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hasta que por fin comenzando en el país la reaccion, y sintiéndose vivos deseos de emanciparse del mando del tirano, se conmovieron los pueblos, pasando de la conmocion al furor, del furor á las armas, y puesto á su frente D. Rodrigo, que se encontraba oculto por haber sido muerto por el rey su padre Teofredo, acometió con estas fuerzas y las de sus parientes el palacio donde moraba Witiza, que tan cobarde como vicioso, no opuso la menor resistencia, siendo conducido á Córdoba, donde pagó con la pena del talion su miserable y criminal vida.

Aclamaron los godos por rey á D. Rodrigo en el año de 711, segun los obispos Sebastiano de Salamanca é Isidoro de Veja: que ocultando el nuevo monarca con gran doblez, los vicios y dañados sentimientos que guardaba, dictó en el principio de su reinado, saludables medidas de gobierno, siendo una de las primeras la llamada á la córte del duque de Asturias y Cantabria D. Pelayo, que se encontraba retirado en sus estados, aunque no falta quien asegura que durante este tiempo habia hecho un viaje á la tierra santa.

Pronto se vió que nada habian adelantado los godos con el nuevo rey, pues si en principio derrocó los decretos, de Witiza, luego los puso otra vez en vigor, desechando los consejos de Pelayo y algunos varones ilustres, que le persuadian aplicase pronto y eficaz remedio á tantos males; estorbaban tan patrióticas razones multitud de cortesanos que acostumbrados á la vida de disolucion, le decian, que si corregia las costumbres se alzarian sus vasallos haciéndole bajar del trono: pudieron mas en él estas reflexiones dictadas por hombres corrompidos, y desechando los prudentes avisos de Pelayo, al paso que dando cabida á sus propias pasiones, entregó la nacion á su total ruina, sepultándola en un abismo de males.

Vamos ahora á referir uno de los acontecimientos mas una de las mas espantosas catástrofes, porque japasado España, preparada por la torpeza de sus nesto de su gobierno: perseguida la virtud io castigada la inocencia, sangrienta la

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crueldad y torcida la justicia; vituperada la religion y profanados los templos; dividido el reino en mil y mil bandos; despertándose á su sombra las ambiciones bastardas, nunca ocasion mas propicia, para colmar los deseos y la sed de conquista, de un pueblo jóven, vigoroso y atrevido.

Hallábanse los árabes, dice el Sr. D. Modesto Lafuente, despues de haber paseado sus pendones victoriosos por la Persia, el Egipto y la Siria, en posesion de la Mauritania, subyugada por las armas del Profeta, como aquellas otras regiones. Habíanse detenido sus estandartes, ante las olas del mar que los separaba de España, pero no se habia estinguido ni el ardor bélico, ni el entusiasmo de los triunfos, ni el afan de la conquista. El gobernador de Africa Muza-ben-Noseis, desde las ventanas de su palacio de Tánger, podia dirigir una mirada ambiciosa hácia las costas de la península, separadas por el Estrecho, y en sus silenciosas meditaciones, acaso habia medido ya el tiempo y el espacio que necesitaria, para franquear la barrera que habia contenido su marcha victoriosa: por otro lado no faltaban quienes todos los dias ponderasen á Muza, la riqueza y fertilidad del suelo español, la dulzura de su clima y lo degradado y débil de sus habitantes, avivando el deseo de ver cumplidos sus ambiciosos designios: una ocasion no mas y esta se presentó bien pronto.

Focos españoles habrá que ignoren la célebre aventura de los amores de D. Rodrigo y Florinda (la Cava); fundamento único por espacio de muchos siglos, á que se atribuia la invasion de España: la crítica moderna en su mayoría, señaladamente los autores estranjeros, impugnan este suceso que califican de fabuloso; por otro lado es esta una de las mas popularizadas tradiciones españolas, que lejos de repugnar al buen sentido como muchas que se mezclan en las historias de todos los pueblos, el hecho no habria estado en disonancia con la conducta y costumbres que la generalidad de los historiadores atribuyen á Rodrigo. Nosotros, por lo tanto, siguiendo la autorizada opinion de D. Modesto Lafuente, no nos constituiremos en defensores ni en impugnadores de la autenticidad del hecho de la

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violacion, que sin él, motivos sobrados habia para creer que la invasion de los árabes, se hubiera de todos modos verificado.

