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HARVARD

COLLEGE

MAY 16 1914

LIBRARY.

Lave fund

62-137

D. ANTONIO GIL Y ZARATE.

Acontecimientos hay de tan poderosa influencia en la carrera de la vida, que parecen como traidos de intento para servir de escollo á todos los cálculos de la razon, y á la prevision de la prudencia humana. En vano se afana el hombre por llegar á un punto que el porvenir le muestra en lejano término como único objeto de sus desvelos, como premio reservado á sus fatigas. Inútiles sus esfuerzos contra ese oculto poder que le desvia cada vez mas del objeto apetecido, lucha contra él sin fruto, á la manera que el náufrago desventurado apura sus cansadas fuerzas por asir la anhelada playa que desaparece de su vista, rechazado de ella por el ímpetu de las olas.

El dedo magnético del destino atrae á cada uno al punto designado por la providencia, señalándole el curso que ha de llevar en su afanosa carrera. Dudosa la suerte, incierto el porvenir, irresistible el embate de la fortuna próspera ó adversa, ninguno puede confiar en que hará mañana lo que hoy tiene pensado; en que su suerte será mas benigna ó mas desventurada; y ni podrá por lo mismo entregarse á una confianza ciega en la prosperidad presente, ni abandonar su corazon á las excitaciones aflictivas de un porvenir desconsolador modelado por sus actuales padecimientos.

Interrogad á los hombres; preguntad á cada uno si es su destino presente el mismo que imaginaron cuando el primer albor de la razon vino á iluminar su entendimiento? ¡Cuán pocos dirán que sí! ¡Cuán pocos serán los que consultando su propio corazon, no se admiren de entrarse en situacion diametralmente opuesta á la que ni aun en el idealismo de sus propios delirios pudieron imaginar como posible! ¡Y cuántos mas á su vez volverán lastimados sus ojos al tiempo que fué, para dulcificar de algun modo sus pesares con el grato recuerdo de su antigua felicidad!

Esta continua fluctuacion del destino de la especie humana, orígen fecundo del placer y del dolor, del bien y del mal que constituyen la ventura ó la desgracia del individuo aislado, nada es en sí misma respecto de esa masa inmensa de seres que llamamos sociedad, cuyos intereses, las mas veces contrapuestos á los individuales, hallan por lo comun su incremento en aquello mismo que labra la desventura de un hombre, de una familia entera.

A esa continua fluctuacion, á esa versatilidad inconcebible de la suerte humana, son debidos en gran parte multitud de fenómenos no menos sorprendentes que ventajosos á las ciencias, á las artes, á la literatura, al comercio, á la industria. La acción de esa movilidad de la fortuna, desenvuelve en los hombres facultades adormecidas, designios anteriormente no meditados; y un nuevo ser, una nueva vida, cuya realidad es tambien un fenómeno para el mismo que los experimenta, vienen á reemplazar un ser y una vida dudosos en sus propensiones, equívocos en sus fines; porque no siempre es dado á cada individuo conocer perfectamente su vocacion ni el verdadero objeto á que debe dirigir sus conatos.

No pequeña parte de lo que acabamos de decir puede aplicarse al distinguido escritor,

objeto especial de estos desaliñados renglones. En ellos se verán trazados los principales sucesos de su vida en cuanto basten para ofrecer, no un retrato perfecto, sino un bosquejo que presente los principales caracteres del individuo como hombre social y como literato. Y en ellos se verá al propio tiempo la irresistible fuerza de ese destino que nos conduce á su antojo por donde los cálculos de la prevision humana no habian descubierto senda practicable.

