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CAPITULO LXXI.

Hecha esta cura, como ningun remedio tenian sino huir, tomó por allí ciertas canoas, y echó en ellas Badajoz los más peligrosos heridos, y él y los ménos lastimados, y algunos del todo sanos, fuéronse por la playa junto à la mar para socorrerlos en lo que pudiesen, si les ocurriese algun peligro; y aun que ellos, por ir por tierra, parecia que iban sin él ó con ménor que ellos, todavía se les ofreció peligro y trabajo con que fueron harto afligidos. Como por aquella costa del Sur crece tanto y mengua el agua de la mar, creció tanto una noche que los que pudieron subirse á los árboles tuvieron ménos un poco de afliccion y tristeza, y los que no, anduvieron en el agua salada hasta la cinta, de donde se les enconaron las heridas y así vinieron á morir. Yendo su camino adelante, con tan atribulada y amarga vida como cualquiera podrá concebir, sabido su desbarato, el Cacique y señor de Natá, que en el capítulo 68 mostramos haber preso á él y á sus mujeres Alonso Perez de la Rua, salióles con su gente armada al camino para del todo consumillos; al cual envió Badajoz á decir que por qué le salia de guerra, pues lo tenia por hermano y amigo, respondió el Cacique: «andad, decidle que no es mi hermano ni amigo, porque él y todos los cristianos son malos y nuestros enemigos», y junto con las palabras, él y su gente comienzan á les echar infinitas varas y piedras que los cobrian. Badajoz y los suyos, sacando fuerzas de harta flaqueza que traian, como no tenian otro remedio, mostráronles cara, y, por no esperar el golpe de las espadas, daban consigo en el rio que por alli iba, tornaban luégo á salir é á tirar sus piedras y varas con que los afligian y herian; tuvieron por cierto que los acabaran si la noche no sobreviniera. No pudiendo tres de los heri

dos caminar, los sanos se los echaron á cuestas y los llevaron hasta que, no pudiendo ir más adelante con ellos, hicieron ciertas balsas y por el rio abajo fueron á dar á la mar, donde las canoas iban, que no fué poca dicha. Caminando adelante, siempre huyendo por mar y á veces y los más por tierra, llegaron á tierra del cacique Chame, que como estaba de sus obras informado, les ocurrió con su gente desnuda y desarmada, puesto que con sus armas de varas y piedras, y hizo una raya jurando y protestando que los habia á todos de matar si de allí pasaban, pero que él les mandaria dar lo que hobiesen menester y en abundancia. Ellos que traian más ganas de comer y descansar que de pelear, recogiéronse á la costa de la mar, y él les mandó proveer y fueron proveidos de cuanto en la tierra habia, como si estuvieran en sus casas; y porque llegaron en parage de la isla llamada Otroque, que está en la mar dentro, creo que 10 ó 12 leguas, de que habia gran fama ser rica de perlas y oro, como por el buen tratamiento y provision que el cacique Chame les hacia, tuviesen allí algun poco de reposo, no dejó perder aquel tiempo y pasarlo en ócio al Gonzalo de Badajoz su ferviente y desatinada cudicia de robar, porque pospuesta la cura y salud de los muchos heridos que iban en las canoas, hácelos allí desembarcar y entra en ellas con 40 otros ladrones de los más sanos, y pasa á robar y destruir la dicha isla, la cual estaba en su paz. Dando de noche sobre ellos, prendió luégo al Cacique; los indios, creyendo que eran otros indios sus enemigos, que habian pasado de la tierra firme, armáronse contra ellos, pero cuando se vieron desbarrigar y cortar por medio con las espadas, cognoscieron que otros de mayores ó de más recias armas los maltrataban, y luego, los que pudieron, dieron á huir. Rescatóse el Cacique por cierta cantidad de oro, no supe cuanto, y dejólos Badajoz así lastimados, y tornóse á donde los heridos. habia dejado. Pasando adelante, como luego voló la fama que venian desbaratados, todos se atrevian á ayudar por acaballos, y llegando á la tierra de Tabóga, salió con obra de 300 hombres, y peleó con los nuestros un buen rato, y al fin pasaron

