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dios era particular: aquella primitiva inocencia de su desnudez indicaba el habitante de un clima caliente: el pelo negro y lacio, los grandes ojos y su gentil persona daban á su aspecto toda la originalidad de esta raza. Sus adornos eran aros de oro en las orejas y narices, coronas en sus cabezas y brochetes en los brazos y piernas, y otras piedrezuelas y conchas que completaban sus arreos: sus armas, la flecha y aljaba, el hacha de piedra y la macana.

Este era el Indio de Santo Domingo: colocado en un lugar delicioso y saludable, abundante de toda clase de frutos, parecia como que se encontraba feliz en su nuevo Edem; y á este fué á quien el Almirante acababa de darle una dura leccion en la batalla de la Vega,

Si me ha detenido en esta descripcion, ha sido con tanta mas razon, cuanto que siendo los primeros Indios que se conocieron y trataron, ha debido ser el tipo de los que describieron los conquistadores; y por lo mismo he creido conveniente establecer algunas verdades é inducciones sobre la probabilidad de los aborígenes y demas cuestiones que importan á la verdadera inteligencia de esta historia.

Lo sucedido en la Vega Real aterró tanto á los Indios, que los rumores se propagaron hasta la poblacion donde residia el Cacique Caonabó. Mandó este recorrer todos los límites de su territorio para que sus vasallos volviesen á sus hogares, y desistió desde entonces del proyecto que habia formado de contrarrestar á los Españoles, reconociendo por lo que acababa de suceder en la Vega Real, que estos eran muy fuertes y poderosos para que sus Indios pudieran sacar

partido oponiéndoseles. Resolvió por último que una gran parte de su gente de guerra que se hallaba en los confines de su provincia retrocediesen, y para ello envió comisionados, á fin de que dejasen inmediatamente libre la fortaleza de Santo Tomas, que habia tenido sitiada mas de treinta dias.

Instruido el Almirante de la conducta de Caonabó y de los otros, se retiró para la Isabela, contando con que mas tarde daria una severa leccion á los causantes de tantos trastornos. Y poniendo inmediatamente en obra su intento, luego que llegó á la Ciudad, llamó al Capitan Ojeda y le comunicó su pensamiento, sobre la manera de apoderarse de los Caciques, el mismo que habia manifestado en la instruccion que dió al Capitan Mosen Pedro Margarit sobre Caonabó. Dispuso que Ojeda partiese á apoderarse de este temido Cacique, y para ello que fuese asistido de algunos pocos soldados de á caballo; que le visitase disimuladamente, le convidase á la paz y consiguiese atraerlo á la Isabela, so color de una entrevista amistosa.

Tenia este su residéncia, como se ha dicho antes, en la Maguana, cerca del rio Neyba, y del segundo Yaque, y hacia allá se dirigió Ojeda, encontrando á Caonabó mas tratable; tal vez por efecto de la última derrota, ó porque con la estratagema del enviado se le hizo comprender, que los grillos muy lustrosos que se le llevaban, era un alto presente del Almirante. A fuerza, pues, de alguna maña y lisonja, logrò por último persuadirle que esponia su persona y estados á evidente riesgo, si no convenia en presentarse al Guaniquima, medio único de grangear su benevolencia y amistad.

Condescendió por fin el Cacique; aunque algo re

celoso, pretestó que le acompañasen muchos de los suyos, porque así correspondia á la decencia de su persona. El astuto Ojeda tuvo modo de atraerlo fuera de los suyos, llevándolo al rio Yaque del Sud, como una legua de su residencia: le hizo lavar y le puso los grillos, diciéndole que aquella era una distincion que usaban los Reyes de Castilla, lo que parece le satisfizo, y montándole luego en las ancas de su caballo, despues de algunos rodeos, se le acercaron los Españoles y partió á toda prisa, quedándose pasmados los Indios que no con poco recelo los miraban de lejos. Despues de haber andado cierto trecho, desenvainaron los Españoles sus espadas y ataron al Cacique á la espalda de Ojeda; y ya seguro, no paró este hasta entregarlo al Almirante en la Isabela.

Aprisionado Caonabó, se le formó el correspondiente proceso, y por la informacion de testigos y por sus propias declaraciones, resultó ser el autor del incendio del fuerte de la Navidad, el de la muerte de los Españoles que lo custodiaban, y el de la última sublevacion que promovió para acabar con los que ecsistian en la Isla.

Valióle tan solo su alta dignidad para no ser ajusticiado, como lo fueron muchos de los prisioneros de la batalla de la Vega, y desde luego se acordó remitir á los Reyes su persona y la causa. Fué tanto el respeto que infundió en el ánimo del Cacique esta denodada y atrevida accion de Ojeda, que mientras ecsistió preso en la Isabela, cada vez que lo visitaba se ponia en pié y hacia una gran reverencia; pero no asi cuando se presentaba el Almirante y los otros Gefes; y preguntándole por qué obraba así, contestó que Ojeda era el

TOMO I.

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