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más extraño efecto por la imperfecta sucesión de sus líneas, que, cubiertas de nieve en determinadas épocas, parecen echar espuma recordando las tumultuosas olas de un mar poderosamente conmovido, levantadas hasta las nubes con empuje indescriptible y lanzadas á distancia inmensa con toda la energía de las materias eruptivas.

¡Felices mil veces los habitantes de la venturosa merindad de Campóo, pues han tenido la dicha de ser escogidos para vivir bajo la sombra tutelar de uno de los más célebres Santuarios que, levantados sobre la tierra, ha destinado la Reina de los ángeles para glorioso teatro de las misericordias diviñas!... ¡Oh, vosotros todos los que en ese bendito país formáis parte entre el escogido número de amantes de María: si alguna vez habéis sentido las dulzuras de su amor, y si los encantos de su belleza han arrebatado vuestro corazón en delicioso éxtasis, arrancando suspiros dulcísimos á vuestros pechos ansiosos de morar eternamente en su compañía y de gozar para siempre en el seno del Creador, de sus encantos y ternura maternales; si por propia experiencia sabéis cuánta diferencia va de las delicias turbulentas y pasajeras de la tierra, á la dicha inefable, tranquila y arrobadora con que brinda al alma el amor y el servicio de tan soberana Madre, no echéis en olvido esas horas dichosas que habéis pasado ante su portentosa eflgie, recordando que ellas son el preludio de las dulzuras inefables que os esperan en el cielo!...

CAPÍTULO XXXII

MARAVILLAS OBRADAS EN MONTESCLAROS.

ON gran dificultad entramos en el presente asunto: porque su grandeza y longitud no tiene término. Sin embargo, como el referir una ú otra maravilla es indispensable circunstancia, pues sobre ser práctica común en los que escriben historias sagradas, importa mucho para el aumento de la fervorosa devoción, porque las voces de los milagros que hacen las santas imágenes, excitan el fervor religioso y mueven las voluntades más tibias, como se vio con toda claridad en lo sucedido á nuestro divino Salvador al cual seguían muchos por ver los portentos que obraba en todas partes, Quia videbant signa, pondremos en este capítulo algunas de las continuas y grandes maravillas que hace la portentosa imagen de Nuestra Señora de Montesclaros; advirtiendo empero, que, obedeciendo á los decretos de Urbano VIII, de santa memoria, protestamos no atribuir más autoridad que la puramente humana á todos los milagros, gracias y casos que ponemos en este libro, fuera de aquellas cosas que han sido confirmadas por la Santa Iglesia Católica Romana,

de la cual nos confesamos obedientes hijos y á cuyo juicio nos sujetamos.

Hemos dicho que son muchos los portentos obrados por la valiosa intercesión de la Reina de los cielos, en su portentosa imagen de Montesclaros; y en efecto, hace ya siete siglos que allí van impulsados por una devoción ferviente á implorar el socorro de María, las almas tristes de la tierra en busca de la paz que no puede dar el mundo; allí se han secado muchas lágrimas, cuya fuente parecía inagotable; allí han recobrado el amor á la vida multitud de corazones que anhelaban morir; allí las madres inconsolables han rescatado del sepulcro los hijos que él les robara; los huérfanos han vuelto á los maternales brazos de que fueran desprendidos sobre un lecho de muerte, y millares de almas bogando abatidas entre las amargas ondas del sufrir, se han visto prontamente socorridas y aliviadas de sus tormentos, desvanecido el abatimiento de sus fuerzas físicas, notablemente aliviada la opresión de sus conturbados pechos, la tensión material de todas sus fibras y el angustioso hervor de su sangre. Millares de fervorosos visitantes han averiguado allí cuán santamente bello es acudir ante el trono de aquella Criatura celestial, en cuyo hermoso semblante se descubren bellas per-fecciones de Dios. ¡Venerando Santuario, al cual acuden incesantemente todos los necesitados de la comarca y aún de otras muy distantes; y tales han debido ser las mercedes que la Santísima Virgen ha dispensado en él, tales los tesoros de su maternal clemencia y bondad que -derrama infatigable sobre cuantos imploran su ~eficaz patrocinio con verdadera fe, que ha merecido la invoquen sus verdaderos devotos con -el título altamente glorioso de Consoladora de los afligidos!!.

