Imágenes de páginas
PDF
EPUB

terias religiosas y de hechos enlazados con la piedad, la tradición se hallaba revestida de una autoridad que apenas podemos comprender hoy, no se escribía tanto como en nuestros días. ¿Qué necesidad tenían aquellos sencillos y fervorosos hijos de la montaña de que se escribiesen con pedantesca popularidad los nombres y el pueblo de su naturaleza que modestamente ocultaban al hacer sus ofrendas, sabiendo que su obra era trasladada con letras de oro á los anales gloriosos del cielo, cuando dejaban á las futuras edades un testimonio elocuente de su acendrada piedad en cada una de las piedras con que se iba levantando la modesta capilla, un monumento digno de su fe para dar culto en él á la portentosa imagen objeto de sus adoraciones? Antiguamente se escribía poco, y si llegaba á escribirse algo, no era más de lo que podía ó se presumía podría olvidarse: no sucedía como en nuestro siglo, en que todo se escribe, hasta las mayores frivolidades. No confundamos los tiempos ni los usos de las generaciones. Basta leer en prueba de esto un cuaderno de Cortes antiguo y un tomo de actas moderno para comprender la diferencia de costumbres, lo poco que antes se escribía para hacer grandes cosas y lo mucho que ahora se habla y escribe para no hacer absolutamente nada.

De todos modos podemos presumir muy bien, sin temor de equivocarnos, que, ricos y pobres, labradores y artesanos, comerciantes y ganaderos, concurrieron unánimes con los auxilios de su prudente y cristiana caridad para la realización de aquella obra tan del agrado de Dios y tan conforme con la piedad tradicional del país. ¡Gracias, pueblos devotos de María de Montesclaros!... Vuestras limosnas fueron un testimonio elocuente para todas las ge

neraciones de la valiosa protección que la divina Nazarena os ha dispensado en todo tiempo, no menos que de vuestra fe y esperanza en esta · poderosísima Reina, al propio tiempo que os hicísteis acreedores con ellas del mismo Soberano Autor de todas las cosas y de su Madre sacrosanta.

En esta ocasión y mientras tanto concluían la Capilla, queriendo contribuir en lo que permitiesen sus fuerzas á las fastuosas solemnidades que se preparaban para el día de la inauguración, un pintor de los Carabeos que había notado algunos desperfectos en la encarnación del venerando simulacro, ocurridos acaso durante su larga permanencia en la gruta, en razón á la humedad del sitio producida por alguna filtración, sobre todo al verificarse la desaparición de las nieves invernales, llevólo á su casa para restaurar el rostro, y preparado ya el devoto artista para dar principio á su trabajo, al ir á sentar el pincel sobre aquellos lunares que al parecer afeaban la hermosura de la sagrada imagen, quedósele el brazo rígido y sin movimiento, cual si de improviso los blandos y flexibles músculos que hasta aquel punto habían obedecido sin resistencia alguna al imperio de su voluntad hubiesen sido transformados en duro mármol de Carrara. La pretensión no había sido maliciosa, y movido solamente por un encendido afecto de devoción, ¿cómo no había de conseguir piedad y misericordia de Aquella que es el inagotable manantial de las bondades del cielo, el áncora de nuestra salvación y la fulgente estrella jamás extinguida de nuestra dulcísima esperanza? ¿Cómo no había de mostrársele propicia, Ella que es el agradecimiento mismo, la ternura más afectuosa y la Reina del amor hermoso por antonomasia?... Y en efecto, reconociendo la causa de

tan repentino y lastimoso acontecimiento, encomendóse á la sacratísima Emperatriz del cielo ante su portentosa efigie, prometiendo no repetir jamás semejante atrevimiento, y en el mismo punto recobró los movimientos naturales del brazo, dejando intacta la veneranda imagen, según se había dignado mostrarla en la cueva de la aparición.

