Imágenes de páginas
PDF
EPUB

gracias, es lo más justo, es lo mejor. Y que su palabra, esa palabra admirablemente imperceptible para el oído terreno, pero cuyos dulcísimos ecos producen en el fondo del alma un torrente de inefables armonías, es la palabra del amor, la cual vale más que toda la ciencia humana; es más fácil de comprender que todas las demostraciones más inconcusas y obra en nuestros espíritus con más fuerza, con más arrebatadora energía que la convicción mejor elaborada.

Por suerte la funesta sombra proyectada sobre la hermosa colina de Montesclaros por esta especie de eclipse parcial, que intentó obscurecer los puros resplandores que difundía en toda la Merindad la entusiasta devoción para con la Reina de los cielos, al desvanecerse no dejó si se quiere en pos de sí ulteriores consecuencias; y la divina Madre volvió á ocupar en los cristianos pechos de aquellos sencillos montañeses el lugar de que nunca debiera haber sido desposeída.

Una vez más aquellos fervorosos corazones volvieron á latir al unísono del de su celestial Protectora.

CAPÍTULO XIII.

EL PINTOR JUAN ALONSO.

A

LTERNANDO Como el pueblo de Israel entre la prevaricación más espantosa y el entusiasmo santo por la ley del Señor, según desplegaba el cielo en su favor un lujo de pasmosas maravillas como galardón de su piedad, ó le hacía gemir esclavo de las naciones enemigas en castigo de sus criminales apostasías, los pueblos comarcanos acudían presurosos al bondadoso corazón de María ante su portentosa imagen de Montesclaros siempre que una calamidad pública ó una desgracia particular hacía abrir los ojos á aquellos hombres puestos en movimiento por el poderoso resorte de las presentes conveniencias; en cuyo caso ya no se discutía la mayor ó menor oportunidad del viaje, ni intimidaban las peligrosas jornadas á través de interminables bosques, ni se hacía costoso el franquear las escarpadas colinas, ni cruzar los extensos valles bajo un sol abrasador ó sobre ventisqueros formidables, ni vadear á pie los enturviados arroyos, hasta llegar por fin, á la hermosa meseta donde descansa el venerado Santuario.

Pero se conseguía el favor pedido con tan rendidas súplicas ante el portentoso simulacro de la Reina del cielo; se obtenía la gracia por la cual habían derramado quizá un copioso raudal de lágrimas; habíase alcanzado una curación imposible para la raquítica ciencia del hombre; el restablecimiento de una salud perdida; la prolongación de una vida preciosa puesta á los bordes del sepulcro, ó acaso la sorprendente devolución de una víctima semergida en los espantosos dominios de la muerte; y entonces, conseguido el objeto, se retiraban tranquilos á sus casas, sin detenerse á dar las debidas gracias á su piadosa Bienhechora, y muchas veces sin acordarse más de la merced recibida, se entregaban de nuevo á los criminales embelesos de la tierra y á sus acostumbradas ingratitudes, hasta que otro desengaño, más bien, un aldabonazo de la gracia, los hacía volver de aquel sueño letárgico, de aquella extraña indiferencia, siquiera fuese por cortos momentos.

Es increible la prontitud con que en alas, al parecer, de la más sincera devoción se elevaban sobre las estrellas del cielo en un arranque de fervoroso entusiasmo, y la no menos celeridad con que un momento después se precipitaban desatinados como nauseabundos insectos, sobre las inmundicias de la tierra.

Bien mirado, esta conducta innoble no tenía nada de extraña: siempre se ha visto en el mundo que los más favorecidos suelen ser los primeros ingratos. Como consecuencia de nuestra frivolidad nativa, es tal la mezquina inconstancia de nuestros mundanos corazones, tan grande su ruín instabilidad, que nosotros mismos no la conocemos hasta palparla. Diríase que tiene mucha semejanza con aquellos cuadros fantasmagóricos, en los cuales sin darnos

cuenta observamos las más sorprendentes y repentinas mutaciones.

Este fenómeno de volubilidad pasmosa, increible apenas en seres dominados por una lamentable obsesión mental, de suyo inclinados á extrañas anomalías y frecuentes contradicciones, se observaba en aquellos pueblos comarcanos, que ora elevaban sus voces lastimosas al cielo pidiendo amparo y misericordia contra las inclemencias del tiempo, que les amenazaba con una pertinaz sequía ó con un temporal aterrador de prolongadas nieves, ó bien á renglón seguido, si es permitida la frase, con sus vicios insoportables y su extraña conducta, cegaban las fuentes de la piedad divina en tales términos, que el fresco manantial de Montesclaros, en donde antes recibían singulares consuelos, se tornaba para aquellos corazones volubles y endurecidos en ponzoña letal y en mortífera piscina de amargos desconsuelos.

Empero, no todos se mostraban igualmente ingratos á las maternales bondades de la purísima Virgen; aunque pocos, siempre hubo corazones fieles y altamente entusiastas del honor debido á la Reina del cielo: eran como esas bellísimas flores cuyas delicadas tintas y suavísima fragancia se perciben sin gran dificultad, aunque se oculten entre un bosque de retamas espinosas ó entre la fetidez de los verdosos liquenes y ensortijados brezos que con las flotantes algas, parece brotan entre los fangosos guijarros que cubren las márgenes de impuro manantial. Algunos, á la manera que en los flancos de las enormes rocas escarpadas que forman como elgigantesco armazón de una altísima montaña, se dejan ver entre las plantas silvestres la yerba espesa y los suculentos pastos esas fiores amarillas, satinadas y brillantes como el oro, que caen de peña en peña dispuestas

en forma de guirnalda cuyo olor se mezcla con el perfume penetrante y fuerte de las ovas que el oleaje del Océano arroja sobre la costa y que la brisa del mar lleva á través de los bosques y de las florestas; se distinguían por la pureza de su fe y entusiasta devoción para con la soberana Emperatriz de Montesclaros, entre las bajas ridiculeces que parecían dominar aquel revuelto amasijo de pasiones humanas.

La historia nos conserva el nombre de uno de estos fervorosos amantes de María. Llámase Juan Alonso, célebre pintor, vecino de Castrillo del Haya, (1) que en el año 1551, movido por su especial devoción, llevó la santa imagen á su casa con objeto de restaurarla. En tan malas condiciones se hallaba la devota capilla, que pudo satisfacer sus deseos sin inconveniente alguno, y sin que nadie lo impidiera: pero la Santísima Virgen que se interesaba más por la decencia de su casa que por la belleza de su portentosa efigie, mostró bien á las claras cuanto le disgustaba la ejecución de tan atrevido pensamiento. Es que la hermosura de aquel rostro desfigurado y ennegrecido por la acción destructora de los siglos le ofendía menos sin duda, como obra que de suyo ocasionó el tiempo sin pecado, que las ruinas de su templo ocasionadas por la ingrata correspondencia de aquellos pueblos cristianos.

Así se vió en esta ocasión. El devoto artista posó la santa imagen en su mismo aposento cerrando la puerta con llave, á fin de evitar los asaltos de una indiscreta curiosidad, mientras preparaba todo lo necesario para dar principio á su obra, tan pronto como amaneciera el día siguiente. Levantóse con la primera luz del día

(1) Distante más de legua y media del Santuario: nueve kilómetros y 720 metros.

« AnteriorContinuar »