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perseveró en el servicio de su divina Protectora en cumplimiento de su oferta; pero cansado al fin de tanto retiro, no paró hasta volver otra vez á su antigua vida. Había empezado ya su camino para ir á Retortillo, y cerca ya de su casa, al llegar á la ermita de San Sebastián, experimentó dura la mano de Nuestra Señora, aunque nunca más piadosa, porque, al que Dios ama con preferencía no le deja pasar sin el correspondiente castigo sus desaciertos. Cerráronsele los ojos del cuerpo quedando súbitamente cual antes se hallaba; pero abrió felízmente los de su alma, y lamentando á grandes voces su culpable infidelidad, causa de aquella desgracia, rogó con encarecimiento á los que le acompañaban, le volviesen pronto á los pies de la soberana efigie de la Reina de los ángeles. Así lo ejecutaron al punto obligados por la eficacia con que se lo pedía, y volviendo á recobrar la vista ante el trono de la piadosa Nazarena, en reconocimiento de tantos favores, renovando sus promesas, fué perpetuo capellán del Santuario, disponiendo antes de morir que fuera sepultado su cadáver en el mismo lugar donde tan singulares beneficios había recibido en vida.

Estos portentos se repetían todos los días con una frecueccia tal, que no parecía sino que la Santísima Virgen ponía un especial empeño en multiplicar sus mercedes á proporción que muchos vecinos de los pueblos comarcanos se iban desviando sacrilegamente de su soberana presencia. Cualquiera hubiese dicho que la divina Madre quería ahogar, si es permitido hablar así, en un diluvio de amor, á aquellas gentes tan gratas á su purísimo Corazón; y realmente no podían prevalecer las ingratitudes de los hombres sobre aquel torrente de bondades divinas, tan copiosamente ejercitadas en la cús

pide de la pintoresca colina bañada por una atmósfera de prodigios estupendos, é iluminada siempre por la suave claridad de las regiones sobrenaturales, cual una fuente inagotable de misericordias divinas.

¿Cómo, por tanto, extrañar que jamás podamos hablar dignamente de las bondades de María, nosotros, míseros gusanos de la tierra, que apenas tenemos en nuestro lenguaje unas pocas palabras para calificar, inadecuadamente por cierto, algunas cualidades naturales puestas al alcance de nuestra mano?... El amor, Sólo el amor puede darnos alguna luz para ver algo en aquel vastísimo cielo de las mercedes incomparables de la Electa del Señor, y dichoso quien más cada día la ame, pues ese goza ya en la tierra una de las principales delicias de la eternidad!!....

CAPÍTULO XII

UN ECLIPSE PARCIAL EN LA DEVOCIÓM DE MARÍA

tan magníficamente espléndida se manifestaba la Bienaventurada Madre de Dios en una época tan triste en que apenas se encontraba un débil rasgo de fe ilustrada y discreta, en un tiempo el menos á propósito según la prudencia humana para conseguir del cielo bendiciones eficaces y abundosas, ¿qué hubiera sucedido si aquellos corazones henchidos de benevolencia y licuados en el amor divino se hubieran transformado en fuentes de ternura para con su augusta Protectora, sobreponiéndose á las groseras inclinaciones de nuestra pobre naturaleza, para esplayarse en entusiastas acciones de gracias?... ¿Qué, si recordando con gratitud las anteriores misericordias de la soberana Emperatriz de los cielos, se hubieran impulsado á mostrar el más profundo asombro en vista de una clemencia tan grande, con loores é himnos de agradecimiento?

Y no hay que decir habían traído sobre el pueblo aquellos días de inconsecuencia religiosa altamente reprensible los excesos de una Corte corrompida ó el ejemplo fatal de los grandes, de cuya perniciosa influencia nos presente

la historia hechos tan deplorables. En manera alguna habíase disminuído la piedad cristiana en los reyes sucesores de San Fernando: fervorosos y amantes como su ilustre progenitor del culto debido á las sagradas imágenes del divino Crucificado y de su Madre sacrosanta, venían siendo los primeros en dar público testimonio de su fe, siempre que las circunstancias reclamaban su directa cooperación en los asuntos religiosos; creyéndose, y con razón, tanto más fuertes cuanto más piadosos; tanto más dignos de ceñir la corona, cuanto más notoria hacían su dependencia del Señor de los Ejércitos, de quien se confesaban humildes vasallos, sin avergonzarse de mostrar ante los pueblos las dulces cadenas de aquel noble cautiverio que tanto les engrandecía ante las potestades del cielo.

Buena prueba de esto nos dió D. Fernando IV de Castilla, cuando hallándose en la cerca de Palenzuela el año 1337, expidió una Real cédula con fecha 18 de Setiembre, en la cual dice que, por la mucha devoción que le inspira_una imagen muy milagrosa de Nuestro Señor Jesucristo Crucificado que se venera en la iglesia de Servillejas (1) bajo el título del SANTÍSIMO CRISTO DE SANTA MARINA DEL OTERO (2), la recibe bajo su Real patronato.

Si aun con el hermoso ejemplo de la virtud practicada por los soberanos, cuesta tanto conducir á los pueblos bajo las banderas de la pie

(1) Servillejas, á dos leguas del Santuario, poco más de 11 kilómetros, en la Merindad de Campóo de Yuso, jurisdicción de Reinosa.

(2) En siglos anteriores á D. Fernando se llamó Santa Marina de los Caballeros.-Archivo de Montesclaros é historia manuscrita de Fr. José de Santa María, en 1738.

dad, calcúlese lo que podrá esperarse de una sociedad cuyas primeras y más elocuentes lecciones de depravación las lee todos los días en la conducta de los príncipes corrompidos.

Tan cierto es, que aun sin el poderoso aliciente del mal ejemplo, aspirando sin cesar el corazón humano toda la ponzoña de una atmósfera mefítica que le rodea por completo, cual si fuera una vestidura que le oprime axfisiante, sus vísceras siempre abiertas para recibir toda clase de influencias malignas, que fácilmente se transforman en debastadoras corrientes de odiosa ingratitud y en formidables malstroms de irreligiosidad y bárbaro egoísmo, no han menester por cierto, en muchas ocasiones, el infernal estímulo de la perversidad ajena para sumergirse furiosas en los mil excesos de una espantosa y criminal molicie, que incapacitan al aprisionado corazón para que pueda estimar cual debe las inefables mercedes que recibe del cielo.

Lesionados los más nobles sentimientos del hombre después del crimen paraisaico, arrástrase como un inmundo reptil sobre los toscos guijarros de la tierra, sin que apenas ose levantar su tímida mirada, para leer escrita en las lucientes antorchas que suspendidas sobre nuestras cabezas decoran esplendentes la bóveda del firmamento la grandeza sin igual de sus inmortales destinos. Seméjase el hombre al príncipe que, destronado antes de ocupar el sitial que hermosea su rico solio, abdica cobardemente su glorioso porvenir, por no tolerar constante un momento de prueba, difícil sí, atendida la propia debilidad, pero no de imposible realización, teniendo como tiene siempre dispuestos para sí los eficaces auxilios del divino Reparador, garantidos por una palabra infalible no menos que por su preciosa sangre

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