Al pié de la nevada sierra que señala los límites de ambas Castillas, existe el pueblo de San Lorenzo del Escorial, humilde, pero envanecido con razon por contener en su recinto uno de los monumentos mas celebrados en la historia moderna de las artes; obra de la piedad y del orgullo de Felipe II, memoria perpetua de la famosa batalla de San Quintin. Hallabase allí el año 1793 la compañía cómica llamada de los sitios, y como individuo de ella el señor Bernardo Gil, actor muy estimable despues en los teatros de esta corte, cuando su esposa la señora Antonia Zárate, mas celebrada por su hermosura que por su mérito escénico, dió á luz un niño el dia 1o de diciembre. No bien salido de la niñez y despues de haber estudiado rudimentos de latinidad con un preceptor de Madrid, su padre le envió á concluir su educacion á un colegio establecido en Passy, á las inmediaciones de París. Allí, despues de hacerse dueño del idioma de su nueva patria, comenzó á dar pruebas positivas de su ventajosa disposicion para los estudios, y en particular para la poesía; causando no poca admiracion á los franceses el fenómeno singular de que un español hiciese mejores versos que ellos en un idioma para él enteramente nuevo. Si en esta confesion ingenua del señor Gil pretendiese alguno descubrir los estímulos de la lisonja propia, desechará muy pronto semejante idea al oirle confesar igualmente que aquella circunstancia provenia de haber casi olvidado el castellano, y ser entonces la lengua francesa el único idioma que hablaba. Aludiendo á su olvido de la lengua patria, le hemos oido referir una anécdota bastante chistosa, pero que nuestra pluma no acertará á trasladar al papel con la sencillez y candor tan propios del carácter del señor Gil. Entró en el colegio de Passy un maestro que tenia pretensiones de saber algo de castellano: quiso un dia que el joven español, en vez de escribir la composicion en francés, lo hiciese en su lengua nativa. Dióle por asunto la descripcion de un baile; y hablando de una persona que á él asistia, pintaba su traje, entre cuyos componentes entraba el calzon corto, de rigurosa etiqueta en aquel tiempo. No hubo de agradar al maestro la palabra calzon, por parecerle de baja estirpe, y quiso que la sustituyese por otra de mas elevada alcurnia.

Apurado el joven con este precepto, acudió á consultar con el único libro en castellano que algunas veces leia para no olvidar enteramente su lengua: este libro contenia las novelas de Cervantes. Acababa de leer y aun de traducir al francés la de Rinconeté y Cortadillo, habiendo llamado mucho su atención la palabra zaragüelles citada por Cervantes, como parte del traje de Monipodio. Nuestro jóven traductor, sin tener la menor idea de su forma ni de la clase de personas que los llevan, si bien concebia ser una cosa destinada a cubrir los muslos, y prendado por otra parte del sonido de aquella palabra, la puso en lugar de calzon corto, para formar el traje de un elegante en baile; y tanto el maestro como el discípulo, quedaron sumamente satisfechos de tan feliz hallazgo.

La aplicacion y progresos del señor Gil le hacian sobresalir entre sus compañeros de colegio; circunstancia que segun asegura él mismo, acompaña comunmente a los españoles educados en aquellos establecimientos, respecto de los jóvenes del propio país. Observacion digna de tenerse en cuenta cuando sea oportuno hacer uso de ella en otra clase de escritos.

Concluida su educacion en 1811, regresó á España el señor Gil, y hubo de dedicarse desde luego á recordar el idioma patrio que casi habia echado en olvido. En este tiempo tuvimos el gusto de contraer nuestras primeras relaciones amistosas, con motivo de ser condiscípulos en la cátedra de física experimental de San Isidro de esta corte, que con tan general aplauso desempeñaba el célebre don Antonio Gutierrez.

La época de la juventud, la época mas memorable en las páginas de la historia del hombre, ese período risueño de la vida, que abriendo las puertas á un porvenir lisonjero, colmado de placeres y de esperanzas, es para el hombre sensible y pensador la estación de los amores y del estudio; esa época, en fin, en que el cálculo sobre lo futuro se estrecha y se refunde en la pasion por lo presente, llegó á dar nueva vida y movimiento á la viva imaginacion del señor Gil, y llegó tambien á dar principio á la volubilidad de la fortuna y al quebradizo fundamento sobre que estriban por lo comun todos nuestros juicios.

