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culto de la purísima Virgen y derramado con profusión sobre todos los puntos del globo la gloria y el esplendor de su nombre celestial!...

¡Privilegiado país y hermoso patrimonio de la divina Nazarena, enriquecido con sus preciosas bendiciones, y bajo cuyo cielo hemos tenido la dicha de nacer! Seamos fieles hasta la muerte; seamos agradecidos á sus incomparables favores; seamos infatigables en la propagación de sus glorias, y tan constantes en su amor, que nada nos separe de él ni ahogue en nuestros corazones el menor de sus latidos. Firmes en nuestro propósito, oh Reina de misericordia, péguese la lengua á nuestras fauces si os abandonáremos; si nos olvidaremos de trabajar por Vos, de promover vuestras alabanzas y de sostener vuestro culto, séquese nuestra diestra y enmudezca nuestra garganta. Vuestro amor será siempre nuestro mejor blasón, nuestro más preciado consuelo, la aurora de nuestra fúlgida esperanza y el fecundo manantial de todas nuestras alegrías.

CAPÍTULO II

LA INVASIÓN AGARENA

os godos habían sido los instrumentos de la Providencia para purificar á España de los vicios, de la tiranía y de la afeminación romana: ahora serán los árabes quienes se encarguen de vengar á Dios contra la relajación goto-hispana. El pueblo hispano había sido purificado en el crisol de la persecución á principios del siglo v, pero sus adalides dieron entonces unas pruebas de valor que no se vieron en los que presidían los destinos de la nación á principios del siglo VIII. Aquéllos permanecieron en su puesto arriesgando su vida por inspirar una santa confianza en medio del pueblo fiel; mas éstos huyeron vergonzosamente y desamparando su grey se acreditaron de mercenarios. Esta cobardía supone mayor relajación, y esta mayor perversidad debía ser castigada con más grave pena. España iba á ser más afligida ahora por los hijos de Agar que lo fuera antes por los godos arrianos.

Se verificaba en ella, lo mismo que con los hijos del pueblo de Dios: éstos se vieron feli

ces cuando eran virtuosos y morigerados; y volaban de victoria en victoria cuando seguían fielmente las banderas de la piedad. Por el contrario, siempre que la hipocresía y los vicios desalojaron á la virtud de sus pabellones y héchola retirar como avergonzada por no ver tan criminales excesos, se veían hollados y abatidos por los pueblos extranjeros. Y en efecto; ¿cuándo caían los hijos de Israel en manos de sus enemigos y perdían su libertad, sino cuando perdían su fe ó se relajaban sus costumbres?... Siempre será cierto que la pérdida de las naciones proviene, como nos lo enseña la Sagrada Escritura, de la irreligión ó de la inmoralidad.

De otro modo apenas se comprende que, habiendo tardado dos siglos los romanos en apoderarse de España y costado un siglo á los godos el hacerla suya, emplearan los sarracenos nada más que dos años en su conquista, que, á no registrarla de un modo indudable la historia patria, parecería completamente fabulosa. Grande, pues, debía ser la inmoralidad y relajación de aquel pueblo, muy enervado su carácter, muy imprevisor su gobierno cuando un puñado de fanáticos aventureros pudo echar por tierra y de un solo golpe la monarquía de Leovigildo.

Desde el reinado de Wamba había empezado ya Dios á mostrar el terrible azote que iba á caer sobre una generación corrompida por la molicie, trabajada por las discordias y fuertemente combatida su moral por costumbres irreligiosas, disponiendo se presentasen en las costas españolas unos guerreros de atezado rostro, cubiertas sus cabezas con luengas tocas, vestidos de ropas ligeras, sin pesadas armaduras por defensa, briosos para acometer ágiles en sus movimientos, parcos en su co

mida y rudos en su trato. Desde los confines del Yemen y de la Arabia habían atravesado el África y puesto el pie en los países que los godos poseyeran en aquellas playas desde donde acechaban con torba mirada el momento oportudo de lanzarse como una furiosa abalancha sobre nuestra infortunada patria. Su religión era una mezcla heterogénea y confusa de cristianismo, budhismo y judaísmo, con otras mil absurdas creencias, presididas todas ellas por el dogma de la fatalidad (1). Era la raza de Agar é Ismael que el divino Juez enviaba desde sus remotos confines para castigar un pueblo envilecido, cual en otro tiempo había hecho brotar ejércitos enemigos de entre las arenas del desierto para castigar á los hijos de Israel; ó bien, como tres siglos antes, cuando para corregir las costumbres gentílicas de muchos cristianos seducidos por la afeminación romana, después de haber transcurrido cuatro centurias desde la promulgación del Evangelio, disponía para ser sus terribles vengadores á las hordas que vagaban errantes entre las brumas del Norte, al modo que el pueblo acaudillado por Moisés, recorrió el desierto por espacio de cuarenta años, esperando que se colmasen las iniquidades de Canaán para exterminar su raza y apoderarse de aquella tierra mancillada con tantos vicios.

En vano Wamba había ahuyentado de las costas aquellos piratas pasando su ejército á cuchillo y quemando sus doscientas setenta naves (2). Esto no impidió que en los reinados siguientes se les viera amagar de continuo á nuestras indefensas playas.

El último día de Abril del año 711 desem

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barcó en Gibraltar un ejército que en poco tiempo fué aumentado hasta veinticinco mil hombres, entre peones y ginetes, así árabes.como berberiscos, mandados por Tarik-Abdalay. Los funestos invasores contaban con numerosas inteligencias en España; en sus huestes venían muchos renegados y judíos, cerrando la retaguardia toda una tribu hebrea conducida por Juliani, de cuyo nombre nuestros cronistas forjaron probablemente la fábula del conde don Julián (1). Mal avenidos los partidarios de Witiza con el usurpador D.Rodrigo, ante el peligro común depusieron sus rencores por un momento, y acaudillados por éste, se presentaron contra los árabes en las llanuras de Jerez. Muchos meses habían pasado desde que Tarik pusiera el pie en las fértiles campiñas de la Bética, y las noticias que se habían extendido por todas partes acerca de la ferocidad de su gente, habían aterrado á los godos afeminados por una larga ociosidad. En vano el rey D. Rodrigo se portó con valor, aquel ejército invasor que tenía delante, corto en número, pero duro y aguerrido, destrozó sus inexpertos escuadrones, y él mismo, víctima de su arrojo, pereció con poca suerte pero con honra. Las menguadas corrientes del Guadalete arrastraron su cadáver, dejando sepultadas en sus arenas la corona de los godos y la libertad de España (2). ¡Infausto día! ¡Con él acabó la tremenda batalla, y con ella la monarquía de Ataulfo y de Rodrigo! (3)

(1) Lafuente.

(2) La pérdida de la batalla y muerte de D. Rodrigo fueron en el mes de Mojarren del año 93 de la Egira, que corresponde á los primeros días de Noviembre del año 711.

(3) Alejandro Herculano.

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