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CAPÍTULO XI.

TRISTES VICISITUDES DEL SANTUARIO.

o podemos desconocer que la gracia del Real patronato fué sumamente beneficiosa para el sostenimiento del Santuario, siquiera la merced adoleciese, como toda obra humana, de alguna imperfección que con el tiempo pudo comprometer la existencia de la veneranda capilla y aún el culto de la Santísima Virgen, á no intervenir directamente la bondad del cielo.

Generalmente los capellanes en propiedad no se presentaban en el Santuario más que una sola vez, y esto sucedía al ir á tomar posesión; formaban un inventario, y dejando en su lugar un sustituto más ó menos celoso con la obligación de levantar todas las cargas mediante una cortísima retribución, marchaban para no volver más. Por otra parte ya se deja comprender sin grande esfuerzo de imaginación que no debía ser de grandes dotes el sujeto que tal cargo aceptaba; y aún este tal, sólo concurría á la Ermita en las principales festividades y en aquellos días cuyo deber le constreñía á celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en el altar de Nuestra Señora (1).

(1) Antiguo manuscrito de Fr. José de Santa María, O. P.

Como se ve, pues, el defecto á que nos referimos antes, consistía en no haber impuesto al capellán la obligación de residir en el Santuario. A primera vista pudiera parecer ésta una carga insoportable atendiendo á la entonces pavorosa fragosidad del monte en que anidaban multitud de fieras, y á lo desierto del paraje, no menos que al rigor casi intolerable de los crudísimos inviernos. Pero la constante experiencia de los siglos ha venido demostrando hasta hoy de la manera más concluyente, que la fe y la piedad superan con ventaja todas estas dificultades. Lo cierto es, que desde el día en que se verificó la portentosa aparición, jamás han faltado en Montesclaros una ó varias personas consagradas al aseo de la capilla, al culto de la Santísima Virgen y á la propagación de sus glorias: por más que, en determinadas circunstancias, haya desempeñado todas estas funciones un pobre ermitaño, que, contra todas las previsiones humanas ha llegado comunmente á una edad muy avanzada, sin que, salvo alguna rara excepción, nunca se haya visto entibiarse su acrisolada piedad.

Ya se los considere como meros custodios del Santuario, ya como criados de los capellanes, siempre se vió en ellos una abnegación á toda prueba y una virtud poco común, siendo algunos de estos generosos servidores de la Reina del cielo verdaderos modelos de santidad que atraían los pueblos á las plantas de María y los enfervorizaban en el amor divino con el suave olor de una conducta enteramente cristiana.

A no ser por estos ermitaños, dichosísimos y afortunados esclavos de la Bienaventurada Madre de Dios, tan sencillos para el mundo, que siempre ha mirado con satánico desprecio la práctica de la virtud, como amantes fervorosos

de las grandezas divinas, no es un despropósito el decir, que la humilde capilla hubiera quizá desaparecido bajo las informes ruinas que cada día acumulaban en torno de la sagrada imagen la incuria y el abandono. Más atendida era la casa del capellán que la ermita donde se veneraba el precioso simulacro de la Santísima Virgen; olvidando ésta,á la cual se acudía siempre en último término, mientras aquélla se iba restaurando á proporción que las necesidades lo pedían, llegó tan adelante el incalificable descuido que hubieron de tomar á su cargo el oportuno remedio las poblaciones comarcanas, según consta por la autorizada voz de una tradición inmemorial del país.

Lástima grande es que los tres incendios ocurridos en diferentes épocas (1), el último de los cuales destruyó con parte de la capilla la casa del ermitaño en los primeros años del siglo XVII, consumieran las pocas memorias existentes y con ellas tesoros de inestimable valor histórico que ha sido imposible recuperar en los tiempos posteriores. Poco se escribía entonces, cierto; pero al fin, aunque compendiosos los antiguos registros que indudablemente se irían llenando con la relación de los sucesos más notables y de inmediato interés para el Santuario, ¡cuánta luz no nos darían en el siglo actual si los tuviéramos á nuestra disposición!!....

