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§. 122.

D. Juan de Austria en Flandes.-Emancipacion completa de Holanda.-Conquista de Portugal.

Vista la inutilidad de los rigores del Duque de Alba y de las condescendencias y dulzura del Comendador Requesens, envió Felipe II á Flandes á su hermano D. Juan de Austria. Acababa éste de ver desaparecer sus ensueños de reinado en Cartago, pues los turcos y argelinos se habían apoderado de la Goleta y de Túnez, pasando á cuchillo las guarniciones españolas.

Al llegar á Flandes D. Juan de Austria, halló las tropas indisciplinadas, el país levantado cási en masa contra España, y puesto á merced del Príncipe de Orange por el tratado que llamaron la pacificacion de Gante, con el que creyeron los católicos ilusos salvar siquiera su culto en las provincias donde era el predominante. D. Juan iba autorizado para admitir toda clase de avenencias, ménos la libertad de cultos. Felipe II era en este punto inexorable. A los insurgentes apoyaban cási abiertamente Francia, Inglaterra y muchos Estados de Alemania. España era sola contra todos.

Restablecióse algun tanto la buena armonía, merced á la política de D. Juan; pero ni este tuvo suficiente tacto para sufrir, ni los Estados buena fe para cumplir lo ofrecido. El Principe de Orange logró sembrar la discordia por todas partes, concitó á los católicos contra los católicos, al Archiduque hermano del Emperador contra el Rey de España y D. Juan de Austria, y luego al Duque de Anjou contra unos y otros, y de este modo, haciendo pelcar católicos contra católicos, logró afianzar su partido y el protestantismo. Falto de recursos y sobrado de disgustos, murió de tristeza el vencedor de Lepanto, á la temprana edad de 30 años (1578). Para mayor dolor murieron al mismo tiempo y á la edad de 16, el Principe Don Fernando, jóven que prometía mucho, y perdió tambien Portugal en aquel año infausto á su valeroso Rey D. Sebastian, que sucumbió en los páramos de Arcilla, muriendo con él los otros dos monarcas moros contendientes, cabiendo igual suerte al vencedor que al vencido.

A la muerte del Cardenal Infante D. Enrique, Felipe II se apoderó de Portugal con un ejército mandado por el Duque de Alba. El Papa envió al Cardenal Riario, su sobrino, para arreglar el derecho de sucesion. El Rey había consultado á la Universidad de Alcalá, cuyo claustro respondió que el Rey en las cuestiones de soberanía temporal no tenía superior. Así que mandó se hicieran al Nuncio grandes obsequios, que se le detuviera todo lo posible en las poblaciones del tránsito, y entre tanto mandó al de Alba que avanzase (1). Tardó mucho el Nuncio en llegar de Zaragoza á Badajoz: allí todavía se retrasó la audiencia, y, cuando la dió, se hallaba el ejército español en Lisboa. Así que al pedir permiso á Felipe II para pasar ȧ Portugal, á fin de cortar la guerra y arreglar los asuntos de la sucesion, le negó el permiso alegando que ya los tenía él arreglados (1580).

Pero si ganó el país, no ganó los ánimos, y los portugueses no solamente no ayudaron á los españoles é italianos á sostener el catolicismo, sino que entorpecieron á veces su defensa mediante su funesta adhesion á los ingleses.

Por fin Felipe II había logrado, al cabo de un siglo, el ideal de los Reyes Católicos, haciendo la unidad nacional en la Península ibérica, como ántes de la invasion musulmana,

§. 123.

Felipe II sostiene la Liga en Francia y pelea con Inglaterra.

A la muerte de D. Juan de Austria, le sucedió en el mando su sobrino, Alejandro Farnesio, Duque de Parma. Los flamencos se hallaban divididos, los protestantes se habían aumentado en tales términos, y dominaban de tal modo, merced al

(1) Hay un rasgo en la conquista de Portugal, que retrata al Rey y al Duque. Había éste favorecido la evasion de su hijo D. García, preso por una calaverada. El Rey desterró á Uceda al Duque, á pesar de todos sus servicios. A pesar de eso, hizo preguntarle si querría ponerse al frente del ejército. Aceptó el Duque, pero el Rey no permitió que viniese á la Cúrte, ni le besara la mano, á pesar de las súplicas del Papa, que había intercedido por el de Alba.--Decidle al Rey, contestó el Duque, que sólo él tiene nobles que le ganen coronas estando en desgracia.

to, sensual y sin conciencia, pero no era hereje (1). Quinientos entre hugonotes, bearneses y holgazanes de Zaragoza y otros puntos de Aragon, entraron por tierra de Jaca y por primera hazaña saquearon la iglesia de Briescas. Alzóse el país en masa, aunque resentido por el asesinato de su Justicia mayor, el atolondrado Lanuza, y derrotó á los invasores ántes que llegase el ejército castellano. Hasta los frailes de Huesca y Jaca salieron armados contra ellos (2). Lo mismo sucedió á los que entraron por Cataluña y se apoderaron del castillo de Hastagel, los cuales fueron rechazados por los catalanes.

§. 124.

Desgracias de España en los últimos años del reinado de Felipe II.-Muerte de éste.

