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voluntad de un ser inteligente, se divide en divino y humano, y este último se fracciona en civil y de gentes.

El origen de la propiedad, del cual se ocupó detenidamente Grocio, en el libro titulado: Quid bellum quid jus, lo espone de la siguiente manera: en un principio, dice, todo era comun, pero como semejante comunion no podia ser durable, pactaron los hombres que cada uno comenzara á poscer por sí. Del orígen, pasa á examinar enseguida la adquisicion primitiva y derivativa, y con ellas las teorías de la prescripcion y de la usucapion. Tres dice que son los modos de adquirir un derecho sobre las personas: la generacion, el consentimiento y el delito. Grocio fué á la vez jurisconsulto, teólogo, filósofo é historiador; los que han estudiado sus obras ó leido en acreditadas autoridades la enumeracion de sus méritos, no pueden vacilar en calificarlo de talento superior; así lo juzgaba Leibnitz al escribir á Tomás Burnet, (2) que aquel jurisconsulto era un hombre de capacidad é instruido, apesar de que no fuese, segun su opinion, suficiente filósofo, para discurrir con entera exactitud sobre algunas materias. El mejor timbre que á nuestro entender adquirió Grocio, fué al tratar de la penalidad; adopta, completándola, la hermosa teoría de Platon, que deriva el derecho de penar de la necesidad de espiacion del culpable y del escarmiento de los demás, y considera el castigo principalmente como purificacion moral; añadiendo que la sociedad reporta una gran suma de bienes por la justa aplicacion de las penas. Anticipándose á su siglo, si bien no pide en absoluto la abolicion de la pena de muerte, suplica á los monarcas cristianos que la supriman en muchos casos y la sustituyan por los trabajos en las obras públicas; y en fin, como coronamiento, no puede menos de apreciarse en su real valor, lo que dice acerca de la proporcion de los castigos, y sus consejos de que en cuanto sea posible no se castigue con mucha severidad.

Mientras que jurisconsultos de todas naciones habian mas ó menos sobresalido en la obra regeneradora del derecho, Alemania permanecia muda, apesar del significativo hecho de dedicarse parte de su juventud al asíduo estudio del derecho romano en las celebradas Universidades italianas. No puede negarse que habian ocupado las sillas de las cátedras, profesores distinguidísimos que conocian à fondo la legislacion del Pueblo Rey; pero ninguno le imprimió un sello especial y progresivo que les hiciera dignos de ser colocados al lado de los que hemos hecho particular mencion. Puffendorf apareció en primer lugar si bien su reputacion ha sido muy contestada y hasta juzgado con sobrada severidad. En su tratado del Derecho de la naturaleza y de gentes y en su introduccion à la Historia general y política de Europa, pone en relieve una laboriosidad nunca interrumpida y si bien distinguió netamente y separó el derecho natural, de la teología no hizo mas que fijar lo que lo habia sido ya con anterioridad por el mismo Grocio. Empero Leibnitz al ocuparse de Puffendorf y de sus obras, no puede menos de decir, que en estas no se encuentra una nocion aproximada del derecho natural.

Queda ya hecho en esbozo la rápida enumeracion de las principales doctrinas de los contemporáneos de Leibnitz; mucho se habia adelantado, pero debia aun avanzar sensiblemente el derecho en la parte filosófica en el mismo siglo XVII y esta gloria estaba reservada al eminente teólogo, jurisconsulto y filósofo á quien dedicamos estas lineas.

Dos extremos de su vida comprende principalmente en Leibnitz el estudio de la ciencia del derecho; los primeros pasos de su mocedad y los ócios de su edad avanzada; extremos brillantes que se confunden por decirlo así y que patentizan como los genios se anticipan muchas veces á los años. A los quince entró en la carrera académica y dirigido por el profesor Tomasi se dedicó al estudio de la filosofía y de las matemáticas; no habia aun cumplido los veinte, cuando solicitando dispensa de edad, se presentó ante la Universidad de Leipzig, para obtener la

