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te lo firma la interesada con otros varios testigos, y yo lo autorizo con el sello de esta parroquia:-L. † S., Mateo González López, Cura párroco.-Laura Santamaría, interesada;-José Fernández de Santo Tomás de Aquino;-Gregorio Hoyos. Santiago Gómez;-Brígida Abad;Saturnino Hoyos, testigos.

Nos haríamos interminables refiriendo una por una todas las piedades, todos los maravillosos portentos obrados por la Reina del cielo sobre cuantos han acudido á implorar su valiosa protección en todos los siglos. Su número y calidad lo conocen los ángeles que entonan himnos á la gloriosa Señora cuyo precioso simulacro se venera en Montesclaros: la fama de sus bondades ha crecido tanto, que hoy vese extendida por todas partes, desde las floridas márgenes del Ebro, hasta los paises más leja

nos.

No hay memoria de que al postrarse ante el trono de la portentosa imagen de María, se hayalevantado nadie desconsolado de sus benditas plantas.

¿Cómo extrañar, pues, que todos los habitantes de la venturosa comarca acudan agradecidos á ofrecerla sus homenajes, y á suplicarla bendiciones, pidiéndola con fervoroso afecto, que sea la Protectora de aquellas afortunadas montañas, y la Madre bondadosa de sus devotos montañeses?

CAPÍTULO XXXIII.

BIENHECHORES INSIGNES.

E dice, y no sin razón, que los hombres, siempre ingratos á las mercedes que reciben del cielo, se olvidan muy pronto de aquel divino Señor que derrama á manos llenas sobre nosotros los más singulares y extraordinarios beneficios. Y efectivamente, por lo que mira al venerando Santuario de Montesclaros, hubo un tiempo en que con facilidad pasmosa, ital es la triste condición del hombre! se echaron en olvido los inapreciables tesoros que el cielo tenía dispensados por intercesión de la Santísima Virgen, sobre todos los habitantes de la Merindad de Campóo.

Hoy, nos complacemos en confesarlo, aquellos tristes efectos de nuestra pobre condición humana, son desde hace muchos años, completamente desconocidos en los fieles moradores del país. No hay uno entre todos aquellos devotos montañeses que no sienta germinar en su corazón, el amor más puro y desinteresado para con su augusta Reina y Señora de Montesclaros; que no cultive en su pecho con especial esmero, la preciosa planta de la gratitud cris

tiana, esa planta bendita que florece en la tierra. y da sus frutos en el cielo.

Tanto es así, que sería una injusticia palmaria, si al terminar esta Historia que venimos trazando con débil mano, después de haber oído un himno de gloria que ha brotado de mil lábios; y contemplado la ardiente devoción de que ha sido y es objeto la portentosa imagen; y escuchado su Nombre bendito, lejos, muy lejos, después de haber atravesado los mares en alas del entusiasmo; y vistos los altísimos acontecimientos que nos ofrecen sus anales, desde su origen hasta verla en su actual Santuario: si después de haber observado cómo se reune todo para que la Historia de esta gloriosísima Señora, en nada ceda á la de otras venerables imágenes del orbe cristiano, y bendecido el dichoso instante en que los habitantes de la comarca la vieron por vez primera; no hiciésemos notar, bien que no todos, porque esto, ni el tiempo ni el espacio lo permiten, algunos siquiera de los más esclarecidos bienhechores, que para recuerdo de su profunda piedad, depositaron á los pies de la Santísima Virgen, las valiosas ofrendas de sus agradecidos corazo

nes.

Entre todos corresponde preeminente lugar, en esta conmemoración, así como la ocupa en el cielo, Fernando III, que se presenta á nuestra vista con la aureola de Santo y Rey, y ya notamos porque merece ser colocado al frente de los gloriosos devotos de Nuestra Señora que hoy ciñen corona sublime de sempiterna gloria.

Y como el perínclito destructor de la morisma, era justo que fuese emulado por sus sucesores, que debían heredar, con su brillante corona, el amor hacia la Madre de Aquel por quien reinan los reyes, no podían hacer trai

ción á la sangre que corría por sus venas, Fernando IV el Emplazado; Felipe II, el Rey Prudente por excelência, en cuyos vastísimos dominios no se ponía el sol, ese católico y gran Monarca, que desde un rincón de ese monumento de gloria que se llama Escorial regía los destinos del mundo; Felipe III, el enérgico protector de la Unidad religiosa de nuestra patria; Felipe IV, el Rey poeta; Carlos II, ese rey altamente piadoso, á quien la maledicencia de algunos cortesanos ambiciosos, dió en llamar el Hechizado; Felipe V, el Animoso, y otros Príncipes ilustres de la tierra clásica mariana, á los cuales se han unido muchos altos dignatarios de la Iglesia y del Estado, formando esa gloriosa pléyade de piísimos bienhechores que con tan repetidos testimonios de veneración se han presentado ante la soberana efigie, depositando sobre sus aras numerosas ofrendas de gran valía.

Unese á todos estos un insigne varón cuyo nombre venerando ocupará siempre señaladísimo lugar en la Historia de Nuestra Señora. El Illmo. Sr. D. Antonio de Brizuela y Salamanca, muy enriquecido de la gracia y asistido de la fortuna; hijo de D. Cristóbal de Brizuela, señor de San Martín de las Ollas, y de D. María Salamanca, natural de Burgos, Caballero de Alcántara, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Toledo, Obispo de Astorga y luego de Jaén. Austerísimo como un antiguo anacoreta, en medio de su elevado rango y cuantiosas riquezas; limosnero hasta la prodigalidad; humilde hasta arrojarse á los pies de los abatidos del mundo, besarlos con amor y limpiarlos con sus piadosas manos: era, en fin, el padre de los pobres, el protector de las viudas, el defensor de los huérfanos, el piadoso mediador entre Dios y los hombres, el perseguidor de los vicios, el

promotor de la virtud, el lustre de los caballeros, el clarísimo espejo de los Prelados, y el liberalísimo bienhechor del venerando Santuario de Montesclaros.

Por los años de 1687-1690 hallábase el virtuoso Prelado en Reinosa y noticioso de la nueva fundación que los PP. Dominicos habían realizado en Montesclaros, cerca de cuyo Santuario moraban muchos de sus parientes, quiso hacer una visita al nuevo Convento, en el cual residió algunos días, incorporándose con la naciente Comunidad, entre cuyos Religiosos se distinguió por su puntual asistencia á todos los actos de la observancia regular. En este tiempo notó la imperiosa necesidad de aumentar el número de Religiosos para poder atender mejor á las necesidades del país según lo reclamaban las circunstancias y el estado actual de la comarca; pero advirtió prudente que ni la dotación Real, ni el ingreso de las limosnas eran suficientes para sostener mayor número de obreros evangélicos. Y entonces, abrasado en el mayor celo de la honra de Dios y gloria de su purísima Madre, no menos que de la salud eterna de aquellos pueblos, determinó desposeerse en un todo de los bienes libres que por herencia y patrimonio le habían tocado á la muerte de sus virtuosos padres, en obsequio de su amada Señora y afectuosa Madre de Montesclaros; cuyo donativo aumentó poco después con una preciosa custodia de plata sobredorada, cuyo peso era de media arroba, ó sea cinco kilos y medio.

Después de este acto de admirable desprendimiento por cuyo medio el Ilmo. Brizuela negoció sus tesoros y los perpetuó en el Señor, se ofrecen á nuestra vista como acreedores á la gratitud, verdadero amor y respeto de todos los fieles, en primer lugar la cristianísima villa de

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