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LA CORTE DE FELIPE V.-LA PRINCESA DE LOS URSINOS,

(1701 Á 1706.)

Toda historia tiene dos fases: una que se muestra al público, otra que trata de ocultársele. Visto desde la escena, el espectáculo es mas imponente; empero una ojeada sobre los bastidores es utilísimo, para estudiar los secretos resortes que ponen en movimiento la máquina y ver á los actores en reposo cuando se han despojado de sus vestiduras teatrales. No tratamos ahora de ocuparnos de Felipe V con relacion á las demás naciones con las que estaba en guerra, ni aun con la que sostuvo con la tercera parte de España; á pesar de que en una y otra estuvo muy por debajo de su mision, no. Queremos dedicarnos á presentar al Rey en su palacio, en lucha con un enemigo tan peligroso como los esteriores. Este enemigo era la grandeza española que acostumbrada á dominar bajo un monarca que habia quedado en su menor edad toda su vida, se inclinaba con despecho delante de un príncipe extranjero, odiando sobre todo á los franceses que invadieron la Península en seguimiento de aquel y á la Reina, que gobernando à su marido, era gobernada á su vez como España, por la princesa de los Ursinos.

Delengámonos un momento delante de este nuevo actor que acaba de aparecer en la escena y que va á ocuparla por mucho tiempo. Ana-Maria de la Pre‘mouille, hija del duque de Noinmontiers, el más antiguo duque de Franci, habia nacido en Paris en 1642 (otros dicen en 1633.) Muy jóven, se habia casado con Adriano de Talleyrand, príncipe de Chalais. En 1663, su esposo, comprometido por uno de estos duelos insensatos, en los cuales los testigos tomaban parte como si fuera una partida de placer, se vió precisado para salvar su vida á emigrar á España. Su esposa le siguió, pues le amaba tiernamente, y ambos vivieron allí el suficiente tiempo para dar lugar á la princesa á estudiar el idioma y las costumbres del pais y de hacerse española en la apariencia, sin embargo de que permanecia francesa en el fondo. De España, se trasladó á Italia, en que su marido trataba de establecerse con ella, continuándole vedado aun el territorio francés; empero al reunirsele el Principe falleció poco despues súbitamente en 1670. La jóven viuda (tenia entonces 28 años), herida en una de sus mas caras afecciones se retiró á un convento de Roma y allí permaneció en el retiro mas absoluto duranlos primeros años de su viudez. Empero bella, inteligente, ávida de toda clase de conquistas, no debia tardar mucho tiempo en consolarse. Los Cardenales de Estrées, embajador de Francia en Roma y el de Porto-Carrero, embajador de España, la tomaron bajo su proteccion; y aun se asegura que suplieron la modicidad de sus rentas ya que su fortuna no estaba á la altura de su rango y mérito. Sin embargo, la posicion de su protegida era equívoca, y hacia preciso la presencia de su marido para legitimarla. La noble viuda, por la mediacion de sus dos protectores y con la aprobacion del Gran-Rey, que hizo casi de su casamiento un negocio de estado, se unió con un gran señor italiano, Flavio degli Orsini (de los Ursinos), duque de Bracciano y grande de España.

No era la dicha la que solicitaba la Princesa con esta union, "que por otra parte no obtuvo, sino una posicion. La briliante viuda tenia ya un manto en que abrigarse. Los dos esposos viTOMO II. NÚM. II. 1.o DE FEBRERO DE 1875.

vieron como vive la nobleza en Italia juntos de nombre, separados de hecho. La señora de los Ursinos desde entonces se dividió para sus dos patrias Italia y Francia, aguardando hacerse de España una tercera Roma y Versalles la vieron una tras etras brillar en sus c ́rtes, en que sus notables cualidades le aseguraban un distinguido lugar. Calculándolo todo, hasta sus amistades, tuvo por medio de su intimidad con la Sra. de Noailles, acceso cerca de la última favorita del Gran-Rey, la Maintenon, llegada sin estrépito à una gran pujanza, y por ella se aseguró de la benévola atencion del monarca.