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borla de doctor en leyes; rechazadas sus pretensiones, obtuvo completa reparacion del claustro de Altorf, que no solo le concedió el grado por el indisputable mérito que contrajo en el desarrollo de la tesis que llevaba el epígrafe de Casibus perplexis in jure, sino que le ofreció el título de catedrático supernumerario de aquella facultad. No aceptó sin embargo, prefiriendo dirigirse á Nuremberg, donde se hallaban reunidos en animadas discusiones, una sociedad de químicos y otras varias eminencias científicas, haciendo tentativas en busca de la piedra filosofal, verdadera preocupacion de aquel siglo y otros anteriores. Un solo deseo germinaba en la juvenil mente de Leibnitz; ser admitido en el seno de aquella asociacion; así es que escribió solicitando ser uno de sus indivíduos y tuvo su carta tan feliz éxito, que se accedió por unanimidad á su demanda, logrando al poco tiempo ser nombrado secretario (1). Afortunadamente para las ciencias y especialmente para la del derecho, trabó en aquel entonces conocimiento en Nuremberg, con el baron de Boineburgo, canciller del elector de Maguncia, Juan Felipe Schonborn; hombre aquel, que apreciaba sinceramente las ciencias y las letras, el cual admirado del raro mérito de Leibnitz, le instó para que estudiara particularmente la historia y la jurisprudencia, manifestando al mismo tiempo vivos deseos de que fijase su domicilio en Francfort, y prometiéndole que le conseguiria un empleo en la corte de su soberano. Siguió Leibnitz sus consejos y en esta época (1667) dió principio á su carrera científica con la publicacion de un método para aprender y enseñar la jurisprudencia, que fue seguido un año despues de un plan de codificacion del derecho romano; mas adelante tendremos ocasion de ocuparnos de estos notables ensayos.

Al mismo tiempo entregábase al estudio de la metafísica, geometría, matemáticas y mecánica; empero no nos hemos trazado la tarea, por grata que ella fuera, de hablar circunstanciadamente de los trabajos del hombre eminente de que nos ocupamos y que nos alejarian de la idea que ha inspirado este artículo; (2) solo detenemos la pluma algun tanto, ante los hechos culminantes de la vida de Leibnitz, que pueden contribuir á conocerle, caracterizándole. Una de las prendas que mas distinguieron á este filósofo jurisconsulto, fue la lealtad y profundo agradecimiento que siempre conservó hácia sus encumbrados protectores y á cuyo servicio consagró mas de una vez su talento. El baron de Boineburgo le instó á que compusiera un opúsculo en favor del príncipe de Neuburgo que solicitaba el trono vacante de Polonia; el príncipe no fue electo rey, pero la obra hizo gran sensacion en Alemania, siendo entonces nombrado consejero de la Cámara de revision de la Chancilleria. Apesar de las materiales ocupaciones de este destino, continuó sin descanso en el estudio de las ciencias exactas, y en particular de las matemáticas. Al ejemplo de los ilustres filósofos griegos y romanos, encontramos en Leibnitz, una verdadera sed de viajes, ávido siempre de ensanchar la esfera de sus conocimientos. Deseaba visitar sobre todo Paris y ponerse en comunicacion con las inteligencias de aquella ciudad y falto de recursos propios le facilitó la ejecucion de su deseo, su constante protector proponiéndole que acompañara á su hijo. Llegado que hubo à la capital de Francia, pronto estuvo en contacto con las eminencias de la misma, siendo al poco tiempo admitido en la Academia de Ciencias, llegando esta asociacion á significarle que le tendria en clase de pensionado, si queria observar la religion Católica, no lamentemos que orgullosamente rechazara á tal precio aquella pension; lameniemos sí, que al renunciarla, no se hubiese declarado al Catolicismo. Habiendo fallecido su bien hechor Boineburgo en 1673 y no dele

(1) Dicen algunos de sus biógrafos que con el fin de ser admitido, compuso precipitadamente la carta, copiando las frases mas oscuras que halló en las obras cabalisticas de los alquimistas mas célebres. El mismo Leibnitz no la enlendia, ¡pero que importa si tuvo éxito!

