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y por lista los fueron repartiendo por capitanes: serian hasta seiscientos españoles, y luego pasaron los soldados y indios amigos mexicanos con sus capitanes muy aderezados de plumería; y habiendo hecho esto y señalado la parte adonde habian de estar, mandó que cada capitan se fuese á su puesto. Estaban los enemigos viendo la reseña desde lo alto, y comenzaron á dar voces y grita, diciendo: «Ya se van los gallinas; pero como vieron volvér á los españoles á las estancias y reales, y ponerse en órden á pelear, hicieron ellos lo mismo. Luego salió el virey á caballo, y fué á los reales y alojamientos de los capitanes, Y LES DIJO que se holgaba mucho de verlos tan aderezados y dispuestos para comba tir aquella fuerza, y que en la ocasion peleasen con ánimo varonil, porque en esta victoria consistia la pérdida ó ganancia de toda la Nueva España, y que confiaba en Dios y en el esfuerzo y valentía de tan grandes hombres y valerosos capitanes y soldados, no la tendrian los enemigos, sino ellos, pues era en servicio de S. M., y que advirtiesen que allí iba la honra y convenia no hubiese descuido en cosa alguna, pues por fiarse los españoles del enemigo la primera vez fueron vencidos y muertos; y pues que tenian ya experiencia se guardasen y peleasen valerosamente como se esperaba de tales personas se veria, y que les apercibia estuviesen á punto para que otro dia de mañana se diese el combate.

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Descansaron aquel dia y le gastaron en aderezarse, y luego al otro dia por la mañana se juntó todo el campo en el real del virey y oyeron misa, la cual dijo D. Pedro Maraver, dean de Oajaca, que despues fué obispo del mismo Nuevo Reino de Galicia. Traia el virey en el ejército religiosos de las tres órdenes de Sto. Domingo, S. Agustin y S. Francisco, con los cuales tenia consejo de conciencia para hacer la guerra justificadamente. De la órden de S. Agustin iban Fr. Francisco de Villafuerte y Fr. Francisco de Salamanca, y de la de S. Francisco el P. Fr. Márcos de Niza, que es el que anduvo en lo del descubrimiento del valle de Cibola y Nuevo México. Despues de haber oido misa, łos soldados se fueron á almorzar y el gobernador y virey subieron en sus caballos, y con los demas capitanes y soldados fueron á combatir á los ene migos, á los cuales el virey envió á requerir, con la paz, diciendo que se bajasen, que él los perdonaba; á que respondieron no que

y

rian paz, que él los españoles eran unos bellacos, que se fuesen, y dijeron otros desacatos: con todo eso les mandó requerir con la paz hasta tres veces, y viendo no querian, mandó á los soldados que les acometiesen, y dejándolo todo á cargo del gobernador Oñate, se fué á su tienda. Comenzaron á batir la fuerza tan recio y con tan gran tropel, que se entendió ganarla, y los enemigos la defendieron arrojando piedras, galgas y mucha flechería; y aunque la artillería bramaba, era imposible ganarles una punta de roca, ni dañarles como ellos hicieron á nuestros españoles y indios amigos mexicanos con las galgas y piedras que arrojaban, y hirieron á muchos, con que por aquel dia se dejó el combate, y no les pudieron ganar cosa. Curáronse los heridos, y otro dia despues volvió el virey para enviar á requerirlos con la paz, á que le volvieron á responder que qué paz queria, que pues ellos estaban quietos en su tierra que á qué venian á ella, que ya sabian venian por quitársela, que se fuesen, que eran unos gallinas come gallinas, y que todas las que tenian se las habian acabado; y otras razones semejantes á estas.

