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dional del Ebro, con la eminente Mole Orospedana (cordillera peno-bética), y marcando la divisoria orográfica de los dos mares que bañan la península española. Más aproximada esta divisoria al Mediterráneo que al Océano, determina el rápido descenso que distingue, por lo común, la región oriental de la occidental, y hace que en vez de deslizarse por suaves declives y dilatadas planicies, como el Duero, el Tajo, el Guadiana y el Guadalquivir, bajen de las montañas tumultuosamente los ríos que afluyen á las costas valencianas, abriéndose paso entre formidables acantilados (1).

La cordillera del Idubeda, que cruza de Noroeste á Sudeste toda la Península, separa la cuenca del Ebro del país valenciano, y penetrando en éste, se extiende y se encumbra por toda su región septentrional, dando fin en el desierto de las Palmas. El Padre Diago señalaba con estos expresivos términos su papel importantísimo en la hidrografía de España. «Tiene su principio en los Pirineos, allá en Roncesvalles, del reino de Navarra, bien cerca del origen del río Ebro, para harta suerte y provecho de los reinos de Navarra, Aragón y Cataluña; porque no parece que nace allí sino para ponérsele á Ebro por la parte de Poniente, como saliéndole al encuentro para que no corra hacia allá al andar de los otros caudalosos de España, Tajo, Guadalquivir y Duero, yendo á sepultarse al mar Océano, sino la vuelta del Mediodía, por Navarra, Aragón y Cataluña, hasta tomar por sepultura al mar Mediterráneo. Y es cosa de admiración que va este monte siguiendo de continuo el camino del Ebro, picando siempre á mano derecha de él y de sus riberas, desviado de él y de ellas casi por igual continuamente, hasta dar consigo en Cataluña y levantar en ella las altas cumbres que llaman Puertos de Tortosa, como recelándose siempre que á lo mejor no torciese el camino y tomase el de Poniente. Que asegurado ya allí de

(1) Discurso de recepción de D. Federico Botella en la Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales, 1884.

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que ya no puede torcer, sino que le es forzoso el desaguar en este mar Mediterráneo, á cuatro leguas de Tortosa, tuerce desde luego a mano derecha hacia Poniente, y desviado casi siempre por igual de la ribera y costa del mar, se entra por este reino de Valencia, y corriendo por la Ilercavonia y Celtiberia, se remonta muchas veces; y señaladamente, en Peñagolosa y Espadán, donde da fin por esta parte á su jornada para harto honor y decoro de este reino. »

La cordillera que de este modo, no muy científico, pero bien comprensible, señala el autor de los Anales del reino de Valencia, hace de la provincia de Castellón la más montuosa y la más árida de las tres en que el reino está dividido. Desde la raya catalana hasta el Mijares, toda es un macizo de cerros, que apenas deja á la parte de la marina la llanada de Vinaroz y Benicarló, y que acercándose á la playa en otros puntos, reproduce aún en las costas de Oropesa los acantilados de Cataluña. Sobre ese macizo de intrincadas montañas, se levanta Peñagolosa, nombre corrompido de Peñacolosal, bien dado á la disforme pirámide que, cubierta casi siempre de nubes, se divisa de muy lejos por todas partes, como si fuera la torre del homenaje de aquel castillo de rocas de doscientas leguas cuadradas. El Mijares, que fluye al mediodía entre esa escabrosa meseta y la cadena, bien seguida y marcada, de la sierra de Espadán, forma en el litoral la primera gran llanura que determina y caracteriza las condiciones peculiares del territorio valenciano. Plana de Burriana llamóse un tiempo; hoy, Plana de Castellón. Ceñida y resguardada por un circo de montañas, y fertilizada por las aguas de aquel río, diestramente repartidas, convirtiéronla los árabes en amena y provechosa campiña, cuya hermosura y riqueza han aumentado en nuestros días los frondosos naranjales.

Desprendida también de la cordillera Ibérica en la provincial de Teruel (sierra de Javalambre), y empujando al Turia hacia las campiñas edetanas, viene del interior otra cadena de montes, que separa la provincia de Valencia de la de Castellón y muere

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TOMO I

en las playas saguntinas. Á ella pertenecen la estéril sierra de Sabinar, las de Andilla, Alcublas y Náquera. El Pico de Chelva y el Montemayor son sus principales eminencias. Guarecido por esta barrera, se prolonga de Norte á Sur por la costa el famoso llano de Valencia, que alcanza veinte leguas de extensión, de Almenara á Denia, con una anchura muy variable. Cuatro ríos, el Palancia, el Turia, el Júcar y el Serpis, y muchos barrancos, le dan la savia fecundante de sus aguas, y trabajado sin descanso, produce cosecha tras cosecha, manteniendo medio millón de seres humanos. Hay en él poblaciones tan importantes como Sagunto y Liria, que fueron de las primeras ciudades de España; Valencia, cabeza natural y populosa metrópoli de todo el reino; Sueca y Cullera, que han trocado en fértiles arrozales las orillas fangosas de la Albufera; Alcira y Carcajente, rodeadas de bosques de naranjos; la noble y antigua Játiva, entre huertos de granados; la ducal Gandía y la condal Oliva, en cuya abrigada huerta busca París las legumbres más tempranas; Denia, ilustre también en la antigüedad, y cosechera hoy de azucarada pasa. La provincia de Valencia tiene á la parte de Poniente otra llanura; pero no pertenecía al antiguo reino. Llegaba éste, por aquella parte, poco más allá de Siete-aguas, sobre las Cabrillas, escarpado graderío que sube de la zona costanera á la inmensa meseta castellana. Por esa meseta, á setecientos metros del nivel del mar, se dilatan los campos de Requena y Utiel, sembrados antes de trigo y cebada, cubiertos ahora de ricos viñedos. Al hacerse la división territorial por provincias, fueron segregados de Castilla la Nueva y adjudicados á Valencia. Al Mediodía de esta meseta se extiende la parte más quebrada y más pobre de la provincia, laberinto de montañas roqueñas, en las que tienen que excavar trincheras profundísimas el Júcar y el Cabriel para abrirse paso y reunir sus aguas en Cofrentes. Yérguense al Norte del Júcar las Rodanas, los montes de Pelenchisa, de Colaita, de Caballón, del Ave y Martés, con la extensa Muela del Oro; al Sur la serranía de Ayora, do