(2) Las obras de Leibnitz, tanto de Historia, como de Política, Jurisprudencia, Economía, Teología, Filosofía, Filosofía-pura, Polémica filosófica, Física, Mecánica, Medicina, Fisiología, Filología y su Correspondencia; han sido publicadas segun los documentos originales acompañados de notas y de una introduccion por el Conde de Careil.-Paris, 1859.

niéndole ya nada en Paris satisfizo su deseo de pasar á Inglaterra, donde fue acogido con marcadas muestras de distincion; inmediatamente se relacionó con Boyle, de Oldembourg y otros hombres célebres que disputaban á la Francia la palma en varias ciencias. Cual si le acompañara la fatalidad, allí supo la muerte de su otro protector el Elector de Maguncia y como este acontecimiento variaba su manera de existir, decidióse à escribir al duque de Brunswick, para hacerle presente la situacion crítica en que se hallaba. Este príncipe, que siempre le habia manifestado particular aprecio, acogió con placer el poder atraerle á sí y le ofreció el empleo de consejero, asegurándole por el momento una pension, y dejándole en libertad para permanecer mas tiempo en el extranjero; visitó otra vez à Paris donde residió quince meses, trasladándose luego al lado de su nuevo protector. No tenia aun veinte y ocho años y ya habia adquirido la general y merecida fama á que le hizo acreedor en su siglo la universalidad de su saber. Poco tiempo despues de su instalacion en Hannover, dió a luz Leibnitz su tratado acerca del derecho de soberania y de embajada, y emprendió inmediatamente la publicacion del acta eruditorum. Fallecido el duque de Brunswick en 1679, su sucesor continuó teniéndole en grande estima y le confirió el encargo de escribir la historia de su casa; y Leibnitz queriendo corresponder dignamente á este honroso encargo, recorrió durante tres años Alemania é Italia, haciendo toda clase de investigaciones. A su vuelta utilizó el gran acopio de materiales recogidos para dedicarse al estudio del derecho natural y público; al propio tiempo que en su ensayo titulado Protegœa exponia ideas sumamente originales sobre la ciencia geológica y que no sin provechosa curiosidad pueden leer los que á ella se dediquen y que nosotros solo indicamos, para dar una nueva muestra de las distintas fases con que aparecia el talento de Leibnitz. En 1692 intervino este, en la célebre negociacion para la reunion de protestantes y católicos y sus correspondencias con Pellison y el ilustre prelado de Meaux, Bossuet; especialmente con este último, son una patente muestra de sus grandes conocimientos teológicos y al mismo tiempo de una acrisolada buena fe, que no han podido menos de reconocerle hasta sus contendientes. Verdadero ecléctico, tenia excelentes condiciones para el éxito de aquella negociacion; todo podia esperarse del que se complacia en repetir que cada uno debe hacer por su parte el mayor esfuerzo posible sin herir la conciencia y ofender á Dios, para tener con los demás verdadera condescendencia. Desgraciadamente no se logró el resultado apetecido, y la reunion de Iglesias que ocupó tan grandes hombres en el siglo xvi, que ha sido el escándalo de algunos filósofos y provocado la sonrisa de los escépticos del xv, ha quedado sumido en el mayor olvido y total indiferencia. Un hombre ilustre, el vizconde de Chateaubriand, con elocuentes frases recuerda en sus Memorias póstumas (1) la visita que hizo al pontifice Leon XII; lamentaba el autor del Genio del Cristianismo el que se hubieran interrumpido los esfuerzos para volver á una unidad de Comunion y en que tan brillante parte tuvieron Bossuet y Leibnitz, y diz que el venerable anciano contestó: «si en efecto lo que decís es grande, magnífico, pero debo aguardar el momento fijado por la Providencia.» Esperemos pues en el porvenir. Empero no se crea que aquellas negociaciones fueron infrucutuosas, afirmarlo así, es un grave error y si la reunion no prosperó, en cambio fueron de suma imporlancia los resultados obtenidos. Y no hacemos alusion al proselitismo ardiente que arrancaba diez y siete príncipes á la reforma, sino á la confirmacion misma de una ley moral puesta en relieve por el propio Leibnitz; esto es que cuanto mas difícil y elevada es la resolucion de un problema, mas fecundos son los ensayos de la solucion que se desea; así segun el ejemplo puesto por él mismo, las pesquisas en busca de las tres quimeras (tria magna inania), la piedra

(1) Mémories D'Outre-Tombe; tome cinquieme, pag. 50.-Paris.-Legrand-Troisell, éditeurs.

TOMO II NÚM. III.

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filosofal, el movimiento continuo y la cuadratura del circulo han contribuido en gran manera al enrriquecimiento de la ciencia.

