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ron en unas rocas, siendo la entrada, que era de abajo para arriba, de una punta á otra de un antepecho con doce albarradas anchas de un estado en alto, y allí se empeñoló toda la gente de aquel valle, que serian mas de doce mil indios de guerra; y esperando el virey la respuesta y resolucion de lo que se le habia enviado á decir, le dijeron cómo una legua de allí estaba empeñolada aquella multitud, que no habia quedado persona en lo llano. Visto el caso por el virey, mandó marchar el campo para la fuerza y peñol, y asentó su campo enfrente de él, de tal suerte que si no era despeñados de ninguna suerte se podian escapar; y habiendo sus reales, estancias y artillería y todo puesto á punto para el combate, les envió á requerir con la paz, y ellos respondieron con mucha flechería, hondas y piedras.

Túvoles cercados diez dias, batiéndoles cada dia sin cesar, al cabo de los cuales les faltó el agua, porque en lo alto del peñol no la habia, y los nuestros les habian cogido el paraje adonde cogian el agua: envióles otra vez el virey Á DECIR Se diesen de paz, y dijeron que no querian, y que antes se matarian que entregarse á los españoles; con esto se avivó el combate con tanta fuerza, que se entendió que de esta vez los ganarian; y viendo esto los indios mexicanos amigos usaron un ardid, que se vistieron todos en su traje, y mas de doscientos cogieron cántaros de agua y fueron hácia la entrada del peñol como que les llevaban socorro, y los indios mexicanos que quedaban comenzaron á hacer que resistian al meterles el agua, y con este engaño los enemigos que estaban en el peñol, entendiendo que los que llevaban el agua eran de los suyos, abrieron la entrada y entraron dentro, y tras ellos acudieron los demas indios mexicanos á ayudar á los suyos, y los españoles entraron á defender á los amigos. Visto el caso por los enemigos, y que estaban perdidos, se comenzaron á matar unos con otros y á despeñarse, y arrojaban sus hijos achocándolos, que causaba lástima, y de esta suerte murieron y se mataron mas de cuatro mil indios, sin niños y mujeres, que no fué posible remediarlo; y habiendo entrado los nuestros en la fuerza, sobre defender no se despeñasen mataron otros dos mil, y de los que quedaban se hicieron mas de dos mil esclavos; y queriendo hacer justicia de algunos, dijo el virey: «Harta ha venido sobre ellos y la han tomado por

sus manos; no les hagan mal, que algunos hemos de dejar que habiten estas tierras ; » (que cuando esto se escribe, que es en el año de mil seiscientos cincuenta y dos, no hay ocho indios en Cuiná).

Así que se acabó de vencer el peñol y fuerza, llegaron al virey los correos de la ciudad de Guadalajara, con que tuvo nuevas de lo que pasaba en ella y la victoria que habian tenido, que no la pudo saber hasta entonces, porque como sucedió dia de S. Miguel, babia ciénagas y rios y estar toda la tierra encendida en guerras, no se pudo dar aviso hasta entonces. Holgóse el virey de saberlo, porque con esto y la victoria del peñol iban las cosas de los españoles en gran pujanza: descansó algunos dias, aunque pocos.

y

CAPÍTULO XXXVI.

En que se trata cómo el virey D. Antonio de Mendoza determinó ir al peñol de Nochistlan, y de lo que sucedió en el camino.