Pero, empecemos por enumerar, siquiera sea muy sucintamente, alguna de esas portentosas manifestaciones de la bondad de María, unas, según nos las ha trasmitido la constante tradición del país, y otras verificadas en nuesdías cuyos testigos presenciales viven aún.

-En el verano del año 1573, al verificarse la segunda reedificación de la casa del ermitaño por haberla destruído casi en su totalidad un horroroso incendio, estando un oficial de carpintería, José Brizuela, ajustando un cabrio en la hilera del caballete, por inadvertencia y descuido de sus compañeros, el madero y el mozo que estaba encima abrazado á él, cayeron en un huerto de la casa, desde el cual resbalando sobre el plano inclinado que formaba un peñasco formidable, vinieron á parar junto á la Cueva de la aparición. Todos le consideraban ya hecho pedazos; esto no obstante, al caer, la Santísima Virgen le libró de una muerte segura. No podía esperarse otra cosa, pues al desprenderse de tanta altura, se le oyó decir en alta voz: Nuestra Señora de Montesclaros me valga y favorezca. Y en efecto, al parar delante de la portentosa gruta se levantó bueno y completamente sano, sin que hubiese recibido en tan peligrosa caída la menor lesión, y con tantos ánimos, que, asiendo el cabrio lo volvió á la cumbre de donde había caído, como si no le hubiera sucedido absolutamente nada. Según es de suponer, todos los circunstantes quedaron llenos de admiración, y teniendo el lance por - milagroso, agradecidos á tan misericordiosa Señora, le dieron afectuosas gracias, por haber obrado tan singular maravilla.

-El invierno de 1585 á 1586 fué tal, como no se ha visto nunca en Montesclaros, ni por sus "nieves que hacían impracticables los caminos "y cubrían todas las avenida, ni por sus tempo

rales, ni por sus hielos, ni por sus espantosos ventisqueros. El país se hallaba transformado en un facsimile de las regiones árticas, con sus nieves eternas iluminadas solamente con los pálidos reflejos de un cielo polar, cubierto además con la niebla cenicienta que se extiende sobre las zonas heladas.

A la sazón se hallaba cuidando del Santuario Pedro López, vecino de los Carabeos, el cual después de haber sufrido con cristiana resignación una desgracia de familia, se consagró al culto de la Santísima Virgen obsequiándola como ermitaño.

En el espacio de dos meses, era el frío tan intenso, el viento soplaba con tal violencia, que no hubo persona alguna bastante atrevida para realizar la peligrosa travesía de aquellas sábanas de nieve que concentraban la luz, haciendo más temibles las laderas y las vertientes de los promontorios lejanos, en donde algunos picos, más atrevidos que otros, taladraban las nubes cenicientas y reaparecían encima de los vapores movedizos, parecidos á escollos sumergidos en el firmamento. El pobre ermitaño se creía, y con razón, súbitamente trasladado á las regiones hiperbóreas, sobre la helada alfombra del polo, y con un frío de 30° bajo

cero.

Sucedió, al fin, que se concluyó, como no podía menos de suceder, la provisión de las fimosnas en la ermita; llegaron á sentirse los horrores del hambre; esos horrores que es preciso experimentarlos para comprenderlos. No había ni una migaja de pan para reparar las fuerzas perdidas, y no era posible salir fuera del Santuario sin riesgo de la vida. Esto no obstante, aquella situación tan angustiosa no podía continuar; era preciso hacer un esfuerzo para romper con tan prolonga

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