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Gracias á la piedad inagotable de la purísima Virgen; gracias á los tesoros de amor inefable que encierra en su purísimo pecho tan dulce y cariñosa Madre, la Merindad toda dejó una vez más consignada con caracteres indelebles, su tierna y afectuosa devoción al venerando Santuario de Montesclaros.

Poco tiempo había transcurrido desde que se presentara la solicitud pidiendo la cesión de nuestro devoto Convento, y ya el 20 de Mayo del mismo año, se encontraban reunidos en las Casas consistoriales de Reinosa, con el Reverendo P. Cienfuegos acompañado de D. Plácido, todos los representantes de los Ayuntamientos correspondientes á la Merindad de Campóo. Tan bien había preparado la Santísima Virgen todos los ánimos, que en el mismo día, se acordó con perfecta unanimidad proceder á la cesión solicitada, levantándose un Acta digna de aquella católica Junta, en la cual se determina con sumo gozo de todos los concurrentes, la entrega del Convento-Santuario de Montesclaros, por tiempo ilimitado, á los PP. de la Orden de Predicadores, declarando y haciendo constar, que, al proceder de aquella manera, eran fieles intérpretes de la voluntad del país, cuyos sentimientos eminentemente cristianos, se consideraban altamente satisfechos al ver restablecida la Comunidad en el centro de aquellas montañas, donde sus padres encontraron siempre á los pies de la celestial Señora consuelos inefables para el alma, la venturosa paz en sus corazones, y los cuerpos fatigados, un asilo bendito.

Al efecto, hicieron constar en debiba forma: «Que, á instancia del Sr. Alcalde de Reinosa y >>demás señores de la Junta de Partido, se con»siguió después de la exclaustración, que per>>maneciera abierta la iglesia del Santuario co

>>mo aneja á la parroquia de los Carabeos, con >>dos Religiosos Sacerdotes encargados del cul>>to de la sacratísima efigie y de la conservación >>del edificio: que en el año 1842 vendió el Go>>bierno los altares del exconvento para extraer el oro que tuviesen, y al presentarse el com>>prador con la autorización correspondiente >>para ejecutarlo, el Sr. Alcalde de Reinosa, hi»zo que éste suspendiera su comisión abonán>>dole cierta cantidad, que, á su debido tiempo »abonó después muy gustosa la Junta de Parti>>do; merced á cuya medida se han podido con»servar los altares en sus dorados hasta hoy, »según consta en el libro de cuentas, folio 161, >>correspondiente al citado año. Que en 13 de >Noviembre de 1844, el edificio del referido ex>>convento fué vendido por la Administración >>de Hacienda á D. Esteban Avellano del Hoyo, >>en la cantidad de 400.000 reales vellón, y que >>los señores Alcaldes del Partido á nombre de »éste, adquirieron del Sr. Avellano, prévio el »pago de igual cantidad, la propiedad de todo >>el Santuario, según consta en Escritura y ac>>tas folio 46 al 90 del libro correspondiente á >>las de 1847. Y por último, también consignan »que, no creyendo conveniente estos Ayunta>>mientos desprenderse de la propiedad del ci>>tado Convento-Santuario, lo ceden á los Padres >>Dominicos por todo el tiempo que permanez>>can en él; y que si por voluntad ó mandato »Superior, dejasen de ocuparle, volverá otra >>vez el Partido á hacerse cargo del precitado >edificio con todas sus dependencias.» Y después de otras muchas condiciones de escaso interés al presente, se terminó el Acta con esta memorable expresión que pone de manifiesto el catolicismo de Reinosa y pueblos de su jurisdicción. «Queremos, en fin, que todos los años »y por vía de retribución, uno de los Padres de

>>la Orden predique un sermón en el día de la >>Purísima Concepción de Nuestra Señora; para >>lo cual conservando nuestra costumbre anti»gua, se deben reunir en Reinosa todos los se»ñores Alcaldes del Partido que costean la fun»ción, comiendo despues todos en compañía del «P. Predicador, unidos en caridad por el frater»nal lazo de nuestra augusta Religión.»

Ocioso es decir que el R. P. Cienfuegos, al aceptar por sí y á nombre de la Orden de Predicadores, unas condiciones tan honrosas,quedó altamente agradecido al cristiano desprendimiento de Reinosa y demás pueblos de su jurisdicción, digno de ser conmemorado en tablas de oro, para eterno recuerdo de las generaciones venideras.

