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que el ginete, cubierto de polvo y de sudor; pretende entrar en la plaza, y alzándose la visera esclama: «No me conoceis, soy Nuño Diaz, que traigoos nuevas grandes;» acto contínuo bájase el puente, entra en la villa, y momentos despues el gobernador, reuniendo en la plaza á todos los gijoneses, les comunica la fausta nueva de la subida al trono de Castilla, del conde de Gijon y Trastamara.

Recíbese esta con general entusiasmo, é inmediatamente la corona real reemplaza en los estandartes à la condal, que hasta aquí tremolara altiva, y el presonero desde un balcon del alcázar, esclama por tres veces: Gijon, Gijon, Gijon, por D. Enrique II, rey de Castilla y de Leon. Desde entonces por espacio de algunos dias, todo son fiestas y regocijos, sin descuidar por eso la guarda de la importante plaza, que miran siempre con ojos codiciosos, los del contrario bando.

No se terminó con el trágico suceso de Montiel, la guerra civil en Asturias; la muerte violenta del rey D. Pedro, irritó mas los ánimos de sus leales partidarios; entonces la nunca bastante ena1tecida, acrisolada fidelidad de los señores de Valdés, sus confederados, y otros muchos nobles, continúan la guerra con mayor furor; no con menos teson defienden sus contrarios al nuevo rey D. Enrique. El parentesco mas estrecho, la amistad intima, todo, todo se posterga; ante la recrudescencia de la pasion de partido, reina la confusion, el estrago. Unos y otros reunen á sus parciales, y marchan sobre Oviedo, con ánimo de apoderarse de la capital de Asturias: á vista de esta ciudad hubiera tenido lugar una sangrienta batalla, si un destello de paz y concordia, no hubiera surgido á la vez de entrambos bandos, acordando que su gobierno y el de las torres, se diesen en tenencia á Gonzalo Bernaldo de Quirós, noble neutral, que prestó homenage y juramento de no entregarla sino al que resultara rey aclamado por los nobles, villas y ciudades de voto en córtes. (1)

(1) Carballo, Antigüedades de Asturias.-Menendez Valdés, Avisos histórico-políticos.

Llegaron estas nuevas á oidos del rey, que inmediatamente despachó á Oviedo á Pedro Suarez de Quiñones, con título de adelantado mayor de Leon, y merino mayor de Asturias, con poderes bastantes que hicieron ver á Gonzalo Bernaldo de Quirós, que D. Enrique habia sido aceptado por Castilla y Leon; en vista de lo cual hizo entrega con toda solemnidad de las llaves de la ciudad, al enviado del monarca: no se avinieron á pesar de esto á reconocerle como tal las poderosas é irreconciliables familias de Valdés, Miranda, Martinez de Oviedo y demás que dejamos enumeradas; irritado el rey con tan tenaz resistencia, deseoso de pacificar el país, dispuso que Pedro Ruiz Sarmiento, adelantado mayor de Galicia, reforzara en Asturias á sus parciales, con número de tropas que les hicieran superiores á sus enemigos; reunieron estos todas sus fuerzas, á fin de acudir en defensa de la ciudad, y á su vista se formaron en batalla ambos ejércitos, en los campos de Colloto el dia 5 de Setiembre del año de 1369: á las diez de la mañana dió principio el combate: fuè tan general, sangriento y obstinado, que decidió la suerte de Asturias á favor de D. Enrique. Cuatro veces fueron los suyos rechazados, otras tantas se rehicieron, embistiéndose nuevamente con mayor coraje; ya la victoria un tiempo indecisa, se inclinaba á los enemigos, cuandó nubes de polvo en la llanura, y el son de los bélicos clarines, significaron la señal de nuevos combatientes: eran los leales gijoneses y la guarnicion de la plaza, que en número de quinientos infantes y doscientos caballos, comandados por Diego Ordás, Nuño Diaz y Suero Gutierrez, venian con toda presteza á auxiliar al ejército real; llegando tan á tiempo que decidieron á su favor la contienda, cuyo triunfo ya contaban los contrarios. Entraron en liza estas tropas, destrozando las que estaban rendidas de luchar todo el dia; á pesar de su valor, viendo heridos y muertos en el campo, á sus mas valientes capitanes, hubieron de ceder á la superioridad y fortuna de D. Enrique. De ambas partes fué grande la mortandad, y habria sido mayor si la oscuridad de la noche no hubiera facilitado la fuga de los vencidos: inmediata

