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mo indecoroso, la dura imprecación y la blasfemia horrible que tanto habían martirizado crueles, el inefable Corazón de la purísima Virgen al oirlas, como si aquellos desgraciados hijos de la montaña se hubieran propuesto torturarla con los sanguinarios clamores de las turbas de Jerusalén.

Cual sucedía siempre, los primeros que inscribieron sus nombres en el libro de la Cofradía organizada canónicamente desde el 26 de Marzo de 1708, fueron el P. Presentado Fr. Pedro Guillén, prior de las Caldas; el P. Juan González, vicario de Montesclaros; los PP. Fr. Esteban Fernández, Fr. Francisco Arrizola, Fr. Miguel de San Juan, Fr. Nicolás de Jesús, Fr. Juan de Santo Domingo, Fr. Francisco Blázquez, Fray Juan de Santa María, cuatro Religiosos de Obediencia y un Lego novicio, toda la Comunidad, que según consta por un manuscrito de aquel tiempo, iba creciendo de día en día con muy fundadas esperanzas de llegar á más.

Poco después, deseando terminar en el Santuario las obras iniciadas por su inolvidable antecesor el P. Alonso, hizo levantar los muros del Convento dándole un piso más, perfectamente ventilado y desde el cual se descubren excelentes vistas dominando casi á vista de pájaro, gran parte de la comarca, con lo que pudo aumentar el número de las celdas en tan ventajosas condiciones de salubridad, tanto por su ventilación inmejorable como la abundante luz que reciben situadas en aquella altura, que podrían admitir honrosa competencia entre muchas construcciones modernas, de tal modo divorciadas con la higiene, que lejos de ser habitaciones destinadas á la conservación de una salud á toda prueba, parecen más bien angostas y terribles sepulturas por la impureza del aire que en ellas se respira. Mejoró la iglesia au

mentando cuatro hermosas capillas que concluyeron de llenar los espacios comprendidos entre el crucero y la puerta principal, embelleciendo con esto la espaciosa nave y dándola una amplitud cuya necesidad se dejaba sentir ya en las grandes festividades; levantó desde los cimientos la espaciosa sacristía, superior á la de muchas iglesias parroquiales; hizo sobre los tejados del templo un hermoso corredor, hoy notablemente mejorado, que sirve de mucho desahogo al Convento y de gran expansión á los Religiosos, sobre todo en los grandes temporales del invierno; trajo encañadas las aguas suficientes para el servicio de la Comunidad y de la hospedería; unió ésta con el Convento por medio de una escalera muy espaciosa que se conservó bastante deteriorada, hasta el año 1884 en que se hizo la magnífica que hoy existe; y como si la Santísima Virgen hubiese querido premiar tan fervoroso celo por el engrandecimiento de sus glorias, movió los corazones de muchos habitantes del país residentes en las Indias occidentales á quienes se había acudido en demanda de limosnas, para que hiciesen grandes donativos en alhajas y dinero á fin de poder atender con más facilidad al esplendor del culto divino y al embellecimiento del Santuario.

Para realizar tantas cosas, era necesario poseer una fuerza de voluntad muy superior á todo encarecimiento; y en efecto, parecía haber heredado el celo inagotable del P. Alonso, á la manera que el afortunado Eliseo recibió el portentoso espíritu del sublime Profeta del Carmelo, junto á las perfumadas orillas del Jordán.

La sacratísima Reina del cielo había correspondido largamente á tantos esfuerzos y costosos sacrificios consumados por su amor, concediendo al P. González un sinnúmero de inex

plicables gracias y entre ellas la perseverancia en su servicio, ese dón inadecuado á la criatura y que jamás posee si no le llueve de las regiones sobrenaturales. Diríase que la divina Madre, una vez consagrado á sus fervorosos obsequios, había querido como revestirle con un girón de la inmutabilidad de Dios.

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CAPÍTULO XXI

LOS SUCESORES DEL P. GONZÁLEZ.

ESPUÉS de haber trabajado como su venerable antecesor, tan sin descanso, que causaba asombro su laborioso ejercicio, el P. González habíase despojado de la vestidura mortal rompiendo las penosas ligaduras que le retenían sobre la tierra, impidiéndole remontarse cruzando nubes y pisando estrellas, sobre las espléndidas regiones que la fe nos hace vislumbrar más allá de los fulgentes astros, donde el siervo de Dios, á la vez que fiel y afectuoso sirviente de María, debía descansar entre las delicias inefables de la gloria eterna, en cuya posesión se halla, según debemos pensar con cristiana piedad.

Muchas obras había llevado á cabo inspirándose siempre en los nobles pensamientos del P. Alonso; pero faltaba mucho aún para redondearlos completamente, si es permitido hablar así. Para llevar á feliz término la gigantesca empresa que concibiera aquel genio superior, cual si hubiera sido iluminado con luz del cielo, se necesitaba algo más que la vida de un hom

bre; y sus dignos sucesores fueron desarrollándola poco a poco según las circunstancias más ó menos favorables lo permitían; siempre adelante, superando con las armas de la paciencia cristiana auxiliada del favor divino, todos los obstáculos que el infierno iba oponiendo, sin desmayar un punto y sin volver la vista atrás.

Faltaba, entre otras muchas cosas, la Congregación del Cingulo, por otro nombre, más apropiado si cabe, la Milicia angèlica, y con fecha 20 de Mayo de 1731 el P. Maestro General Fr. Tomás Ripoll, en el año sexto de su generalato, firmó en Roma el diploma de su fundación la cual no pudo llevarse á cabo hasta el 4 de Junio de 1733 en que su primer Director el Padre Fr. Francisco de los Ríos la erigió con todas las formalidades y licencias requeridas para estos casos, empezando desde luego á inscribir cofrades, siendo los primeros que dieron sus nombres el P. Vicario, Fr. Manuel de Santo Domingo, los PP. Fr. Luis Caballero, Fr. Andrés de San Joaquín, Fr. Francisco de Santo Tomás, Fr. José de Santa Catalina, Fr, Bernardo Tocos, Fr. José Tocos, el indicado Director Fr. Francisco de los Ríos, con otros seis Religiosos de Obediencia y dos donados.

Pocos años después se establecieron las especiales y extraordinarias fiestas del Corpus con inusitada solemnidad y extraordinaria concurrencia de fieles; la de nuestro P. Santo Domingo, la de Santa Rosa y de Santa Catalina de Sena, que se celebraban con sin igual devoción y gran concurso de los pueblos comarcanos. Esto no obstante, la fiesta principal venía celebrándose desde muy antiguo el8de Septiembre, en la cual se honraba de una manera tan singular la prodigiosa Natividad de la soberana Emperatriz de los cielos, que era la única en el año en que se bajaba la sacratísima imagen de su

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