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un valiente y un médico. Pues no le quiero privar de un cuento, á mi parecer, si no el más gracioso de los que en este discurso hubiere leido, no el más frío: y pasa ansí. Presentaron á dicho médico un cuero de vino muy bueno, de cuyos amores el criado vivía con mucho desahogo, y como no hallase modo para darle siquiera un beso, le halló para sacar á quien dar muchos, si sus intentos llegaran al fin deseado; porque como el sobredicho cuero tuviese aposento el que la cebada ocupaba, en el cual estaba el pozo, se entró por ella con la herrada en el brazo, y llenándola de vlno salió á tiempo que su amo entraba. «¿Qué llevas ahí?» le preguntó; y él dijo que la comida y la bebida de la mula. Ansí, pues, anda, que gustaré de verla comer. Llegó el mozo al pesebre, puso en él la herrada, bebió lo que en ella había, y salióse luego el dueño, diciendo: ensíllamela en comiendo, que he de ir fuera.» Salió, y entonces creí que había mulas que bailaban la zarabanda, porque como se le hubiere subido el calor al cerebro, empezó á poner por obra los efectos de la embriaguez. Iba á caerse y apeóse el médico; que no fué poca fortuna poder antes creyendo que la mula se moría, á quien el criado, como quien tan bién sabía la causa del accidente, dijo que no tuviese .pena, qne á otra mula del dueño á quien antes había servido le sucedió lo propio, y que aunque era mal de muerte, escapó por acudir con brevedad con la medicina, y que lo mismo sería de ia suya si no tardasen en aplicarla. «Parte corriendo á buscarla>>> dijo el médico; y poniéndolo por ejecución el lacayo, se vió con el valiente, de quien era muy apasionado, y contándole lo que pasaba habló á otro conocido suyo,

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que, fingiéndose el que la curó, dijo que haría lo propio con aquella, mas que había de ser dándole cien reales, ante todas cosas. Dióselos él, y trecientos también diera, porque la mula era la mejor que se hallaba en la ciudad, y él estaba muy apasionado. Llevósela poco poco, aunque cayéndose, y entrándola en una caballeriza la regaron la barriga con agua fresca y dieron á beber, con lo cual pudo volver luego á su dueño, y si se dejó de hacer fué porque la cura tuviese calidad. A la noche fué el lacayo por la parte de sus dineros, y no tan solo los llevó sino que burlaron dél, de que enfadado y colérico dió parte á su á su amo del caso, y él ante la justicia una querella del valiente, por lo cual fué preso, y visitándose salieron á plaza interlocutores, mula, medico, lacayo y valiente. Sentencióse, no con poca risa el negocio, mandando que se le volviesen los dineros, de cuya querella el valiente estuvo muy sentido y, entendiéndolo el médico le dijo, que no había sido buen término el que con él había usado, y que si le hizo poner en la cárcel para que le volviese sus dineros, que mucho más pudiera haber hecho por el modo con que se los sacaron, y que hablase bien dél en ausencia porque no le había menester para nada, y le disgustaba mucho que le viniesen á decir las libertades que dél hablaba. El valiente respondió á todo, particularmente á que no le había menester, desta manera: «Que no me ha menester ucé no necesita de que lo acredite, porque el tal valiente ¿para qué ha menester otros? Supuesto que yo tal vez doy un estocada y no tan solo mato, sino que no hiero; mas ucé ¿cuándo erró ó no obró? De manera que me atengo más á sus dos dedos de papel de ucé,