Segun hemos manifestado, era Leibnitz sócio de la Academia de ciencias de Paris; en segunda estancia en Inglaterra en 1674, fué nombrado indivíduo de la sociedad real de Londres. Habiendo podido apreciar el eminente filósofo las ventajas que reportan las ciencias, de esta mancomunidad de inteligencias y concentracion de esfuerzos, concibió el proyecto de fundar una Academia en Berlin, y en 1700, obtenia por su valiosa influencia, el asentimiento del Elector de Brandeburgo, que un año despues debia tomar el título de primer rey de Prusia. Fué nombrado por este presidente de la nueva sociedad, con las atribuciones mas ilimitadas; es decir sin sujetarle á residencia, ni á que abandonara el servicio del Elector de Brunswick; y el título en que aquella calidad se le espidió, dícese ser uno de los mas honoríficos que hayan podido conferirse à un sabio; añadamos que honrando un soberano el mérito, honra altamente su persona y el esplendor de su trono. Al recorrer la vida de Leibnitz, al hallar en toda ella, constantes huellas del apoyo decidido que le prestaron varios jefes de estado, proteccion que parece como si se la legasen unos á otros á su fallecimiento; no puede menos de venirnos á la memoria un doloroso contraste; la humillacion y abandono que en el siglo anterior al de aquel filósofo sufria en nuestra patria el insigne Cervantes Saavedra, cuya muerte pasó tan desapercibida á sus coetáneos, que aun hoy dia es tema de discusion el lugar donde se hallan sepultadas sus cenizas (1). Fijó la residencia en Hannover Leibnitz los últimos años de su vida, despues de haber recibido grandes muestras de aprecio por parte del emperador de Austria Carlos VI, que le asignó la pension de dos mil florines, y del de Rusia Pedro 1, y allí continuó entregándose sin descanso al trabajo; su mejor elogio puede sintetizarse en pocas palabras; es tudió siempre y murió viejo.

Setenta años tenia cuando falleció Leibnitz, dejando á la posteridad un verdadero tesoro para las ciencias; en sus trabajos tan variados como ricos, aunque no exentos de errores, encontramos como fin primario el bien de sus semejantes. Desde sus primeros estudios se nota en él un espíritu verdaderamente armonizador; así empleaba sus primeras vigilias en conciliar á Aristóteles y Platon, como mas tarde debia afanarse en querer poner acordes á Lutero y à Bossuet. Generalmente se nota en el estilo con que estaban escritas sus obras, una noble sencillez, distintivo de los grandes escritores de su época, despojada en un todo de adornos; escribió casi siempre en latin y francés, dejando completamente relegado el aleman. Indudablemente la correspondencia literaria mas sensible de nuestra época, ofreceria mayor brillo y elegancia que la de aquel hombre célebre, pero en revancha, no hay una de sus cartas que no encierre el gérmen, la expresion ó el fomento de una idea grande ó útil; las mas estensas ofrecen ordina riamente en resúmen una especie de estado enciclopédico del estado de las ciencias y de los trabajos que las imponian una marcha progresiva. Nadie ha podido despojar á Leibnitz de una cualidad que desearíamos encontrar mas difundida ; esto es, la urbanidad y cortesía de que hace continuada gala con sus contendientes en su numerosa correspondencia; y bien puede afirmarse que ninguna prevencion de nacionalidad preocupaba aquel genio, cuya imparcialidad le hacia juzgar las cuestiones desde un punto de vista elevado. Para concluir este sumarísimo bosquejo biográfico, dirémos dos palabras sobre su físico: si algunas veces es cierto que el rostro es el reflejo del alma, la apacibilidad y distincion de las facciones de Leibnitz, debia revelar nobilísimos sentimientos, y si á esto se añade su genio festivo y conversacion tan fácil como instructiva, no hemos de admirarnos que su compañía fuese ávidamente deseada en los raros momentos de ocio que se permitia ó que le dejaban sus múltiples cargos y ocupacio

(1) El mausoleo de Leibnitz, construido en forma de templo, se halla á la estremidad de la calle Mayor de Hanover, con esta sencilla inscripcion: OSSA LEIBNITZ; su solo nombre lleva consigo el mas glorioso epitafio.

