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>> del Santuario y objeto principal de la iglesia, »á la parroquia de Barruelo, concejo de los Ca>>rabeos, verificada en 12 de Diciembre de 1836; >>parece muy justo, que se devuelva á su trono »é iglesia donde sea venerada de los fieles co>>mo lo fué antes por espacio de más de seis si»glos.

>>Los motivos, Ilmo. Sr., que nos mueven á >presentar esta exposición son grandes. Esta>>mos aquí como Capellanes con la iglesia abier»ta para alivio y consuelo de las almas que nos »buscan, siempre prontos al confesonario, ejer»cicio en que nos ocupamos, no sólo los días >>festivos, más también la mayor parte de los »otros Así ha sucedido durante estos últimos >>seis años en medio de las circunstancias más >>horrorosas que son anejas á toda guerra civil, >>sin que haya sucedido el más leve infortunio »en estos montes, refugio de unos y paso de >>otros en su persecución. A nuestra permanen»cia se debe la conservación así de los edificios, >>como de las fincas rurales que reditúan á la »Nación y que ahora hemos arrendado nueva»mente por tres años, cuyo producto hemos >pagado y pagaremos escrupulosamente, sin »que hasta la fecha hayamos percibido un ma»ravedí de la cuota señalada á los Regulares >>exclaustrados.

>>Con la paz se ha aumentado el concurso de »gentes de seis, ocho, diez y doce leguas, que »han venido de los tres obispados de Palencia, »León y Santander, pues hasta ahora no lo han »podido hacer por estar todos los caminos sem>>brados de tropas, y para todos los visitantes es »de sumo desconsuelo no hallar aquí la santa »>imagen, imán de su devoción, consuelo de sus »aflicciones, alivio de sus trabajos y amparo de »sus necesidades.

>>Este desconsuelo es mayor en los habitan

»tes del país, acostumbrados á verla en su Casa »y trono, en tal manera que, todos claman y >suspiran porque vuelva á donde apareció. Los >> mismos vecinos de Reinosa lo desean, y ha»>biéndolo solicitado éstos por Santander, al >>contestarles que este asunto es de la atribu>>ción de V. S. nos mandan presentar esta soli>>citud: sobre cuya verdad, así como de todo lo >>expuesto, puede V. S. tomar los informes que »juzgue más convenientes; y en su virtud man>>dar que se devuelva la santa imagen á su igle»sia, Casa y trono, como lo esperamos de su >>bondad y constante deseo por el bien espiri>>tual de sus hijos en J. C. Dios guarde la vida » de V. S. muchos años. Sus atentos Capellanes »que B. S. M....»

La solicitud no podía dejar de ser atendida y favorablemente despachada por la Autoridad eclesiástica, atendida la justicia de la petición. Pero no habían terminado aún los crueles sobresaltos que tanto habían hecho sufrir á los Religiosos, temiendo continuamente nuevos peligros para el venerando Santuario.

En el propio año de 1842, poco después de presentada la exposición anterior y mientras se gestionaban las diligencias necesarias para hacer más solemne la ansiada traslación, el Vizconde de Torre Solanot, Ministro entonces de la Gobernación, hizo una contrata con ciertos agentes extranjeros para destrozar los altares de las iglesias que existiesen aún, correspondientes á los Conventos suprimidos, con objeto de extraer el oro que se hallare sobre ellos; esta fué una nueva calamidad con la cual no se contaba. En efecto, presentose un comisionado al Sr. Alcalde de Reinosa para tratar el ajuste del oro que contenían los altares de. Montesclaros; gracias á Dios este señor era un fervoroso católico, y como tal, entusiasta servi

dor de la Santísima Virgen; y entendiéndose con el Ayuntamiento de su digna presidencia, se deshizo del bárbaro agente dándole alguna cantidad que después abonó gustosa la Junta del Partido, con lo cual se pudo orillar aquella nueva y escandalosa profanación que el infierno oponía cuando menos era de temer.

Animados con esta visible protección del cielo todos los fieles servidores de la purísima Madre de Dios, trataron de disponer una gran función para trasladar la portentosa imagen á su veneranda Casa. Y para dar más lustre á estas fiestas solemnísimas y demostrar á la vez en cuánta estimación se tenía el precioso simulacro de María, fué tan extraordinaria la multitud, que bien puede decirse quedó desierta la comarca, acudiendo un gran número de personas que venían de los pueblos más distantes, atraídas por la fama de la prodigiosa imagen y de la grandiosa festividad que tuvo Jugar en el día del glorioso nacimiento de la Reina del cielo, del referido año 1842.

Después de una ausencia de seis años que parecieron á los fervorosos montañeses interminables eternidades, salió la sacratísima efigie de la parroquia de Barruelo para ir á ocupar el modesto trono que la piedad de sus hijos le erigiera en tiempos más felices: desde aquella fecha memorable que los ancianos del país no pueden menos de recordar con inusitado placer, la Virgen Santísima se halla en pacífica posesión de su devoto Santuario.

Fuera de él podemos afirmar que se hallaba como un rico diamante separado de la joya en donde la mano de Dios lo engarzó por ministerio de los hombres. Sólo así se comprende que mientras estuvo lejos de su piadoso camarín, en donde la cristiana confianza y la devoción sin igual de los fieles la veneraba, extendiendo

su fama por todas partes y moviendo á muchos corazones á ir á visitarla, fué menos saludada la Reina de los cielos en su portentosa imagen, menos invocada en todas las necesidades, menos frecuentes sus portentos milagrosos y en cierta decadencia su culto inmemorial, antes tan entusiasta.

Desde el momento en que se trasladó la sagrada efigie á su santo templo, se notaron admirables portentos; se vió su santa Casa visitada por una afluencia extraordinaria de devotos que acudían á ella todos los días, viniendo de los países más distantes, ya á cumplir algún voto hecho, ya á pedirle su amparo, ya en forma procesional para visitarla y experimentar los dulces sentimientos, las tiernas y consoladoras emociones que sólo se perciben con suavidad inexplicable en los Santuarios de María, alejados del mundo y como suspendidos entre el cielo y la tierra para enseñar á los hombres el codiciado sendero de la gloria.

CAPÍTULO XXIV

EL P. PLÁCIDO

os notables portentos que obraba la Santísima Virgen por medio de su sagrada efigie colocada ya en su devota capilla al ser tiernamente invocada bajo el entusiasta y célebre título de Nuestra Señora de Montesclaros, hicieron que las proporciones del Santuario fueran escasas para contener la multitud que acudía todos los días: unos para implorar los auxilios de tan Soberana Madre, otros llenos de admiración, de gratitud y de entusiasmo para mostrarle sus corazones agradecidos, después de haberlos socorrido en sus más apremiantes necesidades.

En esta situación tan consoladora para los ancianos Religiosos, pasadas ya las prolongadas tristezas de aquellos amargos días en que la portentosa imagen viose como fugitiva en Santa Marina de los Carabeos, trascurrieron algunos años, hasta que en 1856, después de haber volado al cielo el hermano de obediencia, como piadosamente debemos creer, atendida su acrisolada virtud y el constante afecto para con la Santísima Virgen, la divina Madre condujo al Santuario, por medios qne solemos lla

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