Los judíos de España, refugiados en Africa desde el concilio cuarto de Toledo, las ofertas de los hijos de Witiza, del obispo D. Oppas y del conde D. Julian, miembros á su vez de esta familia, ansiosos los primeros de derrocar al que llamaban usurpador; ardiendo el último en ira y aguijado del deseo de hacer espiar á Rodrigo, ó bien la afrenta y deshonor de su hija, ó bien otra grave injuria que de él recibiese, decidieron por último á Muza á intentar algo en contra de los godos de España: cáuto todavía el árabe, envió primero una pequeña espedicion que desembarcó en Tarifa, recorriendo algunos pueblos del litoral y regresando á Tánger cargados de botin: pocos meses despues salió otra mas numerosa al mando del africano Tarik, que tomó tierra en Algeciras, derrotando un pequeño cuerpo de ejército, que al mando del valiente Teodomiro salió á su

encuentro. »

Entonces este caudillo escribió al rey una carta, en la que le describia lo sucedido y la necesidad de poner pronto remedio á tan gravísimo mal, reuniendo numerosas huestes que rechazáran la atrevida agresion de los árabes: despertó de su letargo lleno de espanto, pero tarde, el rey, y llamando á las armas á sus vasallos, juntó tumultuariamente un ejército numerosísimo, compuesto de soldados noveles, á quienes se sacaba de las molicies de una vida regalada, para llevarles á luchar con los ágiles y marciales hijos del desierto.

Alcanzáronse los dos ejércitos cerca de Jerez, orillas del rio Guadalete, donde se dió la mas sangrienta general y decisiva batalla, que por muchos siglos lloró España. Exorel rey á los suyos con la energia que demandaban las stancias, y Tarik calorosamente escitó á los árabes á on valor: así estimulados embistiéronse ambos ejérdo el aire de marcial estruendo; á los ecos de nes, crúzanse los tajantes alfanges africaos espadas españolas: puéblase de flechas

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el espacio; no hay trégua, matar ó morir; gime la tierra oprimida por montañas de cadáveres, y el valor es tanto por ambas partes, que la victoria se muestra indecisa. Entonces fué cuando el rey, que se portó como valiente soldado y escelente general, y Tarik, recorrieron nuevamente las filas, invitando á sus huestes á un decisivo y supremo esfuerzo; bramando de corage embístense otra vez, y sea las elocuentes palabras de Tarik, que promete á los muslimes el paraiso en cambio de la muerte, ó la traicion del obispo D. Oppas, que con los suyos se pasó al lado del conde D. Julian su cuñado, decidieron la victoria en favor de los moros, quedando el ejército cristiano completamente deshecho y derrotado, sin que de D. Rodrigo jamás se volviera á tener noticia.

Los árabes despues del triunfo, dividieron su ejército en pequeños cuerpos, que con la mayor rapidez, se apoderaron de todo el reino, que hallaron completamente desguarnecido, sin fortalezas donde defenderse, gracias á la prevision de Witiza: en menos de tres años, pasó la monarquía de los godos en otro tiempo tan poderosa, y á escepcion de Asturias y Cantabria, Vizcaya y montañas de Guipúzcoa y Navarra, al dominio de los moros.

El duque de Asturias, D. Pelayo, que en los mayores peligros del combate habia acreditado su valor y denuedo al frente de sus valientes asturianos y cántabros, y á quien la Providencia destinaba para detener el rápido impulso de los árabes, restaurando en su sien la corona de los reyes cristianos, tomó el mando de las reliquias del ejército retirándose á Toledo, de donde como veremos pasó muy luego á Asturias, para organizar la reconquista.

CAPITULO V.

Aclaraciones.-D. Pelayo y los godos fugitivos refugiados en Asturias. Se encierran en Gijon.-Aclaman por caudillo á D. Pelayo.-Entusiasmo general.-Sobre si D. Pelayo se tituló rey de esta villa.-Los moros en Asturias.-Se apoderan de Gijon.Munuza, gobernador de esta plaza.-Asturias ni presta ni niega obediencía á los moros.-Sobre los supuestos amores de Munuza con una hermana de D. Pelayo.-Este caudillo organiza la resistencia al grito de religion y pátria.

Vamos á entrar en la narracion de importantes sucesos, cuya autenticidad ha querido ser puesta en duda por algunos críticos modernos, aunque la opinion de los mejores historiadores, entre ellos, los Sres. Romey y Lafuente, que les prestan asentimiento, desvanecen por completo la asercion de aquellos, que para poner en duda la existencia de Pelayo y sus famosos hechos, preciso sería aducir argumentos y pruebas tales, que claramente se mostrara su falsedad: mientras las brillantes teorías y los sofismas mas lucidos, podrán alucinar por un instante no mas al lector, pero no destruirán una historia nobilísima, cuyas páginas son uno de los mas bellos timbres que adornan á Asturias, país clásico de la hidalguía, cuna de la monarquía y de la civilizacion cristiana en España.

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