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sois más eminente que todos los santos, la Abogada de los pecadores, el puerto del que naufraga, el consuelo del mundo, la redentora de los eautivos, la salud de los enfermos, el auxilio de los cristianos y la fúlgida esperanza de todos los infelices que desesperan,........ joh Princesa augusta y bienaventurada Madre de Dios! cubridnos á todos bajo las maternales alas de vuestra poderosa intercesión, y quedarán plenamente satisfechos los deseos de vuestro siervo que eleva hasta Vos su tímida plegaria, como el jay! fervoroso del que os ama; como el débil acento, que hace llegar á nuestros oídos el moribundo corazón; ó bien, como el encendido suspiro que una alma divinamente enamorada deposita en el fondo de vuestro purísimo pecho, á la manera que en el cáliz de las flores se sumergen las gotas del rocío, mecidas por el sua, ve impulso del aura.

Fiesta del Purísimo Corazón de María, 1891.

Fr. Maria, O. 3.

PRÓLOGO

E

NTRE los innumerables beneficios que la soberana Emperatriz del universo ha dispensado á los hombres, para que agradecidos á las multiplicadas finezas de su amor, se adhieran á la virtud y aborrezcan el vicio, es sin género de duda, uno de los más principales, la frecuencia con que en todos los siglos ha distinguido al pueblo español de una manera tan especial, honrándole, más que á ningún otro, con milagrosas apariciones.

La prueba más fehaciente de una de estas portentosas manifestaciones del cariño maternal con que la bienaventurada Madre de Dios ha querido enriquecer á nuestro suelo, la tenemos en su milagrosa imagen que se conserva y es venerada en el centro de las montañas septentriona les de Burgos. Allí, entre las depresiones más formidables y espantosas de la cordillera cantábrica, se levanta majestuoso el divino simulacro al cual

sirve de pedestal una elevada roca, cuya base queda sumergida en las tranquilas corrientes del Ebro: ¡feliz peñasco!.... por espacio de cinco siglos mereció ocultar á las miradas indiscretas del islamila, la sagrada efigie, defendiéndola contra los insultos del pueblo agareno, al modo que una joya de valor inestimable es cuidadosamente guardada contra los asaltos de la innoble codicia, en la cavidad de un misterioso fanal; en las impenetrables tinieblas de esos subterráneos abandonados que el pueblo mira con pavoroso respeto al recordar sus fantásticas tradiciones; ò tras los férreos soportes moravillosamente enlazados, cuyo secreto ocúltase al genio más privilegiado, que no puede acertar à combinarlos para correr sus registros, sin exponerse á pagar con la libertad y aun acaso con la vida su curiosidad imprudente, ó los insidiosos movimientos de una criminal temeridad.

Sobre aquella roca que sostiene el hermoso palacio de la Reina de los ángeles, admira el devoto romero ricos testimonios de piedad y gratitud; ofrendas de todas clases, así de las que tienen valor material, como de las que sólo lo tienen moral por el amor y la devoción más acendrada.

Id á visitar el Santuario de María en cualquier día del año, á cualquier hora, y allí no encontraréis el abandono y la soledad: hallaréis siempre fervorosos peregrinos de ambos sexos y de todas edades, pertenecientes á las múltiples categorías que forman la escala social: miradlos con detención, prestad atento oído, veréis ojos alzados en

ademán suplicante, tal vez brillará en ellos una lágrima de gratitud; oiréis un murmullo imperceptible para el indiferente; fórmanle las preces que se elevan al trono de la Reina de las misericordias. Aquellas lágrimas son diamantes de valor infinito; estas preces, música deliciosa; el afecto que las inspira, incienso más suave que los preciosos perfumes de la Arabia. ¡Cuánto abundan esta clase de riquezas en el Santuario de María !...

Preguntad á la historia, y os referirá las visitas frecuentes de muchos Príncipes de la Iglesia que han ido á depositar la ofrenda de su amor y los tesoros de su munificencia á los pies de la Virgen benditísima.

Preguntad á la tradición y el pueblo eminentemente catótico de esas montañas os referirá los favores que debe á su celestial Patrona. Su piedad os contará milagros asombrosos: os hablará con satisfacción cristiana, de niños inocentes salvados de una muerte segura, y cuyas madres habían invocado la protección inefable de la divina Señora; de otros caídos de considerable altura sin que sufrieran la menor lesión, como si se hubiera efectuado en ellos aquel pasaje de las Santas Escrituras: «Los ángeles te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie con ninguna roca. » Os dirá con entusiasmo siempre creciente, que, en las sequías, en los temporales invernales, en las inundaciones, en las pestes, en todas las calamidades públicas, la merindad acude á su amorosa Madre, y Ella le dirige su clemente y dulcísima mirada, y le tiende su mano misericordiosa

con amor y compasión. Este pueblo, en fin, os hablará de muertos resucitados, de naúfragos que han logrado su salvación, de un sinnúmero de personas que han sido abundantemente socorridas en medio de su triste horfandad, y de toda clase de portentos; razón por la cual, los magnales de la tierra le han ofrecido sus riquezas, los pobres su corazón, y los vates de la montaña han cantado su grandeza, su bondad y sus maravillas, recordando que, si su ofrenda era pobre en verdad para Aquella cuyos castos oídos se recrean con los himnos de los ángeles, á la vez que su planta bendita huella las puras rosas de los pensiles celestiales, no desprecia las humildes flores de la tierra que la piedad cristiana coloca sobre sus altares.

Bien lo comprendieron así sus fervorosos devotos el P. Maestro Fr. Pedro Guillén y el Padre Fr. José de Santa María, ambos del Orden de Predicadores al escribir la historia de grandezas tan singulares cuyo aroma celestial rejuvenece al corazón y recrea al alma. ¡Cuánto sentimos no poder ajustarnos á aquel estilo sencillo y candoroso de nuestros antiguos Padres, teniendo presente, que el adelanto de la crítica y el gusto, acaso excesivamente delicado, de nuestro siglo, difícilmente lo toleraría!

Plácemes y entusiastas felicitaciones han merecido en todos los tiempos los escritores marianos, como si la incomparable Señora se propusiera anticipar en este mundo sus gracias y sus favores, derramando profusamente sobre los co

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