Las ciencias físico-matemáticas absorbian por entonces toda la atencion del señor Gil, porque con razon veia en ellas el inmenso campo abierto al entendimiento humane, dentro de los límites á que le redujo el supremo Hacedor del universo. Así, pues, lleno de esa idea grandiosa, y acaso con el designio de librar su fortuna en el estudio y profesion de aquellas ciencias sublimes, se entregó con ardor á ellas; y para adquirir su apetecida perfeccion, renunció en 1813 un pequeño empleo obtenido en la secretaría del ayuntamiento de Madrid, que desempeñó muy pocos meses, aviniéndose mal con una clase de ocupa

ciones muy ajenas del espíritu investigador que á la sazon hacia sus delicias. Continuó pues hasta el año 1820 cultivando las ciencias con igual ardor que siempre, no solo en Madrid, sino tambien en París, á donde volvió de nuevo, y permaneció otros dos años con este solo objeto; como quien veia en ellas un patrimonio adquirido á costa de muchos años de trabajo y de considerables desembolsos, y con la esperanza de llegar a un dia á regentar una cátedra científica; mas no por eso descuidaba el estudio de las buenas letras: « Persuadido (dice él mismo) de que en el dia un matemático ó un físico, así á secas, es » un pobre hombre, y de que para propagar y vulgarizar las materias científicas se necesita » amenizarlas con los adornos de la literatura; estimulado además por el ejemplo de La» place, Biot, Cuvier y otros, que siendo profundos en las ciencias, ocupaban un puesto » muy honroso entre los literatos, y brillaban por sus escritos; cref que debia adquirir » como ellos el arte de escribir con acierto. »

No se equivocó ciertamente al formar este juicio, tal vez nacido de un secreto presentimiento del destino que le estaba reservado; y tampoco podia extrañarse por lo mismo el placer con que á los estudios científicos agregaba el de las buenas letras, acaso en la época mas deplorable para la juventud española, como haremos ver en breves palabras.

Corria el año 1814. Aun resonaba en nuestros oidos el zumbido del cañon que acababa de tronar en las opuestas faldas del Pirineo, obligando á las huestes enemigas, mandadas por el mayor capitan que han conocido los siglos, á buscar amparo y seguridad en las fortalezas del otro lado del Garona. Una accion empobrecida, pero noble y orgullosa, vió invadido falazmente su territorio por ejércitos acostumbrados á contar sus conquistas por las batallas que ganaban. No avezada entonces á los combates, pero sobrado sensible para ver lastimado impunemente su orgullo y mancillada su antigua gloria, lanzó el grito de guerra, y se arrojó sobre sus invasores con aquella fiereza tan terrible en otros tempos en los campos de Cerinola y del Garellano. Seis años de combates tras siglos de mengua y de continuo sufrimiento, despertaron en aquel pueblo la idea de su propia dignidad; y huérfano de su monarca, y tendiendo una mirada desconsoladora sobre los males que le agobiaban, procuró atajar el daño por los medios indicados á la sazon en gran parte de los estados europeos. Inexperto en las teorías de gobierno, y dando cabida á los desordenes que la licencia introduce a favor de las novedades, poco hubieron de hacer los enemigos de toda innovacion contraria á sus intereses privados, para arrancar la completa abolicion de todo lo hecho durante la guerra, de los labios de un monarca igualmente inexperto, pero lleno de suspicacia y temor, que volvia sin embargo al seno de sus pueblos entre sinceras aciamaciones, arrancadas por su entusiasmo guerrero, y por el amor que los de España han profesado siempre á sus reyes.

