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nacion. Aunque en aquellos momentos aparecia entre tantas providencias benéficas, no hay duda que esta medida dió causa á que mas tarde se la considerase como un borron, que, estendiéndose en toda la faz de la Española, oscurecia el esplendor de su nuevo y rápido progreso con las insurrecciones y levantamientos, de que fueran mas adelante instrumento estos mismos criminales, bajo el influjo del proceloso Francisco Roldan. Sin embargo, no puede negarse que este pensamiento, que obtuvo un resultado contrario al que se propusieron los Reyes Católicos, se vé hoy en planta entre los pueblos mas adelantados, produciendo efectos saludables en la reforma de las costumbres, como sucede en las Colonias Inglesas de la Australia.

Tranquilo ya el ánimo del Almirante con el triunfo logrado, y satisfecho su orgullo por haber confundido á sus émulos y enemigos. le dejaremos ocupado en la Corte, de sus asuntos particulares, á los cuales dedicó toda su atencion, á causa de la demora que sufrió por los asuntos de la guerra, escasez de dinero en el Erario y matrimonio de los Príncipes, y volveremos á continuar el hilo de nuestra historia.

Poco despues de partida la flota, regresó el Adelantado de Puerto de Plata á la Isabela, y desde luego se dedicó al cuidado de la Administracion que se le habia confiado. Uno de los encargos preferentes del Almirante era la poblacion del fuerte en la costa del Sud y cercanias de las nuevas minas, tanto mas importante, cuanto que debia ser el depósito del oro y otras especies que se descubrieran en lo sucesivo por aquel rumbo. Con este objeto salió acompañado del número necesario de soldados y artesanos, á los cuales

ocupó en el beneficio de las minas y construccion del fuerte San Cristóbal. Tres meses empleó en aquellos trabajos, ya bien adelantados; pero falto de provisiones, regresó al fuerte de la Concepcion, dejando diez hombres en la fortaleza, y seguidamente pasó á la Isabela.

Habia llegado en aquellos dias al puerto la flotilla de Peralonso Niño con refuerzos de gente, mantenimientos frescos y las nuevas de la llegada del Almirante á España y buen acojimiento que le dispensaban los Reyes. El Adelantado sc llenó de regocijo, y sin pérdida de tiempo dispuso el regreso de las tres naves. Embarcó trescientos Indios, ó, como dicen algunos Autores, llenó las naves de Esclavos, y el oro que se habia recogido hasta entonces, á las órdenes del mismo Peralonso Niño, que se hizo á la vela sin mas demora.

Viéndose el Adelantado provisto de gente y alimentos frescos, salió para la tierra de adentro, dirigiéndose á las tierras del Cacique de Maguá, Guarionex y sus Naytianos de la Vega á recaudar el tributo que se les habia impuesto y á sus vasallos Indios: pero quiso antes conformándose con la voluutad de su hermano, realizar su encargo de esplorar las costas del Sud de la Isla, y con este objeto se dirigió á San Cristobal. De allí pasó al litoral, y despues de haberlo recorrido en todos sentidos, encontró un puesto á medida del deseo para la formacion de una nueva Isabela, Ciudad á que debian transportarse los vecinos de la antigua. En efecto tenia este todas las ventajas que pudieran apetecerse. Situado á la boca del caudaloso rio Ozama, cuya profundidad sondeó el Adelantado en las canoas

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de los Indios, y en el que podian fondear naves
hasta de trescientas toneladas con suficiente abrigo:
rodeado en su estension de una campiña llana, fértil
y de un hermoso arbolado: enriquecido de canteras ca-
si marmoreas y de materiales fáciles para formar sóli-
dos edificios, y abundante de aguas potables y otros
elementos, se dió allí principio á la formacion de un
fuerte en la punta de la tierra, y á la construccion de
algunas casas. La poblacion la denominó Santo Do-
mingo, ó
porque se principió el cuatro de Agosto, ó
porque su padre se llamaba Domingo, aunque en aque-
llos primitivos dias se la conoció con el nombre de Nue-
va Isabela.

