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Reinosa; ella fué la que viendo la estrechez del antiguo edificio, lo extendió á su costa para que con más comodidad y decencia se celebrasen los divinos oficios; ella, quien excitó la devoción de toda la merindad para que de comunes limosnas se reedificase la antigua ermita y la que tomó á su cuidado la construcción de la actual iglesia; ella la que ha promovido siempre las frecuentes rogativas entre todas aquellas comarcas, y los reverentes cultos con que se ha acrecentado la piedad y la devoción al venerando Santuario. A ella, en fin, debe la portentosa imagen un riquísimo manto azul con franjas de oro y una preciosa corona de plata; á ella se debe el que hoy no sea el alcázar de María un confuso hacinamiento de espantosas ruinas; ella es la primera población en todas aquellas dilatadas comarcas que más se esmera porque no falte nada á los Religiosos, dando cristiano y honroso ejemplo á los fieles habitantes del país para que desde el rico propietario hasta el humilde pastor, se esmeren todos en obsequiar á la Comunidad, en mostrarla su estimación y "verdaderos deseos de favorecerla en cualquier necesidad con el mayor cuidado y diligencia.

Después de la invicta y esclarecida Villa, entre los ilustres devotos que se han postrado humildes ante la portentosa imagen para implorar su protección y mostrarse agradecidos de sus favores, merecen especial mención:

La Excma. Sra. Marquesa de Aguilar de Campóo: dió un magnífico vestido de rica lana listada de oro, un manto doble, blanco y una lámpara grande labrada con ingenioso esmero. La Excma. Sra. Condesa de Castrillo: obsequió ȧ Nuestra Señora con un vestido completo de lana floreada con ramos de oro, un frontal de seda, una toca de oro recamado con brillantes perlas y una limosna de 250 pesetas. El Excmo. señor

Conde de Revillagijedo, D. Juan Guemes de Orcasitas, natural de Reinosa, brigadier del ejército, gobernador de la Habana y dos veces virrey de Méjico, dió en el año 1750 una araña grande de plata, su peso 57 libras (26,5 kilos), el oro para dorar todo el altar mayor, y otras muchas limosnas. D. Manuel de Soto, natural de Reinosa y oficial del Consejo de Guerra, presentó una corona imperial de plata vaciada. D. Pedro Gutiérrez de Iglesia, natural de Santa Gadea y residente en Méjico, dió para la gran obra de las capillas laterales 2.200 pesos, una lámpara grandísima de plata filigranada y circuida de preciosos candelabros; dos hermosas arañas, una gran cruz procesional, un cáliz, patena, vinajeras, plato y campanilla, un incensario y naveta, un viril grande y un hermoso copón, todo de plata dorada á fuego; un terno completo, el mejor que tenía la iglesia y tres preciosas casullas. D. Juan de Mesones, natural de Reinosa, una grande y riquísima media luna de plata. D. Pedro Ramirez, natural de Canduela y abad de la insigne Colegiata de San Miguel de Campóo, regaló una preciosa imagen del Niño Jesús, vaciado en cobre y con muy buenas encarnaciones, que ocupaba antes el tabernáculo. D. Miguel de los Ríos, natural de Colsa, en Cabuérniga, dió una lámpara de plata de grandes dimensiones y labor muy delicada, dotando además su iluminación. El Licenciado D. Pedro Lucío, natural de Montejo, presentó, en unión con otros parientes suyos, una riquísima joya de diamantes engarzados en oro, valorada en 721 ducados de plata y añadiendo á este valioso donativo un censo cuyo capital era de 500 ducados. D. Gregorio de los Ríos, natural de Reinosa y Veinticuatro de Sevilla, regaló á la sacratísima imagen un vestido completo de tisú encarnado de mucho precio, y otro de igual clase