Vista la respuesta, se mandó juntar mas la artillería para ver si con ella se podia hacer algun daño, y volvieron á acometerles y á quererlos desalojar, peleando valerosamente; y como la artillería se les acercó mas, hacia tan grande estrago en ellos que caian abajo hechos pedazos, con que murieron muchos; y visto el daño, los enemigos se retiraron á otro punto donde no pudieron entrarles, y viendo que era imposible ganarles aquella fuerza, procuróse tenerlos cercados y cogerlos por hambre, que por ser tanta cantidad era forzoso el tenerla, con que se irian los que habian venido de lejos; y así fué, que habiendo visto los dichos enemigos de lejos la tardanza que habia en el vencer á los españoles, se comenzaron á ir y los dejaron, porque los mas no venian á pelear sino á robar el campo si fuese vencido de ellos; y viendo los que quedaban en el Mixton que se les iban los que habian venido á ayudarles, despacharon mensajeros á los del Teul ó Tuich para que les dijesen que cómo no venian á probar su fuerza con los españoles como ellos hacian; y así que oyeron los del Tuich el recado salieron dos mil de ellos de guerra, gente valiente, y habiendo llegado al Mixton DIJERON: «Aquí hemos venido á ver cómo peleais ; » á que res

pondieron : «No nos atrevemos á bajar á pelear, sino que desde aquí lo haremos » Entonces los del Teul dijeron: « Eso no es pelear sino estar encaramados encima de vuestras peñas como gatos; agora veréis vosotros nuestro valor y quién somos, y cómo bajamos y lo que hacemos con estos que aquí os tienen encaramados. >> Luego los dos mil indios del Teul muy galanes comenzaron á bajar por una ladera abajo todos en ala, y fueron dando vuelta y rodeando el real del virey, donde se entendió luego que era nueva gente aquella, y que segun venian podrian pelear, y por lo que sucediese se puso el campo en órden, y ya cerca de la tienda del virey salieron á ellos y se comenzó una escaramuza tan grande que puso al virey en harto aprieto, y viendo que no herian con la flechería y que las flechas iban por alto, prendieron al cacique y á otros muchos indios, y los que quedaron se subieron al Mixton y dijeron á los empeñolados: «¿Qué haceis aquí encaramados? mirad si somos valientes; » y los que estaban en el peñol les preguntaron que adónde quedaba el cacique y demas de ellos, y ellos respondieron : «Allá se quedaron con el virey y con nuestro amo Juan Delgado. » Llevaron al cacique y á los demas al virey, los cuales dieron razon DE la causa de su venida, y cómo habia sido ▲ instancia y ruegos y importunaciones de los alzados, pidiéndoles favor, y que porque no lo querian hacer los llamaban cobardes, gallinas y mancebas de los españoles, y para que entendiesen que eran mas hombres que ellos que estaban allí guardando las peñas, habian bajado para hacer demostracion de quién eran y tentarse con los españoles, á los cuales tenian siempre por amigos, y que esto se echaria de ver pues no habian herido alguno, y que pues lo dicho era así, dijo el cacique que pedia al señor virey que no lo ahorcase sino que lo enviase á sacar oro. Esto dijo con tantas lágrimas, que el virey se compadeció de él, y por sus buenas razones le perdonó y envió á su pueblo con su gente, y mandó vestirlé; y el cacique le dijo cómo se iba despoblando el Mixton, en el cual habia una entrada y callejon por donde se podia ganar, y luego se fué con su gente á su pueblo á poner en órden lo que allí habia quedado, porque.con su tardanza no se alzasen.

Habia quince dias que tenian cercados los del peñol, y habiendo sabido por lo que dijo el cacique de la entrada que dió noticia el