mente ocuparon á Oviedo las tropas reales, á donde fué llevado herido Juan Menendez Valdés, que al cabo de algunos dias consiguió fugarse con su hijo Menen Perez, refugiándose en Galicia, donde estaba su hermano D. Diego y otros nobles: allí residieron en calidad de proscriptos, por espacio de algunos años, hasta que obtuvieron el perdon del rey, segun hemos referido en el capítulo II de este libro. Terminó con este combate la guerra civil en Asturias, pacificándose por completo el país; entonces el rey ya asentado con seguridad en el trono, tanto para evitar en lo sucesivo nuevos trastornos, como para otorgarle una prenda de su real cariño, cedió en el año de 1373 el condado de Gijon y Noreña, á su hijo bastardo D. Alfonso, que hizo merino mayor á Gonzalo Suarez de Argüelles, caballero muy principal en aquel tiempo. (1)

(1) Carballo, Antigüedades de Asturias.-Menendez Valdés, Avisos histórico-politicos.-Lafuente, Historia general de España.

CAPITULO V.

El conde D. Alfonso.-La condesa doña Isabel.-Gavelas á los pueblos y vasallos del Obispo.-Resisten estos el pago.-Pendencias.-Junta numerosa en San Salvador de Oviedo.-Resolucion real.---Hostilidades entre el conde y el obispo.-Combates.-Liga de nobles asturianos.-Secretos proyectos del conde de Gijon.

Don Alfonso Enriquez, nuevo conde de Gijon, hijo segun sabemos del rey D. Enrique y de doña Elvira Iñiguez de la Vega, cuya vida aventurera ha de darnos materia para llenar muchas páginas, era en la época á que llegamos un jóven, casi un niño, que ya, sin embargo, demostraba en sí la aficion al bullicio y trastornos en que tanto se distinguió despues; con la altivez de raza que distinguia á la casa de Trastamara, valiente, vengativo, diestro en las armas y las lides, dado á lo nuevo y maravilloso, contribuia con su gentil figura y agraciado rostro, ayudado de cierta elocuencia, á captarse las simpatías de los pecheros, al mismo tiempo que el respeto de los nobles; á pesar de su edad temprana, estaba casado desde el año de 1377 con doña Isabel de Braganza, hija bastarda del rey de Portugal; señora en estremo hermosa, realzaban sus encantos la gran virtud que abrigaba; estas buenas prendas de tan

á

ilustre dama, sombreábalas una nubecilla, que si pequeña en sus primeros años, fué poco a poco encapotando el horizonte, hasta cubrirle por completo: doña Isabel era ambiciosa, soñaba tal vez con la perspectiva de una corona, siquiera fuese condal; abrigaba además ese ódio de raza á Castilla, que siempre distinguió lo mismo á los príncipes, que á los portugueses todos: encontrando en su esposo un carácter fuerte, y un génio apropósito para llevar á efecto sus planes, fuéle infiltrando paulatinamente sus pensamientos, hasta hacerle partícipe de todos los que agitaban su alma. No titubeó en conducirle á la rebelion, y grande en la adversidad, sostuvo hasta el último momento y con varonil empeño, la desastrosa causa en que habia hecho entrar á su esposo: en el curso de estas páginas, tendremos mas de una ocasion de estudiar este carácter fuerte y atrevido.

Distinguía como ya hemos dicho el rey D. Enrique á su hijo D. Alfonso, con el mas acendrado cariño, así que moviéndole guerra el rey de Navarra, y deseoso de que el nuevo conde de Gijon, ganase fama y renombre, dispuso encargarle del mando del ejército que destinara á castigarle. Con este motivo el merino mayor Gonzalo Suarez de Argüelles, en nombre del conde D. Alfonso, y aprovechandose de las provisiones generales, hizo un gran repartimiento por la provincia de Asturias, así de los vasallos del rey como de los del obispo: este puso bajo el amparo de Gonzalo Bernaldo de Quirós sus tierras y señoríos, dándoselas en encomienda, para que las defendiera del conde de Gijon, y de cualquier magnate que intentara vejar á sus vasallos: los nobles, concejos y tierras realengas, tomaron muy á mal esta gavela opresiva de sus libertades; resistiéndose al pago, se levantaron en diversos puntos de Asturias, ocasionándose varias pendencias, de que resultaron algunas muertes; hasta que unidos obligaron al merino mayor á que se hiciera fuerte en el castillo de Noreña, donde con numeroso presidio se encontró libre de sus ataques, hallando medio de poner en noticia del conde, la resistencia que al tributo ponian los naturales. Vino D. Alfonso á Oviedo, donde convocó en seguida una junta nu

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