para el Niño del tabernáculo, un rostrillo sobredorado en el cual se hallaban embutidas muy costosas piedras; restauró y doró la corona con su diadema, el sol y el cetro de Nuestra Señora; mandó bruñir y encestar un ángel y dos estrellas de plata sobredorada en la media luna, haciendo lo mismo con la corona y el cetro del divino Niño; hizo una cortina de raso carmesí para el camarín y costeó una lámina abierta en cobre para hacer estampas de la Santísima Virgen. D. Andrés Robles, natural de Cervatos, Maestre de Campo, Caballero de la Orden de Santiago, Capitán general, Gobernador y Presidente de la Isla de Santo Domingo, regalo una de las mejores lámparas de plata. D. Francisco de los Ríos y Cosio, natural de Nanveda, en Campóo de Suso, secretario en Méjico del Secreto de la Inquisición, dió una rica lámpara de plata, de regulares proporciones para el altar del Rosario, cuya iluminación fué dotada á perpetuidad por D. Justo de Quevedo y su esposa D. María de Isla y Bustamante. D. Manuel Muñóz de Castañeda, natural de Aldueso, dió un copón, un cáliz y una patena de plata sobredorada acompañando al donativo con un precioso marco de Careg é incrustraciones de nacar fabricado en Méjico, en el cual se extendía un magnífico lienzo de Nuestra Señora. D. Mateo Gutiérrez, natural de Astudillo, obispado de Palencia, obsequió con un vestido completo de tisú, de tres fondos á la Santísima Virgen, y otro vestido de igual clase para el Niño del tabernáculo. D. Pedro Ortega, natural de Villasuso, en Campóo de Suso, dió seis candeleros grandes de bronce y su cruz correspondiente. D. Ana de Villegas, natural de Valladolid, dió una preciosa lámpara de plata, la mejor acaso de cuantas había en el Santuario. D.a María Antonia de Colmenares, natural de Soto, en Campóo de Suso, regaló una

preciosa joya de gran valor y un par de pendientes grandes cuajados de perlas finas engarzadas en oro.

A todos estos piadosos donantes podríamos añadir los nombres de D. Dámaso María de Bustamante, rico propietario de Reinosa, Terciario dominico, é insigne bienhechor del Convento de Nuestra Señora y aun de toda la Orden de Predicadores en general; el de D. Pedro Avellanosa, médico de Medianedo, con otros muchos bien hechores que en nuestros tiempos han mostrado su cristiana liberalidad con cuantiosas limosnas, incomparables beneficios y ofrendas de gran valor.

Sin embargo, al presenciar hoy la pobreza del culto con que se honra á la Santísima Virgen en su venerando Santuario, no puede uno menos de preguntarse con cierto asombro, ¿qué ha sido de aquel culto esplendoroso que un tiempo recibió la portentosa imagen de María? ¿Qué se ha hecho de todas esas riquezas de que se rodeaba antes como un testimonio de la gratitud y piedad de sus fieles servidores!... Pregun tadlo á los bárbaros profanadores del año 36; preguntadlo á aquellas hordas tan salvajes como descreídas, á aquellos sicarios sin corazón que, dominados por el delirio insano de las pasiones, arrebataron sacrilegos á Nuestra Señora de Montesclaros sus pingües dotaciones, las dotaciones de los pobres, ellos que se apellidaban los redentores de la oprimida humanidad, y despojaron el rico tesoro de la Reina de los cielos, robando sin vergüenza los preciosos donativos que la piedad filial de sus amantes montañeses había acumulado en torno del precioso simulacro para el engrandecimiento de su culto.

CONCLUSIÓN

AL es el cuadro magnífico que presenta la Historia de Nuestra Señora de Montesclaros, grande en su origen, grande en sus fastos, grande en sus excelencias; cuadro que nuestra pluma indiestra se atrevió á delinear; cuadro admirable que enciende en amor, que regocija el alma, que levanta el pensamiento á los cielos. Más claro, no aparece el brillante fulgor de ninguna otra imagen de la merindad de Campóo, de nuestra patria y tal vez del orbe cristiano.

Hemos terminado nuestra empresa: no sabemos si con acierto, pero sí, podemos asegurar que con mucha complacencia. En ella, ni suplicamos los favores de Polimnia ni de Clis: Nuestra Señora de Montesclaros, por quien sentimos viva devoción, y á quien nunca en vano hemos invocado, ha sido nuestro numen: Ella, la fulgurante luz que hemos invocado para realizar este estudio. Si en él se notan pedestre estilo, desacertados juicios y equivocaciones, ¿quién está exento de ellas bajo el sol? ¿Qué cuadro no tiene sus sombras? Nuestra es toda la respon

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