cacique del Teul, mandó el virey que se batiese con la artillería y se subiese á ver aquella entrada, y entonces así se comenzó á batir por todas partes el Mixton, hiriendo y matando á los empeñolados. Seria esto á medio dia cuando estaban todos cansados de pelear y bien calurosos del sol, pues fué forzoso dejar el combate con pocas esperanzas de ganar el peñol, y todos confusos se fueron á comer; y estando el virey en su tienda mandó llamar al gobernador Oñate y le dijo: « Maravillado estoy de ver cosa tan fuerte; no sé qué remedio demos para ganarlos y acabar esta empresa, porque se nos va el tiempo; » y Cristóbal de Oñate le respondió: « Señor, la porfía mata la caza, y la hambre los ha de hacer darse; no dejarlos, que de esta victoria depende la paz que se ha de conseguir, ó la guerra que se ha de continuar, y así V. S. no muestre flaqueza ni quiera aflojar, porque yo de mi parte no lo dejaré hasta morir ó vencer; » y estando hablando esto los dos, un mancebo llamado Juan del Camino, sobrino del capitan Juan del Camino, fué á dar agua á su caballo por aquella parte adonde los indios del Teul habian dicho habia la entrada, y así que hubo bebido el caballo, estuvo mirando por dónde era, y vió en lo alto del Mixton un hombre en un caballo blanco con una banderilla en la mano y cruz roja, el cual le dijo: «Por ahí es la entrada, soldado; » y el Juan del Camino subió por un callejon, que habiendo llegado junto al del caballo blanco, le dijo: «Llano está esto, arremetamos á los enemigos de Dios: Santiago y los ángeles sean con nosotros;» y arremetieron á ellos. Habíase ido Romero á caballo tras de Juan del Camino á ver dónde iba, y como no le halló fuése por el rastro, y entrando por el callejon subió á lo alto del Mixton y vió á los dos matando y hiriendo á los enemigos como leones, lo cual visto por Romero, y la matanza que hacian el del caballo blanco y Juan del Camino, se metió entre ellos peleando y haciendo lo propio.

En esta ocasion estaba el virey comiendo y todo el ejército, y oyeron el tropel y gran ruido que habia en lo alto, y viendo que los enemigos se despeñaban, se armaron todos y fueron á ver lo que era; y habiendo subido arremetieron los de á pié y á caballo y fueron á buscar la entrada, y el del caballo blanco les dijo: << Por ahí, soldados; » y entraron todos y vencieron á los que es

taban en el Mixton, y el caballero del caballo blanco se metió en la tropa de los que andaban á caballo y no le vieron mas. Murieron en lo alto mas de dos mil indios, y se despeñaron casi otros tantos entre chicos y grandes y mujeres, y cautivaron mas de tres mil, y se pusieron en huida mas de diez mil, y estos fueron los que habitaban por aquellas barrancas, que habian ido más á robar que á pelear, si acaso alcanzaban victoria contra los españoles. Conseguida ya esta tan milagrosa victoria, el virey mandó recoger el campo, y no faltó de él ningun indio ni español, y luego preguntó el virey cómo habia sucedido, y habiéndole contado el caso Juan del Camino, mandó luego se supiese qué caballero de los que venian allí en caballos blancos hubiese sido el que tan valiente peleó, y habiéndolos llamado á todos, dijeron que no estaba con ellos, y que ninguno subió allá hasta que fueron todos; y entonces Juan del Camino dijo que era tan esforzado y valiente aquel caballero en cuya compañía peleó, que de un golpe que daba entre los enemigos caian tantos que era admiracion, y lo mismo dijo Cristóbal Romero, y que despues que subió toda la gente nunca mas le vió ni reparó en ello porque entendió era uno de los del campo; que solo imaginó si era el Sr. Santiago por haberle señalado la entrada con la bandera y cruz, y que en el acometer ambos á tanto enemigo y derribar y matar tanta infinidad de ellos conoció ser obra de Dios. Oido el caso por el virey, y habiéndose averiguado ser el Sr. Santiago, mandó juntar todo el campo, y con todos los sacerdotes que allí habia se hizo una procesion muy solemne cantando alabanzas á Dios y el Te Deum laudamus, la cual acabada, pusieron á buen recaudo los esclavos y cautivos, así grandes como niños y mujeres, y aquella noche hubo velas y gran guarda, y fueron tantos los gemidos de los despeñados que no acababan de morir, que otro dia de mañana fueron los indios mexicanos y tlaxcaltecas y los acabaron. Quedaron aquellas peñas y riscos corriendo sangre, y los españoles pusieron por nombre al Mixton, Santiago, y el venerable Fr. Antonio de Segovia, apóstol de estos indios, hizo en él una capilla de la advocacion del glorioso apóstol, y con el tiempo se cayó, y el Mixton se quedó con el nombre antiguo que tenia, sin que se continuase á llamarle Santiago. Estando en esto tuvo nueva el virey que mucha gente de la que

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