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(cap. X). Ambas frases se compadecen bastante con las definiciones de zurriar y zurrir, sonar ó resonar bronca y desapaciblemente alguna cosa.

ZOTE. c. Ignorante, lerdo.

ZUCRERIA. d. Confiteria: se halla excluida de la última edicion de la Academia, sin la justa causa conque se ha omitido zuderia, que estaba en la penúltima indudablemente por error tipográfico.

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ZUNCIR. n. Fruncir, plegar ó recoger el borde de cualquiera tela.

ZURIZA. n. Persona chismosa y mal intencionada que indispone à unos con otros: tiene tambien, pero un poco ampliada, la significacion de la Academia.

ZURO. d. Corcho.

ZURRACO. d. Bolson de dinero, y en general dinero muy escondido.

APÉNDICE.

INTRODUCCION.

PÁGINA 6.

El autor del famoso DIÁLOGO DE LAS LENGUAS, obra escrita en el siglo de oro, y publicada en el XVIII por Mayans, con sus Origenes y otras piezas literarias, se supone ser el protestante Juan de Valdes.

IBIDEM.

Citando el erudito arabista Sr. Gayangos al morisco aragonés Mohamad Rabadan, natural de Rueda de Jalon y autor de un poema aljamiado en honor del anavi Muhamad, el cual se incluye por primera vez en los apéndices à la Historia de la litera tura española del sabio anglo-americano Ticknor, dice de su cuenta que «en Aragon, sobre todo, donde por causas locales comenzó antes la amalgama y fusion de las dos lenguas, (española y árabe) hubo pueblos en que se hablaba y escribia una jerga casi ininteligible para los no versados en la lengua aràbiga."

PÁGINA 27.

Solamente hablando con impropiedad, aunque impropiedad à veces inevitable, se puede considerar á la aragonesa como tal lengua ó idioma por mas que un autor moderno diga que chasta la misma Andalucia y el Aragon no se han emancipado aun completamente de sus primitivos idiomas," y por mas que en la comedia Tesorina de Jaime Huete se diga «pero, si por ser su natural lengua aragonesa, no fuese por muy cendrados términos, cuanto a esto merece perdon." Otra cosa es que en los autores aragoneses se note tal cual locucion ó modismo provincial, como los notó en Zurita, aunque en él son rarísimos, el crítico Sepúlveda, ó como se vislumbran en Avellaneda, en quien á poste

riori han podido advertirse desde que Cervantes, que debió de conocerle, lo declaró aragonés en varios pasajes del Quijote.

Sobre el finjido Avellaneda, cuyo lenguage se ha examinado muy poco, nos permitiremos una ligera digresion por lo que tie ne de interesante á nuestro objeto.

Cervantes publicó en 1605, y despues en 1603, las cuatro partes de D. Quijote, que despues él quiso que se llamaran una sola y primera parte, à la cual dió cima con el encantamiento del héroe manchego, el cual, razonablemante maltratado por el cabrero y los disciplinantes, fue restituido con aquella industria á su aldea, en donde el autor le dejó tan finado, como que habló de lo poco que la tradicion conservaba acerca de sus posteriores aventuras en Zaragoza y concluyó con los versos que à su muerte se escribieron, pero dejando, no obstante, al lector con esperanza de la tercera salida de D. Quijote. Al cabo de algunos años, y cuando ya Cervantes tenia adelantada su inmortal novela hasta el capítulo LIX, que es en donde empieza á ocuparse de Avellaneda, publicó este en Tarragona el año 1644 una continuacion que Lesage tradujo al cabo de un siglo, en 1704, y que despues se ha reimpreso en 1732, en 1805 y por Rivadencira en nuestros dias, habiendo merecido à todos en general fuertes dicterios, pero habiendo sido calificada por Montiano como superior à la del mismo Cervantes Saavedra.

Bueno es que este contestára, en el suyo delicadísimo, al torpe prólogo de Avellaneda; bueno es que continuara su Quijote con la decencia y el donaire que tantas veces hubieron de falfar á su competidor; bueno es que pusiera la inimitable segunda parte suya muy por encima (que lo está mucho en efecto), de la del atrevido ingenio tordesillesco; bueno es que le hiciera Jas repetidas y chispeantes alusiones que se leen en varios lugares, que le motejara por haber abandonado como ingrata á Dulcinea del Toboso, que le deseara quemado y hecho polvos por impertinente, y aun que trajera hacia el fin de la historia à D. Alonso Tarfe, grandísimo amigo del otro D. Quijote, para que se sacará testimonio por ante un alcalde y un escribano soDre la autenticidad del verdadero hidalgo de la Mancha; pero no anduvo tan cuerdo el gran Cervantes en aquel juego de pelotear los diablos ante Altisidora con el libro de Avellaneda, ni eu inquictarse porque este llamara á Sancho comilon, ni en privar à Zaragoza del honor que en recibir á D. Quijote le habia dado ya la tradicion (en el último capítulo de la primera parte); ni ea tener por cosas dignas de reprehension... que el lenguaje es

aragonés, porque tal vez escribe sin articulos... y que yerra y se desvia de la verdad en lo mas principal de la historia, porque aqui dice que la muger de S. Panza mi escudero se llama Mari-Gutierrez, y no se llama tal sino Teresa Panza (cap. 59).

Dejando esto último como menos importante, si bien prueba una vez mas la distraccion con que Cervantes escribia, cuando no recordó aquellas sus palabras del cap. VII, aunque lloviese diez reinos sobre la tierra, ninguno asentaria bien sobre la cabeza de Mari-Gutierrez; vengamos a lo del lenguage aragonés.

aun

Que el autor tuviera esa patria no es para nosotros dudoso desde que Cervantes, que le habria muy bien conocido, nos lo aseguró varias veces, ya no con aire de sospecha, sino con toda la resolucion de quien hablaba sobre seguro que el tal aragonés fuera inquisidor está punto menos que resuelto, si, como creemes, se ha interpretado bien una frase de Cervantes que fuera ademas religioso de la órden de Predicadores se tiene hoy por muy probable, aunque mas lo dudara Clemencin, fundado en los cuadros y expresiones lúbricas é indecentes del segundo D. Quijote, pero desconociendo la mayor procacidad con que, respecto a nuestros tiempos, en aquellos dorados se escribia: que fuera, en fin, el inquisidor general fr. Luis le Aliaga, ó el do minico Joaquin Blanco de Paz con quien se enemistó Cervantes en Argel, o un autor de comedias criticadas en la primera parte del Quijote, como afirma resueltamente D. Vicente de los Rios, es una cuestion literaria que permanece todavia sub judice, que en favor de la primera opinion ha aducido tan buenas conjeturas el laborioso y perspicaz escritor D. Cayetano Rosell, que casi hay que rendirse à su opinion, no porque el episodio de los Felices amantes revele un tan gran conocimiento de los conventos de religiosas que no lo pudiera tener quien no los hubiera menudamente visitado, sino por las analogias de estilo entre el Quijote de Avellaneda y la Venganza de la lengua española de Aliaga, y por la coincidencia de haber denostado á Aliaga el Conde de Villamediana en una décima satírica, con el nombre de Sancho Panza, mientras se designaba con el mismo. á Avellaneda en un vejámen de Zaragoza; no siendo por otra parte muy descaminada, aunque desde luego gratuita, la sospecha que ha expuesto Rossell de que, conocido Aliaga en la corte con el nombre de Sancho Panza, tomara Cervantes ese apodo para popularizarlo en su simple escudero, de que resultara la venganza literaria del supuesto Avellaneda.

Para nosotros es todo ello indiferente sino la patria de este

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