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razones que la aman, los destellos inefables de sus plácidos y suavísimos consuelos, haciendo brillar en sus agradecidos devotos cada vez más visible y más patente la gloria de su inmortal resplandor.

No rehuso yo ciertamente los tesoros de vuestro generoso Corazón: pero si ahora me ofreciérais la pluma del Evangelista amado de Jesús y el arpa del real Profeta, ¡ cómo cantaría, Reina mía, vuestras glorias, vuestros prodigios, vuestras numerosas apariciones tan dichosas para España!... Cantaría en dulces versos ó con elocuente prosa, vuestra traslación llena de portentos desde Jerusalén á Zaragoza, sobre un Pilar labrado y conducido por los ángeles; vuestra milagrosa intervención en Covadonga; vuestra sublime manifes tación á humildes é inocentes pastores en las agrestes montañas de Monserrat; vuestras imágenes portentosas hechas quizá por espíritus celestiales, quizá por un santo predestinado á sufrir el martirio y alcanzar la corona de los cielos... Cantaría las grandezas de esos bellos simulacros tal vez copia perfecta de aquella faz hermosa sobre toda hermosura humana, en que el divino Esposo se complace; la majestad, en fin, de esta veneranda efigie que tan fielmente os representa, y con la que quisísteis enriquecer á estas montañas; que ha atravesado los siglos, que ha resistido á las injurias del tiempo y á la persecución criminal y destructora de los modernos agarenos: que ve sucederse los años sin lograr hacer mella alguna en la cordial y entusiasta devoción de los

fieles hijos de este suelo privilegiado, sobre el cual derramáis vuestras bendiciones maternales desde la altura de Montes- Claros, rivalizando todos, los ricos hacendados y el humilde pastor, en tributaros los más sinceros y puros homenajes de gratitud y reverencia.

¡Oh prodigio de los prodigios! Nosotros hemos intentado describiros y narrar vuestra historia; esa historia que necesitaría largas pàginas y todo el esfuerzo de una inteligencia superior para corresponder de algún modo á su elevado objeto: pero al tomar la pluma os hemos dicho en lo íntimo de nuestro corazón, postrados ante la celestial imagen que os representa:

«No espero un premio terrenal, Señora: Busco tu amor; ¡mi corazón te adora!...

¡Ojalá que la excelsa Reina de Montes-Claros continúe derramando abundantemente sus gracias sobre la merindad de Campòo, y que la fama de los prodigios obrados en favor de sus devotos romeros, llegue acompañada de himnos de gratitud á las futuras edades!...

CAPÍTULO I'

ESPAÑA PATRIMONIO DE MARÍA.

Non fecit taliter omni nationi (1). (Ps. CXLVII., v. 9.)

INGUNO de cuantos sienten latir en su pecho un corazón verdaderamente español, ninguno de cuantos han debido al cielo la dicha de nacer en este país clásico de piedad y de hidalguía, puede menos de abrigar dos sentimientos que ni rivalizan entre sí, ni se oponen uno á otro, antes bien se fortifican y robustecen mutuamente. Estos dos sentimientos son: el amor de María y el amor patrio.

¿Y cómo no, cuando España es el suelo predilecto que esta celestial Señora ha escogido para colocar su trono y recibir el incienso de la ternura, cuando viviendo aún en carne mortal quiso tomar posesión de su patrimonio, trasladándose por ministerio angélico desde la ciudad deicida á la ciudad Augusta, donde San

(1) Palabras de que se valió Benedicto XIV para ponderar las muchas bendiciones que la Santísima Virgen ha derramado sobre España.

tiago imploraba su favor orando sobre las orillas del Ebro, nos trajo su imagen divina como la prenda más inestimable de su amor maternal, ordenó la fundación del primer templo cristiano, y con su santo Pilar plantó el estandarte de la fe católica en medio de una región que para Ella debía conquistarse; estableció los cimientos de una fortaleza mística que ya no sería dable abandonar, y, en una palabra, tomó posesión solemne para su dulcísimo Jesús, de una tierra que hasta entonces había sido el patrimonio de la idolatría, la sede nefanda de la más grosera superstición?... ¿Cómo no, si no hay un corazón que haya nacido bajo la tutelar y maravillosa sombra de la Columna Virginal, que no se sienta poderosamente atraído por la devoción más tierna y afectuosa hacia la bienaventurada Madre del Dios humanado? ¿Si no hay un pecho en esta tierra que hollaron las plantas de María y en que colocó su inmortal herencia, que no vea en Ella el emblema más perfecto de la pureza celestial, la última y milagrosa realización de la perfectibilidad humana; un nuevo y glorioso eslabón entre el cielo y la tierra, entre la pequeñez del hombre y la grandiosa sublimidad del Omnipotente?

Es verdad que todas las naciones llaman á María Santísima Feliz, Dichosa y Bienaventurada; pero entre todas ellas, la que con más afecto y obligación levanta la voz en crédito, obsequios y alabanzas de esta Princesa divina, es la nación española de quien es su especialísima Patrona y Abogada.

Así lo dijo la misma soberana Virgen al Apóstol de España cuando se le apareció junto á las tranquilas corrientes del Ebro: Scio hanc Hispanic regionem före mihi devotissimam, et ego eam sub patrocinio meo recipiam. Á ningu

na nación ha hecho María Santísima tantas misericordias y finezas como á España; pero también es cierto, que, gracias á Dios, en devoción y obsequio á esta divina Señora, nuestro pueblo es el primiciero y el más fervoroso.

Y en efecto; el culto de las sagradas imáge.nes de María data en nuestra católica nación desde los tiempos apostólicos, desde los pri.meros días de la Iglesia.

En aquellos tiempos antiguos, mucho antes de que el gran Constantino trocara el águila romana por la sacrosanta enseña del Gólgota, la Reina del cielo de tal manera formába ya las delicias del pueblo español, que sus sagradas efigies aparecían pintadas á fin de darlas más permanencia, no sólo en los muros de los templos donde recibían la frecuente adoración de los fieles, si que también en las paredes de los más suntuosos edificios. El suelo patrio, puede decirse, si nos atenemos á la tradición, que quedó convertido durante el corto espacio de algunos años en un verdadero museo mariano, según era grande el número de monumentos representativos de la augusta Señora en los diferentes misterios de su vida santísima, pero de una manera más general, sosteniendo al divino Niño en sus purísimos brazos y en diversas actitudes, según lo reclamaban la devoción particular de los artistas,ó la inspiración eminentemente cristiana de nuestros mayores.

En las que nos quedan de aquella época, es cierto que no podemos buscar en ellas la perfección corpórea, porque son clara muestra del primitivo arte cristiano, que sólo atendía á la expresión interna, descuidando las formas corporales, arte sencillo como los Apóstoles, empero arte potente que, saliendo de la obscuridad de las catacumbas, produjo esos pintores eminentes que, inspirados en el sacrosanto

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