El famoso decreto de 4 de mayo, sofocó por entonces las ideas liberales, que muy pronto habian de estallar con mayor pujanza, cuanto era mayor tambien la violencia con que se presumió reprimirlas. Esa violencia, fruto de una politica falsa en sus bases, errónea en su objeto, incierta en sus resultados, no solamente se extendió á las máximas de gobierno que la revolucion habia vulgarizado, sino que tendió tambien su brazo de hierro à todo linaje de ideas, á todo sentimiento noble y generoso. ¡A tal extremo de ceguedad conduce á los partidos la bárbara presuncion de querer imperar exclusivamente sobre el espíritu de las sociedades, modificado por el tiempo y la experiencia !

Todo habia enmudecido. Temerosos los vencedores de ver escapar de sus manos un triunfo tan fácilmente conseguido, la suspicacia política, en íntima union con la teocrática, no consentia expresar con libertad ni aun las tiernas emociones del alma, revestidas de las galas y atavios de la poesía. Todo habia de pasar por el apretado tamiz de la censura ignorante y ridícula de un fraile ó de un leguleyo, que en cada palabra, en cada tropo, en cada pensamiento, creian hallar ideas depresivas de la religion y del trono. El sistema de estudios observaba una pauta semejante, modelado por el espíritu receloso y represivo que á la sazon dominaba, y no era p queña concesion en almas tan apocadas, consentir la enseñanza de la fisica experimental en los estudios de San Isidro, si bien desempeñada par un jesuita sub conditione, y aplicando el correctivo de un resúmen de la pasion y muerte de N. S. J. C., por int: oduccion preparatoria, al estudio de una ciencia que, como las demás cuya base es la naturaleza, estaba incluida en el número de las que conducen al materialismo.

Empero semejante remedio era ineficaz y tardío. Aquella juventud no avezada á las revoluciones habia escuchado acentos nobles y generosos; habia visto caer á sus piés la máscara hipócrita que encubria á los antiguos opresores del entendimiento humano; y alentado su corazon é inflamada su fantasía con las puras y desinteresadas ideas de un órden mas elevado y sublime, apacentábanse con ellas en el seno de la amistad, como el avaro recuenta sus tesoros en la oscuridad de su retiro, recelando una mirada furtiva qué descubra su riqueza.

En aquella época, pues, de angustia y sobresalto; en aquella especie de paréntesis en

la civilizacion española, varios jóvenes sedientos de saber, cuyo pensamiento no podia ceñirse á la mezquina escala de sus opresores, concibieron el laudable proyecto de formar una sociedad literaria, en donde el estudio de los buenos modelos y la misma comunicacion de ideas, aumentase el caudal de las adquiridas por cada asociado. Miembros fueron de esa especie de academia literaria don Antonio Gil y Zárate y el que escribe estos renglones.

Allí, lejos del rugido de las pasiones; sustraidos por momentos al terrible azote que afligia á la sociedad; con el alma entusiasmada y la imaginacion enardecida; se entregaban aquellos jóvenes en brazos de su propia inspiracion, sin temores ni recelos; y las composiciones de diversos géneros sometidas por ellos mismos á sus recíprocas censuras, les sirvian para llegar á conocer sus desaciertos, y por su medio el camino de la perfeccion. No reinaba allí ciertamente ese desvanecimiento pueril que tan fácilmente malogra ingenios privilegiados: ninguno se juzgaha superior á los demás; ninguno esquivaba la censura ajena; y ninguno, en fin, se dejaba dominar de la necia presuncion de que los ensayos del ingenio hechos en la primera juventud, sin el tino y madurez que solamente se alcanzan con los años estudiando en el gran libro del mundo, debieran salir jamás del humilde albergue de la cartera, para pretender ilustrar al universo entero. La modestia era el principal distintivo de aquella sociedad literaria: la modestia es cabalmente la prenda que mal realza el carácter del señor Gil, uno de los individuos mas aventajados de la

misma.