Empero, para dar á conocer á nuestros lectores á la Princesa de los Ursinos, lo mas sencillo es mostrarles su retrato, y existe trazado de mano maestra por Saint-Simon: «Era mas bien alta que baja, con ojos azules que tomaban la espresion que queria darles, con un talle perfecto y un rostro que sin ser bello era encantador. Su aire era noble, y su postura tenia algo de magestuoso; en todas sus cosas, hasta en las mas indiferentes, se notaba tanta gracia, que pocas personas he visto la aventajasen en el cuerpo y en espíritu; halagadora, cariñosa, cortés, queriendo agradar por agradar, con gracias a las cuales era imposible resistir cuando ella se proponia seducir. Con esto y una conversacion deliciosa, inagotable, y una voz y una habla de las mas agradables... y con un talento prodigioso para la intriga y mucha ambicion, pero no una ambicion cualquiera sino vasta, por encima de las de su sexo y de la ordinaria de los hombres. Nadie poseia como ella la finura del espíritu y las mas intrincadas combinaciones en la cabeza; ni tenia tanto talento para conocer à la gente que trataba y saber como llevarla.... En el fondo era orgullosa, altiva, dirigiéndose à sus fines sin reparar mucho en los medios..... buena y generosa, pero muy exigente y queriendo que sus amigas lo fueran con ella sin reserva; asi es que era tan constante y buena amiga, como implacable enemiga.

En fin, con un arte especial, una elocuencia sencilla y natural, no diciendo nunca mas de lo que queria decir, sin escapársele jamás la mas pequeña palabra, el mas lijero gesto, que no quisiera; muy reservada, fiel con sus amigos, con una alegría que no traspasaba los límites de lo conveniente, una estrema decencia en su esterior y una igualdad de humor que la hacia siempre dueña de sí misma; tal es esta mujer célebre.»>

y

El segundo marido de la princesa murió en 1698, dejándola inmensos bienes, pero gravados con hipotecas y en una situacion bastante embarazosa. Desde aquel momento comenzó para ella su independencia, una vida nueva, mas conforme à sus gustos que la llevaban hácia los negocios mas sérios de la vida, la política, el gobierno de los imperios, despues del de los salones donde se habian limitado hasta entonces sus ambiciones. La cuestion española empezaba á preocupar á los hombres de estado del continente. La princesa habiendo continua do siendo francesa de corazon aun en Roma mismo, no deseaba otra cosa que servir à su Rey á su país. Porto-Carrero, su protector cerca de la silla apostólica, le hizo obtener la espléndida fortuna que heredó, reconciliándola con su marido; ella le recompensó ganándole para los intereses de la Francia, en la cuestion de sucesion al trono de España, puesto ya sobre tapele aun antes de la muerte del Rey. Este fué su debuto en la diplomacia, como ella se complacia en repetir su comienzo en su profesion « Luis XIV, que queria asentar á su nieto en el trono de Carlos II, dirigiéndose á este fin por Roma, tambien como por Madrid, agradeció infinitamente á la princesa tan preciosa recluta que de hecho, hizo obtener el trono á Felipe V. El ministro Porcy, escribia á la de los Ursinos: « que se veia en la precision de humillar el pabellon ante ella y de constituirse en discípulo suyo. » El rey le acordó la pension que solicitó á causa de sus enormes gastos. Esta pension, por otra parte, distaba mucho de pagar los inmensos servicios que prestaba; pues mientras aguardaba la hora de gobernar á España, era de hecho la embajadora de Francia en Roma, y todas las pensiones secretas que Luis pagaba al Sacro Colegio, de fijo no eran tan merecidas.

Luis XIV queria dotar á España de una reina despues de haberle dado un rey. Habiendo

elegido á la hija del duque de Saboya, debia tratar de buscar otra persona para un cargo casi tan importante como el de reina, esto es el de camarera mayor; sabido es ya el imperio que la duquesa de Versanneor ejercia sobre la infeliz esposa de Cárlos II. Ni un momento se pensó en elegir para aquel puesto de confianza á una española. La princesa de los Ursinos, francesa de nacimiento, y afiliada á esta grandeza española tan esclusivista y desconfiada, parecia nacida espresamente para un cargo tan difícil. Mas tanto cuanto ambicionaba esta alta posicion, menos ella se aventuraba á pedirlo. El arte supremo de una solicitadora de tan buena casa, es hacer de manera que se pensase en ella, sin que apareciera que lo deseaba.

