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historiador celosísimo de su amada Cataluña. Y para hacerlo así, no sólo me mueve la razón, que sería bastante, del lugar preeminente y conspicuo que ocupa usted en el renacimiento catalán, y de lo mucho que ha contribuído á extenderlo y autorizarlo dentro y fuera de España. El nombre de usted al frente de estos volúmenes, dedicados á Valencia, tiene, además de esa, otra peculiar y gratísima significación.

Un día-usted mismo lo ha recordado muchas veces- el joven é impetuoso poeta y tribuno de Cataluña vino á la ciudad del Turia y tendió la mano al cronista de Valencia, al buenísimo é inolvidable Vicente Boix, lleno siempre de ilusiones patrióticas. Aquel abrazo unió las nuevas generaciones literarias de una y otra parte del Ebro. Hermanas son todas las provincias de España; pero ¿no hay, en el seno del hogar, lazos especiales de mayor fuerza entre algunos de los hijos de un mismo padre? Los que nacieron gemelos no están naturalmente obligados á más íntimo afecto, sin ofensa ni menoscabo de los demás? Algo de esa hermandad más estrecha y más afectuosa existe entre Barcelona y Valencia, tan ligadas por la naturaleza y por la historia.

Perdió usted, querido Balaguer, á su gran amigo valenciano; pero proseguiremos su obra los que recibimos de él las inspiraciones del amor patrio. En nombre de todos ellos, en memoria del maestro cariñoso, en representación de Valencia agradecida, envío al Trovador de Montserrat mis plácemes para Cataluña; para Cataluña, que erige en honor de España este monumen. to literario, cuya única tacha será la parte que, con mejor voluntad que suficiencia, ha tomado en él

su affmo. amigo

TEODORO LLORENTE.

Valencia, 25 de Julio de 1887.

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Paso del Ebro y entrada en el Reino de Valencia.-Ojeada geográfica: el litoral, las montañas, las llanuras, los ríos.-Constitución geológica.-Excelencias del país. Sus producciones.-Formación y límites del Reino de Valencia.-Carácter social y aspecto artístico.

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ORTOSA! ¡Diez minutos; parada y fonda!» Rechina, se estremece y se detiene el tren, agarrotado por los potentes frenos. Los empleados y mozos de la estación corren presurosos de acá para allá; baja al andén, bostezando y restregándose los ojos, alguno que otro viajero soñoliento, y toma sitio en la pro

longada mesa del restaurant. ¡Qué hermoso amanecer! Á la derecha, sobre los muros almenados del antiquísimo castillo de San Juan, regia corona del cerro en que se asienta Tortosa, surge el sol triunfante y glorioso, y á la izquierda se extiende la arbolada huerta, que inunda con oleadas de vivísima luz. Pero no hay tiempo para embelesarse en estas contemplaciones. Pasan los diez minutos, repica la campana; «¡Señores viajeros, al tren! ¡Señores viajeros, al tren!» La férrea culebra agita sus anillos estridentes; arrástrase de nuevo, y devoradora del camino y la distancia, lánzase á la carrera. Tonante estrépito nos aturde: cruza el tren un puente colosal. Á través del fuerte enrejado de los bastidores, vemos allá abajo, muy abajo, corriente caudalosa que se desliza lenta, mansa, callada, entre márgenes de verdes cañas. En segundo término, apiña á un lado Tortosa su pardo caserío, que desciende hasta flor del agua, y cruza el sosegado raudal antiguo y tosco puente de barcas, que pausadamente atraviesan pesados carromatos. Detrás, bosques y más bosques de grisientos olivares, y en el fondo, la escarpada cordillera de los Puertos de Beceite. Al otro lado, tuerce el río su curso por la huerta para dirigirse al mar: vense en las orillas lanchas embetunadas, tendidas en tierra; en el agua, barcas pescadoras, pequeños faluchos, con la triangular vela latina extendida al sol, ó arrollada en la oblicua antena: el labrador, trillando, junto al pescador, que recoge las redes: escenas tranquilas y apacibles por todas partes; el idilio de los campos dando la mano al idilio de las playas; la pastorela acordada con la barcarola.

