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CAPITULO CIV.

Yendo los negocios por éste paso, comenzó Dios á proveer al Clérigo de favor nuevo, desta manera: que como entre los caballeros flamencos que servian al Rey se tuviese noticia del Clérigo y de los negocios que pretendia, y despues de la muerte del Gran Chanciller no viesen que sonaba, hobo hombre dellos, movido por sola virtud y con celo de lo que oia decir, que el Clérigo procuraba la libertad y remedio de las gentes, que lo deseaba ver y cognoscer y saber dél á la larga lo que sus negocios contenian, y así lo andaba á buscar, y rogaba á otras personas que si lo viesen le rogasen de su parte se dejase ver y cognoscer dél, porque habia dias que lo deseaba; finalmente, un dia en Palacio se toparon. Quiso el caballero ser informado del fin que pretendia el Clérigo, y de las causas dél, y lo demas que tocaba á estas Indias; dióle larga relacion de todo. Quedó espantado de tanta maldad y crueldades y disminucion de tantas gentes, y pluguiera á Dios que no fueran más y peores las que despues sucedieron; quedó asimismo obligado á lo favorecer con cuantas fuerzas tuviese. Cundió toda la corte aquesta junta de ambos, cuanto á la gente flamenca que es más blanda y más humana que nosotros, porque aquel caballero era discreto, pío y buen cristiano, y estimado del Rey y de toda su Casa real, y luego derramó por muchos la causa. Fué de aquí adelante el Clérigo cognoscido de muchos más, y, aunque no visto, loado y amado. Este caballero se llamaba Mosior de La Mure, sobrino de Mosior de Laxao, Sumiller del Rey, muy querido, y más que otro ninguno su privado; púsole con su tio, Mosior de Laxao. Hablóle al Clérigo largo, quedó tambien de su informacion, como su sobrino, prendado y dispuesto para le

ayudar y favorecer y resistir á los contrarios. Y es aquí de saber, que cognoscida la causa de los negocios y trabajos del Clérigo, y la sinceridad con que los negociaba, sin pretender interese suyo particular, y que al cabo de todos ellos, grandísimo y inestimable servicio y provecho del Rey resultaba, era tanta la estima y el amor que todos los flamencos le tenian, que no les parecia sino que en estar el Clérigo en la corte y negociar lo que procuraba, consistia la salud del Rey y todo el ser y conservacion de todo su Real estado, y ésto parecerá más adelante; y no tenia menor opinion del Clérigo el Cardenal que despues fué Papa, VI Adriano. Aquí en Zaragoza prosiguió Hernando de Magallanes su demanda, y porque vino un embajador de Portugal á tractar del 'casamiento de Madama Leonor, hermana del Rey, con el rey don Manuel de Portugal, dijose que andaban por matar á él y al bachiller Rui Faleiro los de la parte del dicho Embajador, y así andaban ambos á sombra de tejado, y por ésto el Obispo de Burgos, cuando se tardaban en el negociar con él despues del sol puesto, enviaba gente de su casa, que hasta su posada los acompañasen. Aquí, hablando el Clérigo con el Obispo, delante de algunos á quien tocaban, refiriendo las tiranías y y estragos que en estas Islas se habian perpetrado, por venir acaso la plática, como siempre le pesaba oillas, ó cognoscer que en vituperio de su mala gobernacion todo resultaba, ó porque su insensibilidad le impedia que no las sintiese ni se doliese dellas ni las remediase, dijo con mucha ira, y para que el Clérigo se afrentase delante aquellos, y ellos se holgasen. «Pues vos estábades en las mismas tiranías y pecados;» lo cual, decia porque habia tenido indios el Clérigo repartidos, como arriba queda declarado, y él no lo negaba; respondió el Clerigo, no con ménos cólera y coraje; «sí, yo los imité ó seguí en aquellas maldades, haga vuestra señoría que me sigan ellos á mi en salir de los robos y homicidios y crueldades en que perseveran, y cada dia hacen.» Desta respuesta no quedó el Obispo, ni los presentes, que con lo que habia dicho al Clérigo, por ultrajalle, se habian goza

do, quedaron muy favorecidos ni pagados. No dejaba por estos disfavores el Clérigo de dar peticiones cuantas queria en aquel Consejo, aunque al Obispo pesaba, sobre que se prosiguiese lo que en tiempo del Gran Chanciller se habia comenzado. Proveyeron que fuese á tomar residencia á los Oidores de la Audiencia de Sancto Domingo, y á los jueces del Almirante, á un licenciado Rodrigo de Figueroa, y para que la tomase al Teniente del Almirante de la isla de Sant Juan, y á Diego Velazquez en la isla de Cuba, á un doctor de la Gama, y por Gobernador de tierra firme, y que tomase residencia á Pedrárias, un caballero de Córdoba llamado Lope de Sosa; y porque los españoles que allí estaban destas islas, habian infamado contra la verdad á los vecinos naturales de la isla de la Trinidad, que comian carne humana, y determinaba el Consejo que les hiciesen guerra y los que tomasen fuesen esclavos, el Clérigo resistió, afirmando que no era verdad, por lo cual mandaron que se pusiese en la Instruccion real que llevó el licenciado Figueroa, como el clérigo Bartolomé de las Casas afirmaba, que los indios naturales vecinos de la isla de la Trinidad no eran caribes, conviene á saber, no eran comedores de carne humana; que le mandaba que con toda diligencia, en llegando á esta isla, tomase sobre ellos informacion y examinase la verdad, el cual así lo hizo con muchos marineros, y otros de los mismos que la saltearon algunas veces, y halló que no eran caribes, sino muy modestos y ajenos de aquellos males, y el mismo licenciado Figueroa me lo afirmó á mí cuando yo torné de Castilla á esta isla Española. Y viene aquí bien referir lo que, despues que el clérigo Casas se partió desta isla contra los religiosos Hierónimos, se hizo en la dicha isla de la Trinidad: fué un navío desta isla Española á saltear como solian en la tierra firme de Paria, con la ocasion de ir á rescatar perlas, que por allí habia entónces hartas, y llegaron á la isla de la Trinidad, y como los indios della vieron el navío, salieron á la ribera á resistirles la entrada, como habian quedado tan ofendidos y lastimados de Juan Bono en el año pasado, como en el cap. 91

