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terror y el desaliento por todas partes, caía sobre las pobres familias cristianas, á la manera que una calamidad espantosa y largo tiempo esperada nos coje de sorpresa con cierta exacerbación antes de la hora en que creíamos sufrir el rigor del infortunio y con circunstancias más agravantes de lo que esperábamos, burlándose caprichosamente de todas nuestras previsiones.

¡Oh, qué existencia tan difícil y tan comprometida la de aquellas infelices generaciones españolas, que se sucedieron unas á otras en el espacio de ocho siglos! Es verdad que las dos pequeñas piedras desprendidas de las montañas del Pirineo y de la cordillera cantábrica, fueron engrosándose paulatinamente, hasta que unidas en su caida chocaron con los pies de barro en que se apoyaba el coloso musulmán, reduciéndole á la impotencia y destruyéndolo para siempre bajo los torreados muros que por largas centurias habían defendido á la orgullosa ciudad de Boabdil: pero antes que los ejércitos cristianos, triunfantes en cien batallas, se hicieran el terror de la morisma y acabaran con la bárbara opresión de nuestra patria, ¡cuántas dificultades materiales y al parecer de solución imposible se opusieron al triunfo del sentimiento cristiano!.... ¡Cuántas veces no debían elevar sus miradas al cielo las almas justas y piadosas que, faltas de apoyo sobre la tierra, lo esperaban todo de la misericordia divina, siempre que veían zozobrar sus esperanzas, antes de que los victoriosos pendones de la Cruz ondearan sobre las almenas de la ciudad morisca, donde antes se alzara soberbia la media luna!.....

¡Un torrente de lágrimas debía correr aún por el suelo español regado con la generosa sangre de muchos centenares de mártires, an

tes de ver tremolar el Lábaro glorioso en las almenadas torres de las vetustas catedrales profanadas por el torpe culto ismaelítico; antes de ver rescatados y devueltos á sus desconsoladas familias tantos cristianos que, prefiriendo un prolongado martirio á una vil apostasía, gemían oprimidos como Israel bajo el yugo de los egipcios!.....

Esta situación en extremo precaria, no podía prolongarse; las grandiosas pesadumbres y los tristes acontecimientos de que venía siendo teatro el suelo español desde que la monarquía goda fué sumergida en las corrientes del Guadalete para no volver á levantarse más, tocaban á su fin. Los soldados del cristianismo, religiosos al par que valientes, porqne el valor nunca ha estado reñido con la fe, se prosternaban frecuentemente ante los venerandos simulacros de la Santísima Virgen, y con la ternura más fervorosa le ofrecían aquellos corazones inflamados en el amor de su divino Hijo, al paso que con una profunda humildad y afectuosa confianza, le pedían les alcanzase el suspirado triunfo sobre los enemigos de la Cruz. Amantes cual ninguno de la Soberana emperatriz del universo, bajo su egida colocaban todas sus grandes empresas, y á Ella debieron que, al fin, después de tantos sinsabores, vieran trocadas en alegría sus pasadas amarguras, y coronados por el éxito más brillante todos sus heroicos esfuerzos. ¿Qué mejor Palas que la divina Madre del Señor de los ejércitos podría dirigir sus inmortales empresas, y colocar sobre sus sienes el inmarcesible laurel de la victoria?

Un corazón tan tierno como el de la Reina de los cielos, no podía mostrarse insensible ante los crueles padecimientos de sus atribulados hijos. Nadie como Ella que tiene explo

radas todas las vastísimas regiones del dolor y sondeados no solamente todos los océanos del padecer que en el humano corazón caben, sino los abismos inmensos de aflicción que ninguna otra criatura ha conocido ni puede conocer, era capaz de avalorar la grandeza de tantos infortunios. ¿Cómo, pues, había de mostrarse indiferente ante la horrible profanación de su selecto patrimonio?

Y en efecto; á la lúgubre y prolongada noche de dolor sucedió la nacarada aurora tendiendo su profundo manto sobre todos los ámbitos de la península: el llanto que poco há bañaba el noble semblante de las vírgenes del Señor, que pedían misericordia postradas de hinojos ante la sagrada imagen de la divina Nazarena, era reemplazado por las suaves armonías de los acordes y melodiosos instrumentos que, orlados con aromosas flores, difundían por el espacio sus delicadas notas, como signos precursores de la dulce paz. Al rigor de las escarchas invernales, sucedían las trasparentes perlas del matinal rocío, que dan sin igual belleza y agradable frescura al flexible lirio que, entre lilas, rosas y geranios, se levanta bellísimo y lozano bajo un toldo de jazmines, embalsamando las auras con su delicado aro

ma.

Tras las espantosas sombras de un crepúsculo espirante cual no apareció jamás sobre pueblo alguno de la tierra, en que la deslealtad, la irreligión y el crímen salmodiaban un himno fúnebre á la nacionalidad española puesta en un suplicio ignominioso, lucieron al fin sobre nuestra amada patria el hermoso sol de las bendiciones divinas y las inefables dulzuras del Thabor.

A partir de aquí, el pueblo español se muestra ante el mundo que le mira con asombro,

trasformado el sudario sepulcral en una brillante aureola de gloria.

¡No podia ser otro el destino reservado al patrimonio de María!.....

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A Iglesia Católica ha reconocido siempre la fe y como un fundamento poderoso de nuestras creencias; y considera como tal el testimonio de un hecho, de una primera enseñanza, de un uso, cuyo conocimiento ha llegado hasta nosotros, confirmado por la costumbre y trasmitido con entereza.

En todos los pueblos ha regido, en todas las familias ha reinado la tradición. Ha sido anterior al escrito; y por ser el testimonio recibido por la viva voz á la manera de un precioso original, al paso que la escritura no es más que un traslado suyo, el primero tiene toda la energía de la palabra, encomendada á la memoria y pasando de generación en generación como una verdad incontestable, como una rica herencia, en tanto que la segunda se nos presenta las más de las veces como una cosa enteramente muerta. La enseñanza de la tradición es como el río que sale de una fuente. Por eso dijo con mucha razón Tertuliano, dando el nombre de alma á la tradición: prime

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