Á la parte Occidental de la boca del Ozama se hallaba un pueblo grande sujeto á una Cacique, que ligada en correspondencia amorosa con Miguel Diaz, procrearon dos hijos, y de estas relaciones provino el descubrimiento de las minas del Sud. Miguel Diaz habia tenido en dias anteriores un encuentro en la Isabela, y perseguido criminalmente por la Justicia, huyó al interior de la Isla hasta llegar al Ozama. Se puso en comunicacion con la India, y ya en concúbito con Diaz le reveló aquella las riquezas de aquellos alrededores y sus minas, y Diaz aprovechó esta favorable nueva para regresar á la Isabela, dar notícia al Gobierno y ser perdonado á la vez por el Almirante y por la parte. Mas adelante fué bautizada la India con el nombre de Catalina, y en dias posteriores se trasladó la Ciudad de Santo Domingo al pueblo de la Cacique.

Despues de haber levantado Don Bartolomé el fuerte hasta cierta altura, dejò para su conclusion y resguardo veinte hombres, y con el resto prosiguió á

hacer otras esploraciones mas importantes, como eran las de las Provincias de Jaragua, no conocidas, y que no habian sido visitadas hasta entonces. A las treinta leguas de camino por la costa del Sud, llegaron á las orillas del rio Neyba, tan caudaloso como el Ozama, y á su banda opuesta un ejército de Indios á las órdenes del Cacique Behequio Anacaucoa, el cual parece se hallaba preparado y como en observacion; pero lo negó el Cacique, alegando que iba á aquietar ciertos Caciques dependientes suyos. Entraron en pláticas el Adelantado y Behequio, y le instruyó á este del objeto de su visita, declarándole que ya todos los otros Caciques de la Isla reconocian el Señorío de los Reyes de Castilla, y que se habian obligado á pagarle tributo, y que era muy regular que él tambien lo hiciese. A esta observacion se sorprendió el Cacique, porque como los Indios estaban imbuidos de que la contribucion debiera ser en oro, que era lo que mas agradaba á los Españoles, y se negó terminantemente, alegando que no lo tenia en sus tierras; pero el Adelantado le insignuó que bien lo podia abonar en cazabe, algodon y otras cosas de que abundaba su pais. Repuesto el Cacique con esta inesperada especie, se abrió generosamente, declarándole que satisfaria á todo cuanto quisiese, y fué tanto su regocijo, que despidió á toda la gente que traia armada, y condujo al Adelantado á Jaragua. Esta poblacion estaba distante treinta leguas de aquel punto, y muy cerca de dos de la orilla del mar, en el fondo de la gran ensenada que forma la costa Occidental de la Isla.

Algunas cuadrillas, separándose de la comitiva principal en que iban el Adelantado y Behequio Ana

TOMO I.

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caucoa, tomaron la direccion del Sud hácia la costa, en donde encontraron bosques del precioso y apreciable palo del Brasil: cortaron bastante surtido y lo depositaron en bohios hasta que se remitiesen naves para conducir el cargamento al Ozama. La otra partida, que marchaba con el Adelantado y el Cacique, costeó todo el lago nombrado de Jaragua, hasta llegar á la Capital, donde residia este Gefe Indio.

El recibimiento que se hizo á los Españoles por todo el tránsito, fué alegre y festivo. Pero donde se reconoció el deseo de complacerlos, fué en la Poblacion. Desde que se acercaron á ella, salió todo el pueblo en masa á recibirlos, con mil demostraciones de júbilo. Al llegar á las cercanias de la habitacion del Cacique se presentaron treinta mugeres suyas, con ramos de palmas en las manos, y desatándose las trenzas, que iban recogidas sobre sus cabezas, empezaron á cantar y danzar al son de un instrumento, cuyos sonidos resonaban con grandísimo estruendo, y, dirigiéndose todas con un semblante dulce al Adelantado, le entregaron al fin sus ramos, doblando las rodillas en señal de reverencia. Aquellos bailes y aquellos cantos reunidos á la gracia y donaire que poseian las indígenas sorprendieron á los nuevos huéspedes. Era todo esto estraño para los Españoles, porque antes ni habian visto aquella natural espansion de las Indias, ni jamas habian reconocido la ternura de estas mugeres; y mas que todo, su inocente desvío y la morbidez de sus formas, acabó por enloquecerlos y hacerles grata la visita de Jaragua.

Por otra parte, aquel Pueblo estaba tan abundantemente surtido de todas las cosas necesarias á la

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