queda referido, y porque debieran creer que era el mismo Juan Bono, daban voces «Juan Bono, malo, Juan Bono, malo,» ó si creian que eran otros sin Juan Bono, quejándose de Juan Bono, malo, que tan mala obra les habia hecho, rescibiendo dellos tan buen abrigo y hospedaje. Respondieron los españoles desde las barcas que no eran ellos Juan Bono ni venia con ellos, porque aquel era malo, y tenian razon de decir que era malo, y que por aquella traicion que les habia hecho, en Sancto Domingo lo habian ya ahorcado, y que porque ellos eran buenos, y no como Juan Bono, malos, venian á denunciárselo y á holgarse con ellos y traelles cosas de Castilla, porque los tenian por hermanos; con todas las otras palabras, mentirosas y fingidas que pudieron decirles para aplacarlos. Los tristes, con su innata simplicidad y mansedumbre, creyeron que decian verdad, aunque cuanto á la malicia del mundo y la experiencia que de nuestra iniquidad y costumbres ya tenian, era su simplicidad y mansedumbre culpable, y su creencia ó credulidad fácil y liviana, porque no habian ellos de creer aquellas palabras, sino presumir que eran peores que Juan Bono, y más sin verdad tiranos, no teniendo más certidumbre y seguridad que su parla. Creyéronlos, y rescibiéronlos, y sirviéronlos con todo cuanto tenian y podian, y despues de algunos dias en que no les predicaban otro Evangelio ^sino que Juan Bono era muerto, y que era malo, y ellos buenos, para los engañar y asegurar, y cuando vieron tiempo y, los sintieron, más descuidados, sacan sus espadas y arremeten á las casas, y muertos y acuchillados, los que quisieron ó pudieron, prendieron cuantos les fué posible maniatar, y métenlos en el navío y viénense con su presa, con tan buena guerra ganada, á este puerto y ciudad. Otro dia sácanlos á vender con pregonero por la plaza, y delante de los padres Hierónimos, por esclavos, á quién dá más. Sabido por el padre fray Pedro de Córdoba tan gran maldad y desvergüenza ó insensibilidad de los mismos Hierónimos, que, teniendo cargo de remediar estas gentes, consentian venderse en su presencia los inocentes, sabiendo ya las obras de nuestros hermanos, sin lo

impedir ni castigar, fué á hablalles y castigalles la obra de aquellos y omision suya tan culpable y execrable; hechos confusos y avergonzados de la culpa, que no pudieron negar, mandaron que los quitasen de allí é los llevasen á las posadas de los tiranos, los cuales, despues, no con pregonero, sino callando, y los frailes Hierónimos disimulando, se cree que los vendieron, y al cabo en aquella tiranía se acabaron: estos remedios pusieron á estas gentes los Padres. Luégo el padre fray Pedro de Córdoba escribió al Clérigo á la corte esta egrégia hazaña cometida en la isla de la Trinidad, y áun contra la Santísima Trinidad, y en esta ciudad por los padres Hierónimos confirmada, y, entre otras, le escribió estas palabras: Cierto, las cosas veo ir por tales caminos, que yo tengo de ser forzado á decir lo que siento: quicquid inde veniat.» Quiso decir, como él era prudentísimo y moderatísimo, que los Hierónimos eran tan infructuosos y ponian tan ningun remedio á la perdicion destas gentes, que habia de ser constreñido á predicar contra ellos, y como via que con aquellas tales obras que los españoles obraban en la isla de la Trinidad, vecina de la tierra donde él tenia los religiosos predicando á los indios, y que los escándalos y daños cada hora los esperaba ver por allí, mayormente por el concurso de los navíos que iban á las perlas, escribió tambien al Clérigo confiando del gran favor que tenia entendido por las cartas que el Rey y Gran Chanciller le daba, no creyendo que las cosas eran mudadas, que trabajase de traer cien leguas en aquella tierra firme, con el pueblo de Cumaná, prohibido por el Rey y con graves penas, que ningun español osase en ellas entrar ni conversar, sino que las dejasen para donde predicasen sólos los frailes Franciscos y Dominicos, porque las obras y escándalos de los españoles no los estorbasen. Dijo más: que si cien leguas no pudiese alcanzar, alcanzase 40 solas, y si 10 no pudiese, que negociase unas isletas que están 15 ó 20 leguas dentro en la mar, apartadas de la misma tierra firme, que se llamaban entonces las isletas de Alonso, para que pasaran los religiosos á ellas, y allí entendia de recoger los indios que huyesen de

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