La ejecución del memorable acuerdo, no se hizo esperar. El 18 de Julio de 1880, será siempre un día de feliz recordación para la Orden no menos que para los pueblos del partido de Reinosa, cuyo entusiasmo por el venerando Santuario de Nuestra Señora enardece su devoción y los excita contínuamente á rendirla tiernos y afectuosos cultos que mantienen siempre vivo en el corazón de los fieles el amor que todos profesan á la augusta Madre de Dios, cuya bondad inagotable, nunca háse visto cansada de derramar á manos llenas sobre sus numerosos devotos los inagotables tesoros de su misericordia.

En este día se reunieron con sumo placer y en estrecho abrazo á las plantas de la Reina de los ángeles muchos sacerdotes de los pueblos comarcanos que acompañaban á once Alcaldes en representación de once Ayuntamientos del Partido con el Secretario de la Municipalidad de Reinosa, sin que faltasen á la solemnidad del acto los Sres. Capellanes encargados del Santuario que se unieron con sumo gusto al gene

ral asentimiento del país poniendo desde luego todo el edificio á disposición de la Orden Dominicana.

Un acontecimiento preparado por el cielo y tan visiblemente patrocinado por la Santísima Virgen, cuya intervención singular dejábase percibir en todos los piadosos concurrentes, despertando en sus pechos el mejor deseo de tributarle con singular devoción los homenajes de su reconocimiento, no podía menos de tener una conclusión satisfactoria cual correspondía al bondadoso Corazón de la Soberana Madre, en cuyo nombre celestial y por cuyo honor, veíanse agrupados ante su excelso trono, esperando derramara sobre toda la comarca el copioso raudal de sus gracias incomparables. Y al efecto, reunida aquella cristiana asamblea, entusiasta fervorosa de las glorias de María, en las habitaciones del Convento-Santuario de Montesclaros, en unión del Sr. Vicario eclesiástico de Mataporquera, D. Gregorio González Navamuel; del Sr. Presidente, hasta este día del Santuario, D. Miguel Calderón; de D. Pedro Delgado y D. Plácido López Cuesta, capellanes de la santa Casa, y del M. R. P. Fr. Antonio Martínez, que acto seguido tomó el cargo presidencial de los PP. Dominicos, se levantó el acta de entrega, en que se consagran bellas frases de amor à la Santísima Virgen objeto principal de la solemnidad, y se le dan jubilosas muestras de gratitud por el beneficio tan grande que dispensa á todo el país, haciendo sean restituidos á su antigua Casa los hijos de la Orden de Predicadores, «que ha producido siempre desde su fundación, y produce de día en día, frutos abundantísimos en la Iglesia, para gloria de Dios. Todopoderoso, honor de su divina Madre y utilidad espiritual de la república cristiana». (1)

(1) Clemente VIII, en su Bula Injuncti nobis.

Al retirarse para sus pueblos respectivos todos aquellos fieles devotos de María, como si el cielo hubiese querido premiar aun en esta vida aquella obra que en obsequio de su Reina incomparable y de que tanto honor resultaba á la Orden de la verdad (1), concluían de llevar á cabo, se veía resplandecer en los semblantes una dulce satisfacción cual si irradiara en ellos la hermosura deslumbrante de la Madre de Dios. Desde este instante, los muchos favores que ha dispensado sin cesar desde aquel trono de sus piedades, han atraído constantemente á sus pies los hijos de los pueblos vecinos, que en todas sus necesidades recurren al amparo de tan cariñosa Madre.

La Santísima Virgen no sólo manifestó su agrado llenando de inefable consuelo aquellos pechos que latían al unísono con su Corazón purísimo, si que además, confirmó piadosa, con grandes prodigios, el restablecimiento de su fervorosa Comunidad dedicada especialmente á honrarla y á extender su devoción, por todas aquellas dilatadísimas y venturosas comarcas. ¡Dichoso país, si sabe corresponder agradecido á los numerosos y extraordinarios portentos con que la excelsa Reina de los ángeles, viene honrándole desde aquel día que todos recuerdan con placer, por haber gozado en él los momentos más dulces de su vida.

(1) Juan XXII.

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