de los Ángeles, pues con su ayuda conseguimos la victoria; conviene que de aquí adelante haya mas recato y guarda en esta ciudad y casa fuerte, porque estos traidores no revuelvan esta noche y entiendan que con la victoria hemos dejado las armas y acostádonos á descansar, y nos cojan descuidados; ahora es menester mas recato y vigilancia, no hay que fiar de ellos, pues de tan lejos nos vinieron á acometer y cercar, porque ahora estamos mas cercados y en mayor peligro de perdernos, y así conviene mas guarda y recato. » Pareció bien á todos lo que el gobernador decia, y dijeron que Su Señoría proveyese lo que mas conviniese en ello; y así mandó que cada capitan de los de á pié acudiesen á sus estancias á hacer su guarda, y que los de á caballo saliesen fuera y velasen la ciudad por sus cuartos, y á los capitanes y soldados que guardaban las puertas asistiesen á ellas con más veras, porque era la llave de todo. Hecho esto se fueron todos á sus alojamientos, como se ordenó, y el gobernador mandó llamar á Pedro Sanchez el artillero, y le dijo tuviese cuenta con la artillería y no se durmiese ni sucediese lo que la vez pasada, que se turbó en el combate. Blasonó Pedro Sanchez que haria maravillas, y el gobernador le dijo: «Plegue à Dios que sea así, y no sea necesario que yo acuda á ello. » Cuando salieron los de á caballo de la casa fuerte, iban en órden de dos en dos dando vuelta por la plaza, y dispararon una escopeta, que no se supo quien fué, que dió á un Vendesur un pelotazo en la frente, y dió con él muerto en el suelo, que era de los que iban á caballo, lo cual dió mucha pena á todos, y sabido por el gobernador, porque la mujer del muerto le fué á pedir justicia por la muerte de su marido, y eran tantas sus exclamaciones, que el gobernador la metió con las otras mujeres consolándola y diciendo que él veria quién le habia muerto; y lo que se averiguó fué que como habian llegado á hacer la vela á cada cuartel, sin ánimo de dañar dispa raron la escopeta y acertaron á dar las balas en los de á caballo, sin saber los del cuartel do estaban, y que no hubo malicia en ello sino desgracia, sin pensarlo ni quererlo hacer; con que el gobernador trató que no se tratara de ello.

Aquella noche velaron muy bien, y el gobernador Oñate casi no reposó acudiendo á todas partes y guardas como valeroso capitan, y una hora antes que amaneciese mandó al P. Alonso Martin que enterrase á Vendesur, el difunto del pelotazo, porque se apaciguase la mujer; y despues de esto entraron los de á caballo en la casa fuerte, y dieron razon de como no habia bullicio de gente de guerra, ni otra cosa que los muertos del dia antes. Esto era el dia de Sr. S. Miguel por la mañana, y estando ya congregados todos en la casa fuerte, y habiendo descansado, fueron todos con el pendon que tenian y su cruz, llevando la imágen de Sr. S. Miguel en procesion á su honra á oir la misa mayor; y llegados pusieron la imágen en el altar, que era de guadamacil dorado, y dijo la misa muy solemne y predicó el Br. Bartolomé de Estrada; y acabada la misa, allí juntos todos, sobre el misal y ara consagrada hicieron voto de tener por patron de aquella ciudad al Sr. S. Miguel y hacerle altar particular, y en memoria de esta tan gran victoria sacar cada año su pendon. Para hacer esto se habian juntado á cabildo el dia antes, como consta del archivo de la ciudad de Guadalajara, y despues de esto se volvieron con el pendon á la casa fuerte, donde subieron todos á caballo, llevando el gobernador Oñate el pendon, y lo trajeron por la ciudad y lo volvieron á su puesto, y luego se fueron á descansar, porque tenian mucha necesidad de ello. Y habiendo descansado mandó el gobernador á los capitanes recogieran la gente de los indios naborios de servicio, que habia cantidad, y luego arrastrasen los cuerpos muertos que en la ciudad habia y los quemasen y tirasen en la barranca, porque ya comenzaba muy mal olor y que no causase alguna peste que fuese peor que el cerco de los enemigos, lo cual se puso por obra y echaron á la barranca mas de mil, y otros amontonados quemaron, y para otros hacian grandes cavas como pozos, y allí los arrojaban, y con esto limpiaron la ciudad, sin tocar á los que estaban muertos á media legua de allí, que los comieron aves y animales, y hartos permanecieron sus huesos en el campo hasta que el tiempo los consumió; y no fué pequeño castigo este, ni de ́ poco espanto para los enemigos ver en qué habian parado las reliquias y soberbias de sus antepasados, con que hasta el dia de hoy no se han atrevido á alzar.

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