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ahora que el tiempo que fuí agente de aquel miserable Colegio, de que mi padre fué Rector, no hubo mujer en ellas que no fuese parienta de las mejores casas de España, cuyos padres eran el día de entonces grandes señores, sino que una voluntad, y un engaño después, las trajo etcétera; más probáronlo mal, porque queriéndome regalar con unas valonas, no hubo entre todas ellas quien supiera hacer las vainicas.

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CAPITULO VI

Como dió vuelta á Madrid, cuenta lo que en una casa donde asentó

M

le pasaba.

I intento, como antes de ahora he dicho, nunca fué vivir de asiento en este ó en otro lugar alguno de

los de España; antes dar conmigo en las Indias, donde hombres bajos, vienen de ordinario ricos, aunque vayan sin oficio, porque llevando consigo el poderse aplicar á mercaderes de cosas bajas, nunca se vienen sin dineros, y la razón de detenerme en algunos lugares, era llevar caudal á Sevilla para embarcarme en ella. Y como la patria sea á todos amable tanto, que sabiendo el desterrado que si quebranta el destierro le han de azotar por ello, se pone á trueco de verse en ella en contingencia de que lo que le amenaza le suceda, me volví á Madrid, á donde serví seis meses, sin que mis contrarios supiesen estaba en él, que como es tan grande y hay tanta diversidad de gente, los que viven al barrio de Santo Domingo están con los del de la Puerta de

Toledo, como los que habitan los dos Caramancheles alto y bajo.

Hallé muy buena comodidad con un extranjero casado, cuyo oficio ya he dicho, pues era más valiente por su paciencia que el Cid por sus puños. Su mujer era muy buena moza, de las que se tapan de puntería, y dan una estocada en una bolsa que la pasan de parte á parte; bizarra, y tan larga de talle que yo creí siempre que orinaba por encima del cartón, y su madre era una muy mala vieja. Aquí comí más que en todas las casas juntas que estuve, porque lo enviaban muchos, y porque lo callaba mi amo de suerte que por él y por ello se debió de decir: «quien calló, venció, y vido lo que quiso.» Libre Dios de la procesión de lechuzas las bolsas de todo fiel Christiano. El día que mi señora y otras cuatro amigas salían determinadas á chuparlas en chapines bajos, y la mayor de la mano con la madre de otra de las amigas, allí era ello. En las mangas llevaban ensanchas, y las viejas unas fratiqueras que se andaban al rededor como tornos, y yo y Mariquilla criada de casa de íbamos á longe, como dicípulos encubiertos, con unas cestas en los brazos, porque si acaso sus respetos diesen con ellas, no las sacasen por nosotros No había entre todas quien no tuviese su gracia ó su habilidad. Mi señora la mayor sanaba mancos, pues al que 10 fuese de natividad le hacía meter la mano en la bolsa; su hija y las demás amigas excedían á los jugadores de manos, trampa para ellos, porque si el más hábil saca por la boca cincuenta ó cien varas de cinta, ellas por unas bocas como unos piñones, sacaban un jubón, una ropa y una basquiña, que lo mismo era pedirlo, y todo á un tiempo.

Tenían mis amos un niño de siete ú ocho años; tan hijo de padres, que podía disputar unas ferias ó un aguinaldo con el mayor estudiante, y le concluía siempre. Este conocía ya el que era fácil de faldriquera; y, en viniendoaunque su padre estuviese arriba le decía, no estaba en casa por sacarle algo; que toda la gente della estaba fundada en engaño. Y ansí cuando algún oficial de aquella obra contaba algún lastimoso suceso, se lloraba á cinco voces, y se sentía á ninguna, y si mi amo se hallaba presente llevaba el canto llano. De manera se vivía con el interés, que si pidiendo á alguno de los sobredichos oficiales cosa para su vestir ó comer, ofrecía música ú otros entretenimienços, era reputado por obrero de la torre de Babilonia, y á toda priesa volaba de casa, porque para este género de mirones el marido, que era símbolo de la mansedumbre, era significado por un león, y subía desde la puerta de la calle metiendo mano, y miraba hasta el desván. Si era avisado, buscaba dineros, por saber que por su falta le descartaban, y en teniéndolos volvía, y antes que entrase les daba el arire de que le acompañaban, y no es esto milagro, que los perros querían hacer pedaços al que no daba. Salían á recebirle todos en procesión, y mi sosegado señor, á la postre, echándole los braços al cuello; y metiéndoles los ojos en la bolsa, que ellos no estaban mal con la persona, sino con el defecto della. Si no era cuerdo temía, y por el uno ó el otro camino salían con su intento. Luego se sabía en casa qué había melero en ella, y acudían los mosquitos, que éramos los criados, que los moscones presentes estaban. Empeçaba la oración mi señora la mayor, orador insigne, y dezia:

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