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estorba para tratarlas con optimista benignidad; tienen aprisionadas sus tristezas como destellos de linterna sorda; para la vida exterior se transfiguran, sin que de la secreta amargura ni una lágrima empañe su visión, ni una gota se mezcle con la tinta en que mojan su pluma. ¡Heroico vencimiento de un batallar cuyo testigo único es el Dios que reflejan las conciencias limpias!

Por haberse forjado en tan duro yunque el alma de D. Ricardo León, tienen sus libros un sello singular. No tan solamente admiramos la fidelidad acuciosa con que observa, la perspicacia con que desentraña las realidades en cosas y personas; la sobriedad y firmeza de los trazos con que vigorosamente describe, inundando de luz y color sus cuadros, así en el orden material como en el moral; la sensibilidad con que se le comunica la muda elocuencia de la Naturaleza, y acierta luego a verter fresco, rumoroso y perfumado con sus agrestes aromas, en el ánimo del lector, este raudal inagotable de poesía; la limpieza y sanidad del criterio con que forma sus juicios, siempre nobles y honrados, y la bondadosa blandura de que están impregnadas todas sus advertencias; el cautivador ambiente de sinceridad habitual en quienes nada recelan de la luz y le dan entrada franca hasta los últimos repliegues del sentir y el pensar; en suma, cualidades y primores cuya consideración, cuando se hace con designio de crítica literaria, evoca y empareja naturalmente recuerdos y nombres de otros escritores y otros libros contemporáneos, hasta sugerir pronunciamientos que resultarán más o menos favorables, según sean las tendencias y predilecciones inevitables, ante la frágil im

parcialidad de cada lector. Mas las obras de León ostentan otra fase que nos desvía de hacer paralelos y las caracteriza con sello peculiar.

Para explicárnoslo no bastaría su asiduo trato con nuestros grandes escritores místicos y ascéticos, del cual necesitaron comúnmente, por su artística afición literaria movidos, y para completar el estudio del habla, aun los disidentes que con mayor vehemencia repudian el fondo substancial de semejantes libros. La huella de estas lecturas se hace visible en los más, si no en todos los cultivadores de nuestra literatura, por lo que atañe al manejo del idioma, en su léxico y en sus giros y galanuras. Mas Ricardo León no es tan sólo poseedor del caudal artístico cue manejan cuantos benefician la cantera; tampoco hace imitación cuidadosa, reproductora de antiguas joyas: es renuevo lozano y fructífero de la vieja raíz, henchida de savia imperecedera y pujante. No es un discípulo, sino un místico más, en quien los "angélicos concibimientos" de mayor elevación y de más acendrada piedad brotan, no a guisa de ejercicio profeso, sino con espontaneidad ostensible, como del pedernal las chispas, al contacto de los casos, los conflictos y las peripecias de la palpitante vida moderna, que mira y trata con plena crudeza.

Señaladamente en Casta de Hidalgos, en Alcalá de los Zegries y en El Amor de los amores, pero de buena razón débese decir que en todos sus libros, con las más diversas ocasiones, rodeado del mundanal ruido, que le atruena y le exalta, D. Ricardo León discurre, siente y escribe como ingenuo y actual proseguidor, por cuenta propia, de aquella gloriosa raza literaria, radicando la conformidad entre

el contemporáneo y los predecesores, mucho más que en el texto, en la inspiración y el íntimo nervio de los conceptos.

Porque no son remedos, sino efusiones, y porque arrancan de lo más íntimo, las páginas ascéticas y místicas resultan quizás aventajadas entre todas las suyas cálidas, vibrantes y luminosas, extremado prodigio de destreza en quien la maneja y de docilidad en el habla que resulta capaz para comunicar ideas tan levantadas, delicadezas tan tenues y transiciones tan portentosas, desde horrores trágicos y sobrenaturales hasta ternuras que parecerían inefables si no las viésemos expresadas con realce insuperable, sin haber perdido la transparencia incorpórea de lo sentido y callado.