Gracias á la información hecha en el año 1612 á petición del señor Arcipreste de la Rasa, D. Diego Ruíz, ante el escribano público D. Rodrigo Villegas y Obregón con declaración jurada de testigos, los cuales confiesan tener más de sesenta años de edad y haber oído á hom

(1) El primero de los tres incendios ocurrió en el año 1508; el segundo en 1573, y el tercero en 1612.

bres muy ancianos, así como á sus padres y abuelos, que conocieron la vieja ermità la cual tenía grabadas en sus muros muchas inscripciones en caracteres antiguos casi indescifrables, describiendo sucesos milagrosos y sorprendentes verificados por la intercesión de la Santísima Virgen en obsequio de sus devotos, los cuales acudían en grandes concursos á implorar favores y dar afectuosas gracias por los ya recibidos orando ante la portentosa imagen, sobre todo y de una manera muy especial en el día de la Natividad de Nuestra Señora (8 de Setiembre) y en el de la Exaltación de la Santa Cruz (14 del propio mes), que fueron desde tiempo inmemorial los más solemnes para toda la comarca: sin que por esto dejaran de acudir presurosos en busca de remedio á sus cotidianas necesidades con inusitada frecuencia, á no impedirlo la abundante nieve que cubre todos los caminos y la rigidez del frío en las estaciones invernales (1).

Sin este documento y algún otro salvado prodigiosamente en los azorosos días de aqueIla sangrienta y abominable exclaustración de las Ordenes religiosas, no podríamos tener la menor noticia de muchas cosas cuyos detalles son tan preciosos para el historiador. Por ellos y con el poderoso auxilio de una respetable tradición, venimos en conocimiento de que por los años á que se hace referencia en los sucesos que vamos relatando respecto á las tristes vicisitudes por que pasó el Santuario, seguía siendo tan grande la fama de que gozaba no sólo en la Merindad, si que hasta en las regiones más apartadas y distantes el portentoso simulacro de la diviña Madre, no obstante la infaus

(1) Archivo del Real Convento y Santuario de Montesclaros.

ta niebla de grosero indiferentismo que empezaba á extenderse sobre la venturosa colina de Montesclaros, que no hay memoria de haber quedado fallidas las esperanzas que en un momento de religioso entusiasmo, concibiera el devoto romero al salir de su casa para ir á exponer su apremiante necesidad, ante el trono, modesto sí, pero siempre venerando de la Reina del cielo.

Entre los muchos agraciados con el favor de tan bondadosa Madre, hubo uno que, obligado por una gracia especial, después de muchas vacilaciones se decidió resueltamente á vivir bajo la sombra tutelar de la sacratísima imagen de María para concluir su carrera mortal postrado á sus pies: pero como el hombre es por lo regular tan fervoroso en proponer grandes cosas al cielo cuando implora su asistencia, como remiso en el cumplimiento de sus deberes una vez obtenida la consecución de su deseo, olvidando las mercedes recibidas, retrocedió ingrato, sin que fuera bastante á detenerle el sonrojo con que de suyo se estigmatiza siempre toda acción indigna.

Corría el año 1299, cuando D. Juan Gutiérrez, cura párroco de Retortillo, aldea próxima á Reinosa, empezó á perder la vista poco a poco en tales términos, que antes de mucho tiempo se halló del todo inhábil para poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Afligido en extremo con esta pérdida, prometió á Nuestra Señora de Montesclaros ser su perpetuo capellán sirviéndola en su devoto Santuario, si por sus méritos recobrase la vista. Con este fin hizo un viaje á la modesta capilla; y á los pocos días, orando un sábado ante la sagrada imagen, recibió el beneficio deseado tan colmadamente que leía mejor que antes sin ninguna dificultad y celebraba cotidianamente la santa Misa. Un año

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