nes. Las principales obras de Leibnitz para la historia son las siguientes: Scriptores rerum Brunsvicensium, tres tomos en fólio, Hannover, 1711. Codex juris gentium diplomáticus, idem 1693, dos tomos en folio. De jure suprematus ac legationis principum Germaniæ, 1687 en 12.° De origine francorum, id. 1715 en 8.o. Para la filosofía. Ensayo de Teodicea, Amsterdam, 1716 y 1731, Meditaciones de cognitione, veritati et ideis, 1684. De primo philosophia emendatione, 1691, Principia philosófica, de arte combinatoria. Para las matemáticas y físicas, Theoria motus abstracti et motus concreti, contra Descartes. Reglas del cálculo diferencial en los Acta eruditorum, Leipzig, 1684. Protogea ó Teoria de la formacion de la tierra, etc., etc.

Para reseñar y analizar con alguna detencion las doctrinas de Leibnitz, acerca del derecho en las diferentes fases que le consideró, se necesitaria, no este reducido y desaliñado artículo, sino un verdadero libro, escrito por una eminencia científica. Empero, hemos contraido el compromiso de dar á conocer aunque sumariamente, al filósofo jurisconsulto del renacimiento que tan distinguido lugar ocupa en la historia de la filosofía del derecho.

Al examinar las obras juridicas de Leibnitz, le encontramos sucesivamente estudiando y fijando el origen filosófico del derecho, tratando varias cuestiones de derecho público ó de gentes, trazando un método para estudiar y enseñar la jurisprudencia, haciendo en bosquejo un plan de codificacion y juzgando finalmente de una manera acertadísima la originalidad y carácter del derecho romano.

Veamos el lugar que la crítica histórica señala á Leibnitz, en la obra regeneradora de la filosofia. Ahrens en su Curso de derecho natural ó de la filosofía del derecho establece con notable órden las siguientes cuatro épocas para la historia del derecho natural, despues de la restauracion filosófica y la reforma religiosa. La primera comprende, por un lado, los ensayos tentados por los precursores de Grotius, durante el siglo xvi, y por otro, las doctrinas que constituyen la aplicacion de práctica de las nuevas ideas nacidas de la reforma, en la lucha de la libertad religiosa y política, contra el absolutismo en Escocia, Inglaterra y Francia. La segunda, inaugurada por el verdadero restaurador del derecho natural, Hugo Grotius (15831645) seguida por Puffendorf. La tercera, que comienza por las doctrinas de Leibnitz, desenvueltas mas tarde por Wolff y la de Tomasius, y finalmente la cuarta, iniciada por la doctrina individualista de Kant (1).

Ahora bien así como los filósofos de la primera época, consideran el derecho natural en consorcio íntimo con los dogmas y preceptos de la religion cristiana, y fundada en un todo en la ciencia teológica; y los de la escuela de Hugo Grotius, separan ya la ciencia del derecho de la teologia; Leibnitz establece su sistema de armonía universal, en el que todo se refiere al principio supremo, dando así á las investigaciones sobre el derecho una direccion superior, separando la ciencia filosófica de las hipotésis del estado de naturaleza, y enlazando el principio del derecho con el primer principio de las cosas; Dios como origen de toda justicia. «Deum ́esse omnis naturalis juris auctorem verissimum, at non voluntate sed ipsa essentia sua, qua ratione etiam auctor es veritatis» y añade: «Notio certe justi non minus quam veri ac boni ad Deum pertinet, imno ad Deum magis, tanquam mensuram cæterorum.» (2)

El derecho segun Leibnitz no abraza solamente las relaciones esternas de los hombres; sino que se extiende tan léjos como la razon y las comunicaciones racionales de los hombres con los demás seres. Los espíritus dotados de razon, forman con Dios una ciudad divina (civitatem Dei,) en la cual el reino de la naturaleza está en armonia con el reino de la gracia. La justicia es el principio recto (rectrix) de la humanidad, y que se denominaria mejor caritatem. Empero el derecho se manifiesta en tres grados distintos; primero, el derecho estricto (jus strictum) comprendiendo la justicia commutativa, y reasumiéndose en el sabido principio de dere

(1) Cours de droit naturelle.--Leipzig, 1868; pág. 17, 18, 19 y 20: tome premier. (2) Observationes de principio juris pág. 273, t. 4 edic. Dutens, 3. part.

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