El virey determinó ir al peñol de Nochistlan sin llegar á la ciudad de Guadalajara, por lo cual envió un correo al gobernador Cristóbal de Oñate para darle razon del buen suceso que habia tenido en el peñol de Cuiná, y que por conducir con brevedad la pacificacion de la tierra no podia llegar á la ciudad, que le saliese al camino luego, porque iba derecho al peñol de Nochistlan á desbaratar aquella fuerza tan soberbia de enemigos; y así que despachó el correo comenzó el virey á caminar por su campo llevando su viaje; y salió por los altos del valle de Cuiná por el Cerro-gordo valle de Zapotlan y Acatic á salir al vallecillo de Mescala, y todas aquellas poblaciones, que eran de gente tequexa, salieron de paz, por ser mas pacífica que la cascana: llegó al rio de Temacapulli y descanso dos dias. El gobernador Cristóbal de Oñate, luego que supo la victoria del peñol de Cuiná y la derrota que llevaba el virey, apercibió su gente y sacó de la ciudad cincuenta soldados de á pié y á caballo, y dejó en ella otros cincuenta para que la guardasen, y señaló por su capitan á Juan del Camino, y por capitan de los cincuenta que iban con él á Miguel de Ibarra, que era encomendero de los del peñol de Nochistlan, y fué de mucho prove

cho y importancia su ida, como adelante se dirá, y comenzó á marchar cogiendo el camino por el de Contla arriba á encontrar con el virey. Todos los pueblos le salieron de paz, y habiendo bajado al rio de Temacapulli, allí le halló, y luego fué á besarle la mano

y

á darle el parabien de su venida, y el virey le dijo: «Señor capitan, fuerte y valeroso muro de la Galicia, sea muy bien llegado; » á esto respondió Oñate: «Merced es esa muy grande que V. S. me hace, no cabiendo en mi cortedad tal nombre y título. Eso y mucho mas se puede decir por V. S., y decir otra cosa seria querer yo robar y alzarme con el nombre y renombre de un principe tan grande como V. S. es, viniendo á socorrer á un soldado como yo, de los mas mínimos que V. S. tiene en su campo; y así como uno de ellos ME PONGO debajo de la bandera y amparo de V. S. á quien suplico me mande como uno de ellos. » Á esto le respondió el virey que él y y los suyos venian á su casa, y que como señor gobernador y capitan del reino le podia mandar en todas ocasiones, y ellos obedecerle. Entonces Oñate le besó las manos, y tuvieron muchas razones y buenos comedimientos, que en aquellos tiempos se usaban diferentes cortesías con los hombres principales que en estos.

CAPÍTULO XXXVII.

En que se trata de cómo llegó el virey D. Antonio de Mendoza al peñol y fuerza
de Nochistlan.

Partió el ejército de Teocaltiche, y mandó el virey marchar con mucho concierto y recato por una Hanada grande, por cuanto estaban cuatro leguas del peñol, y encontraron con un indio ladino en mexicano; le preguntaron de dónde era, el cual dijo que era criado de Miguel de Ibarra, que estaba con los empeñolados en Nochistlan, los cuales habiendo sabido que habian venido sobre ellos tantos españoles, le enviaron los caciques á que supiera si entre aquellos españoles venian otros de la ciudad de Guadalajara; y si venia allí su señor Miguel de Ibarra, que le venia á avisar se volviese, porque decian que á él y á los demas habian de matar,

y que como ellos habian sido vencidos en la ciudad, yendo á ma tar los que en ella habia, que así les sucederia á ellos ahora, y que pues iban á su casa y pueblo los habian de acabar. Oido por Miguel de Ibarra se rió, y el indio le dijo: «No te rias, que será así como dicen, porque allí tienen unos indios viejos y una vieja que cuanto les sucedió cuando fueron á quemar la ciudad les dijo, y que no fuesen porque serian vencidos, como lo fueron, y ahora han dicho que has de morir tú y todos cuantos vienen contigo. Amo mio, yo te quiero mucho, no vayas allá, mira que te aviso> (condicion es del demonio que para hacer de las suyas, á sombra de una verdad dice mil mentiras). Miguel de Ibarra lo acarició y miró siempre por él, no le quitando de su lado, y con él sabia todo lo que pasaba entre los enemigos, siendo buen amigo y fiel criado en todas ocasiones.