Puestos aparte quienes hacen profesión de estos asuntos, para no hablar, como la ocasión pide, sino de escritores laicos, de la pluma de nuestro compañero fluyen copiosas las sublimes intimidades del alma creyente; nuevo afloramiento de una corriente literaria que parecía extinguida, no pudiendo estarlo porque perdurará mientras sea española la literatura de España.

Españolismo: he aquí otro rasgo fisonómico que tiene vigoroso relieve en cualesquiera páginas del nuevo académico. Me guardaré de poner su amor patrio en parangón con el de quienquiera: a nadie postergaré en cosa tan santa y tan común a todos; pero hay, sin duda, diferentes modos de sentir afectos y practicar virtudes que con unos mismos y solos nombres se designan. El patriotismo de Ricardo León es honda y genuinamente español. Una voluntad firme de conservar este carácter no preserva de

flaquezas en que el alma del escritor haya podido caer, seducida por prestigios exóticos. Depurar el habla, tampoco excluye verter en ella sentimientos o ideas que resulten descabalados en el común sentir español; porque los criterios con que se considera la vida, las estimaciones con que se miden y ponderan cosas y personas, así como los enlaces mentales y éticos que se estilan en lo individual y en lo colectivo, imprimen carácter a los pueblos y definen su ser histórico más y mejor que el ángulo facial y los matices del cabello o pupila. No faltan quienes juzgan nociva una rigurosa persistencia en el espíritu o en la forma literaria o en ambas cosas; pero D. Ricardo León no entra en el número: tan netamente español en el sentir como en el hablar, la lectura de sus obras deja en incierto si es más castizo el fondo o el lenguaje; en todo caso, esta cabal conformidad realza el españolismo, tanto del estilo como del dis

curso.

Siguió con fidelidad las mejores tradiciones de nuestra novela, ateniéndose a ejemplares selectos de la vida que pudo observar allí donde hizo larga mansión, iluminándolos con su ingenio, imbuyéndoles la poesía de su propia sensibilidad y glosándolos desde la cumbre de su crítica para atribuirles perenne ministerio educador. Quien antes conocía, como yo, la Santillana del Mar, pondrá en su punto la asombrosa fidelidad con que Casta de Hidalgos perpetuó las perspectivas de sus calles, sus edificios taciturnos y sus rincones, dejándoles, como todavía están, poblados de memorias errabundas y sugestivas; y también perpetuó las agonías desgarradoras de un estado social sobre firmes cimientos asentado, de recia

contextura, erguido con altivez prestigiosa y señoril, a quien la vulgaridad sofoca por inundación, sin alcanzar a sustituirle ni aun a quitarle primero la vida. En contadas páginas de Comedia sentimental se contienen las semblanzas contrapuestas de dos maneras de vivir y de animar la vida, trazadas con insuperable sencillez, privilegio de quien acierta a captar y cuajar el ambiente impalpable y difuso de dos comarcas y dos humanas agrupaciones, españolas ambas, pero tan divergentes, que causa maravilla advertir al final que ninguna rebasa el marco de la realidad, ni siquiera queda graduada en plano distinto de la otra. Más brusca contraposición es la que en El Amor de los amores se muestra, quizás sin curarse de respetar en ninguno de ambos extremos las lindes ordinarias del vivir humano, y propendiendo tan sólo a ahondar un surco entre la bestial altivez de los apetitos y los transportes de abnegación y de ternura en que se termina la piedad más sublime y acendrada, como si el autor recelase que páginas `ascéticas y místicas, con ser insuperable su belleza, necesitarían, para ser generalmente leídas, el patrocinio de la curiosidad novelesca.

Una incoherencia social, por desdicha muy verdadera, en la cual desconcertadamente conviven insubordinaciones atávicas, indómitos albedríos y pasiones africanas, truncando, subvirtiendo y aprovechando para sus bravíos empeños las instituciones mal establecidas, incluseras, embobadas y utópicas del Poder público, cuya traza legal queda en rcalidad escarnecida; espectáculo netamente español, pintoresco y trágico a la vez, de excepcional y palpitante interés humano, se describe con vigoroso colorido

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