que á mis cinco palmos de espada, y tan valiente es ucé que temo que ha de hacer con este lugar lo que con el trigo la oruga, que si no consume el grano, le deja vacío. Dígolo, so Doctor, por que si ucé no derribase esta ciudad, quitarla ha la gente. Por ucé se debió de decir: «la que á nadie no perdona.» En mucha obligación le están á ucé la mula y la muerte: la mula en que hizo ucé por ella lo que por sí pudiera hacer, por cuyas amistades se dirá con propiedad: «mi amigo es otro yo:» la muerte, porque los demás valientes para matar déjanfe que se venga él, pero ucé va á buscarle.» Y como esto pasase en la calle, y los viese mudados de color, me fuí á ellos, más por cumplir con el hábito y vecindad que por entender era necesario, porque creí que se burlaban. Supuesto que un hijo del médico, que también era ministro de la muerte, estaba allí y desde el principio tuvieron empuñadas las espadas, diciéndose el uno al otro: «yo soy, yo soy;» y este á él: «tú eres, tú eres.» Lleguéme y dije á este, «aquel es:> dos leones desatados, ni dos onzas no se pudieran comparar con ellos en sacando las hojas. El alboroto que los dos metieron y la tierra que enmedio hubo, aunque no tenga testigos, tengo para mí que vuesa merced lo creerá. En memenos del tiempo que se puede gastar en decir la oración del Padre nuestro vinieron una muchedumbre de valientes que riñeron á dos coros, pregonando y diciendo: «¡Aquí!, ¡aquí! ¡héle! ¡héle! ¡héle!» Yo me puse en medio, porque me dejaron suficiente lugar, y sacando el rosario les dije, que no por mí, sino por el respeto que á tan santa insignia se debía se amasen. Fuí obedecido y envainando las hojas, me cojieron en brazos y me llevaron á donde

pagué el haber hecho las paces, porque es allí costumbre; con lo cual, después de haber visto muchos que entraron ovejas, lobos, me vine á mi posada, quedando todos en paz. En fin, que yo proseguí en mi menester, cada día con mayor aumento, y con beneplácito y voluntad de toda la gente del lugar; porque mi amo el canónigo me hacía mil fayores, y por su intercesión otros muchos, y no menor pensaba hacérmele un hombre que por amigo se me dió, cuya compañía era muy apropósito para enseñarse á sufrir adversidades, ansí del tiempo como de las gentes; porque el que conversa con un necio ¿qué infortunio le puede venir de que no salga bien? y ansí no dijo mal un docto y gracioso fraile, que, como estuviese en un negocio de importancia con cierto caballero, le envió su prelado un estudiante para que le examinase para darle el hábito. Llamó y dijo lo que se le había mandado, á quien dió por respuesta que se esperase un poco, que en breve acabaría. Hizolo así el mozo, y como aguardase á la puerta de la celda, y acertase á pasar por ella el que le había enviado le preguntó cómo no entraba: díjole lo que había respondido: «Ansí, dijo él, pues entrad segunda vez y decid que os examine.» Respondióle que se esperase un momento, con lo cual se salió á donde antes estuvo, y como el predijo: «Volved á entrar

lado le viese de salir tan presto, le y decid que digo yo que deje lo que hace y que os examine.» Volvió entonces á él el rostro, y preguntóle: «¿Sabréis sufrir un prior necio?—Sí, sabré-respondió él-Pues decid que os den el hábito; que más sabeis que yo.» Dijo muy bien; porque saber como se han de haber con él, no se lee en escuelas.

CAPÍTULO XVI

Como le quisieron casar; pinta la novia, y como se fué por ello huyendo de Sevilla.

HORA, pues, mi bueno de mi amigo me trató un casa

miento, cuyos lances, plática y partes de la novia son del tenor siguiente. Yo tenía por costumbre llevartodas las mañanas mis muchachos á San Pedro, que cerca de mi posada estaba, y oir misa con ellos haciendo que cada uno trajese rosario y le rezase: y no era de los peores arbitrios, de donde volvíamos á casa y cada uno se sentaba á su labor. Pues como un sábado fuese á lo que los días atrás acostumbraba me hallé mi bueno de mi hombre con cara de casamentero, que es más feroz que de de león, el cual medijo: «A vuestra posada iba yo y me lo habeis escusado.» Vaya vuesa merced notando las necedades: ir á tratar cosa de tanta importancia á un hombre tan ocupado á aquellas horas, que lugar de rascarse la cabeza no tenía. «Pues éste, señor, no es ni tiempo ni lugar de negociar.-No importa, respondió, que mientras

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