Yendo caminando D. Antonio de Mendoza con su campo, llegó á vista del peñol de Nochistlan por la parte mas fuerte de peña tajada altísima, y se asomaron en lo alto los empeñolados, los cuales parecian adornados con tantas plumas de diferentes colores, que parecia un florido campo de flores, y comenzaron los enemigos á hacer grande algazara dando grandes voces y gritería, y á arrojar muchas flechas, tocando muchas bocinas y atabales que retumbaba por aquellos collados y valles que causaba espanto y grima, y que se juntaba el cielo con la tierra; y esto seria como á las tres de la tarde, y nuestros amigos los mexicanos hicieron lo propio. Y habiendo llegado mandó el virey cercar todo el peñol, que estaba en medio de un llano, y que se reconociese por todas partes. Repartió en seis escuadrones todo el campo, y detras del peñol se puso el real del virey, camino de Teocaltiche, y camino de Xalpa á Cristóbal de Oñate el gobernador con la gente de la ciudad y su capitan Miguel de Ibarra; al otro lado, camino de Guadalajara, se puso otro real de los soldados que el virey trajo, y á la entrada del peñol y albarradas se puso la artillería y todos los mas soldados de á pié y á caballo, y de la misma suerte se repartieron los indios amigos mexicanos, y se mandó á Miguel de Ibarra que como encomendero de aquellos pueblos les fuese á hablar y les dijese se bajasen de paz y que les perdonaria el delito que habian cometido en alzarse y las muertes é incendio de que

habian sido causa; y habiendo ido Miguel de Ibarra y dádoles el recado, un indio cacique que se llamaba Tenamachtli, zacateco, que era ya bautizado y se llamaba D. Diego, le dijo que no querian darse de paz, que ellos estaban en su tierra, que se fuesen los españoles á la suya y allá la tuviesen, y que á qué venian á buscarlos. Tornóles Miguel de Ibarra á hablar, y tapáronse los oidos, y luego el indio dijo: «Debeis de estar locos tú y esos españoles, pues así venis á que os matemos como siempre hemos hecho á los que aquí han venido de vosotros; no queremos oir vuestras razones, que es cansarnos; » y acabado esto le dieron una rociada de flechería y piedra, que le obligó á retirarse con harta prisa; y' visto por el virey que no querian bajarse, mandó fuesen requeridos por otras dos veces, que se diesen ellos respondieron como la primera vez, que no querian, con mas osadía y desvergüenza; y habiéndolo sabido el virey, un dia despues de misa, habiéndola. oido todo el real, mandó combatir la entrada, y fueron los soldados y amigos al combate, y llegados á la entrada se les requirió que se diesen, y que si lo hacian, el señor virey les perdonaria todos sus yerros hasta allí cometidos, donde nó, que los acabaria y mataria á fuego y sangre; y de oir esto se rieron ellos y respondieron que si querian hacer lo que hicieron en la ciudad, que no saldrian con ello, y que cómo habian de matarlos ni quemarlos, que estaban bien cercados; y muy ufanos dijeron que probasen á entrar. Á esto dijo el gobernador Oñate: «Mucho regala el señor virey á estos con la paz; » y mandó luego combatir el peñol; y los nuestros acometieron á ganarles la entrada de las albarradas, que casi se las tuvieron ganadas, matando los nuestros tanta cantidad de ellos, que era cosa de admiracion; pero ellos, aunque á costa suya, fueron presto en defenderlas y tornarlas á levantar, y el artillería no hacia daño en ellos, sino que se pasaban las balas por alto y iban á dar en la tienda y real del virey, y en muchos combates que dieron aquel dia no les pudieron entrar; gastaron en esto quince dias, combatiendo la fuerza cada dia.

Tenian una fortezuela de agua adonde bebian en los altos del peñol, y como la multitud de indios que se habia recogido en él era tanta que pasaban de sesenta mil, sin los niños y mujeres, la agotaron con el prolijo cerco de quince dias, y la que habian me

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