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dos laterales hasta la altura de cuatro metros por término medio, lo forman una sola piedra; y segundo, la espaciosa y suntuosa escalera de cuarenta peldaños de sillería divididos en cuatro tramos, felizmente ideada por el hermano Fr. Juan de Dios, cuya proyección horizontal determina el monograma del dulcísimo nombre de María (1) y que arrancando de una altura próximamente igual al pavimento de la iglesia, termina en la esquina oriental del lavadero: desde aquí continúa el ascenso hasta llegar á la Hospedería, por medio de una rampa muy suave y sólidamente empedrada.

Antes de terminar el año se hicieron nuevas las mesas y tarimas correspondientes para los altares, se procedió á una reparación general en todo el Convento, se rasparon y se blanquearon todas las paredes y se restauró el maderamen que en muchas partes se hallaba completamente deteriorado.

En el año 1885 se sustituyó la tubería de barro cocido que conducía las aguas desde la Hospedería al interior del Convento por una hermosa tubería de hierro; se hicieron muchas obras de recomendable urgencia y se mejoró el camino que conduce á los Carabeos en una longitud bastante regular.

En los años sucesivos, bajo el Priorato del Rdo. P. Fr. Mateo Cifuentes (5 de Diciembre del 86 al 5 de Octubre del 87), no sólo se mejoró notablemente todo el edificio, si que además debido á su gran celo y entusiasta devoción á Nues

(1) El Excmo. Sr. D. Germán Gamazo, que "visitó el Santuario siendo ministro de Fomento, calificó esta escalera de obra regia. Y realmente, á no ser destinada para embellecer el alcázar de María, todo el mundo dirá que es impropia de aquel solitario y escabroso sitio. Igual opinión emitió el Excmo. é Ilmo. Sr. Obispo de Cádiz, D. Vicente Calvo y Valero.

tra Señora de Montesclaros, se blanqueó y pintó la iglesia. ¡Lástima grande que el artista lo hiciera con tan mala suerte y tan pésimo gusto, sobre todo en el detestable zócalo que rodea toda la capilla!... El pintor debía ser uno de esos pobres hombres á quienes, ni aún por devoción, se debía permitir tomar una brocha en sus manos para decorar un Santuario de María. En los tres años del Priorato del Rdo. P. Fr. Manuel Fernández (1) hasta el 25 de Agosto del 90 se hizo un bonito cementerio colindante con la iglesia, según la disposición del Rmo. P. General en sus últimas visitas de 1883 y 1887, y mejoró notablemente la parte material del edificio. Su digno sucesor el reverendo P. Fr. Lucas González, apenas tuvo tiempo de conocer la situación del Priorato por haber sido llamado á los pocos meses á ocupar la Presidencia de San Esteban de Salamanca. Empero, respecto del P. Avelino, Superior actual de Montesclaros, todos tenemos grandísimas esperanzas de que ha de realizar notables mejoras, pues pocos Priores se han hallado en condiciones tan favorables para llevar á feliz término lo mucho que aun falta para colocar este baluarte inexpugnable de la fe á la altura en que se hallan otros muchos Santuarios marianos, haciendo de él un glorioso monumento de la piedad y magnificencia de nuestros mayores.

Rectitud de intención, gran fuerza de voluntad y vivísimos deseos de mostrar al mundo lo que es capaz de hacer un pecho santamente enamorado de las glorias de María no le faltan: adelante, pues, que no se han agotado los inestimables tesoros del corazón maternal de la

(1) Hoy dignísimo Prior del Convento de las Caldas.

Reina de los ángeles para que deje de enriquecer con ellos á su actual y solícito custodio si la sirve con la fidelidad y el amor con que la sirvieron sus fervorosos antecesores.

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CAPÍTULO XXX

UNA VISITA Á MONTESCLAROS

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NO de los Santuarios más célebres de nuestra mariana España, uno de los templos más devotos que tiene nuestra patria dedicados á la Madre de Dios, uno de los lugares donde más se ha complacido la Virgen Santísima en derramar los inagotables tesoros de su corazón maternal es sin duda este de Montesclaros, enclavado sobre un enorme peñón de roca caliza que se levanta gigante en una de las laderas más orientales del núcleo de montañas altísimas, cuyas ramificaciones, semejando las venas y arterias del cuerpo humano, forman un laberinto en la montuosa y característica merindad de Campóo. El sitio es tan delicioso en verano como rígido en el invierno, y apenas la dulce temperatura de la primavera ha hecho desaparecer las nieves que cubren el país á bastante altura, un tapiz verde y encantador cubre todo el suelo; se regala la tierra con los misteriosos besos de una brisa, parecida á las perfumadas auras que rizan ligeramente las suaves ondulaciones de una mar en calma, cuando muestra al cielo la limpia y hermosa

superficie de sus aguas...; todo parece que convida á pasar unos días en aquellos montes para gozar del espléndido panorama que sorprende arrobador desde sus cumbres. Ha llegado ya la época en que los esplendores naturales de aquel sitio le hacen tan delicioso, tan pintoresco, tan regalado, que sólo el prurito de ir á buscar en el extranjero puntos de recreo que no valen tanto como algunos de nuestra patria, ha podido ser motivo para que muchos que se llaman españoles, no sé por qué, vayan á buscar en otras partes perspectivas, vistas y horizontes que no pueden compararse con los de Montesclaros.

Y en efecto, al mirar la altísima montaña desde uno de los extremos de la hondonada de Bustasur que se alza majestuosa cual si pretendiera escalar los cielos, al ver los altos picos de la sierra que se levanta allá en lontananza sobre las mesetas de Soma-Loma, en tanto su ancha base queda como sumergida en las cristalinas aguas del Ebro que la circuyen casi en su totalidad, formando á trechos barrancos profundos y escarpados que se prolongan en revueltos giros; asombra la exuberante vegetación que se extiende caprichosa sobre aquel mare-magnum de cerros y colinas que se prolongan de S. á NO. y á diferentes alturas, constituyendo una especie de grandioso escalonado con cortaduras y depresiones tan profundas, que, determinan una inmensa red de pequeños arroyuelos alimentados por multitud de manantiales y enriquecidos durante su curso por las aguas pluviales que no se evaporan ni son absorvidas por el suelo al deslizarse sobre las escarpadas vertientes de la montaña para venir á aumentar el caudal del histórico río, que culebrea como una brillante cinta de plata sobre un campo de esmeraldas.

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