La de los Ursinos, léjos de presentarse como candidato para unļpuesto al cual su nacimiento y sus talentos le daban derecho de pretender, se contentó con reclamar el privilegio de acom pañar á la futura reina hasta Madrid. «Mi designio, escribia à la Sra. de Noailles, su intermediaria habitual, será de vivir allí hasta que así plegue al Rey y despues venir à darle cuenta de mi viaje. Soy viuda de un grande de España, sé el español y soy querida y estimada en esle país; tengo en él muchos amigos, entre los cuales se encuentra el cardenal Porto-Carrero. Juzgado por esto, si algo puedes hacer en esta córte y si es sobrada vanidad ofreceros mis servicios.» Por medio de esta habil táctica y favorablemente dispuesto por otra parte por la princesa de los Ursinos, el Gran Rey, obedeciendo, cuando creia ordenar, concluyó por nombrar á la de los Ursinos camarera mayor.

La princesa no se incorporó con la futura reina hasta Villefranche, cerca de Niza; desde alli se dirigió con ella á España por el mediodia de Francia, en medio de fiestas continuadas. Llegada á la frontera, la reina se separó, no sin pesar, de sus damas piamontesas, y Francia tomó posesion antes que España de esta reina de catorce años, pasablemente prevenida contra ambas naciones. Durante este largo viaje, la princesa tomó asiento al lado de S. M. en la litera real. No era necesario tanto tiempo, para que con todas sus gracias y su deseo de agradar, conquistase el corazon de su futura señora, que antes de comenzar su cargo de reina debia empezar por aprenderlo de su camarista. Pronto veremos los recursos de corazon y de espírilu de esta jóven reina que Luis, al lanzarla sobre una mar lempestuosa, no habia querido dejarla sin piloto. Conocemos la córte de Madrid, la hemos descrito, bajo el reinado de Carlos II, entonces que todo el mundo gobernaba escepto el Rey, empero aun es necesario recordar algunas líneas de la de los Ursinos para que se sepa á que precio de innobles servicios le cra necesario pagar el poder y comprar sirviendo como los de César el dia de reinar á su vez.

del

rey

«En que puesto, Dios mio me habeis colocado, escribia á la duquesa de Noailles; ni tengo tiempo para descansar despues de haber comido, ni de comer cuando tengo hambre y me colsidero muy dichosa si puedo tomar algun bocado. La señora de Maintenon reiria grandemente si supiera todos los detalles de mi cargo; soy yo quien tiene el honor de tomar la bala de España cuando se acuesta y le entrego las zapatillas al levantarse. Todas las noches cuando el Rey entra en el cuarto de la reina para acostarse, el conde de Benavente pone á mi cuidado la espada de S. M., y una lámpara cuyo contenido á menudo vierto sobre mis vestidos; esto es demasiado grotesco. No se levantaria el Rey si no fuese á descorrer las cortinas de la cama y seria un sacrilegio que otra entrase en la cámara de la reina cuando están en el lecho... Aun no poseo la confianza que aquella otorgaba á sus camaristas piamontesas, de lo que estoy admirada, pues le sirvo mejor que ellas y estoy bien segura que no le lavaban los piés con la limpieza que lo hago yo.» (Madama de Noaille, l. 1, p. 172).

La princesa, al llegar á Madrid como una segunda reina en seguimiento de la primera, habia sido alojada en el Palacio Real, en donde se le habian reservado suntuosas habitaciones. En cuanto al tren de su casa puede juzgarse por el pasaje siguiente: «tengo cuatro gentil-hombres, escribia ella desde Francia á madama de Noailles; aquí tomo otro español, y cuando llegaré á Madrid, añadiré dos ó tres que conozcan la córte y sean gente que me hagan honor.

