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Nos ha hecho traspasar este relato los límites de la época romana, en la cual debe encerrarse el capítulo presente; volvamos á ella, aunque muy poco, ó casi nada, resta que decir. Probable parece que ciudad tan principal como lo era ya entonces Valencia, y en la que debió aumentar el pueblo fiel con la conversión del Imperio y la gloria de San Vicente, fuese muy luego. Sede episcopal. Pero no consta cuándo sucedió esto, ni hay memoria positiva de obispos valencianos hasta llegar á los concilios de Toledo. Á ellos vamos ahora, pero pasando á otro capítulo, que comprenderá el período visigótico y el de la dominación musulmana.

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Invasión de los bárbaros. Los alanos en la Cartaginense.- Valencia goda.Primeros obispados y monasterios.-Invasión de los árabes.-Teodomiro y su principado de Aurariola.-Valencia musulmana.-Cultura árabe.-Reinos de Valencia y Denia.-Conquista del Cid.-Conquista de D. Jaime de Aragón.

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o podía vivificar al imperio romano la savia del Cristianismo. Aquel poder, tan vigoroso y fuerte un día, estaba

descompuesto y arruinado por deficiencia del principio moral que

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TOMO I

lo animaba. De la grandeza de Roma sólo quedaba un vano simulacro. Mientras disipaban sus haciendas los patricios afeminados, mientras disputaban los sofistas y los leguleyos en la escuela y en el foro, y deponían é improvisaban Césares las legiones insubordinadas, precipitábanse sobre las orillas del Rhin y del Danubio turbulentas oleadas de pueblos toscos y bravíos, engendrados en las selvas germánicas y escíticas, en las remotas playas del Báltico y del Caspio, en la oscuridad ignota del Septentrión, pavorosa officina gentium, que desdeñó hasta entonces el mundo clásico, circunscrito á las risueñas riberas del Mediterráneo. Una especie de instinto providencial conducía en tropel caótico aquellas hordas errantes, razas en fermentación, naciones embrionarias, gentes incultas, indómitas y fieras, pero de corazón sano y naturaleza viril, más propia que la corrompida cultura latina para formar pueblos cristianos.

No cedió Roma sin luchar: aún blandieron con vigor la espada de César algunos de sus emperadores. Teodosio fué el último de aquellos héroes: dividido el imperio á su muerte entre sus débiles hijos Arcadio y Honorio, la valla defensora quedó aportillada por todas partes: arrastró los diques la avenida, y Europa presenció una de las catástrofes más tremendas que recuerda la historia: la invasión de los bárbaros.

Resguardó á España, hasta los últimos momentos, su posición geográfica: los legionarios ibéricos que militaron con gloria á las órdenes de sus insignes compatriotas Trajano ó Teodosio, no pensaban, sin duda, cuando describían en sus hogares las extrañas costumbres y los exóticos arreos de los pueblos con quienes combatieron en lejanas y selváticas regiones, que desbordándose un día, como río salido de madre, se extenderían incontrastables por toda la Península. Tracia, Macedonia, Grecia, Iliria, Italia, las Galias, habían sido ya devastadas por los septentrionales, y en España, ajenas al peligro, aún se disputaban las legiones los restos de la púrpura imperial, cuando Alarico, al frente de los visigodos, caía sobre la Ciudad Eterna, y la

furiosa oleada de los vándalos, suevos y alanos, penetró á la vez por las gargantas de los Pirineos, inundándolo y arrasándolo todo (409). Tomaron desde luego distinta dirección, ó convinieron después los pueblos invasores en repartirse la conquista: encamináronse los suevos á Galicia, los vándalos á la Bética, los alanos á la Lusitania y la Cartaginense (1). Eran éstos los más fieros, y extremaron la crueldad en su obra destructora; pero no tenemos pormenores de ella. Escolano dice (lib. II, cap. 8) con referencia á San Agustín, «que en esto de Valencia y la Cartaginense, vinieron á acabar casi todos los naturales, por haber sido degollados ó consumidos por hambre en largos sitios, ó porque fueron llevados cautivos á otras tierras. » Esta referencia es inexacta: Escolano aplica á Valencia y la Cartaginense lo que el obispo de Hipona cuenta de España en general (2).

El cronicón de Idacio, hablando de los estragos hechos por los alanos, dice que los lugares quedaron despoblados, desiertos los campos y llenos de bestias feroces, que acometían á los caminantes. Á tal punto llegó la ruina, que los mismos invasores tuvieron que llamar á los fugitivos para que poblasen de nuevo la tierra, ofreciéndoles amistoso tratamiento.

Tres años, dicen los autores coetáneos, que duró la devastación, y aunque faltan noticias seguras, es lícito presumir que los alanos pasaron como una tromba por la parte oriental de España, abandonándola pronto para replegarse en la Lusitania. Allí los vemos establecidos, y no eran tan numerosos que pudieran ocupar de un modo permanente gran parte de la Península, de

(1) «Alani Lusitaniam et Carthaginensem Provincias », dice el cronicón de Idacio, al hablar de este reparto, y repite sus palabras San Isidoro en su Wandalorum historia.

(2) Dice San Agustín, en su epíst. 228, hablando de las obligaciones de los obispos en aquellos tiempos calamitosos: «Ha habido santos obispos en España que han huído, después que sus pueblos se habían dispersado, ó perecido á manos de sus enemigos, ó consumido por las miserias de un sitio, ó llevado cautivos. Pero ha habido muchos más que se han mantenido constantes...>>

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