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zar de María, tienen tus hijos y todos los que quisieren llegar á sus purísimos pies, el venerando altar de propiciación y el remedio universal para todos los dolores. Allí, en esa cámara santa, nos está esperando la Reina de toda consolación para colmarnos de sus maternales caricias y convertir las iras del cielo en copiosas bendiciones de dulzura.

Es, en medio de estas montañas, la cisterna refrigerante de aguas vivas que apaga para siempre esa sed hidrópica de las cosas terrenas, que seca el corazón y esteriliza los más bellos sentimientos del alma: es como un manantial de celestiales arcanos, que nos espera siempre en perpetua acción para enriquecernos con sus influencias divinas y robustecer nuestras fuerzas, sosteniéndonos piadosa bajo el agobio de la triste posibilidad de pecar, mientras cruzamos la tenebrosa región de los tristes desiertos del mundo donde su dulcísima mirada hace brotar millares de edenes en que podamos respirar, sin movernos de su presencia soberana, el grato perfume de sus maravillosas emanaciones; y entre el murmullo del follaje, el gorgeo de las aves, los esplendores del sol, y el suave rumor de los arroyos que brotan como por encanto saltando sobre las peñas, nos dispone para conversar con Dios en esta soledad que sus celestiales sonrisas convierten en antesala del paraíso, y aún á pasar de un edén á otro, según lo solicite la debilidad ó la fuerza de nuestro

amor.

¿Qué serían estas solitarias montañas sin la presencia augusta de la sacratísima imagen de María, cuya hermosura inagotable, varia siempre, sin dejar de ser siempre una misma, como un vivo reflejo del cielo; grata siempre, como un gozo habitual y bien experimentado, y sin embargo, causa siempre nuevos embelesos y

dulcísimos encantos, como si fuera realmente nuevo, una orgía inmensa de sorpresas agradables y de interminables regocijos? ¡Cómo se nos muestra aquí la soberana Emperatriz del cielo, á toda hora hermosa en su venerando Santuario, esperando con incansable afán el más imperceptible de nuestros amorosos suspiros, para derramar singulares efusiones de acendrada piedad en nuestra vida íntima; reformar y fortalecer nuestro cristiano celo; regalarnos con el atractivo irresistible de las riquezas espirituales; separarnos más y más de ese mundo para el cual somos tan poca cosa, y que en rigor, él es mucho menos para nosotros; asegurarnos para un porvenir, quizá muy próximo, las palmas y coronas eternas; é influir notablemente en nuestra secreta comunicación con Dios!

A la manera que los frescos manantiales con cuyas aguas se fecundiza el codiciado oasis, perdido allá en las inmensas soledades del desierto, esperan el sediento caminante que cruza los abrasados arenales de la Libia para refrigerarlo y darle una sombra amiga bajo la exhuberante vejetación que crece á sus orillas, así la sacratísima Reina de Montesclaros es para todos sus fervorosos hijos un pozo de aguas cristalinas, un venero riquísimo de misericordias inefables, un tesoro de gracias con que los refrigera, enriquece y fortifica no menos que regala, cuando con piadoso corazón llegan á sus divinas plantas. Es cual un vigía puesto por la mano del Omnipotente en las escabrosas sinuosidades de la montaña, cuyos dulcísimos ojos no se apartan jamás del paso vacilante con que sus fieles romeros trepan los elevados riscos cuando van á visitarla: ó como un faro biehechor de celestiales resplandores, cuyos vividos destellos regocijan al perdido navegan

te, que bogando al azar entre el espumoso oleaje y la espantable oscuridad de una noche tempestuosa, siéntese desfallecer de mortal congoja antes de pisar la suspirada playa, y lo atrae hacia sí con irresistible encanto, para regalarle con los inapreciables tesoros de sus maternales sonrisas; para comunicarle máximas de celestial sabiduría, y derramar sobre su corazón apenado copiosas bendiciones de gracia y de inquebrantable fortaleza.

Desde que la soberana Emperatriz del cielo colocó su trono de misericordia sobre las peñascosas cimas de Montesclaros, no ha cesado un momento de mostrar su inmaculado Corazón, rebosando siempre en ternuras inefables y en suavísimos consuelos; ni un solo instante ha dejado de manifestarse á sus apasionados devotos, como una plenitud inexplicable de todo cuanto necesitamos para servir digna y fervorosamente á nuestro Criador, disponiendo nuestros corazones para que prenda en ellos una centella siquiera del fuego divino, que abrase nuestros pechos y los consuma en el amor más ardiente, mientras depositan ante su hermoso simulacro místicas ofrendas que Ella acepta cariñosa, en tanto que hace flotar á sus fieles obsequiosos en un diluvio de gozos anticipados.

Desde aquel día venturoso en que el sol doraba con sus primeros rayos la bella imagen de María entronizada sobre estos montaraces peñascos, ¡cuán rápidos han pasado los siglos desvaneciéndose fulgurantes como una visión celestial que ha ido desarrollándose sobre la graciosa colina; cómo los viñedos, tendidos sobre las escarpadas vertientes de la empinada cordillera, apenas empiezan á destilar sus gotas primaverales!....

¡Loor á la Reina de Montesclaros!... ¡Bendi

ción á la rutilante Estrella, que sin amenguar sus brillos y sin menoscabo de su incomparable belleza, viene á través de los siglos, siempre seductora, siempre hermosa, reflejando sus dulces rayos sobre las pedregosas laderas de la montaña, y ejerciendo sus benignas influencias sobre todos los pueblos de tan venturosa comarca!!

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CAPÍTULO VIII.

LA SACRATÍSIMA IMAGEN.

P

ARECE indudable que el objeto de la sagrada imagen, según las miras de Dios, es el perpetuar la memoria de un hecho insigne, infundir la devoción á la Reina de los Ángeles y cimentarla sólidamente en toda la merindad; y este altísimo objeto no puede negarse que se ha conseguido de una manera admirable.

Ora fuese trasladada á estos montes desde la imperial Toledo como lo admite la tradición, ora quiera concedérsele otra procedencia más ó menos razonable, no puede negarse que en este precioso simulacro de tal modo se reunen todas las condiciones más indispensables y necesarias para inspirar la devoción y el respeto, que, al disponer el cielo su colocación sobre estos montes, parece quiso imponer, siquiera fuese implícitamente, el precepto de reverenciar en él á la Santísima Virgen, comunicándole en cierto modo esa santa prerrogativa de una veneración perdurable; todos los maravillosos encantos de una devoción entusiasta y universal. Y en materia de devociones concíbese bien

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