Tengo seis pajes, gente de posicion y en condiciones de ser caballeros de Malta. El jefe de ellos me servia de limosnero; omito el mencionaros una série de oficiales de todas clases; añadid doce criados que llevo y aun los que en España me dispongo á tomar en cuanto me encuentre en la córte. Me hago construir una bellisima carroza, sin oro ni plata, y llevo otra dorada que me servirá para mis paseos fuera de la ciudad y será conducida por seis caballos. Creo necesario ir á Madrid con cierta pompa para hacer el conveniente honor á mi empleo....... No temais por cierto que nada pida al rey; estoi miserable en verdad, pero aun soy mas orgullosa y hago cuestion de honra el no pedir nada y sin embargo haré los gastos proporcionados al rango de mi cargo y que pueda hacer admirar á los españoles la grandeza de su rey...» El siglo y la córte de Luis XIV, ¿no se hallan condenados por entero en estas líneas?

Antes de la llegada de la princesa á Madrid, no era el rey ni la reina los que gobernaban, sino el cardenal de Porto-Carrero, bajo el pretesto de que la monarquía nueva, era creacion suya, haciéndole pagar caro el servicio que le habia prestado. El partido austríaco y sus jefes Oropesa, Melgar, el príncipe Darmstadt, Mendoza, habian sido echados de la córte con la reina viuda, que se encontraba regelada en Toledo, bajo la vigilancia mas severa. Luis XIV, ingerlando á esta vieja monarquía una rama mas viva, hubiese querido rehacer al sud de los Pirineos, un reino verdaderamente español, en que todas las provincias, olvidando las tradiciones del reino y sus instintos de separacion, se fundieran en una gran unidad nacional. Sin embargo para esto, eran necesarias dos cosas; que la Francia renunciara á reinar en Madrid, cosa bien dificil obtener de Luis; y que Castilla renunciase á su aspiracion de supremacia sobre las demás provincias y no quisiera ser por sí sola España entera. Ahora bien, Porto-Carrero era castellano y no queria emplear mas que franceses ó castellanos como él. Así es que el embajador de Francia era admitido en el Despacho en que los mismos grandes de España eran escluidos. El cardenal ministro era pues mas francés que Luis y mas castellano que Isabel y esta actitud del nuevo reinado, contribuyó no poco á echar á Cataluña, Aragon y Valencia en brazos del pretendiente austríaco. Duro y sin piedad Porto-Carrero no habia hecho mas como dice Louville « que quitará á todo el mundo sin dar nada á nadie» La casa del rey con su fasto insensato, era llamada á grandes reformas, que fueron hechas sin discernimiento alguno y con implacable dureza. Las mas poderosas familias arruinadas que se sostenian de estas pompas, habian quedado por decirlo asi casi en la calle; por lo mismo la córte estaba llena de enemigos del cardenal, de la Francia y todos los que la representaban en Madrid.

La princesa de los Ursinos tenia grandes defectos que podemos sintetizar en uno, el deseo de dominar y en cambio tambien grandes cualidades de entendimiento mas bien que de corazon. Lo que llamó su atencion sobre todo á su llegada á Madrid, fué encontrar á los franceses detestados, gracias al cardenal, que con sus ciegas preferencias, por ellos habia sublevado á toda la grandeza. Entre el partido francés de que Porto-Carrero era el alma, y el partido aus tríaco anulado por el momento se habia formado un tercer partido puramente nacional bajo los auspicios del conde de Montellano, el hombre mas distinguido de la córte despues que Oropesa faltaba de ella. La princesa resolvió apoyarse en este partido, sin rehusar á los franceses. «No escribió ella á Versalles, no imitaré al cardenal, no dejándole de mirar apesar de este comomi principal amigo. Procuraré grangearme la amistad de los españoles, y no seguiré los ódios de este prelado.» Y lo mismo que decia cumplió; los pajes franceses al rey, fueron vestidos á la española; Felipe mismo adoptó la golilla, verdadero distintivo del traje nacional, y para decidirle à ella la reina le persuadió de que no le gustaba mas que vestido de aquella manera. Empero digámoslo en honor de Felipe V., por mas resuelto que estuviera á hacerse español, rehusó siempre autorizar con su presencia el horrible uso de los autos de fé. En fin, por una idea que revela en ella un escelente hombre de Estado, insistió cerca de su principal amigo para que los catalanes, aragoneses y valencianos, fuesen llamados à los empleos del pais sin

distincion de orígen. Pero aqui tropezó con prevenciones demasiado arriesgadas para ceder à la voz de la razon ó del interés público. Porto-Carrero, Arias arzobispo de Sevilla, su alter ego resistieron como se resiste en España, no obedeciendo sin rehusar obedecer. La princesa se apercibió bien pronto que el único medio de vencer su oposicion, era alejarlos de los negocios, y des le aquel momento su separacion fué un cosa decidida.

