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El conjunto que presenta aquella vegetación imponente, aquellas bellezas silvestres, aquellos vistosos y pintoroscos paisajes que arrebatan la admiración de los viajeros, más bien que una realidad, semejan la inspirada fantasía de un gran pintor.

En todas partes donde uno fija su vista ve cómo se ostenta victoriosa la naturaleza con todo su esplendor; pero lo que principalmente llama la atención, son esas rocas escalonadas que se destacan en primer término, cubiertas apenas por una ligera capa de tierra vegetal que sirven de base al gigantesco peñón, en cuya cima, la fe, y no el trabajo de los hombres, asentó los muros del venerando Santuario en que se halla la portentosa imagen, conservándose la primitiva cueva de la aparición debajo del camarín, que es visitado con extraordinaria devoción por todos los peregrinos. Lo que atrae poderosamente las miradas del devoto visitante, es la peñascosa y esbelta colina que parece brotar del seno de las aguas en que plácidamente se refleja, separándose del núcleo principal de la montaña en su derecha, por el arroyo de Nuestra Señora, y en su izquierda por el arro-· yo del Batán que la aisla de Рeña-alta; formados ambos por barrancos profundos y escarpados á cuyo álveo llega la luz del sol con poca fuerza perdiéndose entre aquellas sinuosidades sus rayos vivificadores, que al reflejar en las hojas de los árboles seculares, las reviste de un color tan animado y embelesador que hermosea los contornos de la pintoresca selva, transforma aquellos montes en fragmento precioso del mismo Edén, y exalta la mente del observador.

Esa gran mole de piedra caliza, es el punto sobre cuya cima quiso colocar su nido la divina Paloma, para alcanzar con su bondadosa mirada á los hijos todos de aquellas dilatadas co

marcas; es el venturoso risco cuyas majestuosas asperezas se reflejan esplendentes sobre el Ebro que corre á sus pies reproduciéndolas fielmente, como pudiera hacerlo un brillante cristal extendido sobre aquella pradera, en que las menudas gotas de rocío al caer entre los pétalos de las flores semejan una alfombra de rubies y esmeraldas salpicadas de chispas brillantes al ser heridas por el sol. Aquella maravilla del arte y de la naturaleza que se mira allá arriba pendiente sobre el histórico río, con una vista superior si cabe al más delicioso panorama, hace arrancar al alma cristiana silenciosas lágrimas de ternura que caen sobre el corazón amante de María, como una fecundante lluvia de celestiales consuelos: aquel hermoso edificio enclavado en las montañas, es el poético y admirable retiro de la Reina de los cielos; es el bello Santuario de María que se levanta al pie de esa cadena de montes, antes triste y aflictiva morada, hoy regalado sitio, porque lo ilustra con su presencia la bienaventurada Madre de Dios, y lo ennoblece y hermosea desde el trono que la piedad de sus hijos le erigió en ese templo que se alza ante nuestra vista, sencillo como la violeta, pero bellísimo como una flor arrogante.

¡Qué cuadro tan encantador!... Á cualquier parte donde uno dirija la vista, se proyectan las ondulaciones de la sierra, cubiertas de un arbolado cuya frondosidad envidiaría la más hermosa vega: en lontananza, aquella poética soledad del devoto romero, los encantos de una naturaleza próvida y feraz, coronados por un cielo esplendente, radiante, azul, diáfano y hermoso, como el cielo de nuestra querida España: por todas partes un ejército de avecillas ocultas en la espesura de la enramada, que con sus dulces y variados gorjeos, al ser mecidas las copas de los árboles por el blando céfiro del alba, alegran

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VISTA GENERAL DE MONTESCLAROS.

Tomada de la parte occidental desde el punto denominado el Pisón. (De fotografía).

aquellas soledades y preparan el alma á la meditación elevándola en un éxtasis de amory gratitud hacia la Reina incomparable de los cielos; las aromosas fiores, que perfuman la atmósfera, y con sus matizadas tintas, recrean la vista yarroban el espíritu transportándolo á regiones misteriosas y desconocidas que no pertenecen á este mundo. Todo parece concurre allí en festiva competencia para rendir sus homenajes á la portentosa imagen que en medio de aquel paisaje hermosísimo tiene su nido de amor; todo conspira á infundir en el pavoroso corazón del romero que acude al venerando Santuario, afectos purísimos, elevaciones santas, espansiones dulces, ardientes trasportes de veneración y filial gratitud para con la augusta Señora de cielos y tierra, que recibe gozosa y llena de bondad los suspiros, ora felices, ora apenados, del alma que acude allí para saludarla con amor, para invocarla llena de confianza.

¡Montesclaros! Preguntad á los moradores de aquellos felices contornos que tienen á la sagrada efigie por Patrona, qué es lo que significa para ellos ese nombre mágico y arrobador; qué es lo que representa ese tesoro celestial al que convergen todos los afectos, toda la devoción, todos los suspiros, toda la inextinguible esperanza que da alientos, consolación y vida á los moradores de las comarcas de Campóo. ¡Montesclaros!... No preguntéis á las criaturas qué significa esta palabra para aquellos felices montañeses; si alguien os lo puede decir, no se halla en la tierra, sino en el cielo: no son los mortales sino los ángeles quienes reciben los suspiros amorosos de tantos corazones cristianos, para derramarlos ante el trono siempre glorioso de la Reina de los cielos, y volverlos á la tierra convertidos en lluvia de multiplicados favores y celestiales bendiciones!...

Considerad ahora si podéis, cuán delicioso es un día pasado en el Santuario de Montesclaros: aquellas horas transcurren con la velocidad con que pasan los pocos instantes más felices de esta vida. Diríase que la bondadosa Madre había elegido para su culto este lugar con el objeto de pagar á sus devotos, hasta de un modo sensible, el pequeño obsequio que le hacen visitándola.

Postrado el devoto romero ante el trono de la Santísima Virgen, en aquel templo erigido en medio del desierto, fuera de los cuidados del mundo, sin que interrumpa su silencio otra cosa más que el misterioso ruido del viento que azota sus bóvedas, ó los tiernos suspiros del fervoroso amante de Maria, que le confía las penas de su pobre corazón, comprende clarísimamente que tiene motivos muy grandes para depositar su confianza en el amoroso pecho de tan cariñosa Madre, que, sólo por el grande interés que sus hijos le inspiran, vino á aparecerse y á habitar en aquel lugar de propiciación; le cuenta sus necesidades espirituales y temporales, le ruega incansable con fervor y con esperanza, y levántase tranquilo como quien ha puesto sus negocios más importantes en manos de tan poderosa abogada. Y al volver la vista para mirar retrospectivamente el camino que ha recorrido hasta llegar ante la santísima imagen, su pecho se dilata con suavidad lleno de una dulzura inexplicable; y se halla tan pequeño en su cuerpo, al fijarse en aquellas enormes rocas que circuyen como un muro de defensa al venerando Santuario, que no puede menos de pensar en la grandeza de los cielos, así como al contemplar aquellas soberbias moles de piedra y tierra cuyas cúspides se levantan hasta el firmamento; se imagina ver á Dios formando gigantescas cordilleras con la misma facilidad y

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