Imágenes de páginas
PDF
EPUB

y entrando en la habitación donde pocas horas antes había dejado oculto su precioso tesoro, vió que había desaparecido: presumió que sorprendido por algún vecino suyo, ya movido por el cristiano afecto que profesaba al venerando simulacro, ó bien por darle un chasco, lo había llevado á su casa; pero por más diligencias que hizo, no pudo hallar quien le diera razón, ni un rayo de luz siquiera con que alimentar su esperanza en aquel revuelto mar de sospechas y le permitiera orientarse en la difícil explicación del misterioso caso. No sabiendo ya á quien recurrir, andaba muy pensativo de una parte para otra, cuando sin darse cuenta, recorriendo los caminos á la ventura y totalmente distraído, porque la inexplicable desaparición no le dejaba pensar en otra cosa, llegó á la vetusta ermita y lleno de asombro miró á la portentosa imagen ocupando el mismo lugar de donde el día anterior la había tomado.

No se dió por entendido: tan fervoroso era el movimiento de su cristiano corazón. Y tomando de nuevo la veneranda efigie, volvió otra vez con ella á Castrillo, multiplicando las precauciones para mayor seguridad; la colocó con todo respeto dentro de una caja, y ésta en un arcón cerrado con llave, é igualmente cerrada la habitación con duplicada cautela, avisado como estaba con el lance anterior.

Difícil le era conciliar el sueño, teniendo fuertemente impresionada la imaginación con los extraños sucesos del día, y levantándose tan pronto como las suaves tintas de la aurora comenzaron á difundir su tenue claridad sobre las cimas de los montes y las extensas praderas de los valles, perseverando en su primer propósito, abrió la puerta de la habitación, y al levantar la tapa del arca, halló, con la sorpresa que se deja comprender, que segunda vez ha

bía desaparecido la santa imagen. Aleccionado por la experiencia, no tuvo que tomarse ahora mucho trabajo para encontrarla; y en efecto, la halló como antes en el pobre altar de su ruinosa capilla.

No por esto desistió de su empeño, juzgando que acaso modificando en parte su primitivo plan le sería fácil la consecución de sus piadosos deseos; fuése á su casa sin pérdida de tiempo, y preparada su caja de pinturas, volvió con ella al devoto Santuario, dispuesto a repetir allí per tercera vez sus ensayos tan portentosamente frustrados hasta entonces. Con grandísima reverencia y dominado interiormente por un secreto pavor que le hacía estremecerse á pesar suyo, tomó el venerando simulacro de la Reina del cielo, y colocándolo con toda decencia en un estrecho mirador que tenía la casa del ermitaño, levantada ya la mano derecha con el pincel que iba á sentar ya sobre aquel rostro portentoso para restaurarlo convenientemente, sintió de improviso que el brazo paralizado y yerto se resistía á todo movimiento, y que en el mismo instante, perdida la vista, haIlábase cercado de inexplicables tinieblas. Si atendemos nada más que al pobre testimonio de nuestra limitada comprensión, parecerá esto demasiado castigo; pero no podemos dudar que fué justísimo, porque, ¿quién puede comprender los altísimos juicios de Dios, ni quién fué su consejero? Por otra parte, si este fracaso fué motivo por el cual pudo aprender á delinear el pintor, dentro de su propio corazón, con más especial favor que antes, la entusiasta devoción de María Santísima, no fué castigo, sino grande beneficio. ¡Quién pudiera lograr igual merced aunque fuera necesario precipitarse sobre los carbones encendidos del espantoso abismo!....

Llorando estaba amargamente nuestro manco y venturoso ciego, ¡que no es poca ventura, por cierto, sentir sobre el rostro el suave peso de unas manos tan preciosas, cuales son las de la Bienaventurada Madre de Dios!.. cuando al fijar sus interiores ojos en el temerario arrojo y poco respetuoso afecto que le había dejado ciego, postrado ante la portentosa imagen: ¡Alegría y embeleso del Altísimo! exclamó con reverente acento: yo os suplico con todo rendimiento os apiadéis de mi corazón afligido; servios devolverme la vista y la salud que por mi atrevimiento sin igual he perdido, que yo prometo á vuestra Majestad soberana, no osar quitaros jamás del lugar donde os gozáis y es vuestra voluntad estar desde tiempos antiguos; mientras viva, nunca pretenderé restaurar vuestro honestisimo rostro, ni corregir en él los que á mi parecer eran defectos: obligándome al propio tiempo á publicar el caso del mismo modo que ha sucedido para gloria vuestra y de vuestro Hijo Santisimo. Admirable suceso y portentosa liberalidad de María; terminada su devota plegaria, en el mismo instante recobró la vista y el movimiento del brazo: y cumpliendo su palabra el agradecido pintor, convirtióse en pregonero de tan maravilloso beneficio.

CAPÍTULO XIV

UN RELIGIOSO DESCONOCIDO

AS portentosas maravillas que la Santísima Virgen había obrado con el piadoso pintor de Castrillo eran muy admirables para que no traspasaran los estrechos límites del teatro elegido por el cielo á fin de engrandecer las glorias de su soberana Reina. La devoción del país si no recibió con esto un incremento notable, fué sin embargo bastante poderosa para activar una reparación tan necesaria en el modesto Santuario, en tanto que los fervientes ecos del improvisado cantor mariano se extendían por todas partes volando en alas de la más entusiasta gratitud, haciendo conocer las celestiales bendiciones que caían cual lluvia fecundante de inefables consuelos sobre la parte más escabrosa de las montañas septentrionales de Burgos.

Atraídos por ese encanto misterioso que rodea siempre á los hechos milagrosos y extraordinarios, el concurso de los peregrinos fué como nunca se había visto; porque ¿cómo resistir al nobilísimo deseo de visitar una imagen tan portentosa, siquiera fuese preciso para conseguirlo trepar altísimas cordilleras y recorrer

penosamente un camino difícil cubierto en ciertas épocas del año de espantosos ventisqueros?...

Entre otros muchos cuyos nombres conoce aquella celestial Señora por la cual sufrieron tantas y tan costosas privaciones, en 1553 vino un devoto Religioso, según consta por una información juramentada hecha á instancias del Licenciado D. Diego Ruíz, Arcipreste de la Rasa, y cuya fecha es 21 de Junio de 1613, ante el Escribano público Rodrigo Villegas y Obregón (1), en la cual declara Juan de Argüeso, vecino del pueblo de Arroyo, distante una legua del Santuario (2), tener á la sazón setenta años de edad y haber oído decir en diferentes ocasiones á su señor padre Juan Argüeso y á su suegro Fernando Gutiérrez é Iglesias, ambos mayores de ochenta años, así como á otras personas ancianas y fidedignas, que en su tiempo habían conocido un Religioso sacerdote, el cual estuvo por algunos años en el Santuario y Casa de Nuestra Señora de Montesclaros, haciendo oficios de Capellán, si bien ignoraban de qué Orden fuese; pero sí, que había venido de muy lejos, según pública voz, por ser devotisimo de la santa imagen. ¿Cómo pudo tener conocimiento de una ermita tan distante de su Convento, según se deja comprender por la citada declaración? Es indudable que la fama universal del portentoso simulacro de la Reina del cielo, llegando hasta su ignorado retiro, movióle el corazón en tal manera que, ardiendo en amorosos afectos para con la divina Madre, obtuvo de sus prelados la competente licencia para hacer esta visita, así como á otros en iguales circunstancias se

(1) Archivo del Real Convento y Santuario de Montesclaros.

(2) Cinco kilómetros y medio.

« AnteriorContinuar »