En la córte de Francia, despues de Richelieu, no habia mas que un amo y lacayos; en la de España por el el contrario, los grandes servian y mandaban á là vez. El país estaba dominado, pero la grandeza no lo era aun; y mientras se disputaban los cargos de la real servidumbre, admira ver estos mismos servidores, humildes casi siempre delante de sus amos, erguirse de pronto para hablar de sus derechos. De ello encontraremos mas de un ejemplo duranle el ministerio de la princesa de los Ursinos. Mas su crédito naciente no habia dado tiempo de sembrar la inquietud entre la pujante grar deza que ella aspiraba à dominar. Lo que instaba mas era el establecer su imperio sobre la jóven reina y conducirla de manera que à su vez dominase á su esposo. La reina se imponia como obligacion el asistir al despacho; y no queriéndose encontrar sola con tantos hombres, tuvo que dar entrada en él á la princesa, lo que puos á esta en conocimiento entero de los negocios. Por un momento Maria-Luisa tuvo celos de su camarista, apesar de su edad ya un poco avanzada ( tenia entonces cincuenta y nueve años. Empero dotada de una rara perspicacia cuando no le ofuscaba el entendimiento, la pasion, la reina no tardó en apercibirse que léjos de disminuir el cariño de su esposo por ella, aumentaba, por el contrario, à medida que daba la coincidencia de ver mas amenudo à la de los Ursinos. Así en esta córte extraña en que todos los papeles estaban trocados, el crédito de la camarista sobre su ama se afirmaba al mismo tiempo que el de esta sobre el jóven monarca; y el verdadero rey de España en último análisis, era la princesa de los Ursinos.

Ello llamó la atencion del embajador de Francia, Noailles y escribió á su señora que queria estar al corriente de todo: « Preveo que la reina gobernará á su marido sin que esto pueda impedirse; debe hacerse de manera que le gobierne bien y nadie mas apropósito que la misma princesa; sus progresos son notables. No se pueden emplear otros medios con la reina; pues por poco que se la conozca, se vé bien que quiere ser tratada como niña.»>

En cuanto á Felipe V., su carácter se esplica por su historia. « Menor de una rama primo génita, dice Saint-Simon, era vivo, violento, impetuoso, de un humor negro y de voluntad decidida; Felipe habia sido sin embargo educado en un estado de dependencia, necesario para evitar disenciones en la familia real. Así lo queria la razon de Estado que es la suprema ley.» Para alcanzar mejor este fin, se le habia estremado tanto la obediencia, entre su abuelo y su hermano, que Felipe sc hizo una especie de hábito de obedecer. Luis XIV lo sabia perfectamente, cuando dirigia á su nieto ya casado y con corona pero no emancipado, estas instrucciones tan reclas y dignas, pero que forman con su educacion un estraño contraste. Atended, pero decidid solo. Dios que os ha hecho rey, sabrá concederos las luces necesarias para llenar vues tros deberes. « Y en otra parte: « casado, no os dejeis dominar; es una debilidad y un deshonor á la vez, no se perdona á los particulares y los reyes, colocados á la vista del público, sufren aun más este desprecio, cuando consienten que sus mujeres les supediten. » (Mem. de Noailles, T. II, p. 2 y 76.) « Decididamente añade Saint-Simon, habia sido formado para dejarse dominar. » Y este horóscopo, se cumplió punto por pronto; con cualidades positivas del corazon é inteligencia, Felipe estaba destinado á ser gobernado toda su vida, por su mujer por la princesa de los Ursinos, por el cardenal Alberoni y por todos aquellos en fin, que le trataron muy de cerca para apercibirse y esplotar su debilidad.

(Se continuarà.)

M. ROSSEEUW SAINT-HILAIRE.

De la Academia de ciencias morales y políticas de Paris, y correspondiente de la de la Historia de Madrid,

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