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-La libertad.

-Esas cartas son de amores.

-Y vale menos, por ventura, vuestra libertad que mis amores?

-Ay! señor Condestable, y en cuán poco estimais vuestra cabeza!

Don Alvaro de Luna tembló.

-Segun eso, me amenazais?-añadió despues.

-Os amenazo, sí;-contestó doña Juana llena de desesperacion, y decidida al parecer, á aclarar la violenta situacion en que estaba colocada:-os amenazo, porque estoy sedienta de venganza, y no veré cumplidos mis deseos hasta tanto que vea rodar vuestra cabeza separada de su tronco. Y la veré, señor Condestable de Castilla; la veré rodando á mis piés ensangrentada, ó dejo de ser doña Juana de Albornoz. Me habeis comprendido, señor Condestable? Me habeis comprendido lo que quiero daros á entender.con mis palabras? Pues bien: esas cartas que existen en mi poder, son las que tienen que perderos; y no me desprenderé de ellas aun cuando me deis la libertad; no os las entregaré nunca aunque me amenaceis con la muerte...

-Con la muerte os amenazo, doña Juana;, y contad.con que me hallo dispuesto á asesinaros, si no me entregais las cartas que os pido en este instante.

-Miradlas aquí, señor Condestable ;-esclamó la resueleta dama sacando tres pergaminos doblados en forma de carta, de uno de los bolsillos de su falda.

Aquí las teneis, señor Condestable; pero prefiero morir antes que entregároslas.

-Pues me las dareis ;-eselamé den Alvaro de Luna ar

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rojándose sobre la dama, decidido á arrancarle los pergaminos.

—Alto ahí, señor Condestable de Castilla!-dijo en el mismo instante una voz robusta y hueca, llenando el calabozo con sus atronadores ecos.

Don Alvaro de Luna volvió la cabeza hácia el sitio de donde salia aquella voz, y vió que erà un hombre envuelto en un cumplido capúz y cubierto el rostro con un antifaz de color oscuro, que penetraba en el calabozo por una puerta secreta practicada en uno de los rincones.

Su vista se nubló, y como si el influjo magnético de aquella voz le hubiese convertido en piedra, se quedó inmóvil como una estátua sin soltar á doña Juana.

Soltad á esa mujer!-esclamó de nuevo el aparecido. El Condestable obedeció, confuso y aterrado. -Os parece noble, y digno de un pecho guerrero, lo que en este instante estais haciendo con esa dama?

El Condestable no contestó.

Os parece digno,-continuó el del capúz,-que un hombre de vuestra clase, luche con una débil mujer encerrada en un calabozo? Quieto, quieto, señor Condestable; no os movais de ese sitio, si antes de tiempo no quereis que lleve á cabo su, venganza el que ha jurado cortaros la cabeza.

Don Alvaro de Luna temblaba, y retirándose poco á poco parecia como que trataba de huir del calabozo; pero al cir las palabras del aparecido, volvió á quedarse inmóvil como al principio.

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-Venid, doña Juana;-dijo entonces el del capúz ofre bciendo su mano á la esposa del Contador, que llena de asomro no apartaba los ojos, del incógnilo personaje.Venid y

escapad dé esta estancia miserable, donde la astucia de un infame cortesano ha logrado introduciros.

Doña Juana obedeció, y el del capúz la dijo por lo bajo: kauhan and

-Torced á la izquierda y dejad la galería. Nada temais.

Don Alvaro de Luna habia echado mano al puño de su daga, como si un pensamiento siniestro hubiese cruzado por su mente.

-Quieto, quieto, señor Condestable;-murmuró el del capúz notando el movimiento.-Quieto y no os altereis.

Don Alvaro de Luna apartó la mano del puño de su daga, y fijó sus ojos en el hombre del capúz.

-Me conoceis, sí;-repuso este:-me conoceis y no ha mucho tiempo que habeis hablado conmigo. Mi voz está alterada, y esa quizá es la causa de que no hayais adivinado quién es el que os dirije la palabra.

-Que os conozco?-dijo á media voz el Condestable.
—Sí, me conoceis, y me habeis dado pruebas de confian-

za en varias ocasiones."

-Si no os esplicais...-volvió á murmurar el favorito con recelo.

-No hace falta, señor Condestable de Castilla.

Mediaron unos cortos instantes de silencio y el encubierto continuó despues:

-Si yo os dijese quien soy, temblaríais.

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—Sí, porque habeis sido criminal y la justicia de Dios castiga por mano de los hombres.

-No os comprendo...

-Ya me comprendereis, señor Condestable; por hoy os

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