adelante, y entrando en el señorío de Perequete hizo lo mismo, pero, lastimándolos mucho con las espadas, hiriendo y matándolos, desembarazaron la pasada. Llegando que llegaron á un ancon que hace por aquella costa la tierra en la mar, que llamaron el Ancon de las Almejas, de donde se ve la isla de Tabóga, la sílaba del medio lúenga, que podrá estar ocho ó diez leguas en la mar, tomóle su codicia á Badajoz, que lo traia atraillado, y determinó de pasar tambien á ella por deshollinar el oro y perlas que haber en ella estimaba. Entra en las canoas y saltea la isla de Tabóga, estando todos los vecinos della, y prende al Rey ó señor della, y habidas sus primeras batalluelas con los indios, que son como escaramuzas de niños siempre por la mayor parte, al cabo el Cacique suelto, y por miedo ó por vergüenza todos asegurados, estúvose allí treinta dias á todo su placer holgándose; y allí acabaron de sanar los que traia heridos, y, con 7.000 pesos de oro y muchas y finas perlas dadas y robadas, se volvió á la tierra firme para proseguir é acabar para el Darien su jornada. Deste Badajoz dice Tobilla, que escribió parte deste su viaje, siendo seglar, y que despues anduvo en los robos y destruccion en parte de aquellas regiones, á los dichos semejantes, entre tanto Badajoz con 40 compañeros pasó á robar la ínsula de Otroque: «Traian tanto estruendo en robar la riqueza que estos insulanos, sin daño de nadie, tenian, que recogidos más de 200 dellos, creyendo ser sus enemigos de la tierra firme, acudieron á herillos.» Dice tambien más abajo: «Cosa brava era la cudicia deste caudillo español, pues, en medio de la persecucion con que huia, viendo desde el Ancon de las Almejas la ínsula de Tabóga, pasó contra ella por el maldito oro, etc., etc.» Estas, en forma, son sus palabras, sin las añadir ni quitar alguna. Salido á la tierra firme, como dicho es, fué á dar en los pueblos del cacique Chepo, en los cuales robó y prendió muchas mujeres y hijos de los naturales, y quizá tambien suyos, el cual, estando ellos partiendo su cabalgada, vino con su gente y dió en ellos con gran ímpetu, y hirió algunos y mató á Alonso Perez de la Rua, porque pagase la prision de Natá y

las tiranías que por allí hizo, como en el cap. 68 queda relatado. Temiendo Badajoz que tornasen sobre él, se dió priesa con la cabalgada de salir de aquellos límites, dejando los pueblos de allí, por tomalles sus mujeres y hijos, tan lastimados; entró en los términos de Tubanamá y Pocorosa, los cuales halló todos despoblados, por andar por ellos el licenciado Espinosa, haciendo estragos, por mandado del Sr. Pedrárias. Finalmente, llegó al Darien Badajoz y el resto de la gente española que le habia quedado, y entró en la villa, sin dalle el triunfo de lo que habia ganado, ántes con harta vergüenza y áun lástima de su corazon, por la gran suma de oro y perlas que Paris con tanto daño le habia tomado, y con no ménos tormento de Pedrárias, y de todos los del Darien, desque supieron su desastre. Acuérdome que aquel año que dije de 518, que todos nos hallamos en Zaragoza, era público entre todos los que idos destas Indias allí estaban, que habia dicho el obispo de Búrgos, Fonseca (que, como se ha escrito arriba muchas veces, era el que todas las Indias meneaba y gobernaba), al Gonzalo de Badajoz, que merecia que el Rey le cortara la cabeza, porque habia perdido aquellos 100.000 y tantos castellanos que habia tomado, los cuales ya pertenecian á España. ¡Mirad qué insensibilidad del señor Obispo, D. Juan Rodriguez de Fonseca, cómo se dolia de los escándalos, robos, muertes y infamia de la fe y religion cristiana que habia hecho en aquel camino con perdicion de tantas ánimas!; y ésto bien se lo mostraba el Obispo á Badajoz, porque yo le vide andar harto pobre, desfavorecido, arrastrado tras el Obispo, y desventurado, y que no osaba mirar al Obispo en la cara, ni el Obispo á él lo miraba.

CAPITULO LXXII.

Despues que Pedrárias despachó á Gonzalo de Badajoz, cuya historia hemos contado, siempre tenia cuidado de la muerte ó vida de Francisco Becerra, y estaba dudoso que fuese verdad lo que dél le habia dicho el muchacho, y, con esta duda y deseo de saber la verdad, determinó de ir él mismo á buscallo, ó al ménos saber lo cierto de su tardanza; pero porque ninguno de los del Darien osaba pensar en ir á Urabá ni hácia el Cenú, por miedo de la hierba, que en un momento los heridos con ella mataba, por lo cual todos habian de rehusar la jornada, quiso por esta cautela engañallos y así sacallos. Mandó apregonar guerra contra Pocorosa y otros señores de aquellas provincias, y sus gentes, á fuego y á sangre, como á gentes rebeladas, cosa muy al sabor de todos los del Darien, y que deseaban. Nótese aquí, por los prudentes y que fueren cristianos, con qué título y causa se podia decir ser Pocorosa y sus gentes y los demas rebeldes, siendo señores naturales de aquellas tierras y no se haber sometido á ninguno del mundo, ni áun pudiéndolo hacer sin voluntad de sus pueblos, ni consentimiento dellos, que cualquiera de las partes, sin aceptacion de la otra, si lo hicieran, caian en mal caso como arriba se ha declarado; y en ésto han errado enormísimamente los Consejos del Rey, despachando algunas provisiones contra los indios, que, sin haber oido palabra, estando de guerra, defendiéndose de los españoles y de sus crueldades, de rebeldes los notaban, teniendo en sus mismas leyes comunes y en sus doctores legistas que ninguno que no haya sido súbdito puede ser dicho rebelde, ni de rebelion notado. Item, se debe notar, que aunque fuera cierto que aquellas gentes se hobieran jurídicamente sometido al im

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