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-Del infante y del Justicia mayor del rey: ambos están enamorados de mi nieta y ambos se reunirán aquí. -Pero y tú crees que Estúñiga..?

-Vuelvo a repetirte, que creo en todo lo probable. Es necesario además indisponer al infante con la reina, y dẹ este modo la bella Leonor Lopez podrá intrigar tambien y elevar á Don Alvaro de Luna.

-Ya sabes que el puesto que ha tiempo pretende el de Luna, lo destina la reina para un trovador.

-Para ese gallego..?

-Justamente; para Rodriguez del Padron.

No obstante; Leonór dispone del corazon de la reina; y en todo caso, Garcés tiene una mano muy segura además de un puñal bien afilado, y no tendria inconveniente alguno en darle el golpe de gracia.

Callemos, callemos, que estamos armando una conspiracion, y como dice el refran, hasta las paredes oyen. Las dos viejas salieron del dormitorio despues de cubrir al infante con las mantas del miserable lecho..

El infante á fuerza de tantos meneos salió á los pocos instantes de su letargo y llamaba á Inés con ansiedad.

El cuarto de la sangre habia quedado á oscuras. El Justicia mayor del rey entró en él y dirigiéndose al lecho del paciente:

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-Hola, don Fernando!-le dijo con sarcasmo.
El infante calló porque á nadie veią.

Estúñiga entonces le asió por la muñeca y añadió en seguida:

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-No conoceis por el tacto la callosa mano del Justicia mayor del rey? Methat the ih og

Ab! sois vos, don Diego Lopez de Estúñiga ? Yo, que vengo á declararme vuestro enemigo. -Mi enemigo!-esclamó el infante.

Vuestro enemigo, sí.

-Y qué motivos teneis..?

-Recordais bien el testamento de don Enrique III?

-Lo recuerdo.

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-Y no os acordais de haber infringido "alguna de sus últimas voluntades?!

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No.

-Es decir que creeis haber obrado rectamente?

-Como me ha dictado mi conciencia.

Segun eso, ni Juan de Velasco, Camarero mayor del

rey, ni yo, Justicia mayor del mismo, debemos estar quejosos de vuestro proceder?

-Ninguno de los dos.

-Y os atreveis...?

El infante don Fernando tenia un corazon de mármol, y una complexion de hierro. Las amenazas del Estúñiga no le atemorizaban por lo tanto, á pesar de hallarse enfermo y en una casa para él desconocida.

-Me atrevo, sí;-le contestó impasible :-me atrevo á llamaros traidores á ambos, porque no solo no os habeis contentado con insultarme, desairándome mil veces, desde que la guarda y tenencia del rey pasaron á doña Catalina, sino que ahora mismo manteneis à vuestras órdenes una compañia de rebeldes, que se volverán contra vos tan pronto como otro les ofrezca mas salario.

–Y bien, qué me quereis decir con eso?

-Que el infante de Aragon no teme á los traidores,

porque tiene á su mando doscientas lanzas, y mientras estas no le falten, sabrá castigar con mano fuerte á todos los vasallos rebeldes á su rey.:

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-Admito vuestro reto; y nunca olvideis que os persigo á muerte.

-No olvideís vos tampoco que ni he temido ni temeré jamás á un don Diego Lopez de Estúñiga, ni á un don Juan de Velasco.

No se oyeron mas palabras. El Justicia mayor del rey salió del dormitorio, y el infante don Fernando murmuró estas frases: ut ad

-Si me habrán tendido una celada y estaré preso en este momento? Pero no; la vieja... y luego Inés... no, no: si Inés no me ama, me ha mirado con cariño.

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CAPITULO XIV:

De cómo una cortesana-se enamoró del de Luna, y de cómo la fortuna-hizo noble á una villana.

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La noche estaba serena y la luna iluminaba la tierra con su pálida claridad; Segovia yacia en el silencio mas profundo. Unicamente el tierno adios de los amantes que se separan, el áspero crujir de una ventana que se cieró el chocar de dos aceros, que se cruzan, interrumpian de cuando en cuando aquel silencio. Nunca los indómitos segovianos del siglo XV habian contemplado el manto del cielo tan hermoso y tan profundamente recamado de estrellas, ni nunca tampoco habian visto á la luna tan esplendorosa, é iluminando con sus plateados rayos las almenas del alcázar.

En una esquina de la calle del Milagro, situada en el Azoquejo, habia tres hombres embozados, uno de ellos á

caballo y los otros dos á pié; todos tres parecia que aguardaban con impaciencia alguna persona, segun los votos y juramentos que salian de sus lábios; el uno de los dos de á pié mascaba con coraje el embozó de su balandran, y dejaba descubierto casi todo su rostro, que nada tenia de notable sino una marcada espresion de lujuria en sus miradas si el lector recuerda que el teniente de la cuadrilla de apaleadores se llamaba Perogordo, nos ahorraremos ahora de repetir el nombre de este embozado. Su compañero de á pié, que por su estatura gigantesca y lo fornido de sus miembros se está delatando á todo el que le ha visto una sola vez, por mas que trate de encubrir su fealdad entre los pliegues de su tabardo, es Rivote; el individuo de la cuadrilla que notició á Estúñiga y Velasco la paliza del infante. Si el lector se acuerda asimismo de los largos bigotazos con que el vigía de los Portales de las Linternas daba á su rostro una espresion de ferocidad indescriptible, no necesitaremos decirle que el embozado de á caballo es el valiente Ferrant. Todos tres debian esperar con impaciencia, pues todos tres seguian jurando como herejes.

-Rabo de Satanás! que esto es insufrible; esclamó uno de los de á piét

TA

-No os agiteis tanto, señor Perogordo.

1

201

Que no me agite, dices? Como tú estás á caballo y no

tienes los piés sobre estas heladas losas...

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20 Pero en cambio no voy á poder sentarme en quince dias si continuo una hora mas en esta posicionais d' 19 Aun te quejas?-replicó Rivote.-Si estuvieras como yo fatigado de andar cinco leguas en menos de cuatro horas./.

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