minada por las Muelas de Cortes y de Bicorp, y el alto Pico Caroche; y la de Enguera, poblada en otro tiempo de apretados pinares y frondosa maleza. Entre esta sierra de Enguera y la de Mogente, traza el río Cañoles un valle, que por el puerto de Almansa da acceso á la provincia de Albacete; por allí penetraba en la Carpetania y se dirigía á la Bética la vía que llamaron Augusta los romanos; por allí pasa también el ferro-carril, rompiendo por el túnel de Mariaga la barrera que señala los ásperos linderos del reino.

Al sur de la llanura valenciana, cerca del mar, entre Játiva y Gandía, se alza el Mondúver, macizo montañoso, que aún conserva su nombre latino, y que sirve de nudo á las reducidas sierras de Valldigna, Corbera y Serragrosa.

Así como tiene la provincia de Valencia una muralla al Norte, que la separa de la de Castellón, tiene otra también al Mediodía, más formidable aún, para dividirla de la de Alicante. Estos montes vienen igualmente del interior: son una prolongación de la cordillera Mariánica (Sierra Morena), la cual establece la divisoria entre la región central y la meridional de España, desde el cabo de San Vicente hasta el de San Antonio (1). Al penetrar en territorio valenciano, forma dos sierras, una á continuación de otra, ambas de erguida y prolongada cresta, que sólo permite el paso por estrechos boquetes, de los cuales el puerto de Albaida es el más transitable. De esas dos sierras, la de Poniente se llama de Mariola, y es muy nombrada por sus yerbas aromáticas y medicinales; la de levante, Benicadell, más escarpada y peñascosa. Desde estas montañas hasta los llanos de Villena y el valle de Novelda, por donde penetra y llega hasta Alican

(1) «Divisoria Mariánica-Contestana-Balear. Esta divisoria es la que da fin, en realidad, al sistema hespérico propiamente dicho, pues todo concurre á marcar sus vertientes al sur como límites de nuestra península, hasta que, ya en época relativamente reciente, vino á agregárseles toda la región meridional, cuya fauna, flora y extructura recuerdan el continente africano, del cual la segregaron incidentes secundarios.» BOTELLA, discurso citado.

te el ferrocarril del Mediterráneo, es aquella provincia una piña de rocas, que avanzando sobre el mar, forman el vasto promontorio del Mongó. Este monte, en el litoral, y en el interior los de Moncabrer, la Serrella, la Roca de Aytana, el Puigcampana, la Peña de Gijona y el Cid, de Petrel, descuellan sobre aquella región accidentada, en la que se ocultan, entre cortados cerros, valles hermosísimos de despejado cielo y clima primaveral. La huerta alicantina, calurosa y seca, y los campos areniscos de Elche, están tendidos al pie de esa serranía. La cuenca fertilísima del Segura, con las preciosas vegas de Orihuela y Guardamar, son la extremidad meridional de la provincia alicantina y del reino valenciano.

Los montes y los valles de su extenso y variado territorio son relativamente modernos. Claro es que no los han visto formarse los hombres, ni aun aquellos lejanos abuelos nuestros que vivían en la Edad de piedra; pero, si nos remontamos á los tiempos geológicos, nos parecerán hechura de ayer. Terrenos sedimentarios constituyen el suelo de esta porción de España; por ninguna parte aparecen en ella las rocas graníticas de formación primitiva, que son el núcleo central de la península. Cuando daban esas rocas el primer asiento al mundo vegetal y animal, el piélago inmenso cubría estas provincias y las iba formando en su interior con copiosos sedimentos. De los terrenos primarios sólo aparece en el mapa geológico de Valencia alguna pequeña mancha silúrica. Sus montañas corresponden al período secundario en sus tres series: triásica, jurásica y cretácea. El terreno del trías, caracterizado principalmente por las areniscas abigarradas (rodeno), forma la escarpada sierra de Espadán, la de Náquera, las colinas del Puig, los montes de Chelva, los de Cofrentes y muchos de la parte central de la provincia de Alicante, entre ellos los de Gijona. Con peñones de sus areniscas está construído el puerto de Valencia; con losas y adoquines de esa piedra, rojiza ó verdosa, en la que brillan como diamantes partículas de mica, está pavimentada la ciudad. El terreno

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