Imágenes de páginas
PDF
EPUB

piadosa sencillez de sus fervorosos hijos, se cansase en repetir tan sorprendentes milagros, para hacerles comprender en ellos, más que si lo expresara con sus purísimos labios, cuál era su soberana voluntad. Volvieron á sacarla otra vez de aquel desierto feliz que con su celestial presencia había santificado y poderosamente enriquecido, para llevarla al barrio de San Andrés, creyendo, que este era, por fin, el privilegiado lugar en que la sacratísima imagen quería ser obsequiada, pero como en los días anteriores, al ir á visitarla desde las primeras horas de la mañana siguiente, hallaron que, sin saber cómo, cerradas las puertas con el más cauteloso cuidado, había desaparecido, retirándose como siempre á la hospitalaria gruta que á manera de pabellón la había protegido por largas centurias, contra las sacrilegas profanaciones del pueblo ismaelita.

Observando este milagro tantas veces repetido, en virtud del cual, con una insistencia admirable, se trasladaba la soberana imágen á la cueva donde el toro la había descubierto, vieron ya todos con claridad, cuál era la voluntad del cielo; pero, pareciéndoles poco digno de la Bienaventurada Madre de Dios el sitio en que se hallaba, é imposibilitados por otra parte para llevar á cabo grandes empresas aquellos fervorosos hijos de la montaña, ricos de fe, pero pobrísimos en bienes terrenales tanto ellos como los moradores de los pueblos inmediatos, adornando la concavidad del escabroso risco, con aquella sencillez encantadora de los primeros cristianos, dejaron depositados allí con la sagrada imagen sus afectuosos corazones, hasta que mejorando su situación, pudieran erigir sobre el emplazamiento de la gigantesca mole calcárea una devota capilla, siquiera fuese provisional y de tan reducidas dimensiones, que

sólo contaba de 18 á 20 pies de longitud (1), mientras se tomaban las providencias oportunas para la construcción de un templo bajo cuyas bóvedas pudieran sus hijos en los siglos venideros rendirla los más solemnes y afectuosos cultos, colocando la portentosa efigie precisamente sobre la misma roca que servía de techo á la cavidad peñascosa de la aparición.

(1) Así nos lo refiere la tradición constante del país: su equivalencia es, tomando el término medio, 5 metros 28 centímetros.

[graphic]

CAPÍTULO VII.

LA REINA DE MONTESCLAROS.

D

ESDE el instante en que el precioso simulacro de la Emperatriz de los cielos quedó de una manera definitiva entre las flores silvestres que, á manera de pabellón, cubrían los desnudos pedernales de la gruta abierta en las entrañas del monte, comenzó á mostrar la Reina celestial que sus fervorosos amantes encontrarían allí postrados á sus pies sacratísimos el consuelo universal en todos sus trabajos, la salud en las enfermedades, un regocijo santo en sus tristezas, alivio reparador en todas sus penas, serenidad completa en las tempestades, puerto de refugio en los borrascosos azares de la vida, colmada dicha en todas las desgracias, portentosa elevación aún en las mayores caídas, en la misma muerte copiosos elementos de un perpétuo vivir; y aquí en la tierra, mientras duren los cortos momentos de nuestra existencia, cuantos bienes podamos apetecer, siempre que nos lleguemos con acendrada devoción y filial ternura á su presencia soberana. Y á la manera que el rey de los astros, desde el punto en que nos muestra su radiosa frente al apa

recer entre las rosadas cortinas de la naciente aurora, llena de vida y de juvenil hermosura á toda la creación que sonríe feliz con su presencia, en tanto que las brisas perfumadas balancean suavemente las extendidas copas de los árboles, y los altos penachos de las palmeras, y las hojas crujen al ser batidas por invisibles hilos que se desarrollan en todas direcciones poblando las ondas atmosféricas, y las fiorestas se visten con el manto irrisado del rocío, que se desplega convertido en un mar de perlas sobre la rica alfombra de los vergeles, y las fecundantes vegas muestran en sus extensas y caprichosas ondulaciones los prados cubiertos de verdor, al par que los bosques sus inexploradas frondosidades, y las montañas muéstranse orgullosas con sus desfiladeros intrincados, con sus torrentes turbulentos y sus despeñaderos de rocas sujetas entre sí por las ensortijadas raices de los arbustos, y la superficie azul de los mares, al que limita un hermoso horizonte cual marco de valiosos zafiros, mientras se festonean los escollos y las playas con la nívea espuma de sus alborotadas olas, y el rumor de los arroyos, en fin, y el gotear de las cascadas que forman como un arpegio de melodía dulcísima, un coro de alabanzas al triunfo del Criador; así, con la presencia divina de la graciosa imagen, vístese la fragosidad del desierto monte de nuevos y nunca experimentados consuelos, de más tiernos y dulcísimos encantos, de magníficas galas y de seductoras armonías.

Desde que la Santísima Virgen enriqueció la merindad de Campóo con su santa imagen aparecida en Montesclaros, siempre ha cuidado de este país con interés especial, dirigiendo sobre él sus protectoras miradas, y regándole como fuente perenne de piedad con copiosos raudales de gracias y extraordinarios favores: ¿mas qué

mucho que estas religiosas montañas disfruten con tanta abundancia las misericordias de la divina Nazarena, si entre todas las cántabras y aún pirenáicas que las rodean, son las que con más fervorosa devoción frecuentan su santa Casa; si en ningún punto comarcano se ha desarrollado en todos los tiempos, cual aquí, el fervor constante y el gusto eminentemente cristiano en la celebración de sus glorias y de sus grandiosas festividades?... ¡Oh merindad feliz!... ¡Con cuánta verdad puedes decir, hablando de la aparición del divino simulacro sobre tus coinas de Montesclaros: Venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa! Todas las felicidades y dichas me vinieron juntas el día en que la sacratisima Reina del cielo estableció su trono en mis tierras. Y, en efecto, esta Madre cariñosa es el fecundo manantial de divinas misericordias, en que han hallado constantemente los felices habitantes del país, no sólo robusta salud aún en las mayores enfermedades, con abundantes cosechas y ópimos frutos en sus pintorescos valles, si que además, y esto de una manera muy principal, el inapreciable consuelo en todas las necesidades del alma.

En la ley antigua señaló Dios ciertas ciudades de refugio, para que entrando en ellas los reos, tuviesen un amparo contra sus perseguidores. ¿Y quién dudará de que María Santísima con cuya soberana efigie ha querido favorecer á estas montañas, es ciudad de refugio, señalada por la misericordia de Dios al pecador, para que bajo su defensa solicite el perdón de los delitos y la absolución de sus pecados? Tus poblaciones no tienen que salir de su país para hallar siempre abiertas las hospitalarias puertas de tu ciudad de refugio, que por especial providencia del cielo ha sentado sus cimientos sobre tus peñascosas colinas. En el bello alcá

« AnteriorContinuar »