Ese río que tranquilo se desliza, fertilizando estos campos abundosos, es el afamado Ebro, el que dió nombre á nuestra Península Ibérica (1), el que determinó en ella la primera divi

(1) «Propter flumen Iberum universum llispaniam græci appellavere Iberiam:» Plinio. Los fenicios fueron los que dieron nombre al río Ibero y á la Iberia. Rochart, Tomás Hide y Worm derivaron esta palabra de Ibrim ó Eberim, que significa ultra, más allá. Rougemont (L'âge de bronze) saca la etimología del Ebro (Abar, Ysber, Yber) de estaño y plomo, porque los fenicios iban por este río á buscar el estaño en las Islas Británicas y el plomo en Falset.

sión territorial, y fué por algún tiempo la valla entre el mundo latino y el mundo cartaginés. Nacido allá en las montañas cantábricas, en la vecindad del Occéano, corta diagonalmente la tierra española, separando las Provincias Vascas de las Castellanas, regando los fértiles campos riojanos y los de la Baja Navarra, dando sus raudales en Tauste al canal Imperial de Aragón, reflejando en Zaragoza las once cúpulas multicolores de la Basílica del Pilar, y metiéndose luego por tierra catalana, hasta derramar en el Mediterráneo el acopio de sus aguas, formado por el tributo de ciento cincuenta afluentes. La España Citerior de los romanos dilatábase á su izquierda; la España Ulterior á la derecha; y tan hondas imprimía sus huellas en todas partes el Pueblo Rey que no puedo ver, en la carta geográfica de la Península española, la línea que señala de parte á parte el curso de este río, sin imaginar que es el surco trazado por la espada de aquella nación dominadora.

Cuántas luchas titánicas ha presenciado el ingens Iberus de Pomponio Mela, desde que convino Hasdrubal con los romanos en que marcase el límite de sus respectivas conquistas, hasta que cruzaron sobre él las bombas napoleónicas, cayendo en vano sobre la indomable Zaragoza! Aun después, en nuestros propios días, ¡cuántas veces las líneas del Ebro sonaron en los boletines de nuestras guerras intestinas! Y sin embargo, aquí, culebreando por estos amenos campos, dando sus dóciles aguas á los canales que los cortan, pierde el aspecto belicoso y el prestigio épico; y reducido al modesto y útil papel de regante y acequiero, me recuerda á aquellos veteranos gloriosos, llenos de cicatrices y de cruces, que dedican la vejez reposada á cultivar humildes berzas como Diocleciano.

¡ Cuán fructífera vega, la que fertiliza el padre Ebro en éstas sus postrimerías! Rico verjel de Ceres y Pomona pudiera llamarla un poeta clásico. Árboles frutales sombrean por todas partes sus campos de hortalizas. Entre pomposas higueras, albérchigos y manzanos, yergue su esbelto mástil y su airoso penacho

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TOMO I

alguna palmera, anunciadora de los climas meridionales. Vense pasar, entre granados en flor, granjas alegres que, con sus pórticos de verdes emparrados, hacen pensar en las alquerías de las orillas del Turia. Cataluña cede el puesto á Valencia. Pero no separa exactamente el Ebro el antiguo Principado de las tierras valencianas: la división estratégica de los romanos no ha sido respetada. El histórico Iberus es, desde la afluencia del Segre y el Cinca hasta su desembocadura, un río enteramente catalán, catalán á un lado y otro. Para encontrar la frontera de Valencia hay que andar todavía algunas leguas. Esta nueva división territorial no quita á Tortosa cierto carácter ambiguo; los mismos catalanes comprenden que es una ciudad algún tanto valenciana. -¿Sou catalans ó valencians, vosaltres?-he oído preguntarle en Barcelona á un hijo de Tortosa. -¿Nosaltres? Nosaltres som tortosins contestaba, afirmando cierta singularidad, de que se ufana este pueblo rayano, anillo de oro que une á Cataluña y Valencia en el joyel español.

El tren sigue su marcha; quedó ya atrás la huerta tortosina y nos rodean dilatados olivares, en cuyos claros verdean los majuelos; recorremos un largo valle entre los montes de Godall y de Munciá, en cuyas faldas se guarecen pobres aldeas. El valle se ensancha luego para presentarnos, en medio de extensos viñedos, á Ulldecona, pueblo de aire catalán todavía, con su puerta ojival, su caserío de piedra, la torre maciza de su iglesia, y no muy lejos, el castillo de Ventalles, que levanta su robusta mole cuadrada en la cumbre de una colina. ¡Adelante! ¡Adelante! Veis el ancho cauce de un torrente que corta la línea férrea? Es el río Cenia; ya lo hemos pasado (1): ¡ya estamos en tierra valenciana! Cruzamos una meseta pedregosa, mal poblada de escuetos algarrobos; luego los montes huyen á diestra y siniestra

હું

(1) El río Cenia nace en la antigua tenencia de Benifazá, uno de los puntos más selváticos del Maestrazgo, al Este de Morella. Recibe sucesivamente los nombres de río de Fredes, Mangraner, Benifazá y Cenia. Su curso es de doce leguas. Desagua en el mar junto á la Torre del Sol del Riu.

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