Mas ese apacible remanso desde el cual solamente escuchábamos á lo lejos el violento bramido de la política, no bastó para preservarnos de un próximo naufragio. Aquella reunion, tan incauta como inofensiva, ¡ quién lo creyera! se hizo sospechosa á los ojos suspicaces de la policia inquisicional del celebérrimo Chavarri, quien, á fuer de fiel servidor de sus dignos patronos, meditó sin duda un golpe de mano contra aquellos jóvenes, cuyo imperdonable crimen consistia en su mismo deseo de saber. Afortunadamente para ellos, una mano benéfica les anunció el peligro por medio de un anónimo, que hubo de repetir otra vez, porque nuestro jóvenes académicos despreciaron el primero, no creyendo llegase á extremo tan risible la suspicacia de los gobernantes. Así lograron disipar estos aquella reunion literaria, verdadero anacronismo en la historia de esos años de opresion y de ignorancia. Referimos este suceso para que nuestros lectores puedan formar alguna idea aproximada de los infinitos obstáculos que hubo de vencer el señor Gil, así como toda la juventud de aquel tiempo, para lograr adquirir los conocimientos mas indispensables; conocimientos que ahora consiguen los jóvenes sin esfuerzo alguno y por via de entretenimiento, llevados, casi á pesar suyo, al logro de sus deseos, á beneficio de multitud de escritos y de establecimientos de todas clases, en donde, sin percibirlo, adquieren crecido caudal de los mas útiles y ventajosos al aumento progresivo de la civilizacion y de la cultura. Volvamos ahora á tomar el hilo de nuestra interrumpida narracion.

No era llegado aun el tiempo en que el señor Gil se viese obligado, por incidentes de la fortuna, á divorciarse de las ciencias, y á dar nueva direccion á sus facultades intelectuales. Todavía le lisonjeaba la esperanza de verse enlazado con ellas durante su vida, disfrutando del reposo y felicidad que tan solo en el exámen y contemplacion de los fenómenos de la naturaleza, puede hallar cumplidamente el hombre dotado de sensibilidad y de honradez. Mas sin embargo, ya entonces comenzaba á reproducirse en su ánimo aquella secreta tendencia que en el colegio le indujo á construir pequeños teatros para hacer comedias por medio de figuritas, y á escribir piececitas cortas, ya de invencion, ya imitadas de otras que veia en los teatros. Por los años del 15 al 20, hizo tambien, aunque en mayor escala, diversas traducciones dramáticas, que se ejecutaron en el teatro de la Cruz, poco limadas en verdad, por cuyo motivo jamás ha querido engalanarse con ellas incluyéndolas en el repertorio de sus tareas literarias. Mas su perseverancia en el estudio de las ciencias no habia sufrido detrimento alguno por esa nueva tendencia literaria: al contrario, habíase robustecido su constancia en ellas con la próxima esperanza de ocupar una cátedra de física que se proyectaba establecer, entre otras, en la ciudad de Granada por el ministerio de Hacienda. Empero la revolucion del año 1820 destruyó este proyecto, y con él las esperanzas del señor Gil.

Aquel memorable acontecimiento, consecuencia inevitable de la mal calculada reaccion del año 1814, echó por tierra los frágiles cimientos de un edificio monstruoso, construido en ese año funesto con materiales carcomidos, cuyo ruinoso aspecto solamente podia ocultarse á los ojos fascinados de quienes movidos por el ciego instinto del interés privado, desoian los consejos de la experiencia y la voz de la conveniencia general. Aquel suceso, que puso á la monarquía á borde del precipicio, abria una nueva era de esperanzas para los unos, de temores para los otros, de desasosiego y de inquietud para todos. Los cálculos sobre lo pasado no tenian aplicacion para lo presente las circunstancias, los hombres, las cosas, todo habia cambiado de aspecto. Era preciso, pues, comenzar nueva vida, renunciar á proyectos anteriores, y abrir nuevo y desconocido sendero por donde dirigir

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