No quiso sin duda la excelsa Protectora de la Merindad de Campóo que su piadoso simulacro perdiese aquellas señales de su permanencia entre las rocas, á fin de que conservaran sus devotos fijo siempre en la memoria el recuerdo de aquel singular beneficio. Renunció amorosa la restauración que podía hermosear el rostro de su imagen, porque más nos quiere la Bienaventurada Madre de Dios aficionados á sus virtudes y agradecidos á sus favores, que admirados de su belleza.

Reuna el arte cuantas perfecciones aun angélicas pueda acumular excediéndose á sí mismo; nunca podrá mostrarnos un rasgo digno de la inefable hermosura con que resplandece tan gran Señora. Preséntase en todas ocasiones, y esto basta para nuestro consuelo, cual la necesitan sus fervorosos hijos; ya majestuosa y serena como una Reina incomparable, ya amable y tierna como una Madre cariñosa, sin que haya uno entre tantos como todos los días acuden á sus sacratísimos pies que no vea en su portentosa imagen una asistencia especial del prototipo admirable que reina sobre los ángeles del cielo.

CAPÍTULO X

EL REAL PATRONATO

D

ESDE el momento en que la Bienaventurada Madre de Dios se constituyó sobre la Merindad de Campóo en Reina de misericordia, la bondad incomparable, con que tanto se ennoblece, más rápida que la luz del sol, en el acto mismo de mostrarnos todos los tesoros de su Corazón maternal, difundió sobre todas las vertientes de la montaña un torrente de esos reflejos purísimos del cielo que alumbran las más densas tinieblas del alma y embellecen las más desiertas regiones.

Por eso cuando sus fieles devotos la ofrecen sus humildes pensamientos al prosternarse ante su adorable presencia y la suplican con todo rendimiento encienda en el divino amor sus enamorados pechos, han creído oir siempre unas palabras magníficamente bellas que repercuten como una música deliciosa dentro del corazón, como jamás en la tierra lo ha hecho la palabra del hombre, mostrándoles en cada una de sus frases el alma incomparablemente hermosa de nuestra celestial Señora. Y en efecto, ¿no han observado muchas veces los asíduos visitantes al Santuario de María, cómo la suavidad contenida en cada una de las gra

cias otorgadas por esta divina Madre ha venido propagándose de siglo en siglo, inundando de un precioso deleite los corazones de sus fieles servidores? ¡Oh vosotros, todos los que con una piedad tan edificante obsequiáis á là Reina del cielo en su capilla de Montesclaros,.... ¿no habéis fijado vuestra atención en ese número sin número de prodigios, imposible de ser debidamente apreciados por la ciencia admirable de todos los ángeles, ni por la sublime contemplación de los más altos serafines? ¿No ha hecho llover en todo tiempo sus maternales bendiciones, que caen como un celestial rocío sobre las muchedumbres apiñadas en torno del venerando simulacro?....

¡Oh Reina mía!.... alma de mi alma y su atmósfera respirable!.... ¿Quién habrá que con mirar una sola vez vuestra imagen sacrosanta, cuyo semblante, imposible de bosquejar en todos sus maravillosos cambiantes, derrama inefable paz sobre las tristezas del espíritu, no haya notado con religioso pavor la hermosura de esa nube henchida de placidísimo contento con que veláis los corazones de vuestros piadosos romeros? ¿Quién será el que no haya sentido sobre sí el peso de un extraño anonadamiento al contemplar postrado á vuestros sagrados pies la grandeza de tan magníficos portentos, que parece fluyen constantemente de vuestro excelso trono; al presenciar ese cúmulo de sorprendentes maravillas que, como afluvios divinos del amor del cielo, parten á toda hora de de vuestra imagen soberana?... ¡Quién os visitará en vuestra graciosa colina de Montesclaros, y no saldrá de vuestra presencia augusta publicando en alta voz los consoladores asombros que allí habéis derramado sobre vuestro pueblo fiel, sumergiéndole constantemente en un diluvio de celestiales alegrías?....

« AnteriorContinuar »