Los últimos años del reinado de Felipe II fueron muy desastrosos para España, y pudo decir de la fortuna lo que habia dicho su padre. La subida de Enrique IV al trono de Francia le fué funesta: tuvo un rival con el que no podía competir, ni tener contra él la razon de catolicismo. Sus recursos estaban agotados y él mismo se espantaba de la pobreza en que dejaba el país. Cundía por todas partes el descontento, la mar tragaba sus escuadras, los protestantes invadían las fronteras por Aragon y Cataluña, los piratas se apoderaban de los caudales que venían de América, el comercio se hallaba arruinado con la guerra y el monopolio, el país se despoblaba para pobiar á América, y faltaban brazos en los campos, había sucumbido en las guerras cerca de medio millon de hombres, las escua

(1) En la Vida de la Venerable Ana de Jesús, carmelita descalza, hay una revelacion muy curiosa, de haber visto á Antonio Perez en la gloria, y que este caballero había sido malamente perseguido.

(2) El P. Fr. Márcos de Guadalajara, al dar cuenta de ello en la continuacion de la Historia de Illescas, dice, que él salió tambien de Huesca con su pica al hombro.

Al atacar á los ingleses, que habían desembarcado cerca de Cádiz, sólo se portó con valor un fraile francisco, que se metió con su pica en medio de los herejes, y murió matando. Así lo refiere Fr. Pedro Abren en su Historia del saqueo de Cádiz en 1596.

dras de Inglaterra y Holanda saqueaban el litoral del Océano, los turcos y corsarios el del Mediterráneo, Portugal abortaba cada paso un D. Sebastian, y el Rey mismo, lleno de achaques, úlceras y dolores, apénas si era ya más que un cadáver andando; y España otro cadáver como su Rey. Las fuerzas vitales del país estaban, no sólo quebrantadas, sino exhaustas.

Para mayor desgracia, poco despues de la abjuracion de Enrique IV, murió el Duque de Parma á la edad de 48 años (Diciembre de 1592). Felipe II no halló ni un general de su talento, ni medios para sostener un ejército como los anteriores. Las pocas tropas de Flandes se indisciplinaron, y el Conde de Fuentes acabó de perder la reputacion, renovando las crueldades del Duque de Alba y queriendo imponerse por el terror (1595).

Ya iban ahorcados dos frailes carmelitas portugueses, que uno en pos de otro habían querido resucitar en su persona al Rey D. Sebastian, cuando se le antojó á Fr. Miguel de los Santos, agustino portugués, repetir por tercera vez tan fatal comedia, convirtiendo en Rey á un pastelero de Madrigal, que se le parecía mucho. Gabriel Espinosa llegó á poseerse de su papel, y engañó á Doña Ana de Austria, monja confesada por aquel, y sobrina del Rey. El fraile y el pastelero fueron ahorcados (1595). Una epidemia de superchería infestaba por entónces á España. Aquel mismo año se descubrieron los estupendos plomos de Granada, como luego verémos; en Toledo se fingían mil embustes; las monjas se abrían llagas milagrosas; la literatura principiaba á ser hinchada y de mal gusto; cundían los libros de caballería andante para pasto del entretenimiento popular, y acostumbrado el pueblo á tales exageraciones, no quería leer vidas de Santos, como no tuviesen milagros á montones de una enormidad descomunal y fantástica. Y á la verdad, ¿qué importaba la resurreccion de un muerto, cuando cualquier maga ó hechicero hacía otro tanto, y un caballero andante partía á dos gigantes de un mandoble? Tal era entonces el carácter español.

Terribles fueron los últimos sucesos de la vida de Felipe II. Estaba preparando otra escuadra para invadir á Irlanda, cuando llegó la inglesa á Cádiz, que estaba en el mayor abandono (Junio de 1596), y se apoderó de la poblacion cási sin resistencia. La ciudad fué saqueada, profanadas las iglesias y

perdida toda la escuadra, compuesta de 30 buques de guerra y 36 naves mercantes cargadas de ricas mercancías. Las pérdidas se valuaron en 20.000.000 de ducados. Para vengar este ultraje salió una escuadra para Irlanda con 128 bajeles y 14.000 hombres de desembarco. Pero á poco la escuadra fué destrozada por una tempestad, pereciendo 40 buques con toda la gente que iba en estos (1).

Treinta y cinco millones en oro y plata habían subido á Sevilla por San Lúcar en 1595, y en 1596 no quedaba un real en el Tesoro; de modo que tuvo á fines de aquel año que declararse Felipe II en bancarota, dando un edicto por el que anulaba todos los contratos que tenía hechos, á pretexto de que eran usurarios y muy onerosos. Desde aquel momento nadie quiso estipular con él. Se halló sin recursos, hubo de tratar de paz con Enrique IV á toda priesa, abdicó los Estados de Flandes, muy mermados, en su hija Isabel, á la cual casó con el Archiduque Alberto, Gobernador general que á la sazon era de los Países Bajos, y Cardenal Arzobispo de Toledo hasta poco antes de casarse. ¡Estupendo Prelado para la primera Iglesia de España!

Tal era el desastroso estado de España al morir Felipe II el dia 13 de Setiembre de 1597.

Con razon decía D. Cárlos Coloma en sus Comentarios, retratando á Felipe II:-«Que toda la prudencia del Rey consistió en salvar la Fe Católica; que en lo demas no lo fué tanto: mil yerros hizo (2).»

Lastimoso fin de un siglo tan grande y tan bello para España, y doloroso райа, por demas para quien considere, que tanto heroismo belicoso por parte de nuestra patria, y tan ferviente religiosidad vinieron a parar en dejar enriquecidos á los países protestantes y arruinada la nacion española. ¡Acatemos los altos juicios de Dios, que no siempre premia con bienes temporales á los que pelean por la verdad y la justicia!

(1) Los ingleses habían escogido el mes de Junio para su empresa: los españoles el mes de Noviembre, época muy apropósito para lo que les sucedió.

(2) Citado por el Prior D. Juan de Vitrian, Vicario general de Calatayud, en su Traduccion de las memorias de Felipe de Comines,

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